El patriotismo, como sentimiento de amor exclusivo para nuestro propio pueblo, y como doctrina del sacrificio de la tranquilidad y de la propiedad, y hasta de la vida, en defensa de los débiles de nuestra parte, contra la muerte y el ultraje por parte de sus enemigos, era la idea suprema en el período en que cada nación consideraba lícito y justo el someter a la matanza y al ultraje a los habitantes de otras naciones, en provecho propio. Pero ya, unos dos mil años hace, la humanidad, personificada por los representantes más altos de su sabiduría, empezó a reconocer la idea más elevada de la fraternidad entre los hombres; y esta idea, penetrando en la conciencia humana, cada vez más, ha alcanzado en nuestro tiempo diferentes formas de realización.
Gracias al mejoramiento de los medios de comunicación y a la unidad de la industria, del comercio, de las artes y de la ciencia, los hombres están tan ligados entre sí, que el peligro de la conquista, de la masacre o el ultraje de un pueblo vecino ha desaparecido completamente, y todos los pueblos (los pueblos, pero no los gobiernos, se entiende), viven juntos en relaciones pacíficas, mutuamente ventajosas, amistosas, comerciales, industriales, artísticas y científicas, que no tienen necesidad de perturbar ni quieren perturbar. Por lo tanto, parece lo más natural que el sentimiento anticuado del patriotismo, -siendo superfluo e incompatible con el conocimiento al que hemos llegado de la existencia de la fraternidad entre los hombres de nacionalidades diferentes,- debe disminuir de más en más hasta desaparecer completamente. Sin embargo, es todo lo contrario lo que sucede; y este sentimiento pernicioso y anticuado no solo persiste en su existencia, sino que arde con más y más intensidad.
León Tolstoi - Patriotismo y Gobierno
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