Autentica luz este artículo...bravo Ricardo Mella...¡BRAVO!
Koan
En el último libro de Kropotkin, «La ciencia moderna y el
anarquismo», que ha editado recientemente la casa Sampere, afirma el
anarquista ruso: “Justicia implica necesariamente el reconocimiento de
la igualdad.”
Para el autor de «La conquista del pan», sólo entre iguales es posible la justicia, ya que los hombres pueden, únicamente, obedecer la regla moral: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”, o el “imperativo categórico” de la conciencia, que diría Kant, en tanto cuanto se trata de seres semejantes, semejantemente considerados. Sin duda, toda estimación de inferioridad releva de ciertos deberes y, recíprocamente, toda estimación de superioridad obliga más allá de esos mismos deberes. El camarada Kropotkin formula en sus breves palabras un pensamiento fecundo pleno de lógica, que conviene y queremos desenvolver en estas líneas.
Arroja aquel pensamiento tan vivísima luz sobre el problema de la justicia, esencia indudable de las reivindicaciones revolucionarias, que una breve constatación de hechos llevará el convencimiento a los más escépticos.
El ciudadano de Roma, el hombre libre de Grecia, podrían creerse obligados para con sus iguales; nunca para con sus esclavos. El señor de siervos sentiríase ligado por deberes morales a los otros señores; jamás a los que de grado o por fuerza tengan que rendirle vasallaje. El aristócrata, respetuoso con el aristócrata, era, cuando más, condescendiente con el plebeyo. El burgués o patrono júzgase sometido a la ley civil que lo manda guardar respeto a los otros burgueses o patronos; pero de ningún modo piensa lo mismo respecto a sus jornaleros. A lo sumo, puede haber de superior a inferior dispensa de favores. Lo que se hace en beneficio o consideración al esclavo, al siervo, al jornalero, es por gracia, no por justicia.
¿Cómo no hacer por los demás lo que no se quiere para uno mismo si se trata de seres inferiores que nos están subordinados? El patrono no quiere ser explotado, pero explota.
El imperativo categórico es totalmente nulo respecto de nuestros criados, de nuestros obreros, de nuestros servidores. No son nuestros iguales; nada les debemos; la justicia no reza con ellos; la ley moral no les alcanza. Si hay un imperativo categórico es con relación a nuestros semejantes que son hombres libres; señores aristócratas, burgueses. El esclavo, el plebeyo, el jornalero, están por debajo de nuestras obligaciones morales.
Esta locución inicua, el amo, está gritando a voces la imposibilidad de la Justicia sin la igualdad.
Mientras unos hombres se consideran en un plano superior a los otros, las reglas de equidad no obligarán más que a los primeros entre sí; jamás respecto de los segundos. La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
El burgués aunque lo desee, procurará respetar a la mujer de su prójimo, burgués también. A la mujer de su criado y de su obrero, que apenas son prójimos suyos, la tomará, si puede, sin remilgos. No se siente igualmente obligado con las dos porque no las reconoce iguales, que es entre quienes únicamente se establece la obligación moral. Hasta en las palabras, hasta en las buenas formas, habrá honda diferencia. Con la obrera charlará groseramente, maniobrará groseramente y groseramente la asaltará. Con la señora de su colega, de su igual, aun para conquistarla, empleará maneras dignas, dulces palabras. Tomará la fortaleza caballerescamente, con la venia señoril de la feble dama.
Y no será eso lo peor, sino que la misma obrera tolerará, acaso gustará de la grosería burguesa, cosa que de ningún modo consentiría a sus semejantes en inferioridad social. El que está por debajo, hombre o mujer, júzgase distinguido, honrado, cuando el superior se digna fijar en él su atención aunque sea para fornicarIo.
Las consecuencias son obligadas. La ley moral se da por clases. El imperativo categórico, por castas. La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
El burgués, educado en las nociones del honor arcaico, podrá impunemente conducirse con sus sirvientes como un canalla. El burgués, instruido en todos los conocimientos, se producirá con sus obreros como el más desconocedor gañán. El burgués aleccionado en los más rigurosos principios de la urbanidad, podrá tratar y tratará a sus inferiores con los modales más groseros y las palabras más ruines. El burgués, inspirado aún en el caballeresco respeto a las damas, obrará con las otras, con las mujeres que no son damas, como un rufián y como un sinvergüenza. La ley moral no se ha hecho para los inferiores, sino para los iguales. El imperativo categórico es manjar de dioses, sólo para dioses. Y el burgués obra en consecuencia. Es lógico consigo mismo. Es lógico con la sociedad. Es lógico con la desigual estimación de los hombres. Y también es injusto.
La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
Quien quiera la Justicia, ha de querer necesariamente la igualdad.
Ricardo Mella (“EL LIBERTARIO”, núm. 6. Gijón, 14 septiembre 1912.)
Koan
En el último libro de Kropotkin, «La ciencia moderna y el
anarquismo», que ha editado recientemente la casa Sampere, afirma el
anarquista ruso: “Justicia implica necesariamente el reconocimiento de
la igualdad.”
Para el autor de «La conquista del pan», sólo entre iguales es posible la justicia, ya que los hombres pueden, únicamente, obedecer la regla moral: “No hagas a los demás lo que no quieras para ti”, o el “imperativo categórico” de la conciencia, que diría Kant, en tanto cuanto se trata de seres semejantes, semejantemente considerados. Sin duda, toda estimación de inferioridad releva de ciertos deberes y, recíprocamente, toda estimación de superioridad obliga más allá de esos mismos deberes. El camarada Kropotkin formula en sus breves palabras un pensamiento fecundo pleno de lógica, que conviene y queremos desenvolver en estas líneas.
Arroja aquel pensamiento tan vivísima luz sobre el problema de la justicia, esencia indudable de las reivindicaciones revolucionarias, que una breve constatación de hechos llevará el convencimiento a los más escépticos.
El ciudadano de Roma, el hombre libre de Grecia, podrían creerse obligados para con sus iguales; nunca para con sus esclavos. El señor de siervos sentiríase ligado por deberes morales a los otros señores; jamás a los que de grado o por fuerza tengan que rendirle vasallaje. El aristócrata, respetuoso con el aristócrata, era, cuando más, condescendiente con el plebeyo. El burgués o patrono júzgase sometido a la ley civil que lo manda guardar respeto a los otros burgueses o patronos; pero de ningún modo piensa lo mismo respecto a sus jornaleros. A lo sumo, puede haber de superior a inferior dispensa de favores. Lo que se hace en beneficio o consideración al esclavo, al siervo, al jornalero, es por gracia, no por justicia.
¿Cómo no hacer por los demás lo que no se quiere para uno mismo si se trata de seres inferiores que nos están subordinados? El patrono no quiere ser explotado, pero explota.
El imperativo categórico es totalmente nulo respecto de nuestros criados, de nuestros obreros, de nuestros servidores. No son nuestros iguales; nada les debemos; la justicia no reza con ellos; la ley moral no les alcanza. Si hay un imperativo categórico es con relación a nuestros semejantes que son hombres libres; señores aristócratas, burgueses. El esclavo, el plebeyo, el jornalero, están por debajo de nuestras obligaciones morales.
Esta locución inicua, el amo, está gritando a voces la imposibilidad de la Justicia sin la igualdad.
Mientras unos hombres se consideran en un plano superior a los otros, las reglas de equidad no obligarán más que a los primeros entre sí; jamás respecto de los segundos. La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
El burgués aunque lo desee, procurará respetar a la mujer de su prójimo, burgués también. A la mujer de su criado y de su obrero, que apenas son prójimos suyos, la tomará, si puede, sin remilgos. No se siente igualmente obligado con las dos porque no las reconoce iguales, que es entre quienes únicamente se establece la obligación moral. Hasta en las palabras, hasta en las buenas formas, habrá honda diferencia. Con la obrera charlará groseramente, maniobrará groseramente y groseramente la asaltará. Con la señora de su colega, de su igual, aun para conquistarla, empleará maneras dignas, dulces palabras. Tomará la fortaleza caballerescamente, con la venia señoril de la feble dama.
Y no será eso lo peor, sino que la misma obrera tolerará, acaso gustará de la grosería burguesa, cosa que de ningún modo consentiría a sus semejantes en inferioridad social. El que está por debajo, hombre o mujer, júzgase distinguido, honrado, cuando el superior se digna fijar en él su atención aunque sea para fornicarIo.
Las consecuencias son obligadas. La ley moral se da por clases. El imperativo categórico, por castas. La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
El burgués, educado en las nociones del honor arcaico, podrá impunemente conducirse con sus sirvientes como un canalla. El burgués, instruido en todos los conocimientos, se producirá con sus obreros como el más desconocedor gañán. El burgués aleccionado en los más rigurosos principios de la urbanidad, podrá tratar y tratará a sus inferiores con los modales más groseros y las palabras más ruines. El burgués, inspirado aún en el caballeresco respeto a las damas, obrará con las otras, con las mujeres que no son damas, como un rufián y como un sinvergüenza. La ley moral no se ha hecho para los inferiores, sino para los iguales. El imperativo categórico es manjar de dioses, sólo para dioses. Y el burgués obra en consecuencia. Es lógico consigo mismo. Es lógico con la sociedad. Es lógico con la desigual estimación de los hombres. Y también es injusto.
La Justicia implica necesariamente el reconocimiento de la igualdad.
Quien quiera la Justicia, ha de querer necesariamente la igualdad.
Ricardo Mella (“EL LIBERTARIO”, núm. 6. Gijón, 14 septiembre 1912.)
Cuando hablamos de la "condición humana", y aunque no empleemos ese
término, no nos deberíamos referir nunca a unos rasgos inamovibles en el
ser humano; al menos de un par de siglo a esta parte, hablar de una
naturaleza en el hombre, de unos rasgos inherentes, es algo sometido a
una feroz crítica. A pesar de que obviamente poseamos unas
características biológicas determinadas, es la manera de hacer frente
cada persona a los acontecimientos posteriores en su vida lo que da
lugar su condición específica. Desde este punto de vista, la condición
humana aparece determinada por el conjunto de las experiencias del ser
humano. Si a estas alturas no hay respuestas definitivas sobre la
existencia o no de una "naturaleza humana", como de cualquier otro
concepto metafísico, hay que volcar nuestro esfuerzo en el estudio del
ser humano y de su comportamiento de un modo estrictamente científico.
Desgraciadamente, la religión sobre todo, muchas corrientes filosóficas
aparecen como culpables de la insistencia en una naturaleza fija e
invariable en los seres humanos; las consecuencias son nefastas, ya que
no hay lugar para un pensamiento amplio y para el libre examen,
aparecemos una vez más maniatados por una "idea" conservadora sobre el
hombre y la sociedad. A nivel coloquial, podemos observar una y otra vez
en las personas el legado de ese pensamiento conservador, inamovible,
con la insistencia una y otra vez en cierto determinismo originado en
la condición humana. Las personas más conservadoras insistirán en el
lado más negativo del ser humano, algo que favorece siempre el statu
quo y que impide una profundización en los problemas sociales de todo
tipo; en el otro polo, no hay que hablar tampoco de una naturaleza
benévola, ya que a poco conduce.
La crisis del sistema capitalista se ha ido agudizando durante estos
últimos cuatro años, echando sobre nuestras espaldas el pesado fardo de
su crisis a través de duras condiciones.


A la vista del apagón informativo que cada día se
va instalando entre los diferentes medios de comunicación,
especialmente los públicos con Somoano a la cabeza, nunca está de más
ni de menos, tener al día el listado de los imputados genoveses que
pululan por los tribunales.
