Como continuación del texto anterior,
repasamos en esta algunas de las visiones del anarquismo contemporáneo
sobre el estatismo; ya hemos visto que el pensamiento ácrata realiza
una distinción radical entre sociedad y Estado. La sociedad sería para
los anarquistas una realidad natural, para nada consecuencia de un
pacto o de un contracto tal y como sostienen ciertas visiones políticas
en la modernidad.
El Estado vendría ser una degradación de esa realidad natural, ya que supone una jerarquización social y una división entre gobernantes y gobernados1 . Frente a otras ideología socialistas que contemplan el Estado como una consecuencia del poder económico, los anarquistas van allá y consideran que ambos poderes, el político y el económico, se complementan y es necesario acabar con ambos en beneficio de una verdadera revolución social. El principal ataque de los anarquistas se produce contra el Estado, por representar la máxima concentración de poder, aunque se observa también como un organismo que representa los intereses de ciertos individuos y ciertas clases2 .
El socialismo, tal y como lo entiende el anarquismo, es decir, dar libre curso a la vida social, choca de frente en primera instancia con el Estado y con su aparato represivo. El Estado, no solo es fruto de una voluntad de poder por parte de una minoría, también supone la enajenación de las personas de la gestión política. Tal y como lo define Rudolf Rocker el Estado es "un mecanismo artificial, impuesto de arriba a abajo", que impide la evolución orgánica de la sociedad y la paraliza. El anarquismo, por lo tanto, observa la institución estatal de una manera muy amplia, con sus propio dinamismo e intereses, no solo de tipo político y económico, también de índole moral. Así, para Gustav Landauer, representa también unas relaciones, comportamientos y formas de ser que conforman las costumbres de las personas a nivel individual y colectivo; aunque solo en las dictaduras se muestra en su verdadera naturaleza, el objetivo del Estado es impedir las relaciones libres de las que surgen las reflexiones e iniciativas de los seres humanos. Para la visión anarquista, solo fuera del Estado puede la sociedad reconstruirse y gestionar la vida pública y los asuntos económicos a través de una estructura flexible y federalista3 .
Una obra de capital importancia en la historia del anarquismo es Nacionalismo y cultura, de Rudolf Rocker. En ella, se realiza un repaso histórico de lo que ha sido la voluntad de poder de los seres humanos incluida la aparición del Estado moderno. La división de la sociedad en clases es condición necesaria para la existencia del poder, por lo que se produce alguna forma de esclavitud humana. El privilegio necesita de la separación de los seres humanos en castas, estamentos y clases, y la tradición confirmará esa necesidad de manera permanente. Desgraciadamente, tantos movimientos que se enfrentaron en origen a una clase dirigente, no tardaron demasiado en erigir una nueva casta privilegiada que ejecutara los nuevos planes. Desde la Antigüedad, como es el caso de la República de Platón, toda concepción del Estado se basa en la división de clases. Naturalmente, es necesario crear también las condiciones síquicas en el individuo para que aceptara ese rol que la sociedad le tiene asignado, por lo que se crearon toda suerte de engaños relacionados con el destino y la Providencia. Por supuesto, la idea de Estado va unida a la de unidad nacional, por lo que se fomentó la separación con el resto de los pueblos y una supuesta superioridad frente a todo extranjero. Hay que tener en cuenta esta concepción del poder como un órgano creador, que parte de Platón y Aristóteles, y que llega hasta nuestros días; su idea del Estado se basa en mistificaciones y hay siempre que recordar que necesita de una oligarquía, así como de súbditos y de esclavos4 .
El Estado no es para nada creador, más bien al contrario, se encuentra incluso subordinado a sus súbditos para poder subsistir. La creencia que se ha fomentado es que es el poder el que fomenta el proceso cultural, cuando hay que verlo más bien al revés, como un feroz obstáculo a todo desenvolvimiento cultural. En este sentido, hay que ver poder y cultura como conceptos antagónicos, la fuerza del primero es siempre a costa de la debilidad de la segunda. No es posible crear una cultura por decreto, ya que está originada y desarrollada de manera espontánea, por las necesidades de los seres humanos y gracias a su cooperación social. (en este último subrayado, difiero un poco, creo que es precisamente a la creación de una cultura -deshumanizante, violenta, egoista, individualista, cruel, sumisa, apática, timorata e ignorante- que hemos estado asistiendo durante por lo menos los último 50 o 60 años, si no es que mucho más...Koan) Los Estados se sirven, precisamente, de los logros sociales para sus aspiraciones de dominio. Sin embargo, con sus intenciones uniformadoras, consiguen finalmente petrificar el proceso cultural. Se producirá una lucha interna en la sociedad, entre las pretensiones políticas y económicas de dominio de los privilegiados y las manifestaciones culturales del pueblo, dos fuerzas que llevan vías muy diferentes. La unidad solo será posible por la coacción externa y gracias al sometimiento de todo tipo, lo cual supondrá solo una aparente armonía5.
Toda forma cultural, si es auténticamente grande y no está obstaculizada por el poder político, lleva en su interior una permanente energía renovadora de su impulso creador, lo que podemos definir como un continuo intento de perfeccionarse. Muy al contrario, el poder es infecundo y destructor al tratar de constreñir mediante la ley todos los fenómenos de la vida social. La cultura es sinónimo de voluntad creadora, el ímpetu que existe en cada hombre de manifestarse y de realizarse, frente a un poder que no tolera más que aquello que le favorece. Es una permanente tensión entre dos tendencias contrapuestas, siendo una representante de la minoritaria clase privilegiada y otra de las exigencias de la comunidad, mediante la cual se constituye una nueva relación entre poder (Estado) y cultura (sociedad). Esa lucha entre dos fuerzas antagónicas tiene como resultado lo que entendemos como Derecho y Constitución, inclinándose hacia un lado o hacia otro según predomine en la sociedad, bien el poder, bien la cultura. Podemos distinguir entre derecho natural, propio de una comunidad de libres e iguales, y derecho positivo, desarrollada ya en una sociedad estructurada como Estado y reflejo del privilegio y la división de clases. Por lo tanto, las leyes pueden tener una doble fuente, los viejos hábitos y costumbres convertidos en fórmula, los derechos de las clases privilegiadas convertidos en carácter legal. Si en los antiguos regímenes despóticos esa dualidad no se mostraba con claridad, sí lo hace en el Estado moderno en el que la comunidad participa, más o menos, en la elaboración del derecho. Desgraciadamente, la lucha por el derecho se ha convertido casi siempre en la lucha por el poder, de tal manera que los revolucionarios de ayer se convierten en los reaccionarios de hoy. El mal no se encuentra en la forma de poder, sino en el poder mismo6 .
Rocker utiliza el término poder como sinónimo de dominio sociopolítico y propone un origen y desarrollo para el mismo. Sin embargo, el anarquismo contemporáneo admite que la existencia de poder es inherente a la sociedad y que lo rechazable es la tendencia a su concentración en pocas manos; tal fenómeno puede describirse como una delegación en el que los individuos y grupos sociales ceden su potestad para determinadas tareas y se origina así el poder político que llamamos Estado7 . El Estado es para el anarquismo un paradigma de estructuración jerárquica de la sociedad basado en la delegación antes mencionado o, dicho de otra forma, en la expropiación que efectúa una parte de la sociedad sobre la capacidad global de la comunidad para "definir modos de relación, normas, costumbres, códigos, instituciones, capacidad que hemos llamado simbólico-instituyente y que es lo propio, lo que define y constituye el nivel humano de integración social"8 . El principio de Estado incluye, como es lógico, la dominación junto a la obediencia, la estructura jerárquica antes mencionada; la filosofía política moderna contempla este principio de manera incuestionable, convirtiéndose en la teoría dominante, siendo la única excepción el anarquismo. El Estado moderno, entendido como unidad y como unificador de la totalidad del espacio político de la sociedad, adquiere su verdadera condición cuando no necesita recurrir a la fuerza para hacerse reconocer; así, el Estado no tiene ya una condición tiránica, sino que es una entidad abstracta basada en una racionalidad instrumental y encuadrada en la ley y el derecho. La perspectiva anarquista de Colombo nos propone que el Estado no es reducible al conjunto de sus aparatos (gobierno, Administración, ejército, policía, escuela…), sino que exige la asunción de ese paradigma de dominación y obediencia por parte del mundo social y político9. Entroncamos así con visiones del anarquismo clásico, como demuestran las palabras de Landauer: "El Estado es un condición, una cierta relación entre los seres humanos, un modo de comportamiento entre los hombres". Sin temor a generalizar, la visión anarquista contemporánea observa el Estado como una forma histórica concreta del poder político, al igual que también existieron otros paradigmas: la jefatura sin poder de algunas sociedades "primitivas", la ciudad griega o el imperio romano; la propuesta ácrata de una sociedad sin Estado, sin dominación política, es una conquista para el futuro.
Bookchin señalaba también lo preocupante de la omnipresencia del Estado, no tanto en el sentido totalitario, como aludiendo a un carácter típico de la condición humana que había adquirido en la actualidad10 . El Estado, junto a los modernos medios de información, el desarrollo tecnológico y la sociedad industrial, habrían acabado con el mundo social y político descentralizado, que al menos en el pasado habría convivido junto a la dominación política. La visión anarquista, apoyada en la sociología y en la sicología, también ha insistido en lo nocivo del Estado para las relaciones humanas; el poder político y la división entre clases conducirían a la enajenación y a la desconfianza con toda una atmósfera social en la que se alimenta el sexismo, el racismo y todo tipo de intolerancias. Así, entre las diversas consecuencias que genera la institución estatal, la visión ácrata distingue al menos seis: subyuga al conjunto de la sociedad; restringe, física y sociológicamente, la libertad de los individuos; expropia la potestad del grupo social; distorsiona la personalidad, tanto de dominadores como de dominados; mina la armonía en las relaciones humanas, y genera una cultura de dependencia11.
Notas:
1.- Ángel Cappelletti, La ideología anarquista (Ediciones en movimiento, Bogotá 2004).
2.- Ibídem.
3. René Furth, Formas y tendencias del anarquismo (Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 1970).
4.- Rudolf Rocker, Nacionalismo y cultura (Reconstruir)
5.- Ibídem.
6.- Ibídem.
7.- Ángel Cappelletti… op. cit.
8.- Eduardo Colombo, El espacio político de la anarquía (Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 2000).
9.- Ibídem.
10.- Murray Bookchin, Noam Chomsky, Herbert Read, Colin Ward, John P. Clark, Ángel J. Cappelletti, El anarquismo y los problemas contemporáneos (Ediciones Madre Tierra, Madrid 1992).
11.- J.W. Barchfield, Estatismo y revolución anarquista (Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2003).
Capi Vidal http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/
El Estado vendría ser una degradación de esa realidad natural, ya que supone una jerarquización social y una división entre gobernantes y gobernados1 . Frente a otras ideología socialistas que contemplan el Estado como una consecuencia del poder económico, los anarquistas van allá y consideran que ambos poderes, el político y el económico, se complementan y es necesario acabar con ambos en beneficio de una verdadera revolución social. El principal ataque de los anarquistas se produce contra el Estado, por representar la máxima concentración de poder, aunque se observa también como un organismo que representa los intereses de ciertos individuos y ciertas clases2 .
El socialismo, tal y como lo entiende el anarquismo, es decir, dar libre curso a la vida social, choca de frente en primera instancia con el Estado y con su aparato represivo. El Estado, no solo es fruto de una voluntad de poder por parte de una minoría, también supone la enajenación de las personas de la gestión política. Tal y como lo define Rudolf Rocker el Estado es "un mecanismo artificial, impuesto de arriba a abajo", que impide la evolución orgánica de la sociedad y la paraliza. El anarquismo, por lo tanto, observa la institución estatal de una manera muy amplia, con sus propio dinamismo e intereses, no solo de tipo político y económico, también de índole moral. Así, para Gustav Landauer, representa también unas relaciones, comportamientos y formas de ser que conforman las costumbres de las personas a nivel individual y colectivo; aunque solo en las dictaduras se muestra en su verdadera naturaleza, el objetivo del Estado es impedir las relaciones libres de las que surgen las reflexiones e iniciativas de los seres humanos. Para la visión anarquista, solo fuera del Estado puede la sociedad reconstruirse y gestionar la vida pública y los asuntos económicos a través de una estructura flexible y federalista3 .
Una obra de capital importancia en la historia del anarquismo es Nacionalismo y cultura, de Rudolf Rocker. En ella, se realiza un repaso histórico de lo que ha sido la voluntad de poder de los seres humanos incluida la aparición del Estado moderno. La división de la sociedad en clases es condición necesaria para la existencia del poder, por lo que se produce alguna forma de esclavitud humana. El privilegio necesita de la separación de los seres humanos en castas, estamentos y clases, y la tradición confirmará esa necesidad de manera permanente. Desgraciadamente, tantos movimientos que se enfrentaron en origen a una clase dirigente, no tardaron demasiado en erigir una nueva casta privilegiada que ejecutara los nuevos planes. Desde la Antigüedad, como es el caso de la República de Platón, toda concepción del Estado se basa en la división de clases. Naturalmente, es necesario crear también las condiciones síquicas en el individuo para que aceptara ese rol que la sociedad le tiene asignado, por lo que se crearon toda suerte de engaños relacionados con el destino y la Providencia. Por supuesto, la idea de Estado va unida a la de unidad nacional, por lo que se fomentó la separación con el resto de los pueblos y una supuesta superioridad frente a todo extranjero. Hay que tener en cuenta esta concepción del poder como un órgano creador, que parte de Platón y Aristóteles, y que llega hasta nuestros días; su idea del Estado se basa en mistificaciones y hay siempre que recordar que necesita de una oligarquía, así como de súbditos y de esclavos4 .
El Estado no es para nada creador, más bien al contrario, se encuentra incluso subordinado a sus súbditos para poder subsistir. La creencia que se ha fomentado es que es el poder el que fomenta el proceso cultural, cuando hay que verlo más bien al revés, como un feroz obstáculo a todo desenvolvimiento cultural. En este sentido, hay que ver poder y cultura como conceptos antagónicos, la fuerza del primero es siempre a costa de la debilidad de la segunda. No es posible crear una cultura por decreto, ya que está originada y desarrollada de manera espontánea, por las necesidades de los seres humanos y gracias a su cooperación social. (en este último subrayado, difiero un poco, creo que es precisamente a la creación de una cultura -deshumanizante, violenta, egoista, individualista, cruel, sumisa, apática, timorata e ignorante- que hemos estado asistiendo durante por lo menos los último 50 o 60 años, si no es que mucho más...Koan) Los Estados se sirven, precisamente, de los logros sociales para sus aspiraciones de dominio. Sin embargo, con sus intenciones uniformadoras, consiguen finalmente petrificar el proceso cultural. Se producirá una lucha interna en la sociedad, entre las pretensiones políticas y económicas de dominio de los privilegiados y las manifestaciones culturales del pueblo, dos fuerzas que llevan vías muy diferentes. La unidad solo será posible por la coacción externa y gracias al sometimiento de todo tipo, lo cual supondrá solo una aparente armonía5.
Toda forma cultural, si es auténticamente grande y no está obstaculizada por el poder político, lleva en su interior una permanente energía renovadora de su impulso creador, lo que podemos definir como un continuo intento de perfeccionarse. Muy al contrario, el poder es infecundo y destructor al tratar de constreñir mediante la ley todos los fenómenos de la vida social. La cultura es sinónimo de voluntad creadora, el ímpetu que existe en cada hombre de manifestarse y de realizarse, frente a un poder que no tolera más que aquello que le favorece. Es una permanente tensión entre dos tendencias contrapuestas, siendo una representante de la minoritaria clase privilegiada y otra de las exigencias de la comunidad, mediante la cual se constituye una nueva relación entre poder (Estado) y cultura (sociedad). Esa lucha entre dos fuerzas antagónicas tiene como resultado lo que entendemos como Derecho y Constitución, inclinándose hacia un lado o hacia otro según predomine en la sociedad, bien el poder, bien la cultura. Podemos distinguir entre derecho natural, propio de una comunidad de libres e iguales, y derecho positivo, desarrollada ya en una sociedad estructurada como Estado y reflejo del privilegio y la división de clases. Por lo tanto, las leyes pueden tener una doble fuente, los viejos hábitos y costumbres convertidos en fórmula, los derechos de las clases privilegiadas convertidos en carácter legal. Si en los antiguos regímenes despóticos esa dualidad no se mostraba con claridad, sí lo hace en el Estado moderno en el que la comunidad participa, más o menos, en la elaboración del derecho. Desgraciadamente, la lucha por el derecho se ha convertido casi siempre en la lucha por el poder, de tal manera que los revolucionarios de ayer se convierten en los reaccionarios de hoy. El mal no se encuentra en la forma de poder, sino en el poder mismo6 .
Rocker utiliza el término poder como sinónimo de dominio sociopolítico y propone un origen y desarrollo para el mismo. Sin embargo, el anarquismo contemporáneo admite que la existencia de poder es inherente a la sociedad y que lo rechazable es la tendencia a su concentración en pocas manos; tal fenómeno puede describirse como una delegación en el que los individuos y grupos sociales ceden su potestad para determinadas tareas y se origina así el poder político que llamamos Estado7 . El Estado es para el anarquismo un paradigma de estructuración jerárquica de la sociedad basado en la delegación antes mencionado o, dicho de otra forma, en la expropiación que efectúa una parte de la sociedad sobre la capacidad global de la comunidad para "definir modos de relación, normas, costumbres, códigos, instituciones, capacidad que hemos llamado simbólico-instituyente y que es lo propio, lo que define y constituye el nivel humano de integración social"8 . El principio de Estado incluye, como es lógico, la dominación junto a la obediencia, la estructura jerárquica antes mencionada; la filosofía política moderna contempla este principio de manera incuestionable, convirtiéndose en la teoría dominante, siendo la única excepción el anarquismo. El Estado moderno, entendido como unidad y como unificador de la totalidad del espacio político de la sociedad, adquiere su verdadera condición cuando no necesita recurrir a la fuerza para hacerse reconocer; así, el Estado no tiene ya una condición tiránica, sino que es una entidad abstracta basada en una racionalidad instrumental y encuadrada en la ley y el derecho. La perspectiva anarquista de Colombo nos propone que el Estado no es reducible al conjunto de sus aparatos (gobierno, Administración, ejército, policía, escuela…), sino que exige la asunción de ese paradigma de dominación y obediencia por parte del mundo social y político9. Entroncamos así con visiones del anarquismo clásico, como demuestran las palabras de Landauer: "El Estado es un condición, una cierta relación entre los seres humanos, un modo de comportamiento entre los hombres". Sin temor a generalizar, la visión anarquista contemporánea observa el Estado como una forma histórica concreta del poder político, al igual que también existieron otros paradigmas: la jefatura sin poder de algunas sociedades "primitivas", la ciudad griega o el imperio romano; la propuesta ácrata de una sociedad sin Estado, sin dominación política, es una conquista para el futuro.
Bookchin señalaba también lo preocupante de la omnipresencia del Estado, no tanto en el sentido totalitario, como aludiendo a un carácter típico de la condición humana que había adquirido en la actualidad10 . El Estado, junto a los modernos medios de información, el desarrollo tecnológico y la sociedad industrial, habrían acabado con el mundo social y político descentralizado, que al menos en el pasado habría convivido junto a la dominación política. La visión anarquista, apoyada en la sociología y en la sicología, también ha insistido en lo nocivo del Estado para las relaciones humanas; el poder político y la división entre clases conducirían a la enajenación y a la desconfianza con toda una atmósfera social en la que se alimenta el sexismo, el racismo y todo tipo de intolerancias. Así, entre las diversas consecuencias que genera la institución estatal, la visión ácrata distingue al menos seis: subyuga al conjunto de la sociedad; restringe, física y sociológicamente, la libertad de los individuos; expropia la potestad del grupo social; distorsiona la personalidad, tanto de dominadores como de dominados; mina la armonía en las relaciones humanas, y genera una cultura de dependencia11.
Notas:
1.- Ángel Cappelletti, La ideología anarquista (Ediciones en movimiento, Bogotá 2004).
2.- Ibídem.
3. René Furth, Formas y tendencias del anarquismo (Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 1970).
4.- Rudolf Rocker, Nacionalismo y cultura (Reconstruir)
5.- Ibídem.
6.- Ibídem.
7.- Ángel Cappelletti… op. cit.
8.- Eduardo Colombo, El espacio político de la anarquía (Editorial Nordan-Comunidad, Montevideo 2000).
9.- Ibídem.
10.- Murray Bookchin, Noam Chomsky, Herbert Read, Colin Ward, John P. Clark, Ángel J. Cappelletti, El anarquismo y los problemas contemporáneos (Ediciones Madre Tierra, Madrid 1992).
11.- J.W. Barchfield, Estatismo y revolución anarquista (Fundación Anselmo Lorenzo, Madrid 2003).
Capi Vidal http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/