Hay
textos que sin duda deben de leerse, hay textos que nos explican y
ayudan a entender el mundo y nuestra realidad, hay textos que
emancipan...este es uno de ellos.
Koan
Por Iñaki Gil de San Vicente
1. ¿QUÉ ES EL ESTRESS?
Koan
Por Iñaki Gil de San Vicente
1. ¿QUÉ ES EL ESTRESS?
2. ORIGEN DEL CONCEPTO
3. ¿QUÉ ES LA PRAXIS?
4. ANGUSTIA, MIEDO, ANSIEDAD
5. TERROR CRISTIANO
6. TONTOS, EXTRAÑOS, PELIGROSOS
7. INDUSTRIA, FAMILIA Y SEXO
8. AUTORIDAD SADOMASOQUISTA
9. CRISIS POSTKEYNESIANA
10. TÁCTICAS Y TRAMPAS
He pensando que, dado el poco tiempo disponible para un debate de esta complejidad, lo mejor, lo más sintético y directo, era exponer ya en el título de la ponencia lo esencial de la tesis que voy a defender, es decir, que la praxis humana es la única terapia que puede superar el estrés. Pero, de entrada, ¿qué es el estrés? Lo primero que tenemos que decir es que estamos ante una pregunta relativamente reciente, aunque, como veremos luego, la raíz etimológica de la palabra estrés nos remite al griego antiguo porque ya se usaba en aquella época. Sin embargo sólo recientemente se ha empezado a usar y a estudiar lo que significa, aunque sí ya se usaba anteriormente la palabra “surmenaje” para designar algo relacionado con el estrés.
Por ejemplo, en el diccionario Espasa-Calpe abreviado de 1957 no aparece la palabra “estrés”[1], pero sí aparece “surmenage” como: “(Voz
francesa) Estado morboso producido por la fatiga como consecuencia de
un trabajo excesivo, especialmente el intelectual, combinado muchas
veces con el hastío”[2], y tampoco aparece “estrés” en el apéndice del Espasa-Calpe abreviado de 1965. De igual modo, no la encontramos en el NDEU[3] pero sí tenemos surmenage como: “Estado morboso producido por la fatiga repetida, física o intelectual”[4]. Y “estrés” tampoco aparece en el Diccionario de Psicología[5] de 1985.
Por
no extendernos en la consulta de diccionarios y enciclopedias,
queremos acabar con La Enciclopedia de Salvat de 2003 en la que sí se
define estrés: “Estado general de tensión en que se halla un
organismo amenazado de ser alterado o perturbado en su equilibrio
psicobiológico por la acción de agentes o condiciones ambientales
(psicológicas, sociales, físicas, etc.).”[6]. Esta misma enciclopedia define así el surmenage: “Estado de fatiga excesiva provocado por un trabajo corporal o intelectual prolongado e intenso, irreparable por el sueño normal”[7]. Otra definición de estrés nos la ofrece B. Tierno: “la
respuesta de ansiedad que experimenta una persona cuando tiene que
hacer frente a unas demandas del medio que le resultan excesivas. La
persona no cree que con sus capacidades pueda superar aquello que su
entorno le está pidiendo (...) una situación puede provocar una
respuesta de estrés en la medida en que la persona la percibe como algo
que supera su capacidad de hacerle frente. En estos casos empezamos a
experimentar una fuerte ansiedad y a pensar en cómo actuar en ese
momento”[8].
Otro autor, A. Gaeta Reynaldo nos dice que: “El
estrés (stress) es un fenómeno que se presenta cuando las demandas de
la vida se perciben demasiado difíciles. La persona se siente ansiosa y
tensa y se percibe mayor rapidez en los latidos del corazón. (...) es
la respuesta del cuerpo a condiciones externas que perturban el
equilibrio emocional de la persona. El resultado fisiológico de este
proceso es un deseo de huir de la situación que lo provoca o
confrontarla violentamente. En esta reacción participan casi todos lo
órganos y funciones del cuerpo, incluidos cerebro, los nervios, el
corazón, el flujo de sangre, el nivel hormonal, la digestión y la
función muscular. (...) es un estímulo que nos agrede emocional o
físicamente. Si el peligro es real o percibido como tal, el resultado
es el mismo. Usualmente provoca tensión, ansiedad, y distintas
reacciones fisiológicas. Es la respuesta fisiológica, psicológica y de
comportamiento de un sujeto que busca adaptarse y reajustarse a
presiones tanto internas como externas”[9].
Una definición algo más profunda en su investigación y más rica en abrir vías de investigación es la de C. Varona: “la
vida competitiva en la que estamos empeñados, las exigencias de éxitos
en el mundo social, deportivo, de estudios, profesional, etc.; el
crecimiento de las grandes ciudades con el consiguiente aumento del
ruido, contaminación y peligros contribuyen a que aumenten las
respuestas de excitación del sistema nervioso autónomo, y,
consiguientemente, de la actividad glandular (aumento de adrenalina) y
muscular (contracción de músculos viscerales y esqueletales) cuyo
conjunto se ha denominado modernamente, tensión o “stress” y que,
sicológicamente, está vinculado a estados mentales de preocupación, de
afán de éxito competitivo, de multiplicación de percepciones excesivas
(ruidos, olores, etc.) y demás situaciones que caracterizan el mundo
actual, sin olvidar el peligro de desaparición total de la especie en un
conflicto nuclear”[10].
Dejando
de lado el lenguaje nítidamente burgués de la cita, sin embargo tiene
la virtud de tocar un montón de factores que innegablemente propician
el estrés. Otra cosa buena de este autor es que, un poco antes y
siguiendo las investigaciones de Wolpe sobre la ansiedad, tan
relacionada con el estrés, relacionada con las fobias --“ansiedad irracional frente a estímulos inofensivos”[11]--
abre la puerta de entrada a una cuestión de gran importancia a nuestro
entender. En efecto, si leemos a un autor que siempre debe ser leído
como G. Jervis y su definición de la ética fóbico-obsesiva, vemos que
la posibilidad de estrés está latente en el interior de buena parte de
la estructura psíquica dominante en el capitalismo, necesitando sólo
de ciertas condiciones para que se active.
Para comprenderlo mejor leamos a G. Jervis: “Fobias
y obsesiones constituyen, antes que un trastorno, un típico modo de
ser y reaccionar. Los estilos personales de vida de los fóbicos, y más
marcadamente aún de los fóbico-obsesivos, encarnan una serie de
características bien conocidas: la escrupulosidad, el orden, la
obstinación, la avaricia, la tendencia a planificar, clasificar y
diferenciar, la disciplina, el sentido del deber, la escasa tendencia a
la espontaneidad, la sumisión a la autoridad. La capacidad de obsesión
es la virtud media del capitalismo: es la virtud de la acumulación y de
la eficiencia, de la puntualidad y de la precisión industrial, del
ahorro de dinero y de la posesión de bienes. Los países de mayor
desarrollo industrial y de la más antigua tradición capitalista, como
Alemania y los países anglosajones, han desarrollado a través del
condicionamiento de varias generaciones una relación bastante estrecha
entre las costumbres medias de la vida cotidiana y la personalidad de
tipo obsesivo”[12].
El
autor sigue luego desarrollando las relaciones entre las fobias y
obsesiones con la represión que, por su importancia, volveremos a
analizar más adelante. Ahora nos interesa preguntarnos sobre qué
puede suceder en la personalidad de un fóbico-obsesivo como el arriba
descrito cuando ve que el mundo real no es como el cree y desea, cuando
las presiones cotidianas de todo tipo, desde el trabajo hasta la
afectivas y sexuales, pasando por las urbanas y ambientales, cuando
todo ello le somete a tales presiones que su mundo tan ordenado y
jerarquizado, tan preciso, puntual y disciplinado empieza a entrar en
crisis porque no puede desarrollarlo, no es valorado e incluso es
rechazado. El estrés es uno de los efectos de esa situación.
Antes
de analizar el por qué se ha tardado tanto tiempo en empezar a
investigar el estrés, y por qué, al comienzo, el surmenage hacía más
insistencia en el cansancio intelectual aunque no desdeñaba el físico,
antes de esto, queremos constatar que las
definiciones aquí ofrecidas, así como prácticamente todas a las que
hemos tenido acceso, se mueven dentro de los marcos del pensamiento
oficial, caracterizado por ocultar la existencia de algo tan decisivo como la explotación social de la fuerza de trabajo.
Estas
definiciones se mueven dentro de la ideología burguesa más tradicional
y tópica, la de la persona individual sometida a presiones no
definidas, que no se sabe de donde vienen ni a qué razones e intereses
responden, excepto los de la “vida competitiva”, expresión que puede
entrar perfectamente en el darwinismo social y en la sociobiología más
reaccionaria. Buscando paliar este escoramiento conservador, fuimos a
la revista oficial de un sindicato que se dice de izquierdas, CCOO, y
encontramos esta definición:
“Desde
que Hans Selye introdujo en el ámbito de la salud el termino estrés,
este se ha convertido en una de las palabras mas utilizadas, tanto por
los profesionales de las distintas ciencias de la salud, como en el
lenguaje coloquial de la calle. Selye, definió el estrés como una
respuesta general del organismo ante cualquier estimulo estresor o
situación estresante. No obstante se han realizado múltiples trabajos
sobre el estrés que han aportado diversas conceptualizaciones. Una
conceptualización mas comprensible de estrés, lo definiría como un
exceso de demandas ambientales sobre la capacidad del individuo para
resolverlos, considerando además las necesidades del sujeto con las
fuentes de satisfacción de esas necesidades en el entorno laboral.
El
estrés es un hecho habitual en nuestras vidas. No puede evitarse, ya
que cualquier cambio al que debamos adaptarnos representa estrés. Los
sucesos negativos, daño, enfermedad o muerte de un ser querido, son
hechos estresantes, así como los sucesos positivos; ascender en el
trabajo trae consigo el estrés del nuevo status, de nuevas
responsabilidades”[13]
Es verdad que los “sucesos negativos”
son hechos estresantes, y en las páginas que siguen lo veremos
reiteradamente, pero desde una perspectiva sindical y de izquierdas el fundamental “suceso negativo”
es la existencia del salario, es decir, el hecho de que la mayoría de
la población tenga que padecer la explotación asalariada para
sobrevivir, por lo que la lucha por la abolición del salariado[14] se convierte en una necesidad para la superación de buena parte de los factores que producen estrés.
De
hecho, la preocupación por el surmenage surgió cuando se acumularon
los efectos negativos que tenía en la productividad intelectual de las
profesiones llamadas liberales la sobrecarga de esfuerzo mental y luego
del esfuerzo físico, y después, según la plusvalía absoluta fue siendo
desplazada por la plusvalía relativa, más intensa en la explotación
del trabajo cualificado, con sus correspondientes efectos somáticos,
fue aumentando la preocupación por una realidad más masiva e
inquietante a la que se le denominó estrés.
El
salto del surmenage al estrés refleja y expresa el salto de la
explotación cuantitativa a la cualitativa, el salto de la plusvalía
absoluta que sólo es central en la extensión física de las horas de
trabajo, a la plusvalía relativa que busca el aumento de la intensidad
del esfuerzo laboral psicosomático mediante la introducción de máquinas
que estrujan hasta la última gota las fuerzas físicas e intelectuales
de las personas trabajadoras.
Para
ir concluyendo esta primera parte y adelantando cuestiones que
desarrollaremos más en detalle posteriormente, leamos este párrafo que
aparece en la revista electrónica de UGT: “Entre el 50% y el 60% del
absentismo laboral está relacionado con el estrés, según la Encuesta
de Calidad de Vida en el Trabajo 2002 que realizó el Ministerio de
Trabajo y Asuntos Sociales. Además, el 15% de la población activa
española (cerca de 2 millones de trabajadores) padece mobbing, según se
desprende de un estudio sobre “Violencia en el entorno laboral”
facilitado por la Universidad de Alcalá de Henares (2002). La
Organización Internacional del Trabajo (OIT) afirma que el coste de los
problemas de salud mental relacionados con el trabajo representa el 3%
del PIB de la Unión Europea”[15].
Siendo ciertos estos y otros datos, también
hay que ser conscientes de que el estrés se produce en otras
circunstancias de la vida cotidiana, como las familiares y
domiciliarias, las escolares y educativas, etc., todas ellas
relacionadas en definitiva con lo que sí es esencial para entender el
problema: la mercantilización del ser humano, su alienación y su
subsunción en mero instante de la acumulación de capital.
Si
hemos respondido muy somera y rápidamente a la pregunta anterior sobre
qué es el estrés, tenemos que detenernos ahora un poco en responder a
la pregunta sobre qué es la praxis. De hecho, en el rápido repaso
histórico que hemos realizado sobre la genealogía del estrés y del
surmenage ya aparece la praxis en su desenvolvimiento, en su capacidad
para, mal que bien, mantener una concordancia relativa y transitoria
entre los avances de la enfermedad o del malestar como efecto de las
crecientes exigencias de la lógica del beneficio, y los avances de las
respuestas que la institución médica le va dando, y las reacciones de
los diferentes grupos humanos afectados por esos malestares. Hay que
insistir en la transitoriedad de dicha concordancia porque nunca ha
sido ni lineal ni automática. Al contrario.
La
capacidad de nuestra especie para resolver sus problemas siempre ha
dependido de una compleja interacción de factores objetivos y
subjetivos, de manera que el devenir del presenta al futuro nunca ha
sido mecánico ni ciegamente determinado. La teoría de la praxis sirve
mejor que ninguna otra en la comprensión de este problema, y esta
teoría nos aconseja, primero y antes que nada, partir de la evolución
del tema que estudiamos e inmediatamente después, sintetizar una teoría
abierta que vuelva sobre la propia evolución del proceso que
analizamos y se introduzca en su devenir, modificándolo[16].
Es por esto que la respuesta a que qué es la praxis tendrá dos
momentos que forman una unidad, uno es el del repaso histórico del
surgimiento de la preocupación humana sobre lo que ahora denominados
estrés, y otro, pero siempre dentro de esa unidad de análisis y
síntesis, la elaboración de una respuesta teórica basada en esa
aproximación histórica.
Hemos
visto al principio las relaciones existentes entre la ansiedad y la
tensión con el estrés. Más adelante precisaremos un poco las
diferencias entre estos y otros términos, como la angustia, el temor,
el miedo, etc., que tienen mucho que ver con el tema que tratamos, pero
que ahora usaremos un poco superficialmente porque lo que nos interesa
es recalcar cómo desde los orígenes de nuestra especie existían
poderosos factores desencadenantes de situaciones estresantes más o
menos angustiosas. Según Nougier la gran civilización magdaleniense era
una “civilización de angustia”[17],
por las extremas condiciones de supervivencia. Sin duda, los lazos de
solidaridad grupal se debían a que la única forma de sobrevivir en esas
situaciones era mediante la estrecha unidad colectiva.
Esto
lo han puesto de relieve la generalidad de estudios sobre las
comunidades llamadas “primitivas”, pero T. S. Szasz ha extraído también
esta conclusión especialmente crítica y desmitificadora, que nos
servira mucho en las páginas que siguen: “Para el hombre, animal de
rebaño, igual que para sus antepasados no-humanos, la seguridad radica
en la similitud. Por esto la conformidad es buena y la divergencia es
mala”[18].
Encontrar un refugio contra la angustia exigía y exige la conformidad
con el orden establecido en el grupo protector, aunque ello suponga una
sobrecarga tal de tensiones y frustraciones que, al final, surja el
estrés o algo peor.
Uno
de los métodos más efectivos que desarrollaron aquellas sociedades
humanas, aparte de primar la conformidad de sus miembros en un contexto
tremendamente inseguro y que ha repercutido, especialmente, en el
proceso posterior de surgimiento de las religiones, además de este
método, también desarrollaron un profundo sentido de la socialidad del
dolor y de la enfermedad, como explica U. Galimberti:
"Entre
los primitivos que conocían el 'cuerpo' y no el 'organismo', la
enfermedad tenía un significado social, y en cuanto tal era algo que se
podía intercambiar con el grupo, J. Pouillon nos informa, por ejemplo,
que entre los 'dangaleats' la enfermedad tenía un valor iniciático; no
se podía entrar a formar parte del grupo ni adquirir ningún tipo de
posición social sin antes haber estado enfermo. La enfermedad, vista
como signo de elección en el grupo, no se vivía de forma individual,
sino que era objeto de intercambio como todas las cosas en el interior
de aquella estructura simbólica que convertía cualquier acontecimiento
en una relación social llena de sentido. Además, elproceso de cura, y
no sólo entre los 'dangaleats' sino también en todas las sociedades
primitivas, no tenía lugar, como actualmente entre nosotros, en esa
relación dual, aunque no recíproca, que se establece entre el médico y
el paciente, sino en un espacio más amplio en el que todo el grupo
tomaba parte en la cura distribuyéndose alrededor del mal, el cual se
concebía no como una lesión orgánica, sino como una ruptura, un
desequilibrio en el sistema de intercambio social"[19].
La
civilización magdaleniense, que nos ha legado impresionantes obras de
arte y un sofisticado conocimiento empírico, vivía bajo presiones muy
duras que, sin embargo y en base a los datos disponibles, no debieron
generar los efectos que ahora provoca el estrés, aunque sí otros. Una
de las razones aludidas para sostener esto es que T. McKeown nos ha
explicado cómo y porqué en sociedades cazadoras-recolectoras,
campesinas y no industrializadas, y hasta prácticamente el siglo XVIII
en occidente:
“la
arterioesclerosis y sus diversas manifestaciones, incluida la
enfermedad coronaria, la enfermedad cardiovascular y la enfermedad
vascular periférica, eran raras, igual que la obesidad, los diabetes,
la hipertensión, el carcoma intestinal y las varices (...) la presión
sanguínea no subía con la edad y la hipertensión esencial y la
apoplejía eran desconocidas”. Tras resumir muy sintéticamente los estudios de Trowell y Burkitt al respecto, concluye que: “La
mayoría de la gente seguía llevando una vida rural activa y ni
siquiera la minoría que habitaba en poblaciones se veía expuesta a
muchos de los riesgos de nuestros días, tales como contaminación
atmosférica, el empleo generalizado de productos químicos, las
condiciones de trabajo adversas, el tráfico, el abuso del tabaco y de
las drogas”[20].
Pero
no pensemos que todo fue una maravilla durante el largo período
anterior a la irrupción del capitalismo desde el siglo XVII. Para el
tema que aquí tratamos es muy conveniente saber que ya en una época tan
temprana e importante como la amplia cultura mesopotámica, sobre todo
en su fase akkadia y babilónica, se concitaron tres factores de
singular importancia para los siglos posteriores. Uno fue que bien
pronto se desarrollo el poder de la institución médica. Como dice R.
Labat: “La fama de los médicos babilónicos rebasaba, por lo demás,
las fronteras de su país. Y así, en la época de El Amarna (siglo XVI)
los vemos viajar por todo el Próximo Oriente, como sus colegas
egipcios, solicitados por las Cortes extranjeras, que les remuneraban
ricamente”[21].
Quiere esto decir que ya en esta época el dinero interfería
decisivamente en la calidad de la atención médica que podían disponer
las clases pobres, pues los mejores médicos eran codiciados por las
clases ricas.
Otro
factor fue que esa medicina alcanzó unos niveles apreciables para su
época en la aplicación del método de pensamiento científico –aunque no
debemos afirmar que entonces se hiciera “ciencia” en el sentido
actual-- en vez de, según se creía, pensamiento mágico, esotérico y
místico. Y la tercera, sin embargo, es que estos últimos métodos
sobrenaturales y anticientíficos de pensamiento sí fueron aplicados a
un área de actos y comportamientos humanos que R. Labat define así: “las
jaquecas tenaces, los dolores en la nuca, los zumbidos en los oídos,
los accidentes nerviosos y ciertas formas brutales de parálisis podían
traicionar una intervención demoníaca; en cuanto a los sortilegios, sus
efectos se reconocían especialmente en los dolores de las vísceras, en
la afecciones de la palabra, anorexia, impotencia, salivación
incoercible, insomnios y sobresaltos sin causa”[22].
Vemos
así que desde los mismos inicios del saber médico en el sentido
occidental de la palabra, se tenía conciencia de la existencia de
determinados males que, sin embargo, permanecían fuera de dicho saber y
sí dentro de una interpretación sobrenatural. En esta época, todavía
las cuestiones relacionadas con el “alma” se veían con una perspectiva
diferente a las relacionadas con el “cuerpo”, escisión que, de algún
modo, sigue vigente en la actualidad como se aprecia no sólo en la
religiones sino también en los debates que periódicamente resurgen
sobre la interacción de los componentes psíquicos y somáticos en el ser
humano.
Si
bien es cierto que, como veremos, es con el desarrollo de la
racionalidad griega cuando se sientan las bases para el inicio de un
estudio metódico de los problemas del “alma”, no lo es menos que
todavía los héroes homéricos llevan dentro de sí dicha tajante
separación: “los héroes griegos se vuelven locos; algunos son presas
de frenesí; otros aparecen enajenados a causa de la furia, la venganza o
el dolor. (...) son más parecidos a marionetas, jugadores a merced de
fuerzas que en esencia preceden del Más Allá y que ellos no pueden
controlar: dioses, demonios, las parcas, las furias”, estando aún lejos de la complejidad de las personalidades descritas por Sófocles, Shakespeare o Freud[23].
Será
a partir de los siglos –V y –IV cuando emerja la nueva forma de
analizar estos comportamientos, como bien dice R. Porter, poniendo el
ejemplo de la epilepsia[24],
pero sin profundizar en los cambios sociales que explican ese paso.
Ahora bien, ya con cierta antelación, en concreto desde finales del
siglo –VI, junto al surgimiento de la tragedia, la reflexión griega
sobre el derecho empieza a separar el crimen “voluntario” del
“excusable”, cuando las personas empiezan a asumir su autonomía con
respecto a los dioses y a las fuerzas ciegas, cuando así sucede, surge
la conciencia angustiosa y problemática del choque entre los valores y
la práctica[25].
Sobre
esta base, la medicina griega, mucho más compleja y limitada por
contradicciones en las que no podemos extendernos, empieza a investigar
rigurosamente la totalidad de factores que envuelven a enfermo
llegando a una sorprendente visión sistémica e integral del ser humano y
de sus dolencias psicosomáticas como es la desarrollada por la Escuela
de Cos, a la que pertenecía Hipócrates. En palabras de L. Bourgey: “La
exigencia de su disciplina lo llevaban a ejercicio de una curiosidad
hasta cierto punto universal, no sólo biológica, sino también
psicológica, geográfica, sociológica y astronómica. (...) partiendo de
observaciones hechas sobre el comportamiento de las poblaciones de
Europa y de Asia Menor, afirma que el temperamento de un conjunto de
hombres viene influido por la constitución política, liberal o
despótica, a que están sometidos aquellos. En esta misma obra se
encuentran interesantes observaciones sobre la influencia que pueden
ejercer en el organismo las modas y costumbres”[26].
Sin
embargo, tampoco este autor estudia las causas sociales de esos
avances en la investigación sistémica de la personalidad humana, cosa
que sí hace J. Mosterín, quien, además, hace hincapié en otras dos
características muy actuales de la medicina de la Escuela de Cos, como
son en términos actuales, el principio de precaución y la confianza de
las propias fuerzas de recuperación de la persona enferma integrada en
su entorno social.
La primera –el principio de precaución-- nace de la regla de oro de Hipócrates: “ser útil, o al menos, no perjudicar”,
en el sentido de que dadas las lógicas limitaciones de la época, el
médico sólo debía intervenir con terapias “duras” cuando estuviera
seguro de sus efectos positivos. Si no estaba muy convencido actuaba la
segunda característica: “prudencia y confianza en la propia regeneración del enfermo”[27], siempre dentro de la concepción de la unidad psicosomática y social del ser humano y de sus enfermedades. Veremos
cómo el sistema médico público, es decir, el que se encarga de
mantener la capacidad productiva de la fuerza de trabajo social, no
puede cumplir con estos requisitos esenciales, que quedan restringidos a
la burguesía y a las fracciones de clase con dinero para pagar la
medicina privada.
George Novack insiste en que los médicos hipocráticos “no
separaban la mente del cuerpo ni el cuerpo de lo que le rodeaba.
Consideraban al hombre en relación con su ambiente natural y social
(...) tenían en cuenta sistemáticamente el lugar en el que el paciente
vivía, el alimento que comía, el tipo de agua que bebía y el aire que
respiraba (...) también consideraban las circunstancias sociales y políticas que afectaban al paciente (..) y no hacían ninguna discriminación entre esclavos y hombres libres”[28].
Además de estas y otras tesis defendidas en su fundamental libro,
Novack añade algo más que debemos exponer aquí por su importancia para
nuestro tema ya que acierta en el núcleo del problema. Tras exponer muy
rigurosamente la estructura socioeconómica y política de la democracia
esclavista griega, sus sistemas de explotación, etc., el autor sostiene
que:
“Lo
característico de la sociedad ateniense no era la calma, sino la lucha.
Las prolongadas y victoriosas guerras de defensa nacional elevaron el
orgullo, la confianza en sí mismos y la autoestima de los atenienses;
las intrigas y las guerras imperialistas con las ciudades-estado
rivales les impulsaron a aprovechar, cuando no a agotar, todas sus
energías; las vastas ramificaciones de sus empresas comerciales y
colonizadoras, las disputas de los litigantes ante los tribunales, las
contiendas electorales, las luchas fraccionales y las revueltas
civiles, significaban una convulsión constante. Un mensajero de los
corintios decía a los lacedemonios que los atenienses “llegaban al
mundo y no se concedían ningún descanso a sí mismos ni se lo concedían a
los demás””[29].
Corremos
el riesgo de interpretar la afirmación del corintio a los lacedemonios
desde nuestros parámetros actuales, burgueses y occidentales, de
descanso y competitividad, cuando no son los mismo. Siendo cierto que
los atenienses no se concedían a sí mismos y a los demás ningún
descanso, y eso se ve leyendo a Tucídides[30] o Jenofonte[31],
no es menos cierto que su sentido de la competitividad y del descanso,
como toda su cultura, eran preburgueses y más asiáticas que europeas,
ya que no estaban acuciados por las características implacables de la
competencia capitalista ni con los mitos occidentales, que se inventaron
bastante más tarde[32].
Sin embargo, reafirmando lo anterior, también es cierto que los
griegos se percataron relativamente pronto de los efectos negativos del
dinero y de la riqueza sobre las relaciones sociales e
interpersonales.
Demócrito dejó escrito que: “Quien se halla enteramente dominado por la riqueza nunca podría ser justo”; “Vuelven muchos la espalda a los amigos cuando de la abundancia caen en la pobreza”; “La
pobreza en una democracia es preferible al llamado bienestar de manos
de los poderosos, en la misma medida en que la libertad lo es a la
esclavitud”, y “Es preciso darse cuenta de que la vida humana es
frágil y efímera, sumida como está en la confusión de múltiples
desgracias e impotencias, de modo que uno debe preocuparse de una
fortuna modesta, y la estrechez medirse en relación con las necesidades”[33].
En
el fondo de las afirmaciones de Demócrito, que se posicionaba en el
bando de la democracia esclavista contra el bando oligarca, ambos
patriarcales y machistas, late la crítica a los efectos alienadores del
dinero y a la creciente independencia de la circulación de mercancías
que ya era apreciables a finales del siglo –V. La vieja forma de
vida del campesino libre que se protegía en las bases de la economía
comunal aún superviviente, y que se mostraba políticamente en la acción
parlamentaria como reminiscencia de la anterior asamblea comunal[34],
esta forma de vida estaba siendo aplastada por la escisión social
entre ricos y pobres, con los efectos consiguientes en el aumento de
las tensiones sociales de todo tipo.
No es por tanto sorprendente que, como sostiene R. Maineri: “La
palabra Estrés se deriva del griego STRINGERE, que significa provocar
tensión. Esta palabra se utilizó por primera vez en el siglo XIV y a
partir de entonces se empleó en diferentes textos en inglés como STRESS,
STRESSE, STREST y STRAISSE”[35].
Las disputas crecientes entre griegos libres; la vida centrada en la
permanente defensa y expansión de los negocios propios por parte de los
ricos, en medio de un marco de luchas nacionales y sociales casi
permanente, en estas condiciones la tensión debía ser una situación
suficientemente cotidiana, especialmente en la vida de las mujeres y de
los esclavos, sometidos a condiciones insoportables[36], como para que surgiera una palabra que la designara.
Otro
tanto debió suceder en Roma, en donde además de que las condiciones de
vida para las masas se fueron degradando, también existía un sistema
de coerción patriarcal basado en la dominación más salvaje del fuerte
sobre el débil, como explica P. Viene al explicar que el dicho “Yo te someto” o “te paedico, irrumo” era la injuria más popular entre los muchachos romanos: “la moral que se practicaba era obsesivamente viril”[37]. Basta
imaginarnos cómo tenía que ser la existencia cotidiana de las mujeres
en aquellas condiciones de poder patriarcal absoluto simplemente viendo
la realidad actual, los diferentes grados de preocupación, inquietud,
tensión y hasta miedo que llegan a padecen miles de mujeres actualmente
debido al machismo y a la misoginia de los hombres con los que se
relacionan.
El
sometimiento interpersonal, como todos sabemos, es uno de los factores
que más tensión producen en la persona sometida, especialmente cuando
no existen reglas que regulen y limiten el poder de agresión de la
persona que somete. Cuanto más impune e incontrolable es su poder,
cuanto más impredecible e incierto, por caprichoso, es su
comportamiento hacia las personas que domina, más tensa y angustiosa es
la vida de éstas.
Y
esto centrándonos hasta ahora sólo en la vida de las mujeres, de la
juventud, de los ciudadanos libres empobrecidos que vivían angustiados
por el pago de sus deudas, etc., pese a que el poder romano recurría a
juegos especialmente crueles[38]
para desviar las tensiones sociales, porque si profundizamos más en la
mecánica de explotación romana, tanto en su esclavitud interna como en
las sucesivas y permanentes invasiones de otros pueblos para
imponerles severísimos impuestos o para esclavizarlos o destruirlos si
se resistían, entonces asistimos a espantosas condiciones de vida en
las que la inquietud, preocupación, angustia, miedo y pánico eran
realidades inseparables de una tensa cotidianeidad.
Tanto
en los juegos, crueles y violentos en extremo, como en la vida
cotidiana, la sexualidad solapada e insinuante era sólo la tapadera de
una realidad sexual más amplia en toda la cultura grecorromana y
judeocristiana, interviniendo en ella, además de las drogas, también la
homosexualidad, el bestialismo, la prostitución sagrada, el culto
fálico, etc., como ha demostrado Acharya S[39].
La capacidad de goce y disfrute del placer, con sus efectos sobre la
calidad de vida en aquél período, fue destruida o reducida al mínimo, o
condenada a la clandestinidad atemorizada, por el cristianismo: “Desprecio
de la alegría y de la felicidad, sublevación contra la existencia,
antipatía, asco, mortificación total: este es el cristianismo clásico”[40].
Semejante
retroceso en cuestiones vitales para la calidad de vida, dentro del
contexto objetivo de la época, y el endurecimiento de otros componentes
autoritarios, represores y sadomasoquistas inherentes al cristianismo,
tema al que luego volveremos, no hicieron sino multiplicar las
presiones negativas que generaban situaciones de tensión, preocupación,
angustia, miedo, etc., sin entrar ahora a precisar los significados
diferentes de estos conceptos.
Para
hacernos una idea de la realidad represiva y exterminadora del
pensamiento racional y protocientífico helenístico, parte de una
realidad más amplia en la que se reprimía todo lo que no obedeciese el
lema de “creo porque es absurdo” de Tertuliano, tenemos estas palabras de G. Bueno:
"No
fueron tanto los esclavistas romanos, en cuanto tales, sino los
cristianos, antes y después de alcanzar el poder político, quienes
sistemáticamente (salvo excepciones), mantuvieron la más tenaz
oposición a la ciencia griega que nunca haya existido. Por mucha
voluntad de "objetividad" y "diálogo" que se tenga no es posible
olvidarse de que fue el obispo Teófilo (bajo el imperio de Teodosio el
Grande) quien destruyó el Serapeum, en donde se encontraban
entonces los fondos principales de la Biblioteca de Alejandría. Y fue
San Cirilo, uno de los más eminentes padres griegos, quien con la mayor
saña -en sus escritos contra Juliano- arremetió contra la Paideia
griega, considerando a los libros griegos como débil y torpe plagio de
los libros de Moisés. El mismo San Cirilo (...) instigó al populacho
cristiano de Alejandría para que asesinara a Hipatía, una de las más
distinguidas mujeres de la antigüedad, comentarista del álgebra de
Diofanto y de la doctrina de las crónicas de Apolonio (...) bandas de
frailes cristianos asesinaron a Hipatía, arrancándola la carne, al
parecer, con las conchas puntiagudas de unas ostras"[41].
De
cualquier modo, con la extinción de la variante esclavista del modo de
producción tributario desapareció toda una forma de entender la unidad
psicosomática del ser humano, entendimiento asfixiado por la dogmática
cristiana, como hemos visto, y por el retroceso de las condiciones
socioeconómicas que habían permitido mantener un grupo social
improductivo materialmente pero dedicado al desarrollo del método
racional de pensamiento[42].
Simultáneamente a esta decadencia y retroceso, también aumentaban las
sensaciones no sólo de crisis en todos los sentidos, sino igualmente de
empeoramiento de las condiciones anímicas, personales, de cierto
equilibrio entre lo interno y lo externo.
A. MacIntyre ha dejado escrito en su imprescindible obra sobre la ética que: “Al
leer los testimonios de la filosofía posterior a Sócrates que
sobreviven en escritores como Diógenes Laercio y Cicerón, se percibe el
sentimiento de un mundo social desintegrado en el que los gobernantes
se encuentran más perplejos que nunca, y la situación de los esclavos y
los no propietarios no ha cambiado casi nada, pero en el que para
muchos más miembros de la clase media, la inseguridad y la falta de
esperanza son los rasgos centrales de la vida”[43].
¿Y acaso no son la falta de esperanza en la resolución de los problemas
y la inseguridad en cualquiera de sus formas de expresión, factores
que junto con otros propician lo que ahora denominamos como estrés?
Sin
embargo, el legado de la concepción unitaria e integra del ser humano
no se perdió definitivamente hasta la total extinción de los restos de
la medicina grecorromana, porque todavía alrededor de comienzos del
siglo VII subsistía la Escuela de Salerno que se
planteaba una visión integral del problema de la melancolía
simultaneando la conversación y el diálogo, los paseos por el bosque,
etc.[44]. Pero, imparablemente y debido a razones que no podemos exponer aquí pero que ya fueron explicitadas irreprochablemente por J. D. Bernal[45]
y otros investigadores, fueron parcialmente rescatadas en una primera
fase por la civilización arabo-musulmana, cristiano copta y judía,
básicamente, y luego, gracias a ese esfuerzo anterior, por la atrasada
cultura europeo occidental.
Es
por esto que tiene razón B. Farrington, autoridad incuestionable en
todo lo relacionado con la Gracia Antigua, cuando investiga la medicina
griega, sus avatares, dificultades y logros, afirma algo que es de
especial valor para la tesis básica que aquí defendemos: “En el
siglo XVI la medicina era parte imprescindible de la educación
científica; hasta un Copérnico la estudió. Ninguna disciplina antigua
era más adecuada para guiar a una mentalidad indecisa por el puente que
separa la escolástica de la ciencia moderna. Y ello porque (...)
ninguna otra ciencia presenta tan felizmente hermanados al cerebro y a
la mano”[46]. Una
de las definiciones que más nos aproximan a lo que es la praxis, como
ahora veremos, es la del hermanamiento entre el cerebro y la mano, y
uno de los síntomas y a la vez de los efectos más terribles del estrés,
es el debilitamiento de esa dialéctica entre el hacer y el pensar bajo
las presiones incontrolables del entorno.
3. ¿QUÉ ES LA PRAXIS?
Hemos
visto el funcionamiento real, histórico, de la interacción entre el
hacer y el pensar, la mano y al cerebro, en la problemática de las
enfermedades, dolencias, tensiones y angustias humanas desde los
tiempos remotos hasta el surgimiento de las primeras inquietudes
racionales sobre sus causas; y hemos visto cómo, tras esos pocos siglos
de esplendor, se inicia el retroceso de la racionalidad esclavista
ante el avance de lo esotérico y mistérico, de los cultos irracionales
en este caso en su forma de religión cristiana, tal cual se entendía en
aquellos siglos. Esta evolución es la praxis en su forma no teórica,
es decir, no sintetizada aún en conceptos que descubren y resumen lo
permanente, lo esencial, lo genético-estructural habido a lo largo de
todo ese proceso histórico.
Este
método de descubrir lo que hay debajo de la superficie, de las formas,
de las apariencias, pera volver luego a las profundidades de los
problemas en el desenvolvimiento de sus dinámicas y contradicciones,
este es el método científico-critico o praxístico, o praxeológico, y
tiene la característica de integrar la inducción y la deducción --ese “arco del conocimiento” al decir de D. Oldroyd[47]--
en una totalidad superior en la que también se inserta la reflexión
(auto)crítica y práctico-social sobre la propia acción y sus resultados.
Pero es
precisamente este contenido (auto)crítico y práctico-social explícito
el que origina el rechazo no sólo al término de praxis sino, sobre
todo, a su empleo como método de transformación. De hecho, en bastantes
de los principales diccionarios y enciclopedias que han formado y
forman la base de la educación teórica de nuestra generación, no está
presente la palabra praxis. Por ejemplo, el diccionario dirigido por D.
Runes[48], el diccionario de F. Mora[49], y la enciclopedia dirigida por J. O. Urmson[50];
y, por no extendernos, la voluminosa obra colectiva sobre 850 textos
de filosofía no incluye la praxis ni en la temática, ni en la antología
de citas ni en las locuciones y modismos[51].
Peor aún, si bien se recogen las obras decisivas de Marx, los “Cuadernos de la Cárcel” de Gramsci, el “Principio Esperanza” de E. Bloch, etc., no aparecen dos textos decisivos como son el celebérrimo “Filosofía de la Praxis” de Sánchez-Vásquez[52] y el no menos fundamental “Dialéctica de lo concreto” de K. Kosík[53].
Pero los hay también que separan estrictamente la “teoría” de la
“praxis” como si fueran dos procesos paralelos que sólo los marxistas
nos empeñamos en juntar[54].
Podríamos
seguir casi indefinidamente poniendo ejemplos de la muy poca atención
que presta el academicismo a la praxis sobre todo si nos introducimos
en la moda de reciente aparición denominada CTS --ciencia, tecnología,
sociedad-- pero no es este el sitio para tales criticar buena parte de
los testos de esta corriente, y sobre todo su visión básica.
Centrándonos en el tema que hoy nos congrega aquí, G. Petrovic nos
ofrece una definición de praxis que va directamente al corazón del
problema que tratamos: “Praxis.
Se refiere en general a la acción, a la actividad y, en el sentido de
Marx, a la actividad libre, universal, creativa y autocreadora a través
de la que el hombre crea (hace, produce) y cambia (modela) su mundo
humano e histórico y a sí mismo; una actividad específica del hombre
mediante la cual se diferencia básicamente de todos los demás seres”[55].
Según
esta definición, la autogénesis de nuestra especie es la praxis en su
sentido pleno y esencial, y las diversas capacidades libres concretas
de las personas concretas en períodos históricos diferentes son otras
tantas formas específicas de praxis realizadas en su contexto
particular. Hemos visto surgir la praxis griega sobre el estrés; y
hemos visto cómo entraba en crisis y desaparecía con el hundimiento del
esclavismo para reaparecer más tarde pero en otro período histórico,
desde el siglo XIV en la cultura inglesa, con lo que es otra praxis
concreta diferente en la forma a la griega. Según G. Petrovic la
evolución del pensamiento de Marx al respecto fue también un proceso de
enriquecimiento del contenido esencial ya presente en sus primeras
obras hasta concluir en una visión más plena:
“En
los ‘Manuscritos económico-filosóficos’ Marx opone como regla
“trabajo” a “praxis” y describe explícitamente el “trabajo” como el
“acto de alienación de la actividad humana práctica”, pero a veces lo
hace de modo inconsistente pues usa “trabajo” como sinónimo de
“praxis”. En ‘La ideología alemana’ insiste mucho sobre la oposición
entre “trabajo” y lo que él llamó previamente “praxis”, y defiende la
opinión de que todo trabajo es una actividad autoalienada de actividad
productiva humana y debería ser “abolido”. La forma no alienada de
actividad humana, llamada previamente “praxis”, se denomina ahora
“autoactividad”, pero, pese a este cambio en la terminología, la idea
fundamental de Marx sigue siendo la misma: “la transformación del
trabajo en autoactividad”. Permaneció igual en los ‘Grundriss’e y
también en ‘El Capital’”[56].
Vemos que el propio concepto de praxis es enriquecido teóricamente
gracias a la misma praxis del personaje que lo elabora. Diríamos que es
una autopraxis si no fuera una redundancia.
En
el desenvolvimiento de la praxis tal cual aquí ha sido expuesta,
juegan un papel clave conceptos como alienación y el fetichismo, que no
podemos precisar ahora sino sólo en sus relaciones con el tema que
tratamos. Si la praxis es autoactividad, la autogénesis, es
decir, la capacidad de nuestra especie para construirse a sí misma, si
es así, la pérdida o desaparición de la conciencia-de-sí imprescindible
para la autoactividad hace que ésta sea mutilada en algo decisivo. La
alienación es precisamente esa amputación de la conciencia-de-sí, de
la autoconciencia sin la cual la autoactividad genera en
trabajo-para-otro, para el poder dominante.
Desde esta lógica, L. Silva dice que: “La
alienación, en su sentido más general y filosófico, es una pérdida del
propio ser, que es sustituido por un ser que no es el que en propiedad
ontológica le corresponde al sujeto”[57].
La sustitución de ser-propio por el ser-ajeno es, a la vez, la
obligación de descender de la autoactividad creativa a la penosa
obligatoriedad de trabajar-para-otro, o en palabras del mismo autor: “el paso universal del valor de uso al valor de cambio”[58].
Aunque
el valor de uso tiene, en la dialéctica mercantil, su correspondiente
valor de cambio, en la dialéctica de la autoactividad el valor de uso
es la capacidad de la propia persona o del colectivo, género, clase,
pueblo, etc., para construirse para-sí, llegando a ser su propio
uso-de-sí consciente; por tanto, en esta dialéctica emancipadora, el
paso al valor de cambio es justo lo antagónico e irreconciliable, es la
pérdida y prohibición del uso-de-sí, de la independencia
autoconsciente de la persona y del colectivo, para degenerar en
uso-para-otro, en una mercancía dependiente de la voluntad de otra
persona u otro colectivo, de su propietario, sea patrón, marido,
confesor, oficial de mando, juez, policía, médico, psiquiatra, Estado
opresor, etc.
Deshumanizado
el ser humano en cuanto simple mercancía propiedad del poder,
destruida su autoactividad como valor de uso de sí mismo, esa mercancía
bípeda e inconsciente de sí, sólo tiene como foco iluminador de sus
oscuridades y tinieblas al propio fetichismo de las mercancías. Es
decir, las personas no se identifican entre ellas como personas sino
como cosas, como mercancías, mientras que éstas, simples cosas
producidas por esas personas, se presentan como personas auténticas
dotadas de todas sus cualidades. Por ejemplo, la televisión
no es una cosa rodeada de personas sino una persona que adoctrina a las
cosas que la imitan bobaliconamente. Antes los domicilios se diseñaban
para las personas, ahora se diseñan para el lugar en donde se pondrá la
televisión convertida en el centro de la casa. Antes las campañas
electorales giraban en base al horario de las personas, ahora dependen
del horario televisivo.
Es
decir, nuestra capacidad de crear y hacer, en este caso la televisión,
ha sido destruida para alienarnos en simples peones ciegos de lo que
nosotros hemos hecho. Esta es la tesis más brillante de J. Holloway: “En
el capitalismo existe una inversión de la relación entre las personas y
las cosas, entre el sujeto y el objeto. Hay una objetivación del
sujeto y una subjetivación del objeto: las cosas (el dinero, el
capital, las máquinas) se convierten en sujetos de la sociedad, las
personas (los trabajadores) se convierten en objetos. Las relaciones
sociales no son sólo en forma aparente sino realmente relaciones entre
cosas (entre el dinero y el Estado, entre tu dinero y el mío), mientras
que se priva a los seres humanos de su socialidad, se los transforma
en “individuos”, el complemento necesario del intercambio de mercancías”[59].
La
teoría, filosofía o método de la praxis, sin mayores precisiones,
insiste machaconamente en la visión integral del ser humano, en la
reintegración de todos los componentes escindidos, separados y
enfrentados entre sí, en la nueva fusión del cerebro con la mano, en la
reunificación del psique con el soma como elemento central del avance
en una nueva forma de transformación de la realidad: “la perspectiva
del sujeto de la praxis cambia nuestra comprensión de la filosofía y
transforma no sólo la ética, la política o la estética, sino a la
teoría del conocimiento y a la resolución o disolución de los problemas
de la metafísica como comprensión general de la realidad”, como afirma S. Sevilla, lo que le lleva a sostener que, teniendo en cuenta el “carácter prioritario de la acción” y su defensa de la libertad “como noción central” inherente a la praxis, está sucediendo que: “Puede hablarse, en este sentido amplio, de un giro hacia la praxis de la filosofía contemporánea”[60].
Este
giro se aprecia nítidamente en muchas áreas de la acción y del
pensamiento humano actual, sobre todo tras la nueva oleada de
movilizaciones y luchas mundiales desde la mitad de los años ’90 del
siglo XX, pero vamos a concluir este apartado sobre la praxis como
terapia antiestrés con esta significativa cita que adquiere todo su
sentido si la leemos desde el avance de la praxis emancipadora:
“Como
en todas las disciplinas, en enfoque integral de la nueva psicología
tiene una perspectiva holista y dinámica. La visión holista, que en
psicología suele relacionarse con el principio de la Gestalt, sostiene
que las propiedades y las funciones de la psique no pueden comprenderse
reduciéndolas a elementos aislados, exactamente como el organismo
físico no puede ser comprendido analizando cada una de sus partes por
separado. La visión fragmentaria de la realidad no es
sólo un obstáculo para la comprensión de la mente sino también un
aspecto característico de la enfermedad mental. Una
experiencia sana de uno mismo es una experiencia de todo el organismo,
cuerpo y mente, y las enfermedades mentales muchas veces son el
resultado de la incapacidad de integrar los distintos componentes de
este organismo. Desde este punto de vista, la distinción cartesiana
entre mente y cuerpo y la separación conceptual ente los individuos y su
entorno nos parecen síntomas de una enfermedad mental colectiva
compartida por la mayoría de las personas de la cultura occidental, y, como tal, suele ser vista por otras culturas”[61].
La
praxis es el método que sirve para explicar, comprender y transformar
la autogénesis humana, la formación de nuestra especie a partir de la
dialéctica entre ella misma y la naturaleza objetiva a la que
pertenece, aunque no tenga conciencia de ello. Y cuando
las personas no pueden controlar las situaciones en las que están
inmersos, o peor aún, no tienen conciencia de lo que les ocurre fuera y
dentro de sí, cuando las fuerzas externas e internas se han hecho
incontrolables e irracionales en su funcionamiento al haberse roto su
unidad dialéctica, entonces, se agarrotan en sus tensiones y miedos,
entran en estrés.
Luego,
si no consiguen superar la crisis, terminan desintegrándose en
múltiples trozos inconexos que se alejan entre sí, sin rumbo ni
autogobierno, bajo la fuerzas centrífugas de las tempestades
cotidianas, unas veces hundiéndose en las profundidades oscuras de la
tensión y angustia individual más tormentosa o emergiendo otras veces a
la superficie aterradora de las gigantescas masas de problemas que se
abalanzan sobre ellas. La rotura de la unidad dialéctica entre la
autoconciencia interna y la conciencia de lo exterior es justo lo
contrario de lo que caracteriza a la praxis, que no es otra cosa que la
lúcida certidumbre de la interacción entre la conciencia crítica de sí
y las fuerzas exteriores. Naturalmente, semejante dialéctica debe
remitirse siempre a un contexto social preciso, o más correctamente,
tanto a las condiciones objetivas impuestas por el modo de producción
dominante como a la fase histórica en la que se encuentra ese modo de
producción
4. ANGUSTIA, MIEDO, ANSIEDAD
Hasta
ahora hemos hablado muy en general sobre la tensión y la ansiedad,
también de la angustia y del miedo, pero sin precisar. Para lo que
sigue conviene hacerlo porque la capacidad respuesta y de superación
del problema dependen, en primera medida, de la correcta comprensión
del problema. Según A. Tallaferro[62],
el propio Freud tardó un tiempo en aclarar estas cuestiones, y el
relativo desorden en el uso de estas palabras proviene de la ambigüedad
del vocablo alemán “Angst” que se traduce a la vez como miedo, ansiedad
y angustia.
Una
explicación básica: el miedo es la sensación que se sufre cuando se
sabe la hora en la que van a empezar a caer bombas sobre la cabeza de
uno mismo. La ansiedad es cuando se sospecha, se intuye, se imagina que
puede empezar el bombardeo pero se desconoce el momento de su inicio.
El susto es cuanto estallan al lado sin tener ninguna sospecha de que
podía suceder. La angustia es la sensación que domina cuando nada hace
presagiar un bombardeo pero la persona teme esa posibilidad o cualquier
otra desgracia.
Hemos visto cómo se definía al magdaleniense como “civilización de angustia”
y nos imaginamos las condiciones de supervivencia de aquellos tiempos
en los que los peligros ciertos o inciertos, los riesgos que se debían
correr a diario eran muy frecuentes. ¿Podemos aplicar el mismo criterio
a las sociedades que no son católicas e incluso que no son religiosas?
¿Podemos aplicar este criterio a la civilización magdaleniense a pesar
de los enormes riesgos diarios que debía asumir para sobrevivir y que
le producían la angustia citada por Nougier?
Por
lo que hemos visto arriba sobre la forma de vida griega, no es
sorprendente que la civilización esclavista e inmisericorde inventara
la palabra “stringere”, base del estrés sobre el que hoy
hablamos. Pero antes de seguir profundizando en por qué empezó a
recuperarse su uso a partir del siglos XIV de la cronología cristiana,
tenemos que detenernos en una cuestión muy importante como es el hecho
de que, frente a esta nuestra civilización, otras culturas, pueblos y
civilizaciones no esclavistas vivían y resolvían de manera muy
diferente las contradicciones que generaban situaciones de riesgo y
tensión personal e interpersonal.
Simplemente leamos a autores clásicos y obligados como E. R. Service[63], M. D. Sahlins[64] o K. Polanyi[65],
por citar sólo algunos, para conocer los mecanismos colectivos de
integración, absorción y desactivación de las tensiones interpersonales,
así como los mecanismos sociales de control de los peligros de
escisión social inherentes al surgimiento del mercado y del primer
dinero, al margen de su forma externa. Algunas o bastantes de estas
costumbres pasaron con diversas transformaciones a las sociedades
tributarias, en las que si bien el uso del dinero y la circulación de
mercancías estaba mucho más desarrollada, también se mantenían
determinados controles que evitaban que sus contradicciones inherentes,
en síntesis, la lucha de clases, derivara hacia conflictos de
brutalidad extrema como los acaecidos a partir del triunfo del
capitalismo. En este sentido, es muy conveniente leer a Samir Amin[66].
Desde
luego que debemos huir de todo romanticismo idílico con respecto al
pasado precapitalista, como si en esa larguísima fase humana no
hubieran existido toda serie de conflictos y violencias. Las hubo y
muchas, y en ellas la tensión psicológica humana surgía inevitablemente
llegando a situaciones críticas extremas, pero se interpretaban y se
vivían de otro modo. Incluso en una práctica aborrecible como el
canibalismo, en la que se sintetizan todos los horrores humanos, es
imprescindible la necesidad de recurrir a la contextualización
histórica y cultural de sus prácticas concretas.
Esto
es lo que hace N. Davies en su brillante investigación sobre los
sacrificios humanos, en este caso en la comparación entre el
canibalismo ritual azteca y otras culturas: “En cuanto a la
crueldad con sus congéneres, los aztecas carecían de los refinamientos
de sus contemporáneos los inquisidores. Podemos sentirnos
justificadamente impresionados por los ritos aztecas, pero ciertos
horrores ideados por otros pueblos, tanto del Viejo Mundo como del
Nuevo, se hallaron notablemente ausentes entre ellos. No hubo suicidios
colectivos, como en la India; ni tormentos prolongados, como en
Oceanía, Norteamérica o Europa; ni tribus condenadas a la extinción,
devorados hasta la última mujer y el último niño, como en las islas
Fidji; nunca se supo de nadie que hubiera sido enterrado vivo, como en
la antigua UR o en América del Sur; y los muertos no fueron exhumados y
consumidos, como en Nueva Guinea”[67].
La
carga de tensión psicológica debía ser insoportable en las situaciones
aquí descritas, bastante antes de sufrirlas incluso a no ser de que
existieran profundas ideologías que las calmasen o implacables sistemas
coercitivos que imposibilitasen toda resistencia e impusiesen la
resignación más derrotista y pasiva. Probablemente también existiera un
clima de tensión cotidiana con altibajos en las sociedades capaces de
realizar estas y otras atrocidades, y en las que era muy posible que se
dieran situaciones menos sanguinarias pero también de gran dureza y
hasta miedo pánico. Sin embargo, hasta donde llegan nuestros
conocimientos, no desarrollaron como los griegos un concepto para poder
definir y estudiar la tensión humana en concreto y en general los
problemas de la personalidad en su contexto global, como hemos visto.
5. TERROR CRISTIANO
Visto
esto, debemos profundizar un poco más en las condiciones básicas
previas existentes en la civilización judeocristiana y que generaban
una situación vital caracterizada por el miedo al infierno a causa de
los pecados y, sobre todo, por los efectos psicológicos del canibalismo
simbólico y del rito sacrificial. P. Tierney no duda en afirmar que: “El
deseo casi desesperado de judíos, cristianos y musulmanes de afirmar
el poder salvífico de un lejano acontecimiento acaecido en el monte
Moriah muestra con qué fuerza está arraigada en los subconscientes
religiosos la idea de su sacrificio humano como fundación del orden
social”[68].
Bien
es cierto que, progresivamente, el método racional desarrollado por
los griegos fue entrando en las estructuras mitológicas y mistéricas
del cristianismo, proceso que aún no ha acabado como lo muestra la
historia del pensamiento occidental, pero lo decisivo es que los
anclajes inconscientes del cristianismo perviven en los creyentes, por
lo que las cadenas irracionales del sacrificio humano y del canibalismo
simbólico no sólo siguieron dominando durante siglos como lo demostró
la Inquisición, sino reaparecen a diario al calor de las nuevas
ofensivas reaccionarias del cristianismo.
Por
ejemplo, no existe apenas diferencia en lo esencial en los climas de
incertidumbre, riesgo, angustia, etc., --recordemos la precisión hecha
al comienzo de este apartado-- que se sufrieron durante los siglos
inquisitoriales y los efectos de la irracional prohibición del
preservativo por la Iglesia católica. Por un lado, la Inquisición fue
una de las máquinas más perfectas en producir tensión y miedo sociales
dado que la denuncia que abría un expediente contra una persona
acusada, con todo lo que acarreaba, desde la tortura hasta la hoguera,
podía ser perfectamente anónima, emitida por una persona oculta e
impune que permanecía en el anonimato[69].
Cualquier
persona que mantuviera públicamente tesis críticas con el poder en
cualquiera de sus formas corría riesgos más o menos grandes de ser
denunciada anónimamente. Por otro lado, aunque las formas y los
contenidos cambian, en el fondo el problema del riesgo y del miedo, más
el añadido de la sensación de culpa por haber cometido pecado, están
muy activos en las personas creyentes que mantienen relaciones sexuales
sin preservativos sabiendo que desobedecen a su Iglesia, y que pueden
infectarse con el VIH o con cualquier otra enfermedad. Del mismo modo
que la presencia de la Inquisición generaba por un clima social de
preocupación social, intimidación, recelo y desconfianza ante los
demás, sobre todo a las personas críticas, también la prohibición del
preservativo genera reacciones similares en las condiciones actuales.
Salvando
todas las diferencias entre estos ejemplos, es innegable que existe
una identidad de efectos perversos y destructores de la felicidad
humana. La pregunta es ¿qué existe por debajo de esas diferencias?
¿cuál puede ser la personalidad común, básica, sobre la que se levanta
la estructura de dominación material y simbólica que logra que se
obedezca a la Inquisición y se cumpla con la prohibición del
preservativo aunque ello acarree la muerte?
Pensamos
que este terrorismo emocional y psicológico que somete al creyente a
una vida cargada de miedos y preocupaciones, se sustenta en lo dicho
por Celso Goldaracena del Valle: “en función de buscar la
aprobación de una autoridad paterna idealizada e interiorizada, es
decir, Dios; vivir en una renuncia masoquista, buscando el placer en la
aprobación; obtener, como gratificación narcisista, la sensación de
superioridad moral, la autocomplacencia en esta superioridad, que daría
el sentirse mejor que otros, y, también, más poderoso que el deseo
instintivo, la bestia agazapada de la Biblia, interpretado como algo
malo y ajeno al individuo, a pesar de que habita en él (...) la fuerza
del sentimiento religioso vendría de la tendencia a reproducir en la
vida adulta el papel del padre durante la infancia, como autoridad
poderosa y sabia, que despierta temor e impone normas contrarias a los
deseos del sujeto, que, a su vez, desempeña el papel de protector y
proveedor. En la vida adulta, la figura de Dios sería la idealización
de la autoridad paterna, que ocupa su lugar y cumple funciones
semejantes”[70].
Este
autor nos está hablando explícitamente de la personalidad
sado-masoquista, relacionada directamente con la personalidad
autoritaria, temas a los que luego volveremos porque son
imprescindibles para comprender qué es el estrés en el capitalismo
contemporáneo. Profundizando en esta temática C. Olievenstein ha dicho que:
"Toda
Iglesia, toda irracionalidad organizada a modo de sistema racional,
está basada en la muerte, sublime o terrorífica. Constituye el
instrumento por excelencia para combatir la angustia de la muerte. Para
todos aquellos que no disponen de la fuerza o, simplemente, de las
bases culturales para forjarse una opinión personal a partir de un
debate íntimo, la institución religiosa tiene preparada la respuesta:
cree y te salvarás, o más sutilmente, si no crees, si no obedeces,
entonces estás perdido. Entre
la falta demonizada (tanto más cuanto que es invisible), la condena al
infierno y la redención de los justos, el sistema erige, a partir de
postulados que no pueden verificarse y de los que no podemos garantizar
su existencia, una construcción explicativa de las causas,
perfectamente lógica, que se adueña de quien, obligado a comulgar con
ella, no se atreverá a escapar al castigo; hasta tal punto el delito
reside en una culpabilidad tan semejante a salvajes accesos de angustia
que incluso podrían llegar a confundirse"[71].
Ahora
bien, semejante estructura psíquica y semejante estructura de coerción
y terrorismo ético y simbólico --la Iglesia-- no surgen de la nada, ni
tampoco simplemente de los efectos perversos que en los hombres tienen
los dogmas religiosos y las grandes argucias de la manipulación
inseparables de la propia estética cristiana: “Las iglesias son
para mí refugios del arte. Y en estas visitas me percaté de que toda
esa pompa insufla miedo a los hombres. Todo comienza ya por el mismo
picaporte de la puerta, situado bien alto: de forma totalmente
automática el hombre se aferra a lo de arriba, penetra a través de un
portalón sobredimensional. Resultado: el hombre se siente pequeño. Su
autoestima mengua, se torna humilde”[72].
Todo
esto es cierto, pero su origen hay que buscarlo en antes de las
religiones rebeladas, hay que buscarlo en el impacto de incipiente
economía dineraria y mercantil sobre las religiones entonces
politeístas que, bajo la presión igualadora de la mercancía y del
dinero en cuanto equivalente universal, fueron derivando hacia el
monoteísmo. Podemos recurrir aquí a la crítica marxiana y marxista de la
religión centrada precisamente en su naturaleza de droga, de opio, que
se toma para olvidar y escaparse de un mundo frío, sin corazón,
desalmado, pero es suficientemente conocida y está ya tan confirmada por los acontecimientos que no vamos a aburrir a los asistentes.
Pero
esa humildad ante el poder del que está “arriba” se transforma en
arrogancia hacia el que está “abajo”, sobre todo cuando son las
instituciones establecidas las que instigan reacciones autoritarias
mediante movilizaciones de masas que, fervorosamente, se convierten en
orgullosos martillos de herejes. Ya en 1209 el Papa Inocencio III, con
el apoyo de todos los poderes “terrenales”, lanza la cruzada contra los
albigenses y cátaros exterminando a centenares de miles de personas, y
a partir de ahí se inicia la oleada de represiones como la de herejes y
judíos desde 1215. Al poco tiempo se inicia también la estrategia de
reclusión represiva de las minorías peligrosas cuando Luis VIII decreta
la ley del lazareto en 1226.
Estamos
hablando de comienzos del siglo XIII, cuando el comercio, la mercancía
y el dinero empiezan a expandirse de nuevo por Europa. Un poco más
tarde, en 1377 se crea en Londres el primer local destinado a pacientes
mentales, en el hospital de Bethlehem que dará nombre a la palabra
“manicomio”: “bedlam” [73].
Recordemos que fue en este siglo XIV cuando, precisamente en
Inglaterra, se recupera la vieja palabra griega que se refiere a tensión
y que hoy se conoce como estrés. Realmente, en las condiciones
insoportables de la Europa medieval, la tensión social debía ser muy
alta, sobre todo en aquellos colectivos rechazados y reprimidos por el
sistema dominante.
Lo
que nos interesa ahora, para acabar este apartado, es indicar que esta
mezcla de expansión de la mentalidad mercantil siquiera en sus niveles
iniciales, más la evolución a partir de ahí de una mentalidad básica
especialmente “occidental”, para definirla con los términos actuales,
además de los añadidos de otras condiciones particulares que deben
analizarse en cada caso, todo esto junto, produjo una especial cultura
de la “crueldad civilizada”, de un comportamiento social acorde con la
lógica del beneficio material y simbólico que ha dejado océanos de
dolor e iniquidad en los sucesivos pueblos que han sido avasallados por
Occidente.
Hacemos
hincapié en esta cuestión porque no sólo saca a la luz qué efectos
terribles hemos causado y estamos causando los occidentales sobre la
humanidad en general al imponerles nuestros modos capitalistas de vida,
sino también cual es uno de los componentes más profundos de la
estructura de masas dominante que también nos condiciona a nosotros y,
entre otras muestras, también aparece operativa en el estrés.
No
hemos encontrado otra forma mejor para mostrar lo dicho que mediante
esta cita sobre de los efectos de las invasiones de Alejandro Magno y
las lecciones que se pueden extraer del largo imperialismo europeo y
capitalista posterior. La tarea “civilizadora” de este genocida en
serie era tan atroz que se propagó tan rápidamente su obsesión por la
riqueza y su falta de escrúpulos para obtenerla, aun a costa de decenas
de miles personas civiles asesinadas, que bien pronto las gentes
abandonaban sus casas y ciudades antes de su llegada.
En otros casos: “muchos
residentes preferían saltar de los muros con sus esposas e hijos o
quemar sus propias casas y familias a ser destripados en las calles. El
suicidio en masa es raro entre las poblaciones europeas, pero es más
común entre las víctimas de los ejércitos occidentales. Los pueblos no
europeos, cuando se enfrentan a la desesperanza que supone resistir a
los ejércitos occidentales, sean éstos los Diez Mil de Jenofonte, las
legiones romanas en Tierra Santa o los norteamericanos en Okinawa, con
frecuencia prefieren una muerte voluntaria y en grupo”[74].
Las
atrocidades que cometen en el exterior los ejércitos occidentales sólo
son un reflejo de la realidad de violencia interna existente en el
capitalismo occidental. Los
ejércitos occidentales sólo pueden aplicar una brutalidad tan salvaje
porque antes cada uno de sus soldados y oficiales la ha aprendido desde
la infancia y, luego, durante la instrucción, la ha ordenado
mentalmente y la ha justificado con los valores imperialistas y con las
ganancias que obtiene individual y colectivamente con las masacres que
realiza. La facilidad con la que los ejércitos han bañado en sangre a
sus propios pueblos obedeciendo las órdenes de las clases dominantes
también se debe a la conjunción de esos factores y a las medidas
internas para mantener la fidelidad militar al poder.
Muy
posiblemente, determinado número de soldados sintieran aversión y
rechazo a realizar esas degollinas pero, por lo general, terminaban y
terminan obedeciendo al mando de la misma forma en la que un obrero
permanece fiel al patrón aunque sus compañeros estén de huelga, o en
que un trabajador estresado al límite por la explotación que sufre va a
fichar cada mañana sin ni siquiera plantearse ir al médico. Podríamos
seguir poniendo ejemplos sobre la identidad de fondo entre los
comportamientos moldeados por las grandes fábricas de obediencia y
sumisión: Familia, Iglesia, Educación, Taller, Fábrica, Cuartel... M. Foucault y otros más ya han investigado esta dinámica y no vamos a detenernos en ella.
6. TONTOS, EXTRAÑOS, PELIGROSOS
Sobre
el fondo de dependencia y sumisión, de ansiedades e incertidumbres,
que se ha construido socialmente durante miles de años, y que los
sucesivos modos de producción han ido moldeando y reforzando, sobre
este fondo se levanta no sólo una forma correspondiente en el
capitalismo sino también unos componentes nuevos creados por la
especificidad del modo capitalista: el fetichismo de la mercancía. Al
invertirse la realidad, al convertirse las cosas en personas y los
seres humanos en cosas, ocurre que la definición de “normalidad” pierde
todo referente con lo real y se convierte en un cajón de sastre del
que se puede extraer cualquier definición que el poder necesite en cada
momento[75].
Pero todas estas diferencias tienen un denominador común que no es
otro que el de descalificar a los grupos y colectivos que no funcionen
como mercancías, como cosas.
Dado
que la “normalidad” ha terminado reflejando el fetichismo social, todo
aquél sujeto que no se comporte según las reglas fetichistas
--supremacía absoluta del valor de cambio, de la lógica del beneficio,
de la temporalidad asalariada, etc.,-- queda automáticamente fuera de
la “norma” y se convierte en algo extraño, que es el primer paso para
llegar a ser algo peligroso. Esto es, a grandes rasgos, lo que les
sucedió a los excluidos de la “normalidad” dominante en el capitalismo
anterior al siglo XVIII, campesinos y artesanos desclasados, pobres,
vagabundos, enfermos, deficientes, niños abandonados, etc., que pasaron
“de tontos a extraños”[76].
La
transformación de tontos a extraños respondía a las necesidades del
capitalismo preindustrial, fase en la que todavía la explotación de la
fuerza de trabajo no exigía una total separación entre el trabajo
físico y el intelectual, entre el trabajador y la máquina, entre la
familia trabajadora y el espacio de trabajo, etc.; o sea, no se había
producido la subsunción total del trabajo en el capital. En estas
condiciones, los tontos y esas masas de gentes que no se habían
“adaptado” a las nuevas exigencias, eran una rémora, un obstáculo
pasivo en el peor de los casos, pero nada más porque el capitalismo aún
no exigía la total e incondicional sumisión física del trabajador.
Con
la fase industrial, con la fábrica y con toda la cotidianeidad
psicosomática sometida al capital, los extraños pasan a ser peligrosos
porque son irreductibles a la explotación integral. Naturalmente, en la
historia real, este tránsito de una fase a otra fue largo, con
altibajos y ritmos diferentes según los países, con superposiciones de
características, etc., y con múltiples conexiones con otros problemas
cotidianos de las masas trabajadoras de manera que la propaganda
reaccionaria y conservadora podía mezclar perfectamente toda serie de
situaciones inaceptables para ella presentando un cuadro completo de
los peligros de la subversión social.
También
los hubo que, desde su conservadurismo, pretendieron crear
alternativas de mantenimiento del viejo orden volviendo a valores ya
superados por la industrialización, como es el caso de F. Le Play[77],
y otros muchos que desde lo que ya se empezó a denominar como
“sociología”, comenzaron a proponer diversas alternativas, tema que no
entra en el debate de hoy aunque tiene una ramificación directa ya que
el grueso de los tontos y extraños, que estaban en proceso de ser
declarados seres peligrosos, pertenecían a las masas empobrecidas, esas
que tenían que robar leña en los bosques de los señores para cocinar y
calentarse, como muy bien criticó Marx en sus primeros textos
extendiendo sus análisis a problemas directamente relacionados con
situaciones decisivas para la generación de lo que hoy llamamos estrés
como son el divorcio, la vivienda, los derechos de expresión, además de
otras[78]. Quiere esto decir que se estaba formando lo que se ha llamado “cuestión social” y que ha sido tan bien analizado por R. Castel[79].
Pero
de entre todas las investigaciones que se hicieron en esta época,
destaca con mucho sobre el resto la realizada por Engels en 1845 sobre
la situación de la clase obrera inglesa. Una obra en la que se analizan
todas las características del sistema salarial y fabril que generaban
en la vida cotidiana de las masas, analizada con una minuciosa
precisión, las lacras sociales que motivan lo que ahora llamados
estrés, salvando las distancias con el capitalismo actual. Más aún, en
bastantes cuestiones, Engels sigue superando a mucha de la
charlatanería actual, tanto por el método que emplea como por los
problemas concretas que analiza, sobre todo cuando expone los efectos
destructores[80] que el trabajo causa en los obreros adelantándose en lo esencial noventa años a la descripción que hará Hugo Selve.
Los
textos de Marx y Engels a los que nos hemos referido tienen la virtud
de haber sido escritos en el momento de giro de gozne entre la lucha de
clases que todavía conservaba fuertes reminiscencias artesanales y
preindustriales, como las luchas alrededor de 1830, y las luchas
obreras claramente industriales simbolizadas en la Comuna de París de
1871. Bien es cierto que en 1848 otra oleada revolucionaria sacudió al
capitalismo, pero aún no tenía la contundentes experiencia de la
Comuna, lo que se comprueba comparando el Manifiesto Comunista con las
obras marxistas posteriores a 1871, pese a su innegable unidad
esencial.
7. INDUSTRIA, FAMILIA Y SEXO
Pues
bien, en el tema que tratamos, también la burguesía comprendió el
peligro de 1871 pues, a partir de esta fecha, impulsó decisivamente una
modernización en el sistema de reciclaje permanente de la fuerza de
trabajo --el sistema de salud pública--, superando la fase anterior
caracterizada por la medicina social y la contención del pauperismo,
para avanzar en la especialización médica como sistema de control
social adecuado a la creciente especialización del trabajo y, por
tanto, a la creciente complejidad del movimiento obrero y de sus
luchas, que se sintetizaban luego en una teoría coherente, el
socialismo, con pretensión de responder a todas las demandas obreras y
derrotar a todas las explotaciones burguesas.
Según J. Varela y F. Álvarez-Uría: “No
se debe al azar que el auge de las especialidades médicas coincida con
un importante empuje de la división social del trabajo y con el
nacimiento del taylorismo. En el trasfondo está el miedo a las
organizaciones obreras que, tras la Comuna, constituyen una fuerza
social cada vez más temida y combatida. La política ‘seguridad
social’ iniciada por Bismarck en Alemania y seguida más tarde por
liberales como Lloyd George en Inglaterra y por el Instituto de
Reformas Sociales en España nace precisamente para contener el peligro
que para la burguesía representa el movimiento obrero organizado.
En el interior de esta política de seguridad y paz social la medicina
contribuirá notablemente al esfuerzo de una asistencia individualizada
destinada a fragmentar la cohesión social de las masas socorriendo a
los individuos cuando se ceba sobre ellos la desgracia de la enfermedad”[81]. No
hace falta decir que la individualización de enfermo corresponde a la
visión jerárquica y mecánica de la medicina de aquél tiempo, reflejo
fiel del mecanicismo dominante en toda la estructura científica desde el
siglo XVII.
El
desarrollo del maquinismo industrial fue exigiendo más y más entrega
incondicional de la fuerza de trabajo. R. Porter ha estudiado la crisis
del “yo fuerte” que afectó a la población norteamericana
aproximadamente en el decenio de 1870, especialmente a los hombres, al
no poder responder a las exigencias productivas. Una cultura basada en
el individualismo depredador, en el “individuo solitario que debía hacer frente al mundo”, fracasa cuando se endurecen las exigencias de la producción, de la competitividad burguesa:
“Muchos
norteamericanos, al parecer, no podían soportarlo. Sus nervios no
daban más de sí, padecían lasitud y letargo. Fracasaban. Por supuesto,
entre las mujeres era de esperar que así ocurriera. Las llamadas
“nuevas mujeres” se habían visto tentadas falsamente de tratar de
emular a sus hombres, de triunfar en empresas intelectuales, en el
mundillo literario o en la vida pública, contraviniendo con ello todas
las leyes de la psicobiología. Acababan histéricas. Una vez se les
enseñara a ocupar de nuevo su lugar apropiado en el hogar, se
recuperarían. Lo especialmente preocupante, sin embargo, era el
número de hombres norteamericanos por los cuatro costado que también
parecían rendirse, incapaces de responder a los desafíos del mercado
que deberían haber constituido la causa del éxito de su virilidad”.
G. Bread propuso la palabra “neurastenia” --“una forma elegante de hablar de la debilidad de los nervios”--
que fue luego divulgada por el psiquiatra W. Mitchell. Esta crisis fue
una de las razones que permite a R. Porter afirmar que: “A
partir de las postrimerías del siglo XIX, las enseñanzas de los
psicólogos y los servicios de los psiquiatras han desempeñado un papel
de creciente importancia en la tarea de moldear la mentalidad
norteamericana, en una medida que seguramente no tiene paralelo en
ninguna otra nación”[82].
J.
Kovel precisa incluso los años en los que se inició la psicologización
de esta sociedad: básicamente entre 1905 y 1910, aunque ya hubo
algunos inicios alrededor de 1900. Como efecto de la psicologización y de otros cambios socioeconómicos, en los EEUU surgirá tempranamente la “industria de la salud mental” caracterizada por, uno, “énfasis en el consumo de artículos”; dos, “creciente control técnico de la aportación humana al proceso de producción”; y tres, con el fin de asegurar estas dos estratagemas, “un intento más o menos sistemático de penetrar en la vida cotidiana, incluyendo la subjetividad, y controlarla”[83]. Recordemos estas tres características porque volveremos a ellas más adelante.
Estamos
hablando del país capitalista avanzado que ya en esta época empezaba a
ponerse por delante de Alemania y Gran Bretaña, una economía que exige
la racionalización y tecnificación de todo el proceso productivo: “el
pragmatismo americano arrolla con las viejas formulaciones burguesas
en torno a la libertad, la dignidad, la humanidad y la autonomía. Una
política científica exige una psicología científica que quedará
reducida fundamentalmente a la ingeniería de la conducta: American way
of life”.
No
es por tanto sorprendente que sea aquí en donde confluyan muy
rápidamente las investigaciones psicológicas sobre la personalidad
humana con las necesidades empresariales, dando como resultado el
surgimiento del taylorismo en 1911: “se desarrollarán los
estudios sobre la fatiga, las emociones, la organización de los grupos
de trabajo, la división parcelaria de las tareas, y por supuesto, la
relación entre motivación y rendimiento. Muy pronto crecerán como
hongos Institutos de fisiología del trabajo, de psicotecnia industrial,
de psicología de las profesiones, etc. Los cronómetros y la
standarización ergonómica de tiempos y movimientos coexistirán con las
medidas de la inteligencia y de la personalidad destinadas a una
selección científica del personal”[84].
Aquí
tenemos que volver a lo expuesto en la primera parte del texto cuando
hablábamos de las relaciones entre el estrés, la ansiedad y la
personalidad fóbico-obsesiva. La
reacción burguesa en el sentido de introducir masivamente la
sociología, la psicología y la psiquiatría para salir de la “crisis de
subjetividad” de finales del siglo XIX no actuaba sobre el vacío sino
sobre la compleja interacción que se establece entre la represión de
las pulsiones y el resto del comportamiento. No
es casualidad que G. Jervis plantee esta cuestión inmediatamente
después de hablar de las fobias. Pero antes de seguir conviene precisar
dos cosas para evitar caer en los tópicos simplificadores que tanto
han desprestigiado los estudios sobre estas cuestiones.
Una
de ellas es la del pansexualismo en el sentido más simple y directo de
sexualidad, achacable supuestamente al psicoanálisis, algo que el
propio Freud ya dejó aclarado en su tiempo[85].
La otra es que tampoco el concepto de “represión” puede ser reducido a
algo unívoco, aunque es un concepto clave en la aportación del
psicoanálisis al conocimiento crítico de la sociedad burguesa. Anna
Freud insistió en esta matización: “El hecho de que mecanismos
de defensa tales como el rechazo, la transformación en lo contrario, la
vuelta contra sí mismo, la proyección, la formación reactiva y la
sublimación se desarrollen y se empleen, no disminuye la posición
privilegiada de la represión en la vida psíquica (...) Pese a que otros
mecanismos pueden producir desvíos, cambios de dirección y
transformaciones de los impulsos derivados, sólo la represión consigue
erradicar completamente su aparición en el material consciente”[86].
Desgraciadamente,
no tenemos tiempo en esta ponencia sobre la praxis revolucionaria como
método antiestrés para extendernos en el psicoanálisis que,
significativamente, surgió en esta época de crisis de tránsito de una
fase capitalista a otra y, sobre todo, de crisis de crecimiento de la
praxis revolucionaria marxista. Así que, centrándonos en lo básico del
problema que tocamos, es decir, qué es lo que determina además de otros
factores que la sociedad burguesa genere una estructura psíquica
caracterizada también por la asunción y defensa del orden opresivo.
Una de las mejores respuestas sigue siendo la obra de J-M. Brohm: “Existe
una continuidad represiva de la sociedad, que se perpetúa a sí misma,
entre otras cosas en la represión sexual. Para mantenerla, la sociedad
debe continuar de sus futuros miembros a todas sus “bases culturales”.
La civilización descansa sobre las represiones realizadas por las
generaciones anteriores y sobre toda nueva generación recae la tarea de
mantener esa sociedad, imponiéndose a sí misma las mismas represiones.
Pero como los hombres no aman el trabajo por propia iniciativa, ni
renuncian gustosos a sus propias pulsiones, asume la sociedad un cierto
número de medidas restrictivas y represivas, para lo cual se sirve de
la intermediación de determinados tipos de estructuras, entre otras, la
educación y la familia”[87].
Quiere
esto decir que aunque el individuo puede recurrir a varios mecanismos
inconscientes para lograr no contradecir el orden existente, al final
debe recurrir a la represión, en el sentido freudiano, aun a costa de
un mayor deterioro. La personalidad fóbico-obsesiva es especialmente
dada a esta dinámica destructiva y conforme la realidad le va superando
por las exigencias que impone, por las disciplinas laborales que debe
cumplir a rajatabla y que no dan tiempo a que el fóbico-obsesivo cumpla
con sus ritos y defensas ante lo exterior o que, en contra de su
rechazo a lo nuevo, le obligan a tomar iniciativas que le enfrentan a
la incertidumbre de lo desconocido; en estos y otros casos esta
personalidad debe acelerar la espiral de su ritos por irracionales que
sean para sí mismo y para los demás[88].
Si
nos fijamos con alguna atención en determinados comportamientos de
personas cercanas a nosotros, especialmente en el trabajo, observaremos
qué cantidad de actos pequeños, fugaces y cortos, realizan
repetitivamente cuando están nerviosas e inquietas por alguna razón que
se nos escapa. Nosotros mismos realizados tales ritos sin percatarnos
de su sentido porque están destinados a darnos alguna tranquilidad
inconsciente en una situación que por algún motivo puede reactivarnos
fobias y miedos profundos.
8. AUTORIDAD SADOMASOQUISTA
Pero dado que tales actos no resuelven definitivamente esos problemas, sino que los postergan y agudizan, dado que
por mucho que terminemos recurriendo a la represión inconsciente
siempre va por delante nuestro la exigencia objetiva de las reglas de la
productividad y competitividad capitalista en su fase actual, por esto
mismo, más temprano que tarde se reinicia la espiral de la crisis, en
nuestro caso del estrés. La fase actual del
capitalismo se caracteriza, entre otras cosas, por la casi permanente
innovación tecnocientífica, al menos en las ramas punteras de la
producción. En estos casos, el fóbico-obsesivo sufre más porque teme a
lo nuevo, a la creatividad, al esfuerzo por innovar porque son
proclives a la “falta de decisión, dudas y desconfianzas”[89],
reacciones comunes cuando deben enfrentarse a lo desconocido,
especialmente cuando eso desconocido se insinúa cargado de
incertidumbres y peligros.
Aparece
entonces el profundo autoritarismo de estas personalidades pues,
habiéndoles fallado todos los rituales que debieran haberles protegido,
sólo encuentran el sosiego perdido en la protección de una autoridad,
de un poder. Esta es una de las razones del por qué la burguesía no
tiene apenas remilgos en aceptar cualquier sistema de poder, desde el
fascismo más salvaje hasta la monarquía más primitiva, pasando por la
amplia gama intermedia incluido el parlamentarismo, excepto el
socialismo, con tal de que se le garantice la buena marcha de sus
negocios. Su fobia-obsesiva absoluta es el comunismo y para exorcizarlo
aceptan cualquier sistema político.
Llegados
a este nivel de interrelación entre la estructura psíquica y el
contexto social preñado de contradicciones, hay que recurrir siempre a
la dialéctica del psique y del soma en la historia concreta, en nuestro
el primer tercio del siglo XX: “Psicológicamente es posible
observar aquí, tanto en el caso particular como en los grupos mayores,
que los atentados contra las formas tradicionales de vida --así, por
ejemplo, la gran crisis económica de los años treinta, inesperado
fenómeno concomitante de la industrialización-- movilizan una gran
cantidad de angustia. Los impulsos que ponen en marcha los procesos de
decadencia social son, sobre todo, los impulsos procedentes de
fantasmas de destrucción, angustias de persecución y de daño brotados
de aquellos fantasmas y que, aunque sólo son percibidos de manera vaga,
se vuelven apremiantes”[90]
Que
el capitalismo cambia de fase a fase histórica es algo sabido, pero
también hay que saber que por debajo de estos cambios
histórico-genéticos hay una esencia genético-estructural que le
identifica en cuanto modo de producción específico y a la vez le
diferencia de los restantes. Existe por tanto una dialéctica entre lo
permanente, lo nuevo y lo viejo, que es tanto más importante de ser
estudiada cuando nos enfrentamos a las relaciones de las personalidades
colectivas con los contextos sociales en sus largas duraciones, para
utilizar una expresión de Braudel.
Desde
esta perspectiva metodológica y para seguir profundizando en los
comportamientos humanos en y ante problemas estructurales del
capitalismo, es decir, los que permanecen en lo esencial pese a los
cambios formales, debemos recurrir a A. Fiasche
cuando estudia la psicopatología de la clase media argentina
pauperizada en muy poco tiempo por efecto del neoliberalismo impuesto
primero por el golpe militar y su terror sangriento y después reforzado y
extendido por el nemenismo:
"Es
demasiado obvio que empobrecerse y modificar las costumbres de la vida
cotidiana genera un sentimiento de pérdida de lo que se tuvo y dejó de
tener. Es natural que esta circunstancia se acompañe en la mayoría de
los casos de un cuadro depresivo. Reactivo a los cambios que impone
esta situación, y un sentimiento de rabia o resentimiento, generalmente
hacia el sistema social que lo provoca". Apreciamos aquí una
clara continuidad de fondo entre lo básico de esta cita con la
anterior, más aún cuando el propio A. Fiasche desarrolla los problemas
que surgen en lo que ahora se define como los “nuevos pobres” causados por el deterioro de las “clases medias”, especialmente las “ansiedades depresivas o persecutorias”, retomando las lecciones de Freud y de su hija Anna, y la “angustia persecutoria” [91].
Los actuales “nuevos pobres”
también existieron en fases capitalistas anteriores, y sobre todo en
la crisis de los ’30 con demoledores efectos en la psique de las “clases medias”
--sin entrar ahora a precisar este concepto--, como muy bien estudió
W. Reich en sus investigaciones sobre el fascismo y la pequeña
burguesía alemana en los años ‘30, sobre todo en lo relacionado con el
reforzamiento de una estructura psíquica autoritaria, machista,
racista, militarista e idealista. En estas condiciones, W. Reich se
hizo una pregunta crucial: “lo
que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el
explotado se declare en huelga, si no por qué la mayoría de los
hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la
huelga”[92].
Durante
la crisis de los ’30 del siglo XX y durante la debacle económica
argentina de finales de ese siglo y comienzos del siglo XXI, decenas de
miles de personas sufrieron hambre y fueron echadas de sus trabajo, o
vieron reducirse sus sueldos a una miseria inservible. Bajo esas
presiones se generalizó el estrés social, pero el capitalismo superó la
crisis mediante recursos brutales y sanguinarios, muchos de los cuales
se apoyaban en posiciones autoritaria, o en estas palabras de H. Wiesbrock: “Por
posición autoritaria, entendemos los rasgos o formas de
comportamiento, como espíritu de subordinación, adoración al poder, y
fidelidad frente a jefes y superiores, recelo frente a las
responsabilidades propias, etc. (el “síndrome autoritario”, en el
sentido de la enseñanza de la ‘authoritarian personality’ contiene,
junto a estos rasgos otros (...) como inclinación hacia el prejuicio,
“nacionalismo”, agresividad, etc.”[93].
No
es casualidad que el concepto actual de estrés provenga de las
investigaciones realizadas en 1935 por el Hugo Selve, de origen
austriaco, en sus estudios en la universidad de Praga, cuando observó
que: “todos los enfermos a quienes estudiaba, indistintamente de
la enfermedad propia, presentaban síntomas comunes y generales:
cansancio, perdida del apetito, baja de peso, astenia, etc.”[94].
En
esas fechas las condiciones sociopolíticas de Europa Central era
bastante inquietantes no sólo por la mala situación económica y el
malestar obrero sino también por los negros nubarrones que se cernían
debido al expansionismo nazi, a su agitación en la población alemana en
Checoslovaquia y al movimiento de protesta en la zona eslovaca de este
país, situación particular que debe inscribirse en la Gran Crisis que
se generalizó tras el hundimiento financiero de octubre de 1929 en los
EEUU, que está en la base inmediata de la guerra mundial de 1939-45,
siendo su causa fundamental y de fondo, por un lado, la agudización de
las contradicciones interimperialistas y, por otro, el antagonismo
entre el imperialismo alemán y la URSS.
La
oleada revolucionaria iniciada en 1917 con la revolución bolchevique
forzó como respuesta contraria una serie de contrarrevoluciones
militaristas y nazifascistas que aplicaron sistemas feroces de orden
interno para asegurar el funcionamiento de disciplinas laborales de
explotación de la fuerza de trabajo especialmente duras.
Simultáneamente las luchas de liberación nacional de los pueblos
oprimidos por el imperialismo negaban abiertamente los principios de la
superioridad occidental. En estas condiciones se
desarrollaron varias teorías sobre la personalidad humana, como la
escrita en 1936 por E. Fromm en la que profundizó en el carácter
sado-masoquista:
“El
placer de la obediencia y el sometimiento puede ser consciente o estar
totalmente oculto tras racionalizaciones como el determinismo, la
necesidad o la sensatez; pero lo decisivo del carácter autoritario es
que las situaciones en las que puede obedecer son tan gratificantes
para él, que no procura transformarlas sino reforzarlas cada vez que
las encuentra en la realidad. Dado que el carácter gratificante y
placentero conducta suele ser totalmente inconsciente, con frecuencia
es difícil distinguir entre los casos en los que, efectivamente, hay
rasgos de carácter autoritario-masoquista y aquellos en los cuales se
trata simplemente de un sometimiento impuesto o motivado por razones
prácticas”[95].
Tales
síntomas mostraban la parte más directa y llamativa del problema de
fondo, que sólo puede comprenderse en toda su gravedad contextualizando
la enfermedad no sólo en un tiempo corto sino dentro de las
contradicciones estructurales del capitalismo, en su tiempo largo, ya
que, tarde o temprano: “bajo
determinadas circunstancia se impone una decisión dogmática en lugar de
un juicio especializado y limpio de mácula. En aquellos lugares en los
que la confrontación con la realidad va acompañada de inseguridad o
miedo, nos sentimos inclinados a elevar hasta lo absoluto las escalas
subjetivas, simplificando el mundo a una simple consecuencia de
valores, medidos por esta escala de valor absoluto”[96].
Pensamos
que hay que partir de esta base genérica para evitar no caer en
definiciones cerradas, ya que algunas investigaciones en años
posteriores[97]
han planteado precisiones a algunas tesis sobre la personalidad
autoritaria a raíz de estudios actuales sobre el racismo a finales del
siglo XX, y la atención que hay que prestar a la “ansiedad intergrupal”[98] más que a la hostilidad manifiesta.
Una
de las diferencias más fuertes entre el racismo actual y el de los
años ’30, para aprovechar el tema, es que, de por medio no sólo ocurrió
la guerra mundial de 1939-45 sino, fundamentalmente, una larga fase
capitalista que cambió muchas de las características de este modo de
producción, entre ellas la modalidad taylor-fordista de explotación
laboral y la forma keynesiana de intervención socioeconómica del Estado
capitalista, temas en los que no podemos extendernos ahora sino sólo
en lo relacionado con los problemas que debatimos. Durante
estos años excepcional expansión capitalista de 1945-73, la medicina
ha jugado un papel central en la integración funcional de las
contradicciones sociales mediante la creación de la seguridad social,
asistencia pública, etc., pero a costa de la pérdida del anterior
prestigio social del médico del pueblo, de la mutua, de la familia,
etc.
Precisamente,
la burguesía lanzó la denominada “política neoliberal” --es más
correcto hablar de “contraofensiva capitalista”-- porque, en síntesis,
sus beneficios estaban reduciéndose pese a todos los esfuerzos
anteriores por recuperarlos. Una de las soluciones transitorias que se
experimentaron ha sido así descrita por J. C. Polack:
“Los
recientes progresos de la automatización y la utilización de técnicas
de información, multiplican los trabajos que requieren atención y
control, y por lo tanto, la utilización permanente de los sistemas
perceptivos y las reacciones reflejas, en detrimento de la motricidad,
la decisión y la iniciativa. La fatiga, mucho más rápida e intensa, de
los circuitos neuronales, obliga a un tiempo de recuperación mucho más
frecuente y prolongado; en ciertas fábricas de transistores en Japón,
el trabajo de los verificadores se interrumpe cada hora para dar paso a
sesiones de relajamiento de quince minutos, dirigidos por terapeutas
especializados”[99].
9. CRISIS POSTKEYNESIANA
Fijémonos
en que estas palabras están escritas al comienzo de la década de los
’70 del siglo XX, cuando el problema del estrés empezaba a ser
estudiado, y cuando todavía ni se hablaba de “mobbing” que no es
sino un paso más en el endurecimiento de las disciplinas necesarias
para hacer más productiva la explotación social, y que lleva al estrés a
uno nivel cualitativamente más alto de tensión insoportable. La
medida aplicada en Japón se está extendiendo rápidamente al resto del
capitalismo más desarrollado, manteniéndose y recuperándose empero
otras disciplinas de explotación que incluso habían sido abandonadas.
Los cambios acaecidos en estas cuestiones durante medio siglo han
forzado a las clases dirigentes a adecuar sus sistema de salud en
general, pero básicamente de salud laboral.
J.
C. Solís ya sometió a crítica la mitificación de la salud,
mitificación necesaria para ocultar el significado y objetivo burgueses
de las medidas tomadas, insistiendo en lo relativo del concepto de
salud y en evolución en el último medio siglo de las políticas
sanitarias hasta llegar al concepto de "calidad de vida", que es tan
relativo y parcial como los anteriores, y que está siendo desmontado
por el neoliberalismo[100]. Por su parte, J. Canals y O. Romaní analizaron cómo la contraofensiva capitalista,
con su afán privatizador y de desmantelamiento de los servicios
públicos, está creando la ficción de que las empresas privadas han
recuperado la vieja tradición del "médico-amigo" añadiéndole los mejores adelantos tecnocientíficos[101].
La
mitología sobre el “médico-amigo” proviene de lejos y representa la
imagen del médico, psiquiatra, psicólogo... altruista y desinteresado,
que practica sus conocimientos sin buscar una remuneración excesiva y
siempre dispuesto a ayudar al paciente. Exceptuando casos militantes y
heroicos, como el doctor Betune durante la revolución china al que Mao
dedicó palabras agradecidas, y algunos otros, lo cierto es que estamos
ante un mito muy efectivo para el sistema capitalista, sobre todo en la
actualidad, cuando se multiplican toda serie de dependencias
psicológicas hacia quienes tienen algún poder que pueda ayudarnos en un
mundo cada vez más angustioso, más desconfiado[102] aunque no por razones biológicas y genéticas. El
nuevo brujo aparece como el viejo brujo, como el confesor, como el
médico-amigo, que nos resolverá los problemas, complejos y vacíos con
los ritos de toda la vida más los avances de la “ciencia moderna”.
Y de la misma forma en que se ha hablado de la “sociedad de la desconfianza” U. Beck ha teorizado la existencia de una “sociedad del riesgo” y luego la ha concretado incluso a nivel mundial: “La
sociedad de riesgo significa que el pasado pierde su fuerza
determinante para el presente, y en su lugar hace su entrada el futuro,
es decir, algo no existente, sino construido y ficticio como causa de
la experiencia y el quehacer presentes. Cuando hablamos de riesgos,
discutimos de algo que no está a la vista, pero que puede hacer su
aparición si no se toman ahora mismo cartas en el asunto. (...) Una
sociedad que se ve como sociedad de riesgo está en situación
--católicamente hablando-- del pecador que reconoce sus pecados para al
menos poder filosofar sobre la posibilidad y deseabilidad de una vida
“mejor””[103].
La
desconfianza ante las gentes del entorno, la preocupación por los
riesgos que sabemos o imaginamos están esperándonos al acecho tras
cualquier recoveco de la vida --por ejemplo, el riesgo de los
accidentes laborales y la profunda desconfianza ante la pasividad
consciente de la patronal, de los gobiernos y de los sindicatos
reformistas--, toda esta situación cotidiana que, encima, se nos
presenta magnificada, sobredimensionada y permanentemente en los medios
de comunicación, ayuda objetiva y subjetivamente a que se generen
situaciones de estrés que están más acá y van más allá de tiempo laboral
estrictamente considerado.
Cometemos
un error si separamos artificialmente el tiempo laboral del mal
llamado “tiempo libre” --existe el tiempo de recomposición de la fuerza
de trabajo que en absoluto es “tiempo libre”, además del muy reducido
“tiempo propio o libre”-- de modo que el estrés laboral debe ser visto
como una parte muy importante pero no la única de un proceso estresante
diario que abarca a casi toda nuestra existencia.
Esta
visión del estrés como un proceso que supera al tiempo laboral para
continuar bajo otras formas a lo largo del tiempo diario de las
personas afectadas, es imprescindible para comprender el auténtico
dramatismo con el que viven cada vez más las masas trabajadoras bajo
los efectos desestructurantes de ataque burgués a sus condiciones de
trabajo. La investigadora M.ª
del R. Arregui ha estudiado detenidamente los efectos globales de la
precarización en la vida entera de las clases trabajadoras y muy
especialmente en su capacidad de interpretar la realidad e idear un
proyecto de futuro a medio y largo plazo:
"El
fin del contrato regular es también el del tiempo de la previsibilidad
del trabajo, de destinos certeros y de enraizamientos geográficos que
habilitan compromisos a largo plazo y asunción del riesgo en función de
un porvenir posible. Hoy el destino es de incertidumbre, configurando
un gran interrogante para todos y cada uno de los trabajadores y, el
compromiso en la lucha, una apuesta en el vacío, porque la lucha por el
futuro implica la certidumbre de que el futuro existe. Las nuevas
relaciones laborales han dado surgimiento a un tipo de trabajador
caracterizado por una "mentalidad precarizada". Al estar rota la
posibilidad de vivir una narrativa laboral de largo aliento, porque el
oficio que se ocupa tal vez dure sólo un año, algo menos o un poco más,
por el despido o la búsqueda de una ocupación más ventajosa, el
trabajador reconstruye simbólicamente esquemas de acción fragmentados y
superpuestos, que anulan la posibilidad de una articulación estratégica"[104]
Varias
veces hemos insistido en que el capitalismo tiene una naturaleza
genético-estructural que permanece a pesar de los cambios
histórico-genéticos. La precarización surgió con el capitalismo
incipiente, cuando los aprendices de maestros artesanos tenían serias
dudas sobre sí serían admitidos más tiempo en el taller de sus maestros
o tendrían que buscar otro taller, o cuando los hábiles constructores
de grandes obras y de catedrales deambulaban a la búsqueda de nuevos
contratos, o cuando los terratenientes del capitalismo agrario
contrataban a los peones para incluso una sola jornada de trabajo en la
plaza del pueblo pudiendo dejarlos en la miseria más espantosa si no
rendían lo suficiente, o cuando los primeros obreros iban en fábrica en
fábrica antes de poder organizar una resistencia estable en una
fábrica concreta.
La
reducción de la precariedad ha sido y es una de las prioridades de las
luchas obreras de todos los tiempo, aunque no de los sindicatos
reformistas. Es por esto tanto el estrés unido a ella como sus
efectos sobre la capacidad de elaboración estratégica independiente han
sido y son inherentes a la esencia del capitalismo, dependiendo su
nivel de desarrollo específico de la marcha concreta de las luchas de
clases.
Hay
que recurrir a esta base sociohistórica objetiva para comprender más
en detalle la tragedia que supone la expulsión del trabajo asalariado
para las gentes que sobrevivén sólo gracias a un salario. W. Darakjian ha dicho que: "Sabemos
que el trabajo cumple una función constitutiva determinante en los
procesos de subjetivación e identitarios. Los sentimientos de fracaso de
los proyectos vividos como personales y de inferioridad cuando se
pierde un trabajo (sobre todo en ciertas condiciones, edad, etc.) pueden
conducir a estados de parálisis psíquica, de empobrecimiento mental
progresivo, de incapacidad de imaginar y de inhibición de la creatividad"[105].
Sin
entrar a establecer la diferencia entre drama y tragedia, hay que
decir que la mayoría que sobrevive sólo gracias a su salario vive en el
drama diario de la precariedad y en la posibilidad de que su vida se
desbarate en la tragedia del paro estructural, que abre las puertas al
malvivir de la mendicidad encubierta, de los trabajos alegales e
ilegales en la economía sumergida, etc.
Mas
la precarización de la existencia con sus efectos sobre el estrés y
sobre otras situaciones, no atañe sólo a las clases trabajadoras y, en
general, a las personas que sufren alta incertidumbre por las razones
que fueran, sino también, aunque de otras formas, a quienes teniendo
asegurada relativamente su existencia material al poder disponer de
otros trabajos, sin embargo, por las razones que fueran, su autoestima
corre serio riesgo de hundimiento si se deterioran determinadas
posiciones de poder que ocupan en determinadas estructuras.
Es,
por ejemplo, la precariedad y angustia psicológicas que sufre un
marido cuando su mujer se divorcia por iniciativa propia y en contra de
la voluntad de su marido, o viceversa, pero ahora en contextos mucho
más duros y dramáticos para la mujer por su carencia de medios
salariales. Hablamos de las diferentes precariedades que afectan al amo
y al esclavo, al patrón y al obrero, al marido y a la mujer, al
oficial y al soldado, al cura y a la feligresa, al blanco y al negro,
etc. Aquí, como en todo, la independencia o dependencia económica va
unida a formas diferentes de vivir el estrés y la precariedad, y sobre
todo, salir de ellas en el primer caso o hundirse más aún en el
segundo.
P. Rocchini ha investigado durante varios años una forma concreta de esta cuestión en el Parlamento italiano: "son
muchos los políticos que (...) confunden su propia identidad personal
con la que representan dentro del "régimen", y que cuando comenzó el
hundimiento del mismo, sintieron la incapacidad de encontrar otra nueva
posibilidad de un papel que pudiera igualmente representar una fuente
de gratificaciones como a la que se habían "acostumbrado". La pérdida
del papel positivo puede representar --para personalidades
particularmente frágiles, muy extendida entre nuestra clase dirigente--
una situación de estrés insoportable, ya que es inesperada (después de
tantos años de connivencias que se habían convertido en habituales),
incontrolable (nadie sabe, de momento, a dónde conducirán los actuales
desórdenes) y que va a afectar a un aparato psíquico incapaz, por su
estructura, de producir cualquier mecanismo de defensa válido"[106].
Los
factores que motivan estas situaciones inesperadas e incontrolables
que afectan a las personalidades frágiles e incapaces de producir
defensas válidas, son en la mayoría de los casos desconocidos por
ellas. Peor aún, en la medida en que el
capitalismo completa su mundialización, en la medida en que la ley de
valor opera ya a escala planetaria y la mercancía impone su dictadura
fetichista y alienadora, en esa medida, la existencia cotidiana aparece
como regida por fuerzas incontrolables. Una sensación
similar la padecieron durante bastantes milenios los campesinos que
dependían y dependen del capricho de la climatología, o antes las
sociedades cazadoras y recolectoras que, además de depender de los
mismos caprichos, también estaban sujetas a los cambios en los
movimientos de los animales de los que dependían.
Pero
eran “cadenas naturales” dado que la especie humana no había creado
todavía suficientes fuerzas productivas como para disminuir
significativamente su dependencia objetiva de la naturaleza, de la que
forma parte. Actualmente la
dependencia es cualitativamente peor porque es la dependencia no tanto
de la naturaleza, que también pero a otra escala, como de la estructura
de poder de la clase dominante. Hay hambre, enfermedad y pobreza
porque la burguesía mundial no quiere acabar con la pobreza, la
enfermedad y el hambre, así de claro. Dicho de otro modo:
"La
complejidad de factores que intervienen en la vida de las sociedades
contemporáneas, en ocasiones gestados a gran distancia y producto a su
vez de efectos incontrolados o inconscientes, las virtualidades mágicas
que con frecuencia se proyectan sobre las técnicas y racionalizaciones
impenetrables de los expertos, junto con la levedad de unas relaciones
sociales regidas por un atomismo radical, concurren a crear en los
ciudadanos una sensación de opacidad e impenetrabilidad de las fuerzas
que gobiernan sus vidas. La realidad social adquiere así tintes
fantasmagóricos y alucinatorios que se ven potenciados por estadísticas y
cifras abstractas carentes en sí mismas de sentido. En este marco, la
privacidad se erige en la única fortaleza defensiva frente a un entorno
amenazador regido por una permanente incertidumbre. Cuando impera una
sociabilidad asocial, resultante de esta dinámica social, los hombres y
los pueblos, lejos de decidir su propio destino se ven condenados a
sufrir la historia que otros hacen en su lugar"[107].
10. TÁCTICAS Y TRAMPAS
Los otros, los que hacen la historia en lugar de la inmensa mayoría, tienen muchos recursos para ocultar su poder de decisión e imposición.
Obviamente, no podemos hacer aquí siquiera una síntesis de todos ellos
pero en el tema que nos concierne sí podemos decir, como mínimo
imprescindible, dos cosas básicas. Una, que al
final el problema del estrés se reduce a la incapacidad del ser humano
que lo sufre para reapropiarse de sí mismo y de sus capacidades para
en base a ello decidir qué debe y quiere hacer, por qué y cómo, siempre
dentro de una colectividad que lo engloba y determina, es decir, el
problema de la propiedad de las fuerzas productivas, sabiendo que el
ser humano es la primera y principal fuerza productiva. Otra y dependiente de la anterior, que esa
incapacidad no es fortuita sino que responde a mecánicas de
explotación y de mantenimiento de esa explotación mediante tácticas
efectivas, varias de las cuales vamos a exponer aquí.
La
primera táctica no es otra que la misma capacidad de absorción normal,
de integración, que tienen las instituciones del academicismo burgués
para controlar y reproducir las ideas que le interesan, y, a la vez,
para marginar y reprimir las que le son contrarias.
Concretamente, la capacidad de absorción del sistema universitario
español cuando el objeto del pensamiento supuestamente crítico se
difumina en abstracciones lacanianas sobre el amor y el deseo, sobre el
capitalismo como "civilización del odio", esta capacidad de absorción
es tan grande que incluso hasta un "Fiscal anticorrupción de España" tiene cabida en un texto colectivo sobre "amor y deseo en la civilización del odio"[108]
Experiencias
de estas hay múltiples, pero la que acabamos de citar es muy
significativa porque, desde la perspectiva de este texto, si algo
caracteriza a cualquier fiscalía de un Estado burgués no es otra cosa
que la legitimación y ordenación represiva del odio, sobre todo en
un Estado como el español sustentado en la explotación de clase, en la
opresión de naciones, en el imperialismo capitalista aunque sea de
segunda categoría y en el sistema patriarcal aunque se piense retocar
el orden constitucional para permitir que una mujer sea reina.
La
segunda táctica proviene de la propia institución médica que excluye
las alternativas anticapitalistas mediante tres mecanismos sintetizados
de esta forma por R. Huertas: uno, "mecanismos estructurales
(...) aquellas medidas de política sanitaria --o su ausencia
premeditada-- que impiden el desarrollo de un sistema sanitario público
y equitativo, al servicio de la mayoría"; otro, "mecanismos
represivos (...) Los mecanismos de represión directa, bien por medio de
la fuerza, bien anulando ayudas económicas o prohibiendo programas o
iniciativas susceptibles de chocar con cualquiera de las parcelas de
poder cobijadas bajo el Estado capitalista, han tenido su aplicación
directa, en el sector Salud, en el intento de cercenar cualquier
experiencia participativa"; y, por último "mecanismos
ideológicos: individualización de los problemas de salud/negación de
las causas sociales de la enfermedad (...) que facilite la
desmovilización ciudadana necesaria para impedir la participación
--entendida ésta como actividad crítica y emancipadora--, pero también
que ignore y que hurte del debate los planteamientos que cuestionan en
sistema social hegemónico"[109].
Como
vemos, a diferencia de la primera táctica, que surge del poder de
absorción, disciplinamiento y coerción inherente a la institución
universitaria, esta segunda corresponde a un poder decisivo del orden
capitalismo como es el poder médico en cuanto tal, sea “privado” o
público. Hemos entrecomillado lo de “privado” porque en la realidad las
empresas capitalistas que están debajo de las clínicas privadas
mantienen muy buenas relaciones con el Estado y con el ministerio que
controla la salud pública. Pero la interacción de ambas tácticas, más
las intervenciones de la industria de la salud, nos lleva a la tercera
táctica, a los congresos como momentos de orden y autoridad. En palabras de Angel Fiasche sobre el papel, objetivos y funcionamiento de los congresos médico-psiquiátricos:
"En
su organización los intereses profesionales se combinan con otros de
orden económico personal, y esto se da en las personas que detentan el
poder en la institución: arreglos con las agencias de viajes, con las
cadenas de hostelería, etc. La organización de los congresos responde a
intereses ideológicos: qué país va a tener el liderazgo, qué corriente
va a predominar, etc., sin olvidar los beneficios económicos
personales que se mueven detrás de todo esto. Cada congreso genera
nuevos "líderes", incluidos en ese poder institucional. Entran los que
están de acuerdo con las estructuras de poder. Incluso la selección de
los trabajos que se leen, su aceptación o rechazo, giran alrededor de
ese tipo de poder. Los congresos sirven, además, para las personas que
están en el sistema de poder intercambien invitaciones con colegas de
otros países --más por motivo turístico que por esmero científico-- con
todos los gastos pagados, honorarios por conferencias, etc. Además, la
industria farmacéutica viene contribuyendo a sostener esa situación.
Es muy raro que el instrumento asistencial se beneficie con este tipo
de congresos"[110].
Las
tres tácticas citadas se refuerzan con otras más específicas de la
industria médica, aplicadas impunemente con sus recursos de todo tipo,
incluidos los de sus medios de prensa y debate tecnocientífico. Ese
poder les ha permitido, por ejemplo, manipular la opinión de los
compradores de recetas mediante la propaganda, induciéndoles a que
compren tal o cual producto que sin embargo tiene las mismas
propiedades que otro más barato[111].
Ha permitido a la industria médica privada comprar ilegalmente el
trabajo de científicos estatales, aprovechándose de sus investigaciones
pagadas por los presupuestos públicos[112]. Ha permitido seguir poseyendo las patentes médicas en régimen de propiedad privada cuando la humanidad sufre enfermedades[113].
Estos
poderes sólo son contrarrestados gracias a grandes movilizaciones de
masas, o a decisiones progresistas de determinados Estados como fue el
caso de India, Sudáfrica y Brasil para producir un genérico contra el
VIH, o la reciente decisión hindú para producir un genérico contra el
virus de la gripe aviar, o la práctica de Cuba durante tantos años.
Otras
veces han sido movilizaciones democráticas amplias las que han forzado
a retirar oficialmente determinadas definiciones “científicas” como
fue el caso de la conservadora Asociación Psiquiátrica Norteamericana
que en diciembre de 1973 tuvo que reconocer que la homosexualidad no
era una “enfermedad psiquiátrica”[114].
Pero este avance logrado gracias a las movilizaciones todavía está muy
lejos de haber iluminado las oscuridades del dogmatismo cristiano y
del miedo a la libertad y a los derechos personales, como se comprueba
en la reacción autoritaria de la derecha y de la Iglesia española
contra el matrimonio entre personas del mismo sexo y su capacidad de
adoptar y educar niños y niñas.
Aún
y todo así, la fuerza del autoritarismo y del conservadurismo es
patente en estos campos del pensamiento, como se comprueba leyendo a F.
Munné cuando sostiene que la rebeldía, el inconformismo, la
marginación social, etc., pertenecen a lo que él denomina “la conducta desviada”[115].
También cuando se lee a J. Bachs sostener que la psicología sirve para
mejorar las relaciones del ser humano con dios, con la religión, para
demostrar cómo existen prácticas que lo acercan a dios --la naturaleza,
la meditación, etc.-- mientras que hay otras que le distancian de
dios, como el trabajo y el deporte[116].
No
se piense que estos son casos excepcionales, abundan, y lo que es
peor, muchos profesores que piensan lo contrario no se atreven a
contradecirles, a establecer un debate sistemático. De este modo, la
derecha más reaccionaria puede lanzar una ofensiva general contra
derechos básicos que afectan a la felicidad de millones de personas, a
sus formas de vida, aumentando sus angustias, miedos y temores.
Mientras
se libra esta contrarreforma y dándole vuelta a la vida cotidiana como
si fuera un calcetín podrido y pestilente, muchas de esas mismas
personas no tienen otra alternativa que lanzarse desesperadamente al
consumismo como momento de felicidad y olvido. E. Fromm ya
estudió a comienzos de los ’80 este proceso en los EEUU, un país que
guía al resto de las clases burguesas del planeta:
“El
hombre se ha transformado en homo consumens. Es individuo voraz y
pasivo, y trata de comprender su vacío interior mediante un consumo
permanente y cada día mayor (se conocen numerosos ejemplos clínicos de
este mecanismo, representados por casos de ingestión excesiva de
alimentos, compras desorbitadas, consumo excesivo de bebidas, como
reacción frente a la depresión y la ansiedad); el hombre consume
cigarrillos, licores, sexo, películas, viajes, así como educación,
libros, conferencias y arte. Parece activo, “emocionado”, y sin embargo
en su ser más profundo es una persona ansiosa, solitaria, deprimida y
hastiada (podría definirse en hastío diciendo que es ese tipo de
depresión crónica que puede ser compensado eficazmente por el consumo”[117].
Más recientemente, en el Estado español se han realizado estudios sobre el consumismo en mujeres y hombres, demostrando que el “estrés psico-social” estaba de manera moderada a grave por debajo de la compulsión consumista: “Las
compras se seguían de frecuentes problemas familiares, de graves
dificultades de convivencia, e incluso de rupturas, como consecuencia de
los gastos desproporcionados, las discusiones, los engaños, los
sentimientos de culpa, de vacío o inadecuación de las afectadas y, en
menor grado, de interferencia laboral o escolar significativas. En todas
el dispendio económico superaba sus posibilidades personales, y en más
de la mitad hubo repercusiones significativas para la economía
familiar”[118].
Está
claro que el estrés psico-social que afecta a las mujeres surge más,
en el tema que ahora tratamos y en otros muchos también, de las
condiciones de explotación en la llamada “vida privada” en el hogar, y
que frente a semejante situación sólo les queda, además del alcoholismo
privado, tal vez la ludopatía y algunas otras “soluciones”, sólo les
queda independizarse económicamente para independizarse personalmente.
Sin embargo, el poder patriarcal insiste en darles otra solución. Un
ejemplo:
“10
buenos trucos para desacelerar: 1 Estimula tus sentidos. 2 Libera tus
emociones. 3 Cuida tu cuerpo. 4 Rompe el ritmo. 5 Frena los gastos. 6
Elige lo importante. 7 Mastica correctamente. 8 Olvídate del tiempo. 9
Tómate el tiempo para el amor, y 10 Resístete al divorcio”[119].
Estamos ante una mezcla de recomendaciones típicas del saber asiático
contemplativo como control individualista del tiempo, sensibilización
corporal y emotiva, salivación y ceremonia en la comida, etc., con otras
típicamente occidentales en su sentido burgués como ahorro,
racionaliza lo importante en el trabajo para aumentar tu productividad y
éxito laboral, todo ello, desde luego, bajo el mandado de resistirse
al divorcio, a la ruptura de la institución sobre la que se levanta el
patriarcado.
Cambiando
de forma debido a que el estrés que afecta a los hombres es algo
diferente, a estos se le ofrecen soluciones parecidas que coinciden en
el fondo por su individualismo estricto. Incluso se les está impulsando
a algunos a que potencien su “lado femenino”, más receptivo y
paciente, más intuitivo, en vez que el excesivamente racional y
competitivo del hombre, según dicen. Por lo general, al hombre se le
ofrecen los deportes, los hobbies, los juegos, etc., soluciones que alguien denominó correctamente como “la pequeña libertad”[120].
Sin
negar los aspectos positivos de algunas de esas alternativas, como la
meditación y el relax, etc., empero la lucha contra el estrés y otras
dolencias psíquicas requiere de la gran libertad, de la praxis como
autoactividad de reapropiación de uno mismo dentro de su entorno
colectivo. Y requiere de lo que Marx dejó escrito: “Exigimos
de la crítica sobre todo que se comporte de manera crítica respecto de
sí misma y que no pase por alto las dificultades de su objeto”
[1] Diccionario Enciclopédico Abreviado Espasa-Calpe. Séptima Edición. Tomo III. Madrid 1957.
[2] Ops. Cit. Tomo VII. Pág.: 376.
[3] Nuevo Diccionario Enciclopédico Universal. Club Internacional del Libro. Madrid 1984. Tomo 18.
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[7] Ops. Cit. Tomo 19. Pág.: 14.601.
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[21] R. Labat: “Mesopotamia”. En “Historia General de las Ciencias”. Orbis, Barcelona 1988. Tomo 1. Pág.: 105
[22] R. Labat: “Mesopotamia”. Ops. Cit. Pág.: 117.
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[84] Julia Valera-Fernando Álvarez-Uría: “Las redes de la psicología”. Ops. Cit. Págs.: 87-88.
[85]
Sigmund Freud: “Prólogo de la cuarta edición de Tres ensayos para una
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Barcelona 1983. Pág.: 347
[86] Anne Freud: “Introducción al concepto de represión”. En “Los textos fundamentales del psicoanálisis”. Ops. Cit. Pág.: 643.
[87]
Jean-Marie Brohm: “Psicoanálisis y revolución”. En “Marxismo,
Psicoanálisis y Sex-Pol”. Gránica Editor. Argentina 1973. Tomo 2. Pág.:
206.
[88] Giovanni Jervis: “Manual crítico de antipsiquiatría”. Ops. Cit. Págs.: 325-326.
[89] Alberto Tallaferro: “Curso básico de psicoanálisis”. Ops. Cit. Págs.: 236-237.
[90]
Alexander y Margarete Mitscherlich: “Fundamentos del comportamiento
colectivo”. Alianza Universitaria. Madrid 1973. Págs.: 285-286
[91] Angel Fiasche: "Hacia una psicopatología de la pobreza". Ops. Cit. Pág.: 264-269.
[92] W. Reich: “Psicología de masas del fascismo”. Edit. Ayuso Madrid 1972. Pág.: 32.
[93]
Heinz Wiesbrock: “¿Se siente el carácter alemán especialmente
inclinado hacia el autoritarismo y el nacionalismo?”. En: “Psicología
política”. AA.VV. Barral Editores. Barcelona 1971. Pág.: 251.
[94] Alonso Gaeta Reynaldo: “El estrés...”. Ops. Cit.
[95] Erich Fromm: “Autoridad y familia”. En “Marxismo, Psicoanálisis y SexPol”. Ops. Cit. Tomo 1. Documentos. Pág.: 225.
[96]
Klaus Eyferth: “Aspectos tipológicos de la personalidad autoritaria”.
En “Psicología polítca”. AA.VV. Barral Editores. Barcelona 1971 Pág.:
215.
[97] Rupert Brown: “Prejuicio. Su psicología social”. Alianza Editorial. Madrid 1998. Págs.: 38-50.
[98] Rupert Brown: “Prejuicio. Su psicología social”. Pág.: 254.
[99] Jean Claude Polack: “La medicina del capital”. Edit. Fundamentos. Madrid 1974. Pág.: 56.
[100] Juan Carlos Solis: "Curar la salud". Archipiélago. Barcelona nº 25 1996, Págs.: 33-38.
[101]
Josep Canals y Oriol Romaní: "Médicos, medicina y medicinas: del
sacerdocio al marketing". Archipiélago. Barcelona nº 25 1996 Pág.: 60.
[102] Irenäus Eibl-Eibesfeldt: “La sociedad de la desconfianza”. Herder. Barcelona 1996.
[103] Ulrich Beck: “¿Qué es la globalización?”. Paidós. Barcelona 1998. Pág.: 143-144.
[104]
María del Rosario Arregui López: "Crisis de la modernidad y culturas
laborales". En "Salud mental y derechos humanos". En "Salud mental y
derechos humanos". Ediciones Madres de Plaza de Mayo. Buenos Aires 2004.
Pág.: 291.
[105]
Wilson Darakjian Fajardo: ""Que no haya soledad..." Acerca de la
crisis y la función de los vínculos en la construcción de lo nuevo". En
"Salud mental y derechos humanos". Ops. Cit. Pág.: 274.
[106] Piero Rocchini: "La neurosis del poder". Alianza Editorial. Madrid 1993. Pág.: 100.
[107] Julia Varela y fernando Álvarez-Uría: "Sujetos frágiles". FCE. Madrid 1989. Pág,: 159
[108]
Carlos Castresana: "Aspectos jurídicos y culturales del odio". En
"Lacan: amor y deseo en la civilización del odio". AA.VV. Universidad de
Granada, 2004. Pág.: 199-220.
[109] Rafael Huertas: "Neoliberalismo y políticas de salud". El Viejo Topo. Barcelona 1999. Págs.: 92-100.
[110] Angel Fiasche; "Hacia una psicopatología de la pobreza". Ops. Cit. Pág.: 208.
[111] Véase El País del 10 de mayo de 2005.
[112] Véase El País del 18 de julio de 2005.
[113] Líela Ramírez: “Farmacéuticas. Régimen de patentes poco ético: con licencia de hurto”. En www.rebelion.org de 20 de octubre de 2005.
[114] Peter Conrad: “Sobre la medicalización de la anormalidad y el control social”. En “Psiquiatría crítica”. Ops. Cit. Pág.: 153.
[115] Frederic Munné: “Psicología social”. Ceac. Barcelona 1986 Págs.: 77-90.
[116] Jordi Bachs: “Psicología diferencial”. Ceac. Batcelona 1983. Págs.: 157-172.
[117] Erich Fromm: “Sobre la desobediencia, y otros ensayos”. Paidós. Barcelona 1984. Págs.: 135-136.
[118] Jesús J. de la Gándara: “Comprar por Comprar”. Cauce Editorial. Madrid 1996. Págs.: 112-113.
[119] Véase: “Mujeres Hoy”. N.º 340 segunda quincena de octubre de 2005.
[120] Gianni Toti: “Tiempo libre y explotación capitalista”. Cultura Popular. México 1975 Págs.: 241-254.
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