“…el problema de una revolución no es destruir al capitalismo sino dejar de producirlo” John Holloway
Por: Víctor M. Toledo
Desde las movilizaciones anti-sistémicas realizadas en la última década mediante la participación coordinada de cientos de miles de ciudadanos organizados en pequeños grupos, hasta las recientes protestas de un millón de adolescentes chilenos y la insurgencia civil en Hungría, el mundo ha sido testigo de la irrupción inesperada de movimientos ciudadanos en Venezuela, España, Francia, Argentina, Ecuador, Estados Unidos, Bolivia y México.
Tres fenómenos operan como puntos de referencia para contextualizar esos acontecimientos: (a) El deterioro y descrédito evidentes de la clase política en la mayor parte de los países (Estados y partidos), la cual ha quedado ampliamente rebasada, independientemente de su orientación ideológica, por la complejidad y la velocidad de los procesos contemporáneos (ecológicos, económicos, tecnológicos, informáticos, y culturales). (b) La creciente sujeción de esa clase política, socialmente ineficaz y corrupta, por parte de los principales enclaves económicos del mundo contemporáneo (corporaciones, bancos internacionales, empresas) es decir por el capital en su fase corporativa y global. Y (c) la posibilidad, cada vez más apuntalada por la investigación científica, de un colapso ecológico de escala global, que por primera vez en la historia pone en duda la supervivencia de la especie humana, es decir plantea la idea de que el Homo sapiens es una especie mortal.
Esta supeditación del poder político al poder económico, es decir de la política al capital, ha ocurrido a tal grado que en muchos casos es ya imposible separar los intereses mercantiles de los de la esfera pública: los empresarios se han convertido en políticos (Berlusconi, Fox, Bush) y los políticos se han convertido en empresarios. El resultado ha sido un hecho también inédito: el capitalismo ha alcanzado en estos tiempos su pináculo. Durante 2006, el proceso de acumulación de capital alcanzó sus máximos históricos. Por ejemplo, los 30 corporativos que componen el llamado Indice Dow Jones obtuvieron durante 2006 un volumen de ventas 10.3% mayor que en 2005 y un beneficio neto 16.5% mayor, equivalente a 252,000 millones de dólares, la mayor ganancia en toda la historia de éste índice desde su fundación en 1896! Destacan dentro de ésta bacanal de ganancias la petrolera Exxon, que alcanzó las mayores utilidades anuales logradas por una compañía estadunidense en toda la historia del capitalismo, y los éxitos monetarios de los corporativos General Motors, General Electric, Alcoa y Dupont.
Frente al panorama anterior, ¿es realmente posible cambiar, profunda y radicalmente, a la sociedad por medio de la resistencia civil y la movilización ciudadana? Una respuesta positiva puede ser alimentada por las variadas experiencias recientes, las nuevas modalidades en la transmisión de la información y el conocimiento, las “rebeliones culturales y ecológicas”, el papel de una ciencia y tecnología liberadoras y, especialmente la construcción del poder social en territorios y regiones concretos.
¿TOMAR EL PODER (POLITICO) O CONSTRUIR EL PODER (SOCIAL)?
Este dilema político fundamental, aplicado a la realidad mexicana, donde las fuerzas de la izquierda buscan llevar a la práctica una transformación profunda de la sociedad mediante la implantación de un proyecto de nación alternativo al neo-liberalismo, supone distinguir con claridad entre apostarle a la búsqueda del poder por la vía electoral o mediante la protesta, resistencia y desobediencia civiles.
En realidad se trata de un falso dilema, no obstante que el aceptar este par de opciones supone reconocer con nitidez dos categorías bien delimitadas y hasta contradictorias de la acción, pues en la práctica es posible combinar ambas vías. Veamos sin embargo lo que significa para el sector político y para el sector social buscar los cambios por la vía electoral.
Desde la perspectiva de la clase política, la construcción del poder social se hace útil como una acción complementaria al fin supremo de alcanzar el poder por la vía electoral, y de preservarlo y acrecentarlo. En cambio desde la óptica civil o ciudadana, se toma el poder político para construir el poder social. Dicho de otra forma, desde la perspectiva ciudadana tomar el poder político por la vía electoral no es un fin sino un medio. Hemos pues revelado dos sectores distintos que si bien pueden sumar fuerzas, combinar acciones y establecer alianzas temporales, cada uno persigue objetivos distintos.
Los sucesos de los últimos tiempos han develado, además, que estos dos modos de orquestar la acción utilizan a su vez dos formas de organización harto distintas. Las fuerzas anti-sistémicas cuando se ponen como objetivo la toma del poder político lo hacen por medio de partidos que son organizaciones o modelos verticales, jerárquicos y centralizados, lo cual los hace rígidos ante los cambios del entorno. Por el contrario, los movimientos sociales utilizan organizaciones o modelos basados en redes sociales poco jerarquizadas, con transmisión horizontal de información, conocimientos y experiencia, y altamente flexibles ante la cambiante dinámica de la realidad.
Como lo señala muy acertadamente Zibechi (2006) los medios no son neutros ni en el conocimiento, ni en la tecnología ni en la política, y una revisión de la eficacia de estos dos modelos durante los acontecimientos recientes en Latinoamérica dejan al descubierto la superioridad de las organizaciones sociales por sobre los partidos políticos. Ahí están para demostrarlo los sucesivos levantamientos en Ecuador (1990-2000), las insurrecciones bolivianas (desde Cochabamba en 2003), la resistencia de los piqueteros y las asambleas barriales en Argentina, el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil, y otros (Zibechi, 2006).
¿CÓMO SE CONSTRUYE EL PODER SOCIAL?
La movilización de las ciudadanías y sus organizaciones (asambleas de barrios, comunidades, cooperativas, grupos gremiales, organismos de gestión, etc.) alcanza su forma de poder social, cuando se salta de la protesta o la mera resistencia al control efectivo de espacios: barrios de ciudades, comunidades, municipios, cuencas, regiones. Cinco criterios permiten visualizar una plataforma mínima para la construcción del poder civil o ciudadano:
(I) El poder social se construye no en abstracto sino en los espacios concretos de los territorios; es decir se realiza una práctica política territorializada, no meramente discursiva.
(II) El poder lo construyen los conglomerados sociales (no partidos políticos ni gobiernos, ni empresas o corporaciones) en iniciativas, proyectos o movimientos de carácter multi-sectorial, es decir por núcleos organizados y conformados por diferentes actores o agentes sociales, ensamblados mediante el consenso (democracia participativa), y en los que participan tanto los actores locales (habitantes o usuarios de un cierto territorio) como aquellos que sin pertenecer al territorio se encuentran articulados a aquellos a través de los flujos de información, monetarios, asistenciales, educativos y tecnológicos.
(III) El poder se construye para favorecer, mantener y acrecentar el control social de los habitantes o usuarios locales o territoriales de una cierta región sobre los procesos naturales y sociales que les afectan, única manera de garantizar la calidad de vida y el bienestar de las ciudadanías locales y regionales.
(IV) El poder social se construye en lo concreto de manera incluyente, mediante la orquestación de habilidades, conocimientos y roles, más allá de las particulares creencias, ideologías, historias y ocupaciones de los participantes, y a través de la discusión, la auto-crítica, la disolución de las diferencias y la complementariedad de visiones y puntos de vista.
(V) El poder social requiere, además, de conocimientos acerca de la realidad social y natural del territorio. Por ello resulta de gran significado la participación de científicos y técnicos con conciencia ecológica y social, capaces de aplicar conocimientos pertinentes Ello supone el involucramiento de universidades, tecnológicos y otros centros académicos que se vuelcan a apoyar el proceso de empoderamiento civil, dotados de nuevos enfoques, métodos e instrumentos; es decir de una ciencia y tecnología descolonizada y desenajenada.
La construcción del poder mediante las premisas anteriores busca entonces el empoderamiento social (de los individuos y sus familias, las comunidades, las regiones, etc.), frente a y por encima de los otros dos poderes que hoy dominan a la sociedad: el del estado (poder político) y el del mercado (poder económico). En su desarrollo y expansión, el poder social va imponiendo de manera creciente por cada territorio, pautas o modalidades de organización social autogestiva, que al sumarse y unificarse van creando “zonas de resistencia” que enfrentan cada vez con más fuerza a los otros dos poderes (político y económico), gestando de paso nuevas sinergias que se orientan hacia la transformación gradual de la sociedad y que, en ocasiones, terminan por desplazar súbitamente al poder político.
Lo anterior supone la creación de “zonas liberadas”, de regiones o territorios autónomos donde la organización social logra el control del espacio, los recursos naturales, el abasto, las transacciones económicas, la información, la educación y la cultura. En México, como lo he señalado en otras publicaciones (Toledo, 2001; 2006), disponemos de un repertorio de experiencias por buena parte del país, desde las comunidades y cooperativas productoras de alimentos orgánicos, las organizaciones forestales, las comunidades erigidas en defensa del agua, etc. hasta los caracoles zapatistas (véase también Zermeño, 2004). Estas experiencias han logrado la creación de regiones con una cierta autonomía: en Oaxaca, donde la mayoría de los municipios se encuentran controlados por el poder social comunitario y donde existen 600 experiencias de sustentabilidad; y en Chiapas donde las 7 regiones zapatistas se extienden por casi la mitad del territorio de la entidad.
REFERENCIAS
Toledo, V.M. 2001. La Paz en Chiapas: ecología, luchas indígenas y modernidad alternativa. UNAM y Ediciones Quinto Sol.
Toledo, V.M. 2006. El dilema del Zapatismo: ¿izquierdismo o sustentabilidad?. Memoria 207:
Zermeño, S. 2004. La Desmodernidad Mexicana. Editorial Océano.
Zibechi, R. 2006. Espacios, territorios y regiones: la creatividad social de los nuevos movimientos sociales. Contrahistorias 5: 39-60.