viernes, 24 de enero de 2014

La guerra secreta de EEUU en 134 países - El incremento de las operaciones especiales


TomDispatch.com


Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández



Actúan en el resplandor verde de la visión nocturna en el Suroeste Asiático y acechan por las junglas de Suramérica. Arrebatan hombres de sus hogares en el Magreb y disparan contra militantes fuertemente armados en el Cuerno de África. Sienten la espuma salada cuando vuelan al ras de las olas desde el turquesa del Caribe al azul intenso del Pacífico. Llevan a cabo misiones en medio del calor agobiante de los desiertos de Oriente Medio y en la congelada Escandinavia. La administración Obama está emprendiendo una guerra secreta por todo el planeta cuya magnitud total no se había revelado nunca del todo, hasta ahora. A partir del 11 de septiembre de 2001, las fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU han ido creciendo de forma inimaginable tanto en efectivos como en presupuesto. Más revelador ha sido, sin embargo, el aumento en los despliegues de operaciones especiales a nivel global. Esa presencia –en estos momentos en casi el 70% de las naciones del mundo- proporciona nuevas pruebas del tamaño y alcance de una guerra secreta que se está librando desde Latinoamérica a las tierras más remotas de Afganistán, desde las misiones de entrenamiento con sus aliados africanos a las operaciones de espionaje lanzadas en el ciberespacio.
Según consta, en los últimos días de la presidencia Bush, las fuerzas de Operaciones Especiales se desplegaron en 60 países por todo el mundo. En 2010, ese número había aumentado a 75, según Karen DeYoung y Greg Jaffe del Washington Post. En 2011, el portavoz del Mando de Operaciones Especiales (SOCOM, por sus siglas en inglés), el coronel Tim Nye le dijo a TomDispatch que la cifra total llegaría a 120. En la actualidad, esa cifra es aún más alta.
En 2013, las fuerzas de elite de EEUU se desplegaron en 134 países del planeta, según el comandante Matthew Robert Bockholt, de Asuntos Públicos del SOCOM. Este aumento del 123% durante los años de Obama demuestra cómo, además de las guerras convencionales y de la campaña con aviones no tripulados de la CIA, la diplomacia pública y el extenso espionaje electrónico, EEUU se han involucrado en otra importante y creciente forma de proyección de poder más allá de sus fronteras. En gran medida llevada a cabo en la sombra por las tropas de élite de EEUU, la inmensa mayoría de estas misiones tienen lugar lejos de miradas indiscretas, del escrutinio de los medios o de cualquier tipo de supervisión externa, aumentando las posibilidades de represalias imprevistas y consecuencias catastróficas.
 
Industria en crecimiento
Establecido formalmente en 1987, el Mando de Operaciones Especiales ha crecido velozmente en la etapa posterior al 11/S. Se ha informado que el SOCOM va camino de alcanzar los 72.000 efectivos en 2014, de 33.000 que eran en 2001. La financiación para el mundo ha saltado también de forma exponencial a medida que el presupuesto de referencia para 2001, 2.300 millones de dólares, alcanzó los 6.900 millones en 2013 (10.400 millones de dólares, si se añade la financiación suplementaria). Los despliegues de efectivos en el extranjero se han disparado asimismo, de 4.900 hombres por año en 2001 a 11.500 en 2013.
Una reciente investigación de TomDispatch, consultando documentos del gobierno en código abierto y comunicados de prensa, así como informaciones de prensa, encontró pruebas de que las fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU se habían desplegado o se habían implicado con ejércitos de 106 naciones de todo el mundo en 2012-2013. Sin embargo, a lo largo de más de un mes que duró la preparación de ese artículo, el SOCOM no facilitó estadísticas exactas sobre el número total de países en los que se habían desplegado efectivos especiales: Boinas Verdes y Rangers, SEAL de la Marina y comandos de la Fuerza Delta. “No las tenemos a mano”, explicó Bockholt del SOCOM en una entrevista telefónica cuando el artículo estaba casi listo. “Tenemos que ponernos a buscar entre muchas cosas. Y lleva mucho tiempo hacer eso”. Horas después, justo antes de la publicación, respondió a una pregunta que se le había hecho en noviembre del año pasado. “Las Fuerzas de Operaciones Especiales se desplegaron por 134 países” durante el año fiscal de 2013, explicaba Bockholt en un email.
 
Operaciones Especiales globalizadas
El pasado año, el jefe del Mando de Operaciones Especiales, el Almirante William McRaven explicaba su visión respecto a la globalización de las operaciones especiales. En una declaración ante el Comité de Servicios Armados del Congreso, dijo:
USSOCOM está mejorando su red global de Fuerzas de Operaciones Especiales a fin de apoyar nuestras relaciones interinstitucionales y socios internacionales para poder disponer de conocimientos situacionales ampliados de amenazas y oportunidades emergentes. La red posibilita una presencia pequeña y persistente en lugares cruciales y facilita las posibilidades de actuación donde sea necesario o conveniente…”
Aunque esa “presencia” pueda ser pequeña, el alcance e influencia de esas fuerzas de Operaciones Especiales son otra cuestión. El salto del 12% en los despliegues nacionales –de 120 a 134- durante el mandato de McRaven refleja su deseo de poner las botas sobre el terreno por todo el planeta. El SOCOM no cita las naciones implicadas, alegando las sensibilidades de la nación anfitriona y la seguridad de los efectivos estadounidenses, pero los despliegues que conocemos arrojan al menos algo de luz sobre el alcance total de las misiones que el ejército secreto de EEUU está llevando a cabo.
Por ejemplo, los pasados abril y mayo, el personal de Operaciones Especiales tomó parte en ejercicios de entrenamiento en Yibuti, Malawi y las islas Seychelles, en el Océano Índico. En junio, los SEAL de la Marina estadounidense se unieron a fuerzas iraquíes, jordanas, libanesas y otros aliados de Oriente Medio para realizar simulacros bélicos irregulares en Aqaba, Jordania. Al mes siguiente, los Boinas Verdes viajaron a Trinidad y Tobago para poner en marcha pequeñas unidades de ejercicios tácticos con las fuerzas locales. En agosto, los Boinas Verdes entrenaron a marineros hondureños en técnicas de explosivos. En septiembre, según las noticias de la prensa, las fuerzas de Operaciones Especiales de EEUU se unieron a tropas de elite de los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático –Indonesa, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia, Brunei, Vietnam, Laos, Myanmar (Birmania) y Camboya-, así como con sus homólogos de Austria, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur, China, India y Rusia, para llevar a cabo unos ejercicios contra el terrorismo, financiados conjuntamente, que se celebraron en un centro de entrenamiento de Sentul, al oeste de Java.
En octubre, las tropas de elite de EEUU llevaron a cabo incursiones con comandos en Libia y Somalia, secuestrando a un sospechoso de terrorismo en la primera nación citada mientras los SEAL mataban al menos a un militante en la segunda antes de que la respuesta armada les expulsara. En noviembre, las tropas de Operaciones Especiales llevaron a cabo operaciones humanitarias en Filipinas para ayudar a los supervivientes del tifón Hayan. Al siguiente mes, miembros del 352º Grupo de Operaciones Especiales realizó un ejercicio de entrenamiento en el que participaron 130 pilotos y seis aviones en una base aérea de Inglaterra, y varios SEAL de la Marina resultaron heridos cuando participaban en una misión de evacuación en Sudán del Sur. Los Boinas Verdes entraron el 1 de enero de este año en una misión de combate junto a tropas de elite afganas en el pueblo de Bahlozi, provincia de Kandahar.
Sin embargo, esos despliegues por 134 países no parecen resultar suficientes para el SOCOM. En noviembre de 2013, el mando anunció que estaba tratando de identificar a socios industriales que pudieran, bajo la Iniciativa de la Web Transregional del SOCOM, “desarrollar potencialmente nuevas páginas en Internet a la medida de las audiencias extranjeras”. Estas se unirían a una red global ya existente de diez páginas en Internet dedicadas a la propaganda, dirigidas por varios mandos combatientes y configuradas para que parezcan cadenas legítimas de noticias, incluyendo CentralAsiaOnline.com; Sabahi, enfocada hacia el Cuerno de África; un esfuerzo dirigido al Oriente Medio conocido como Al-Shorfa-com; y otra para Latinoamérica que recibe el nombre de Infosurhoy.com.
El impulso del SOCOM en el ciberespacio se refleja en el esfuerzo concertado del mando para empotrarse cada vez más profundamente en Beltway. “Tengo compañeros en todas agencias aquí, en Washington DC, desde la CIA, al FBI, a la Agencia de Seguridad Nacional, a la Agencia Geoespacial Nacional, a la Agencia de Inteligencia de la Defensa”, dijo el almirante en jefe del SOCOM, McRaven, durante un panel de discusión en el Centro Wilson de Washington el año pasado. Cuando habló en la Biblioteca Ronald Reagan en noviembre, señaló que el número de departamentos y agencias donde el SOCOM se ha atrincherado es de 38.
 
134 posibilidades de represalias
Aunque elegido en 2008 por muchos que le consideraban un candidato antibelicista, el Presidente Obama ha demostrado ser un comandante-en-jefe decididamente militarista, cuyas políticas han producido ya notables ejemplos de lo que en la jerga de la CIA se llama desde hace tiempo represalias. Aunque la administración Obama supervisó la retirada de EEUU de Iraq (negociada por su predecesor), así como una reducción de tropas estadounidenses en Afganistán (tras un importante incremento militar en ese país), el presidente ha encabezado un aumento de la presencia militar estadounidense en África, una revitalización de los esfuerzos en Latinoamérica y un duro discurso sobre un reequilibrio o “pivote en Asia” (aunque hasta el momento poco se haya hecho).
La Casa Blanca ha supervisado también una expansión exponencial de la guerra de EEUU con aviones no tripulados. Mientras el presidente Bush lanzó 51 ataques de ese tipo, el presidente Obama ha ordenado alrededor de 330, según una investigación realizada por el Buró del Periodismo de Investigación que tiene su sede en Londres. Sólo el pasado año, EEUU se implicó también en operaciones de combate en Afganistán, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Las recientes revelaciones de Edward Snowden sobre la Agencia de la Seguridad Nacional han demostrado la tremenda amplitud y global alcance del espionaje electrónico estadounidense durante los años de Obama. Y en lo más profundo de las sombras, las fuerzas de Operaciones Especiales están siendo ahora anualmente desplegadas a más del doble del número de naciones que al final del mandato de Bush.
Sin embargo, en los últimos años, las consecuencias no deseadas de las operaciones militares de EEUU han ayudado a sembrar indignación y descontento, incendiando regiones enteras. Más de diez años después del momento “misión cumplida” de EEUU, siete años después de su tan alardeado incremento, el Iraq que EEUU dejó está en llamas. Un país en el que no había presencia alguna de Al-Qaida antes de la invasión estadounidense y un gobierno que se oponía a los enemigos de EEUU en Teherán, tiene ahora un gobierno central alineado con Irán y dos ciudades en las que ondean las banderas de al-Qaida.
Una intervención de EEUU más reciente para propiciar el derrocamiento del dictador libio Muammar Gadafi ayudó a empujar a la vecina Mali, un baluarte apoyado por EEUU contra el terrorismo regional, hacia una espiral descendente, donde un oficial entrenado por EEUU dio un golpe de Estado que finalmente produjo un sangriento ataque terrorista contra una planta de gas argelina, desencadenando una especie de diáspora del terror en la región.
Y, en estos momentos, Sudán del Sur –una nación cuyo nacimiento pastoreó EEUU y apoyó económica y militarmente (a pesar de depender de los niños soldado) y que ha utilizado como base secreta de las fuerzas de Operaciones Especiales-, se está viendo desgarrada por la violencia y se desliza hacia la guerra civil.
La presidencia de Obama ha presenciado cómo las fuerzas tácticas de elite del ejército estadounidense se empleaban cada vez más para intentar conseguir objetivos estratégicos. Pero con las misiones de las fuerzas de Operaciones Especiales mantenidas bajo estricto secreto, los estadounidenses tienen muy escasos conocimientos de por dónde se están desplegando sus tropas, qué están haciendo exactamente o qué consecuencias podrían acarrear. Como el coronel del ejército retirado Andrew Bacevish, profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad de Boston, ha señalado: la utilización de fuerzas de Operaciones Especiales durante los años Obama ha hecho que disminuyera la responsabilidad militar, ha fortalecido una “presidencia imperial” y ha preparado el escenario para una guerra sin fin. “En resumen”, escribió a TomDispatch, “poner la guerra en manos de efectivos especiales cercena el tenue hilo entre la guerra y la política; se ha convertido en la guerra por la guerra”.
Las operaciones secretas de las fuerzas secretas tienen una desagradable tendencia a producir consecuencias no deseadas, imprevistas y completamente desastrosas. Los neoyorquinos recordarán bien el resultado final del apoyo clandestino de EEUU a los militantes islámicos contra la Unión Soviética en Afganistán durante la década de los ochenta: el 11/S. Pero por extraño que parezca, los que ese día estaban en el lugar del principal ataque, el Pentágono, parecen no haber aprendido las obvias lecciones de esa letal represalia. Incluso hoy, en Afganistán y Pakistán, más de doce años después de que EEUU invadiera el primero y casi diez años después de emprendiera ataques encubiertos en el segundo, EEUU sigue aún lidiando con esos efectos colaterales de la Guerra Fría: por ejemplo, con los aviones teledirigidos de la CIA lanzando ataques con misiles contra una organización (la red Haqqani), a la que en la década de 1980, la Agencia suministraba misiles.
Sin una idea clara de dónde están actuando las fuerzas clandestinas del ejército y qué es lo que están haciendo, los estadounidenses ni siquiera pueden reconocer las consecuencias de todo eso y las represalias por nuestras guerras secretas en expansión mientras estas anegan el mundo. Pero si la historia sirve de algo, esas consecuencias van a sentirse desde el sudoeste asiático hasta el Magreb, desde Oriente Medio a África Central, y al final, posiblemente, también se sientan en EEUU.
En su plan de acción para el futuro, el SOCOM 2020, el almirante McRaven ha tratado de vender la globalización de las operaciones especiales de EEUU como un medio para “proyectar poder, promover la estabilidad e impedir los conflictos”. Es posible que el pasado año el SOCOM se haya dedicado a hacer justo lo contrario en 134 lugares.
 
Nick Turse es editor-jefe de Tomdispatch.com e investigador de The Nation Institute . Es autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives y de una historia sobre los crímenes de guerra de EEUU en Vietnam: “Kill Anything That Moves: The Real American War in Vietnam” (ambos libros en Metropolitan).
Fuente:
http://www.tomdispatch.com/post/175794/tomgram%3A_nick_turse%2C_secret_wars_and_black_ops_blowback/#more

Contra el absolutismo

Repasamos en el siguiente artículo, el pensamiento antiautoritario, y contrario consecuentemente a todo absolutismo, de Tomás Ibáñez. Este controvertido debate entre dos posturas antagónicas, la relativista y la absolutista, tiene evidentes implicaciones en los campos ético y político, y resulta primordial para una revitalización de las propuestas libertarias.

aFoucault consideró que las cosas son como son porque nuestro pensamiento en la actualidad así las considera y entendió como una aspiración el hecho de que la experiencia que es posible hoy puede ser transformada si acudimos al origen de esas prácticas y entendemos que no obedecen a ninguna necesidad. Está claro que el francés es uno de los mayores enemigos contemporáneos del dogmatismo, lo que no está tan claro es si le convierte eso en un relativista; él, parece ser, desdeñó esa etiqueta.  No resulta nada fácil adscribirse al relativismo, pero si los más furibundos dogmáticos abominan de él y lo consideran el mayor de los males, es posible que encontremos algo valioso en él de cara a una ampliación de cotas de libertad. Un autor como Tomás Ibáñez, que se adscribe provocativamente al relativismo siendo consciente de la gran controversia que supone, considera que esa visión del mundo, así como del ser y del conocimiento, se encuentra en el epicentro de la tensión entre modernidad y posmodernidad, a nivel tanto sociológico como ideológico. Incluso el debate sobre el relativismo tiene claras implicaciones en la ética y en la política, por lo que resulta primordial profundizar en la cuestión. Ibáñez considera que si el relativismo es atacado tan duramente es porque socava de raíz el principio mismo de autoridad, y lo que se ha llamado "la retórica de la verdad", por lo que obviamente interesa sobremanera la cuestión al anarquismo.

Relativismo versus dogmatismo en la historia de la filosofía

 
Lo que hoy somos y pensamos, al menos en lo que se conoce de manera cuestionable como civilización occidental, puede considerarse una consecuencia de siglos de historia. Es por eso que si queremos indagar en esta controversia sobre el relativismo hemos de remontarnos a la Grecia del siglo V (antes de la era impuesta por los cristianos). En ese tiempo se iba fraguando un tipo de racionalidad bien diferenciada de la sustentada en el relato mítico, basada en la observación, la reflexión y la argumentación. Las primeras preguntas se establecían en torno a la naturaleza del mundo y su origen, hasta que Sócrates amplió las cuestiones al campo del conocimiento y de la ética (una especie de giro reflexivo hacia el interior del ser humano). En ese tiempo vivieron también los sofistas, como Protágoras o Gorgias, que consideraron que nada "es" en "sí mismo" y todo es relativo al ser humano. Según esta visión, no se puede apelar a un criterio sobrehumano para establecer una verdad con mayúsculas, ni tampoco para solventar una controversia entre puntos de vista confrontantes. Según esta visión, hay ningún punto de vista que sea más verdadero que otro; Protágoras consideró que todos son equivalentes entre sí respecto a su grado de verdad. Es famosa la frase de Gorgias, "si algún ser existiera, éste seria incognoscible", o lo que es lo mismo, lo que conocemos no son seres, sino lo que nuestro propio conocimiento establece como seres.

A pesar de estas visiones sofistas, tal no pueda hablarse estrictamente de relativismo en la Antigua Grecia. Otra cosa es la escuela escéptica, bien diferenciada del relativismo. Si el relativista cuestiona la existencia de un criterio incondicionado de verdad, el escéptico afirma simplemente que no se puede aseverar la verdad (lo cual no equivale a decir que no existe). El escéptico realiza preguntas una y otra vez ante cualquier afirmación dogmática hasta que se justifique esa supuesta Verdad. Es una especie de espiral regresiva, con justificaciones de diferentes verdades implicadas en el asunto, con la que el escéptico busca desmontar la aseveración del dogmático, encontrar que no hay una justificación definitiva. Relativismo y escepticismo, a pesar de sus diferencias, parecen tener consecuencias parecidas y pueden ser incluso las dos caras de la misma moneda. "Nada puede ser conocido con certeza..." es la frase del escepticismo y, ante las posibles acusaciones de autocontradicción, podría concluirse "...salvo esto mismo" o, jugando con la misma posición escéptica, "...incluso el hecho de que nada pueda ser conocido con certeza". Muchos filósofos de la época de Sócrates sostenían ya la duda de que la certeza fuese posible e incluso, y esto es tremendamente interesante, algunos de ellos utilizaban esa duda para primar la búsqueda de la felicidad y de la eticidad por encima del conocimiento. Platón construirá todo su sistema filosófico contra este tipo de pensadores, aunque Pirrón, el autor escéptico más poderoso, era solo adolescente cuando muere el autor de La República. Hay quien considera la historia de la filosofía occidental como marcada, en gran medida, por esta guerra permanente entre dogmáticos (los que sostienen "creencias verdaderas") y escépticos.

El intento por combatir el escepticismo o el relativismo va a suponer en la historia de la filosofía un esfuerzo por asentar firmemente las bases y los fundamentos del conocimiento seguro. Es lo que se conoce por una filosofía fundacionalista, centrada en la búsqueda de unos fundamentos últimos e incuestionables, que tendrá dos caminos: racionalismo y empirismo. Platón sería el que inició la vía racionalista en el campo del conocimiento (era un idealista sí, pero en el plano ontólogico o metafísico), hay que desconfiar según él de la información que nos proporcionan nuestros sentidos y mirar exclusivamente con "los ojos de la razón". Es conocida su teoría sobre la diferenciación entre el mundo de los sentidos, que nos proporciona solo sombras de lo verdadero y el mundo de las ideas, accesible a través de la razón. Platón es indudablemente dogmático, la verdad existe para él, es absoluta y universal, y es posible alcanzarla accediendo a la plena certeza. Desde Platón, existirá esta obsesión por la certeza absoluta, por la voluntad de verdad y por dar prioridad a dicha búsqueda. La otra modalidad del dogmatismo, el empirismo, considera que hay que buscar la fuente del conocimiento en la experiencia; todo nuestro conocimiento, todas nuestras ideas, provienen de lo que nos proporcionan nuestros sentidos. No obstante, los empiristas diferirán, a diferencia de los racionalistas puestos de acuerdo en que la razón proporciona conocimientos verdaderos, en el grado de conocimiento que proviene de los sentidos o en el nivel de apariencia que hay en ese conocimiento. Tanto racionalismo, como empirismo, se manifestarán enemigos del escepticismo y de su espiral regresiva, la cual habría que parar en cierto nivel para asegurar el conocimiento seguro, y considerarán por el medio que sea que es posible alcanzar verdades indudables.

Pero el escepticismo se aprovechará de la divergencia entre ambas escuelas dogmáticas. Si bien el racionalismo considera que la espiral escéptica acaba tocando fondo, el empirismo pone todo su empeño en demostrar que la argumentación racionalista no se sostiene, lo que será bien aprovechado por el escepticismo. Lo mismo ocurre, a la inversa, si se acepta el dogmatismo basado en la experiencia y se argumenta en su contra a favor del racionalismo. Kant pretenderá hacer una síntesis entre racionalismo y empirismo, pero hay quien considera que reforzó con ello las posiciones escépticas al debilitar el realismo por una parte y enfatizar sobre la capacidad constructiva del ser humano por otra. Kant sostuvo una especie de realismo minimalista con resonancias de Gorgias, "algo existe pero resulta incognoscible", y de Protágoras, "son nuestras propias características, como seres humanos, las que construyen el mundo al cual accede nuestro conocimiento". Kant considera que los racionalistas tienen razón, existe un conocimiento a priori independiente de la experiencia y del mundo sensorial, pero los empiristas también al considerar que existe un conocimiento a posteriori proveniente de los sentidos. El conocimiento a priori serían las verdades analíticas, pero al ser independientes del mundo no dicen nada acerca de él. El conocimiento a posteriori sería de orden sintético, una verdad meramente contingente que depende de cómo es el mundo y que podría ser diferente si el mundo tal y como lo experimentamos también lo fuera. Si los empiristas tienen razón cuando afirman que el conocimiento sobre el mundo se encuentra en nuestros sentidos, Kant añade enseguida que esa información proporcionada por los sentidos está ya estructurada por la razón (las categorías a priori del entendimiento). Nuestra experiencia está ya condicionada por nuestra mente, por lo que el análisis de la experiencia no podría profundizar en el conocimiento, y es por esto que Kant dijo que "la realidad en sí misma es incognoscible"; únicamente, podemos aprehender en relación con nuestra interacción con el mundo, con los fenómenos. Pero, para Kant, sí es posible el conocimiento seguro gracias a unas categorías a priori del entendimiento, universales y absolutas, capaces de trascender todo lo que es contingente (historia, cultura, sociedad...). Por tanto, el conocimiento válido tiene que ver con lo invariable y común en todos los seres racionales, será intersubjetivo y universalizable, por lo que se equipara con la objetividad.

Aparentemente, la labor de síntesis entre racionalismo y empirismo de Kant es un paso importante en la filosofía a favor del dogmatismo: "la Verdad está al alcance del ser humano". Pero es posible que en su misma tesis se encuentre su refutación, la experiencia es para el alemán incondicionada, es el mismo ser humano el que con sus propias características hace posible el conocimiento al interaccionar con el mundo, lo único que se salva de caer en el relativismo es ese carácter universal y absoluto de unas supuestas categorías del entendimiento. Basta con desuniversalizar esas categorías, labor que haría Foucault, otorgándoles la condición de contingentes (elaboradas mediante determinadas prácticas histórica y socialmente situadas). Llegamos al punto con el que comenzamos este texto: nuestro pensamiento determina cómo son las cosas, pero si ese pensamiento ha sido a su vez construido de forma contingente por nuestras prácticas históricas, hay que emprender la genealogía de esas prácticas para aprender por qué la experiencia hoy posible es la que es y no puede ser de otra forma. Con el tiempo, las categorías a priori kantianas pasaron a ser de tipo lingüístico, y fue el lenguaje (en lugar de la mente) el que pasó a determinar la experiencia posible. No obstante, si las entidades mentales de Kant eran universales y absolutas, el lenguaje es obviamente contingente. Sólo es posible conocer la experiencia, la cual es dependiente del lenguaje y, al ser éste contingente y variable, diferentes visiones del mundo son legítimas y ninguna de ellas puede reivindicar para sí misma ninguna superioridad. Obviamente, este traspaso al lenguaje de la estructura kantiana parece favorecer aún más al relativismo.
 
El relativismo, también llamado antiabsolutismo
 
La necesidad de explorar mayores "prácticas de libertad", por utilizar palabras de Foucault, obliga a llevar la discusión sobre el relativismo al campo de la política y de la ética. Este objetivo, sostenido por Tomás Ibáñez en su obra Contra la dominación, con una adscripción indudablemente libertaria y antiautoritaria, es demostrar que será mejor una opción relativista que absolutista. Porque precisamente en el terreno de la ética es donde más controvertido resulta el asunto, de tal manera que los detractores del relativismo afirmarán que esa opción, que niega que haya valores objetivamente superiores a otros, supondrá la barbarie, la ley de la selva del más fuerte. Las acusaciones hablan de tres consecuencias inevitables: el no tener legitimidad para oponernos a prácticas moralmente despreciables; la ausencia de exigencia de un compromiso político al no existir exigencias al respecto, y que solo se deja el recurso a la fuerza para dirimir conflictos entre partes. Lo que Ibáñez intenta razonar es que no solo esas acusaciones son falsas, sino que el relativismo está mejor armado que el absolutismo para afrontarlas.

Lo que sostiene el relativista es que ningún valor ético es "incondicionado", que no existe una fundamentación última para ninguno de ellos, pero de ello no se deriva la afirmación de que no es posible diferenciar entre valores. Por el contrario, los que sí creen en una fundamentación última de los valores, los que consideran que sus valores son más firmes que los contrarios, estarían obligados a aceptar esos valores hasta sus últimos consecuencias, aunque ello suponga el genocidio o la inquisición (como ha ocurrido a lo largo de la historia en nombre de valores "verdaderos" y "fundamentados", ya sean creencias religiosas o doctrinas políticas). El relativista no está obligado a aceptar el horror en que desembocan los valores fundamentados, pero sí puede elegir entre unos valores mejores que otros desde la perspectiva siempre de esa ausencia de fundamentación última.
Puede decirse que la elección entre valores es inherente a la vida humana, por lo que está fuera de lugar la acusación al relativista de una incapacidad al respecto, lo que se niega es la existencia de un nivel trascendental donde existan esos valores. El hecho de considerar que los valores sean contingentes, producto de la historia o de la sociedad, no supone que no se pueda decidir entre valores diferentes. Pero, ¿qué hay del compromiso en la defensa de esos valores? Parece que el relativista sale ganando al respecto, si observamos que el absolutista cree en unos valores trascendentes, universales e imperecederos, por lo que su defensa acaba siendo secundaria e incluso prescindible. Por el contrario, el relativista (o el antiabsolutista, si no nos terminamos de encontrar a gusto con el término) cree únicamente en una justificación en la práctica de sus valores, sin más base que la decisión de asumirlos, por lo que no existe otra forma de defenderlos que la de desarrollar y mantener las prácticas que los sustentan.
El anarquismo siempre insistió en la anulación de la división entre teoría y praxis, en la justificación de las ideas en la práctica; aun estando armado a priori en lo ideológico y ético, siempre ha sostenido la práctica social y la libre experimentación para perfeccionar los valores. El relativismo parece propiciar la movilización política, el absolutismo (propio del conservadurismo o de cualquier tipo de necesidad histórica) todo lo contrario. No obstante, la acusación más contundente contra el relativismo es la de hacer entrar en juego la ley de la fuerza. Pero, hay que ver quién es más amigo de la fuerza para imponer sus valores. En el caso de ser estos valores "objetivos" (es decir, instituidos como moralmente buenos para el conjunto de los seres humanos), está claro que discrepar de ellos supone caer en la irracionalidad o en la anormalidad y quedar fuera de la comunidad humana (o ser sometidos a alguna terapia u otro uso de la fuerza). La fuerza puede ser empleada por cualquier persona o comunidad, pero emplearla en nombre de valores trascendentes añade aún mayores dosis de violencia. Además, el absolutista suele ocultar esas relaciones de fuerza en las que impone sus propios planteamientos, por lo que reivindica el monopolio del uso de la fuerza (el Estado, en el campo político, es el ejemplo más evidente).
La única fuerza legitimada para actuar es la que perpetúa el statu quo (un sistema sustentado en valores objetivos e inmutables). El relativista puede acudir a la fuerza en caso de ser necesario, pero lo hará sin más, a diferencia del absolutista que se considera plenamente legitimado para hacerlo. No parece una cuestión de matiz, ya que el uso de la fuerza se naturaliza y se atribuye a una necesidad ajena a nuestra propia voluntad. Los atributos del absolutista, amparado en lo que considera la ley con mayúsculas, de la naturaleza trascendente que fuere, parecen ser buena conciencia, tranquilidad espiritual, actitud indubitable y ausencia de la necesidad de dar cuenta de su propia actuación. En el terreno epistémico (lo que atañe al conocimiento), el relativista no puede ser tampoco la caricatura que los dogmáticos o absolutistas hacen de él. No se defiende que la verdad sea un concepto del que se puede prescindir, lo que se dice es tan solo que la verdad es incondicionada (relativa). La relación que tenemos con el mundo, y con nuestros semejantes, presupone necesariamente la creencia en la verdad. Incluso el relativista acepta que en la vida cotidiana el predicado verdadero funciona con unos rasgos semánticos de características absolutistas, y así usa él mismo ese predicado. Wittgenstein dio una explicación a este hecho al señalar que "la gramática que rige cualquier lenguaje está constreñida por su valor pragmático", debe ser tal que nos permita desenvolvernos por el mundo.
Pero la gran pregunta que se hace el relativista es acerca del grado de verdad que hay en esas creencias que empleamos en nuestra vida cotidiana. Se pueden aceptar unas reglas semánticas, asumirlas de cara a preservar la existencia, pero el compromiso no puede ir más allá de ese valor pragmático.
En otra forma de vida, con una diferente historia evolutiva, los predicados se aplicarían a otras proposiciones y lo que hoy predicamos como verdadero pasaría a ser falso. Afirmar esto es sostener que la verdad no es incondicionada, sino que es relativa a un determinado marco en el que solo en su interior tiene sentido. Pero, si en la vida cotidiana parece haber pocas diferencias entre el absolutista y el relativista, sí hay diferencias teóricas con consecuencias prácticas (tal vez pocas, pero de gran importancia). La primera de ellas es la imposición, siendo el absolutismo condición de posibilidad de prácticas inquisitoriales; solo los que consideran que existen verdades absolutas tienen el derecho, y aun la obligación moral, de forzar a los incrédulos. La segunda gran diferencia práctica es que el relativismo posibilita el cambio, mientras el absolutismo tiende a frenarlo. Si las verdades son absolutas nada podrá alterar su condición, pero si la verdad está condicionada por el marco que la instituye, no puede ser permanente. Ninguna proposición es inmune para siempre a su revisión.
La posición relativista ataca frontalmente a una serie de creencias, dogmas firmemente asumidos (aunque no posean una definición clara de esa supuesta verdad) por los absolutistas. Éstos, sostienen que la reglas semánticas que ordenan el uso de la verdad en nuestro marco social es trascendente a la propia sociedad, la forma de vida social depende según ellos de aquéllas. Si se tienen creencias verdaderas, universales y propias de cualquier tiempo y cualquier sociedad, ello constituye una negación aperturista en el futuro. Cualquier cosa que venga en el futuro no podrá alterar la verdad de esa proposición si es auténticamente verdadera, algo inasumible para el relativista. El objetivismo propio del absolutismo es otra creencia erosionada por el relativismo; según el mismo, una creencia es verdadera si trasciende cualquier punto de vista particular, si no se ve afectada por el que la enuncia y si se realiza desde un lugar genérico (seria propia de un punto de vista divino), algo sin sentido para el relativista. La tercera creencia dogmática amenazada sería el fundacionalismo, según el cual existen "verdades últimas" que no requieren justificación posterior y sirven de fundamento a la demás creencias verdaderas. La pregunta relativista o escéptica acerca de esas supuestas verdades, naturalmente, no tiene respuesta coherente.
Recordaremos que lo que sostiene el relativismo no es que sea inaceptable una creencia en la verdad, sino que esa creencia debe ser aceptada desde dentro de un determinado marco y que solo en él funciona con eficacia. Lo que se cuestiona es que esa verdad tenga una naturaleza que trascienda cualquier marco y, por lo tanto, no es incondicionada. No es menos controvertido el relativismo en el campo ontológico e Ibáñez afirma igualmente que se le pretende descontextualizar cuando el relativista afirma "la realidad no existe". Ocurre algo parecido a la cuestión de aceptar un determinado criterio de verdad para sobrevivir en la cotidianeidad, forma también parte de nuestra condición de existencia aceptar que tenemos cierta incidencia en una parte de la realidad. Pero estamos en lo mismo, el valor de uso de una proposición no transita necesariamente a aceptar que es verdadera. La realidad es necesaria, y los realistas dirán que además es verdadera, el relativista sostendrá que no lo es. La postura realista afirma que "la realidad existe con independencia de los efectos que produce en el ser humano". No parece esto una simple creencia, sino la condición previa a cualquier creencia para que nuestros discursos y representaciones sean inteligibles. Esta asunción supone a priori que no se pueda cuestionar el realismo, pero el relativista ontológico recordará que del reconocimiento de que una creencia sea útil para ciertos fines no se deduce nada en cuanto a que esa creencia sea correcta (por lo que sí tiene sentido cuestionarla). El realismo sostendrá que no solo la realidad existe con independencia del ser humano, sino que posee unos atributos propios igualmente independientes. Tomás Ibáñez considera que la aceptación de este principio conduce a una "concepción del conocimiento verdadero" (la verdad como correspondencia) y no estamos lejos así del objetivismo, y la afirmación relativista será que el concepto mismo de objeto depende de las convenciones y decisiones de los seres humanos.
El relativismo sostiene "no tiene sentido atribuir a las cosas unas supuestas propiedades intrínsecas que las caracterizarían tal y como son, con independencia de nuestras propia intervención", ya que nuestra condición de seres biológicos y socio-históricos hace que tengamos nuestros propios esquemas y descripciones; no es posible en suma hablar de una "esencia de las cosas" que supondría adoptar un punto de vista divino (o, lo que es lo mismo, desde "ningún sitio"). Por otra parte, se niega la posibilidad de acceder a una realidad pre-conceptualizada (es decir, supuestamente, tal y como es "en sí misma"). Lo que Tomás Ibáñez sostiene, volviendo al terreno de la política, es que gran parte de los realistas se consideran herederos de los valores de la Ilustración, según la cual se logró transferir de la divinidad a los seres humanos la legitimidad para acceder al conocimiento. Para ello, se estableció una instancia superior que acabaría con la arbitrariedad, por encima de puntos de vista e intereses de los diversos grupos humanos, que sería la realidad (independiente, objetiva y aprehensible por la razón). La acusación de los realistas al relativismo estaría basada en un supuesto intento del mismo para desmantelar los logros de la Ilustración y satisfacer así una gran "voluntad de poder". Según los realistas, los relativistas quieren hacer creer que es posible construir la realidad de acuerdo con nuestras decisiones y deseos, lo que desembocaría en la destrucción de la instancia que actúa como arbitraje del mundo y, por lo tanto, en la ley del más fuerte. Ibáñez considera que esta opinión está basada en muchos casos en buenas intenciones políticas, y de alguna manera es posible que hayamos interiorizado en mayor o menor medida ese punto de vista. Pero, muy al contrario de lo que se quiere hacer creer sobre el mismo, el relativismo aquí reivindicado pretende culminar el proceso de secularización hecho solo a medias por la Ilustración. A medias, porque si bien se arrebató a una divinidad inexistente, lo cual supone decir a sus representantes, el privilegio de "veridicción", lo que se hizo es transmitirlo a nuevas instancias superiores, como son la razón universal o las propiedades intrínsecas del mundo, en lugar de dejar el privilegio en manos de los colectivos humanos. Ibáñez aclara que esa culminación del proceso de secularización no debe suponer multiplicar la figura divina, convertir a los seres humanos en dioses, sino reivindicar una instancia simplemente humana (cuyas características son la finitud, la contingencia y la fragilidad). Es un debate no exento de gran controversia, realistas y relativistas consideran su posición como condición sine qua non para el ejercicio de la libertad. Lo que el relativismo se niega a aceptar, y esto es una posición netamente libertaria, es que existan razones de principio por las que debamos renunciar a la transformación del mundo.
 
Las ideas antiautoritarias en la posmodernidad, desterrar el absolutismo
 
Se ha dicho que Nietzsche fue el primero en golpear mortalmente cualquier principio trascendente; aunque se insiste en que se inspiró en gran medida en Stirner, dejaremos la controversia para otro momento. Otros autores, precursores de lo que ahora se conoce como posmodernidad, como Heidegger y Foucault, continuaron la labor del autor de Más allá del bien y del mal. El principio trascendente, concretado en el terreno religioso en la figura religiosa de un dios todopoderoso, es algo rechazable para el anarquismo, también para otras corrientes de izquierda surgidas de la Ilustración. Como ya hemos mencionado, gracias a los pensadores de la Ilustración, con el optimismo que suponía la confianza en la llamada razón científica, se dejó a un lado aparentemente la superstición y el oscurantismo religioso socavando los cimientos sobre los que se había edificado la antigua concepción del poder. Se substituyó la verdad sustentada en la divinidad por una nueva verdad que lo hacía en la razón. Gracias a ello, existía una fe en el progreso y en el advenimiento de una nueva era en la que se construiría el paraíso terrenal. La gran crítica que se realiza a la modernidad es que no acabaría con Dios, sino que iniciará simplemente un proceso de secularización, traspasaría a priori el principio trascendente al ámbito de lo humano y elaboraría un nuevo discurso de la verdad, que supone una nueva sumisión ante lo irrefutable de la objetividad. Todo régimen de dominación se basa en la supuesta existencia de un metanivel más allá de la mera existencia humana, con unos mediadores designados capaces de representar ese metanivel y expresarlo con sus palabras. La gran mayoría de los seres humanos se consideran que no están capacitados para ser juez y parte en los conflictos, ya que no disponen de la información precisa otorgada únicamente a una determinada clase. Naturalmente, los mediadores pueden ser sacerdotes, políticos o científicos; no importa si se asegura una instancia superior, como la divinidad, la voluntad general o el conocimiento objetivo, independiente de la débil e ignorante subjetividad humana. Lo que se ha dado en llamar "retórica de la verdad" se basa en criterios hegemónicos, absolutos y objetivos, buscando constantemente la legitimación ideológica y transformándose en el caso de aumentar el campo de la disidencia.
La modernidad ha podido traer una nueva "retórica de la verdad", la de la razón científica, mucho más poderosa y perversa si consideramos que nos encontramos esta vez ante una "verdadera retórica de la verdad". El principio trascendente, absoluto, se cuela una vez más en la sociedad y busca la sumisión ante la fuerza de las pruebas de la verdad científica. La denuncia es clara, la confianza ciega y excesiva en la razón y en la ciencia que produce una nueva instancia superior y una nueva clase mediadora. Dejar a la divinidad, y a cualquier principio trascendente, definitivamente fuera de juego implica asumir que no existe ningún metanivel que trascienda la existencia humana. Estamos hablando de anarquismo, de un anarquismo capaz de desprenderse de todos sus prejuicios modernos y de todo dogmatismo, pero a nuestro modo de ver las cosas con la obligación de asumir un bagaje histórico y ético capaz de asegurar que no se caiga en el cinismo o en un relativismo vulgar. A pesar de la confianza excesiva en la ciencia y en la razón de ciertos pensadores ácratas decimonónicos, estos autores son claramente contextualizables, no es posible aceptar en el anarquismo la existencia de principios absolutos, todo es producto de la contingencia humana y por ello revisable para mejor. Todo se encuentra en nuestras manos y lo que puede ser incuestionable ahora pasará a ser relativo tarde o temprano. Se requiere, por lo tanto, una vigilancia constante para que una retórica de la verdad no desarrolle una nueva forma de dominación; es posible que los autores posmodernos se refieran a ello como una tarea de deconstrucción que ponga de manifiesto la falsedad de los supuestos del discurso de la verdad y el carácter contingente e histórico de esos criterios.

No parece posible negar que la razón científica ha hecho una enorme labor para combatir el oscurantismo y la arbitrariedad (es algo que, por otra parte, tampoco ha conseguido plenamente), pero no creemos que se pueda desdeñar fácilmente esa visión que habla de nuevas formas de dogmatismo, y las teorías sobre cómo se genera una clase dirigente en el llamado metanivel parecen irrefutables. El cómo se elabora un nuevo criterio humano, una vez desmantelada cualquier retórica de la verdad, es algo que puede situarnos en una difícil situación a priori. Pero es por ello que consideramos que el anarquismo, rechazando cualquier principio trascendente y dejando en manos de la plural existencia humana toda deliberación, puede aportar un contrapeso racional y humanista, ampliando estos campos todo lo posible. Si la modernidad desembocó en el nuevo dogma de la razón, la cuestión es ampliar su campo con la vigilancia continua de no desarrollar nuevos principios absolutos, destruyendo definitivamente cualquier monarca trascendente, pero no caer en esa concepción vulgar del relativismo de la que hablan los absolutistas, en el "todo vale" y "todo está permitido" (caricatura que sus enemigos continúan haciendo). Se trata de resituar los valores en el ámbito de la deliberación humana, recordando que los mayores genocidios se han cometido en nombre de una verdad objetiva, nunca combatiendo contra ella. Dentro de esa tarea, para el anarquismo la ética es innegociable en la práctica social. Las ideas antiautoritarias tienen mucho que decir en la llamada era de la posmodernidad, en la que no debería caber ya ningún principio trascendente capaz de someter a los seres humanos.

Bibliografía
Actualidad del anarquismo, Tomás Ibáñez (Terramar Ediciones, Buenos Aires 2007).
Contra la dominación, Tomás Ibáñez (Gedisa Editorial, Barcelona 2005).
Diccionario de Filosofía, José Ferrater Mora (Alianza, Madrid 1980).
Municiones para disidentes, Tomás Ibáñez (Gedisa Editorial, Barcelona 2001).


Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/

jueves, 23 de enero de 2014

¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”?

Levantarse con la aurora. A buen paso, o aprovechando algún medio de locomoción rápido, ir al trabajo. Es decir, recluirse en un local más o menos espacioso, más o menos privado de aire. Sentado delante de una máquina, teclear sin descanso para transcribir cartas de las que no se compilaría ni la mitad si fueran escritas a mano. O fabricar, accionando algún instrumento mecánico, objetos siempre iguales. O no alejarse nunca de un motor para vigilar su funcionamiento. O, en fin, mecánica y automáticamente, recto frente a un telar, repetir continuamente los mismos gestos, los mismos movimientos. Y esto por horas y horas, sin variar, sin distraerse, sin cambiar de atmósfera ¡Todos los días! ¿Es esto lo que ustedes llaman “vivir”?

¡Producir! ¡Producir más! ¡Producir siempre! Como ayer, como antes de ayer. Como mañana, si no nos sorprende la enfermedad o la muerte ¿Producir? Cosas que parecen inútiles, pero de las que no es lícito discutir la superficialidad. Objetos complicados de los que no se tiene sino una parte en la mano, y quizá una parte ínfima. Objetos de los cuales se ignora el conjunto de las fases que atraviesa su fabricación ¿Producir? Sin conocer el destino del propio producto. Sin poder negarse a producir para quien no nos agrada, sin poder dar prueba de la más pequeña iniciativa individual. Producir: ahora, rápido. Ser un instrumento de producción que se estimula, se aguijonea, se sobrecarga, que se extenúa hasta el completo agotamiento. ¿Eso es lo que ustedes llaman “vivir”?
Partir de mañana a la caza de una jugosa clientela. Perseguir, engatusar al “buen cliente”. Saltar al auto, del auto al colectivo, del colectivo al tren. Rendir cincuenta visitas por jornada. Desangrarse para sobrevaluar la propia mercancía y devaluar la ajena. Volver tarde, sobreexcitado, harto, inquieto, hacer infelices a los que nos rodean, estar privado de toda vida interior, de todo arranque hacia una mejor humanidad. ¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”?

Secarse entre las cuatro paredes de una celda. Sentir lo desconocido de un futuro que nos separa de los nuestros, los que sentimos nuestros al menos, por afecto o por haber compartido riesgos juntos. Tener, si se está condenado, la sensación de que nuestra propia vida huye, que no hay nada más que podamos hacer para determinarla. Y esto por meses, años enteros. No poder luchar más. No ser más que un número, un juguete, un harapo, una cosa matriculada, vigilada, espiada, explotada. Todo en medida mucho mayor a la pena fijada en relación al delito. ¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”?

Vestir un uniforme. Por uno, dos, tres años, repetir incesantemente el acto de matar hombres. En la exuberancia de la juventud, en plena explosión de virilidad, recluirse en inmensos edificios donde se entra y se sale a horas fijas. Consumir, pasear, despertarse, dormir, hacer todo y nada a horas establecidas. Y todo eso para aprender a manejar instrumentos capaces de quitar la vida a individuos desconocidos. Para prepararse a caer muerto un día por un proyectil que viene de lejos, disparado por alguien también desconocido. Entrenarse para morir, o producir la muerte. Ser instrumento, autómata en las manos de privilegiados, poderosos, monopolistas, acaparadores porque no se es privilegiado, ni poderoso ni dueño de hombres. ¿Es eso lo que ustedes llaman “vivir”?

No poder aprender, ni amar, ni estar en soledad, ni derrochar el tiempo a gusto propio. Tener que estar encerrado cuando el sol brilla y las flores emborrachan el aire con sus efluvios. No poder ir hacia el trópico cuando la nieve golpea las ventanas, o hacia el norte cuando el calor se hace tórrido y la hierba se reseca en los campos. Encontrar delante de sí, siempre y donde sea, leyes, fronteras, morales, convenciones, reglas, jueces, oficinas, cárceles, hombres en uniforme que mantienen y protegen un orden de cosas mortificante.

¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? ¿Ustedes, enamorados de la “vida intensa”, aduladores del “progreso”, todos ustedes, los que empujan las ruedas del carro de la “civilización”? Yo llamo a eso vegetar. Lo llamo morir.

Emile Armand, pseudónimo de Ernest-Lucien Juin, escritor y anarquista individualista francés, propagandista del amor libre/poliamor y anarco- pacifista. 
 

Feliz 1984...

¿A qué país se refiere este artículo?, ¿España, México, Estados Unidos, el mundo occidental entero?.
Me sorprende (y no) que este escrito describa tan bien lo que esta sucediendo en México, siendo una denuncia del control Estatal cada vez más patente en España.
Lo dicho, el nuevo orden mundial no es una conspiración paranoide, es una hecho patente, cínico y burlesco...

Koan


1984Ni la monarquía más absolutista ni la dictadura más autoritaria controlaban tanto a lxs ciudadanxs como las actuales democracias. Estas últimas, bajo la fachada de la libertad de expresión, la tolerancia, la supuesta justicia igual para todxs etc. invierten millones y millones de euros en técnicas de control social: la ley, el urbanismo, los medios de comunicación de masas, la publicidad, etc. Hace poco se aprobó una reforma que castiga con 750 euros de multa  dormir o cocinar en la calle, mendigar en la puerta de un centro comercial, hacer malabares o tocar la guitarra sin permiso… sancionándose también jugar al fútbol en la calle y por supuesto protestar (en este caso la multa puede llegar a los 600000 euros)... esto es una muestra de cómo el Estado quiere controlar cada vez más nuestras vidas, dejándonos claro que la calle no es de todxs, es de ellxs, y por tanto hay que obedecer y asumir sus malditas normas.  Por si alguien decide cuestionar este hecho, en cada esquina habrá una cámara de videovigilancia, cada pocos minutos pasará un coche de policía por la calle, en cada barrio encontraremos una o dos comisarías etc. Nuestra intención en este texto es tratar por encima las formas de control a las que estamos sometidxs, para que todo/a el/la que se anime a leerlo tome conciencia de ello y pueda estar atento/a a estos continuos ataques.
La gentrificación es una de las técnicas que están cobrando gran importancia, y es que mediante este método se está consiguiendo desplazar a la clase obrera a los barrios dormitorio que se encuentran en la periferia de las ciudades, convirtiendo el centro en una zona de ocio y vivienda para la burguesía; de este modo, la vida del trabajador queda reducida a desplazarse del trabajo a casa y de casa al trabajo entre semana, y pasar los días de fiesta con su familia en un centro comercial estratégicamente situado cerca de su vivienda.
En el metro, además de las numerosas cámaras, cada vez son más frecuentes las pantallas tanto en el interior de los vagones como en los andenes. Estas no dejan de manipular el pensamiento de todxs lxs que las escuchan, ya sea “informando” sobre acontecimientos políticos (siempre desde el punto de vista del gobierno de turno), culturales, etc. o bombardeando publicidad. Ante esta intolerable situación la actitud de lxs pasajerxs es la siguiente: pasividad e indiferencia. ¿Por qué? ¿Acaso no les molesta que les traten como a ganado, que les intenten manipular descaradamente? Parece ser que no. Esto es fruto de un elaborado mecanismo que el Estado y el capital ponen en marcha desde que nacemos hasta que nos morimos. Nuestra familia convertirá el autoritarismo en algo normal con ayuda de la escuela, que también nos irá inculcando valores como la competitividad y el individualismo mediante las calificaciones, los premios y castigos etc, preparándonos para ser una pieza más en el mercado laboral; los medios de comunicación harán que aceptemos el patriarcado, el trabajo asalariado, los cánones estéticos, la desigualdad social, etc. como algo natural  y la religión hará que no cuestionemos las jerarquías y pongamos la otra mejilla (y otras instituciones que no mencionamos). El resultado de todo esto es la aceptación de la moral burguesa por parte de lxs trabajadorxs, que seducidos por la fantasía del consumismo pierden completamente la conciencia de clase. Esto se traduce en individualismo. Las relaciones sociales y personales se convierten en relaciones vacías, basadas en el consumo de ocio dirigido (discotecas, botellones, regalar objetos innecesarios en fechas señaladas, etc.) y no en el apoyo mutuo y la complicidad. La indiferencia ante las desgracias de los demás (provocadas por el capitalismo) es exagerada... como mucho se convierte en caridad, “tranquilizando” la conciencia mediante donaciones a ONGs pero sin cuestionarse la raíz de los problemas.
Nos llama la atención cómo el mundo se parece cada vez más a la distopía de Orwel:
Cámaras por todas partes que se instalan con la excusa de protegernos pero en realidad sirven para vigilarnos y mantener la paz social, acogidas con gran aprecio por la mayoría de las personas, fruto de la gran labor llevada a cabo por los medios de comunicación, que nos regalan miedo para vendernos seguridad, haciendo que nos temamos unxs a otrxs; pantallas en la mayoría de autobuses y trenes que no paran de hablar... nos gustaría destacar lo que ocurría este verano en los autobuses interurbanos: estas pantallas emitían un publirreportaje que exhibía unas casas “anti-crisis”  rectangulares prefabricadas por Ikea, de color blanco y pocos metros cuadrados, perfectas para llevártelas a tu nuevo barrio-suburbio (un objeto más que el capitalismo nos “facilita” amablemente); otro aspecto que recuerda a 1984 es la visión que transmiten los medios de comunicación acerca de los países de Oriente Próximo, que se ven reducidos a una franja de conflicto que constantemente está en guerra con la zona occidental por uno u otro motivo (supuestas armas de destrucción masiva, fanatismo religioso, guerra contra el terrorismo… cualquier cosa sirve para que la clase dirigente se llene los bolsillos con el negocio de la guerra y el petróleo), o mantienen una guerra entre ellos (Israel contra Palestina, Estados Árabes…), sucede algo parecido a la continua guerra entre Oceanía y Eurasia o Asia Central de la novela. Las “revoluciones” alienadas también juegan un papel importante para mantener el actual orden (desorden) de las cosas, ya que son fundamentales sindicatos como CCOO, UGT, CGT, el Sindicato de Estudiantes, etc. para mantener la paz social e invisibilizar el conflicto, dando a los militantes una falsa sensación de lucha que a la hora de la verdad solo es un paripé, pues todos estos sindicatos son cómplices del sistema y lo reproducen en su interior mediante el delegacionismo, la verticalidad, el trabajo asalariado, las subvenciones, los comités de empresa o consejos escolares, etc. tampoco está de más mencionar aquí (hablando de revoluciones alienadas) el ciudadanismo de movimientos como el 15-M, cuyas reivindicaciones son reformistas y no van a la raíz del problema, además de criminalizar las luchas de muchxs compañerxs predicando la no-violencia, ya que parecen haber olvidado que ni el ejército más numeroso y mejor armado podría con un pueblo revolucionario. Otro detalle que el mundo comparte con 1984 es el “minuto de odio”, en este caso producido por la derrota de tal o cual equipo de fútbol, la expulsión  de algún personaje de un reality show, la elección de otra ciudad como sede de los JJOO o casos similares. Todo esto se consigue gracias a las telepantallas que nosotrxs mismos compramos y colocamos en nuestro salón convirtiéndonos en cómplices de esta sociedad del espectáculo, telepantallas que han conseguido fabricar personas que nacen, trabajan, consumen y mueren.
La calle es de ellxs, el sitio en el que vivimos es de ellxs y nuestra vida también es suya! La diferencia con la novela “1984” es mínima.
Nos han hecho creer que de cara a cualquier intento de rebelión perderemos todo aquello que nunca ha sido nuestro… No tenemos nada que perder, tenemos todo por ganar!! Acabemos con la sociedad del espectáculo y recuperemos nuestras vidas!!



¡¡ORGANICÉMONOS PARA LUCHAR CONTRA EL ESTADO Y EL CAPITAL!!

¡¡CONSTRUYAMOS LA ANARQUÍA!!

GRUPO CORVUS. FEDERACIÓN IBÉRICA DE JUVENTUDES LIBERTARIAS

Operación Condor, Gladio, vuelos secretos... Las guerras secretas de la CIA

Excelente programa que nos recuerda un pasado que nunca ha dejado de estar presente y que amenaza en convertirse en un futuro común. 
El que tenga ojos que vea, y el que tenga oidos que escuche.

Koan

El código alimentario y el pan nuestro de cada día

Disruptores endocrinos y eugenesia multiespecies...incluyendo la humana.

miércoles, 22 de enero de 2014

Clases sociales y análisis social

El concepto de clase social es de vital importancia para el estudio y compresión de la realidad capitalista. No dejan de sorprender aquellos comentarios que argumentan, o bien, la inexistencia de las clases sociales, o su invalidez analítica por ser elementos de un contexto pasado ya no aplicable a la sociedad de nuestros tiempos. Con este artículo pretendo argumentar todo lo contrario: que la vigencia de la sociedad de clases sigue siendo evidente y palpable. No obstante, este artículo no pretende ni profundizar en debates técnicos o académicos [1], ni establecer una tipología definitiva de clases. Me contento con señalar que las sociedades capitalistas en las que vivimos están estratificadas, y que el avance hacia la revolución social pasa por ser conscientes de ello.
Lo primero que hay que resaltar es que el concepto de “clase social” es una mera herramienta analítica, y por lo tanto tiene una función heurística que ayuda a la persona que se embarca en el estudio social. Como tal herramienta, puede ser concebida de múltiples formas en función al marco teórico desde el que se trabaje. Tener en cuenta esto significa saber que no existe una única manera de aprehender lo que llamamos “estratificación social.”
Las sociedades (y más en la actualidad) están estratificadas de una manera u otra: siguiendo lógicas diferentes, basándose en conceptos clasificadores distintos, etcétera. En las sociedades capitalistas dicha estratificación sigue una lógica predominantemente económica al estar centrada (pero no exclusivamente) en la producción. Así pues, aunque nos empeñemos en negar la existencia de clases sociales, difícilmente podremos negar la existencia de dicha estratificación social: nos basta con dar un paseo por cualquier ciudad capitalista para ver los efectos materiales de dicha estratificación. De esta manera encontramos barrios pobres y barrios ricos; personas que tienen que trabajar 12 horas diarias para sobrevivir, y personas que se bastan con firmar unos papeles a la semana para vivir holgadamente; grupos que son discriminados por el color de su piel, y grupos que son privilegiados por su credo religioso. Las sociedades capitalistas en las que vivimos están estratificadas, y al estarlo, es útil para la persona que se embarca en el análisis social establecer unas categorías analíticas que permitan agrupar a personas con similares características.
Ya he dicho antes que existen múltiples formas de aproximarse a la estratificación de las sociedades capitalistas. Una de ellas, la iniciada por Karl Marx, es la que pienso es la más conveniente para un análisis realmente radical y revolucionario (por lo tanto, la más útil para les anarquistas).[2] La tipología de clases que promueve la teoría marxista es con frecuencia malinterpretada por anarquistas y marxistas de a pie (sobre todo las últimas). Para ello, tengamos en cuenta los siguientes puntos:
  • * Las clases sociales no son homogéneas internamente: existen contradicciones y conflictos dentro de cada clase social. Un error típico, por ejemplo, es pensar que el proletariado en su total conjunto persigue los intereses de su clase. La contradicción resalta a la vista cuando vemos la cantidad de personas consideradas como “trabajadoras” que votan a partidos conservadores.

  • * Las clases sociales no son compartimentos estancos: otro error típico es pensar que las clases sociales designan a personas de una manera estática y hasta “natural.” De tal forma, se tiende a pensar que si una persona nace en el barrio madrileño de Vallecas (por ejemplo) y trabaja de peón en la construcción es, de forma automática, “clase trabajadora” y por ello aúna las características conceptuales que se le asignan a dicha clase.

  • * No solamente hay dos clases sociales (o tres si se quiere incluir a la manida “clase media”): pensar la sociedad capitalista en términos binarios (proletariado vs capitalistas), o con una triada (trabajadores, clase media, y capitalistas), es a todas luces un análisis simplista que reduce demasiado la complejidad de las dinámicas humanas que se dan en el capitalismo.
Teniendo en cuenta estos tres puntos estamos algo más preparades para desarrollar un análisis social mucho más rico y exhaustivo. Los siguientes puntos, son a mi parecer, vitales para realizar un análisis social más acertado:
  • * Las clases sociales son posiciones estructurales: una clase social no es una categoría que define la “naturaleza” de un individuo ni su condición existencial en sociedad. No se es de una clase social como se es fan de un equipo de fútbol. Decir que una persona es “capitalista” implica situar a dicha persona en el complejo entramado de relaciones productivas que se dan dentro del capitalismo. Para ello imaginemos un “mapa del capitalismo” en el que situamos a las personas según la relación que tienen con la producción económica y el control de los medios de producción y el trabajo del resto de personas.

  • * Si las clases sociales son posiciones estructurales, éstas están dialécticamente relacionadas entre sí: es útil y necesario definir una clase social en relación con el resto de posiciones estructurales dentro de la organización social de la producción. La persona clasificada como “proletaria” está relacionada con las personas clasificadas como “capitalistas” en tanto que la primera: 1) no es propietaria de los medios de producción, y 2) no dispone de autoridad en la organización de la producción.

  • * Dado que las clases sociales son posiciones y relaciones estructurales, podemos encontrar una enorme variedad dentro de cada posición estructural: pensemos en la amplia categoría “clase trabajadora” (aquella que no es propietaria de los medios de producción y vende su fuerza de trabajo a otras personas). De esta manera encontramos que la clase trabajadora se puede, asimismo, diferenciar internamente en términos de: 1) nivel educativo y formación, y 2) existencia de responsabilidades dentro de la organización de la producción. Así podemos hablar de trabajadores no-cualificades, trabajadores no-cualificades con niveles medios de responsabilidad (como la persona encargada dentro de una cafetería pero que, no obstante, no es dueña del establecimiento), trabajadores muy cualificades sin responsabilidad directa sobre otres trabajadores, etcétera y más etcétera.

  • *La clase social también se percibe de forma subjetiva: es muy útil diferenciar entre “clase social objetiva” (aquella dada por la posición real dentro de la organización social de la producción), y “clase social subjetiva” (aquella que las personas piensan que son). Mirando a las diversas encuestas sociales de las que disponemos, observamos que mucha gente se auto-denomina como “clase media” a pesar de estar posicionada en los niveles más bajos de la jerarquía productiva. De la misma manera, gente “más privilegiada” (como profesionales con estudios universitarios y puestos de trabajo que incluyen responsabilidad sobre el trabajo de otras personas) se auto-clasifican como “clase trabajadora.”[3]
Como se puede ver, el análisis de clases no es una tarea sencilla (y ríos de tinta se han escrito sobre el asunto). Dentro de cada posición estructural podemos diferenciar personas (capitalistas con empresas de 0 a 10 trabajadores, trabajadores cualificades con puestos de responsabilidad, trabajadores súper-cualificades con altos salarios pero que no son propietaries de los medios de producción, etcétera), así como podríamos también usar un marco teórico diferente para abordar la estratificación social (en vez de centrarnos en relaciones estructurales podríamos, como hace el análisis weberiano, centrarnos en los salarios percibidos y las relaciones laborales en el mercado de trabajo).
Sea como sea, si pienso que el análisis marxista es útil para la revolución social es porque es (seguramente) el único análisis exhaustivo que incluye una dimensión moral. Es decir, dentro de toda la complejidad que supone la estratificación social, hay personas que actúan de manera inmoral (explotando) y personas que sufren dicha explotación (explotades). Este tipo de análisis estructural nos permite, además, diferenciar de forma compleja el entramado de relaciones humanas que se dan dentro de la organización social de la producción.[4] Esto último nos permite discernir con mayor precisión las dinámicas que se institucionalizan y perpetúan las desigualdades sociales, económicas, y políticas.
Finalmente añadir que, si bien es cierto que el análisis marxista de clase es útil, nosotres les anarquistes le podemos dar una vuelta de tuerca más. Poco podemos añadir al análisis “objetivo” (con muchas comillas) de la estratificación social. No obstante es en el plano subjetivo y, sobre todo, en el análisis de las relaciones de autoridad y responsabilidad dentro de la organización productiva, donde la teoría anarquista puede avanzar el análisis social del capitalismo.
¿Y de qué nos sirve esto? Para algunes puede ser una mera forma de ganarse la vida en la academia; para otres puede ser una manera de pasar el tiempo. Pero estaríamos muy ciegues si no viéramos todo el potencial revolucionario que ofrece el “conocer a nuestres enemigues”.[5] Cuanto más sepamos sobre las complejas maneras en las que se desarrolla el capitalismo, más oportunidades tendremos de construir un mundo nuevo donde la raza humana pueda vivir con libertad.

Notas

[1] Para un análisis en profundidad de las distintas maneras en las que se puede estudiar la sociedad de clase se puede leer a Erik Olin Wright.
[2] No seré la primera persona que se considera anarquista y que piensa, al mismo tiempo, que la economía política iniciada por Karl Marx (y desarrollada por un sinfín de marxistas, neomarxistas, y anarquistas) es el mejor intento de desentrañar el funcionamiento del capitalismo. Ojo, esto no significa que comulgar con los análisis económicos marxistas signifique también comulgar con las teorías políticas y organizativas que normalmente se asocian al marxismo.
[3] Las razones de esta percepción subjetiva que no concuerda con las posiciones estructurales de las personas en la organización social de la producción se debe a una miríada de factores que no entran en el contenido de este artículo. De forma somera, algunos de estos factores podrían ser: 1) la percepción de lo que es digno o no en sociedad, 2) la definición de “clase” únicamente en relación con el salario que se percibe, o 3) influencias sociales del entorno social (como familia, amigues, barrio en el que se vive, etcétera).
[4] Nótese además que siempre se habla de organización social de la producción, lo que recalca que el capitalismo es una invención humana y contingente históricamente hablando. Esto implica, como es obvio, que dicha organización es sustituible por otra mucho más justa.
[5] Y obviamente digo “enemigues” porque las distintas clases sociales tienen distintos intereses en esta vida.
La Colectividad - Regeneración
Fuente: www.regeneracionlibertaria.org/clases-sociales-y-analisis-social

El fracaso de la humanidad

El fracaso del conjunto de la civilización y del hombre a lo largo de la historia de la humanidad, y más concretamente durante este último siglo se lo debemos a un sistema impuesto y a la vez consentido y aceptado por una inmensa mayoría de la sociedad, en la que sus miembros han asumido su rol formado, moldeado y finalmente adjudicado por una autoridad sometida a una élite de poder que establece los fines concretos en los que se desarrollará el hombre en el conjunto de la sociedad, y en los que dictará en cada momento las normas de conducta y la forma de vida de la totalidad de sus integrantes, los fines concretos son: la cultura, la educación, el entretenimiento, el trabajo, la política, etc etc, lo que llamaremos propaganda. Estos factores básicamente son los que moldean carácter del individuo y la predisposición a adaptarse al sistema será la conformación total de su personalidad. La alienación del hombre moderno se debe a una predisposición “inconsciente” (debido generalmente a la propaganda) a la aceptación de un sistema corrupto. La alienación también genera sufrimiento, un sufrimiento que no se puede detener al tener una dependencia en dicho sistema, pero éste es a la vez tolerado y aceptado para la supervivencia del mismo sujeto al quedar atrapado por él, en la que las vías de escape suele ser el entretenimiento y la tecnología entre otros instrumentos (de los que se sirve la élite de poder) como formas de evasión.
El fracaso de la humanidad también se lo debemos al no haber utilizado la inteligencia, que lo podríamos definir como sentido común, sin apenas intervención del pensamiento. Inteligencia significa saber escoger. Debemos entender que no hemos sabido escoger el sistema en el que tenemos que interactuar y desarrollarnos como personas humanas.
Aquí tendríamos que hacer un punto y aparte, la inteligencia no debería estar siempre asociada con la autoridad que otorga el conocimiento la información, o el pensamiento y la experiencia que tiene el hombre.
Otro factor de la frustración del hombre moderno es la consecuencia del complejo de inferioridad que tiene de él mismo. Este acomplejamiento principalmente se debe al estar integrado en una sociedad jerárquíca y netamente capitalista, en la que la inmensa mayoría busca el ascenso y la posesión y acumulación de bienes y capital como única forma de dar sentido a su existencia.
Faltaría aclarar si el fenómeno de la propaganda es decisivo y determina totalmente la manipulación psicológica y posterior control de la conducta del hombre y el conjunto de la sociedad, o si también existen factores internos de la estructura psicológica del hombre que ayudan y son decisivos para la posterior integración a un sistema corrupto.
¿Por qué hay una tendencia del hombre a integrarse y asimilar un sistema corrupto?
El análisis de la psicología humana es fundamental para saber hasta que punto el pensamiento en el hombre se va corrompiendo en las diversas etapas de su existencia. Podremos observar que el tiempo de permanencia del hombre en un sistema corrupto va deteriorando cada vez más sus facultades analíticas, se anula el análisis objetivo y éste es convertido en asimilación del sistema por medio de la propaganda y  su posterior análisis subjetivo, con lo cual, la transformación del pensamiento del sujeto debido a la asimilación de dicho sistema acaba por corromper las bases lógicas de entendimiento y sentido común de la inteligencia.
Si entendemos que la propaganda es una forma de pensamiento concreta que es implementada desde el exterior para fines de diversa índole, significa que el poder que confiere el uso de la propaganda sobre el hombre, lo transforma en otro distinto, un ser dependiente que es sometido y controlado bajo el mando de una autoridad que le dicta en mayor o menor medida los pasos que debe dar a lo largo de su vida.
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