Desidia: Falta de cuidado, interés, energía o actividad. Desidia, dejadez,
abandono, negligencia, pereza, indolencia… Tiene que ver con el comportamiento
humano, sobre todo, en el ámbito social que finalmente es donde todas las personas
estamos situadas.
Inocular:
Introducir una sustancia en un organismo. Transmitir por medios artificiales
una enfermedad contagiosa. Pervertir, contaminar.
Afrontamos y padecemos una realidad donde la desidia es
un valor siempre cotizado, imprescindible para que este sistema criminal y
depredador funcione. Es necesario que los seres humanos pierdan el interés y la
energía necesaria para luchar por sí mismos y por los demás. Una vez conseguido
esto, la esclavitud mental y posteriormente la física están al alcance de la
mano. Por eso el poder no ha dudado, ni lo hará, en desplegar todo su arsenal
para inocular esta desidia que tanto le favorece. Sabe que el control se
obtiene mucho más por la sumisión voluntaria que por la represión (que reserva
para aquellos que se muestran más resistentes a esta inoculación masiva), por
eso se muestra tan persistente y, desgraciadamente, tan eficaz en su propósito
de que la desidia sea un rasgo fundamental del comportamiento humano. Esto
sucede en mayor medida en aquellas sociedades autodenominadas desarrolladas y
democráticas.
La desidia se
fomenta de varias formas:
Desconectando a las personas entre sí. Es decir, se
potencia la creencia de que cada uno debe preocuparse por sí mismo y que nadie
va ayudarle en un mundo donde lo importante es lo alto que puedas llegar y no
cómo lo hagas. Desconectando a las personas de sí mismas, fortaleciendo el
culto a lo externo, a lo que se ve y relegando el mundo interior al carácter de
menudencia que es mejor no desarrollar por ser poco más que una pérdida de
tiempo.
Haciendo sentir a la gente que nada de lo que le sucede y
pasa a su alrededor depende de ella. Afianzando la creencia de que deben ser
los elegidos (elegidos por el sistema) los encargados de dirigir nuestras vidas
y el papel de la gente queda reducido a la aceptación. Así se establece el
delegacionismo como método básico de funcionamiento social y como método de
absoluto control social.
Acelerando el ritmo de vida y encumbrando la medida del
tiempo (el tiempo es oro, o al menos eso se nos hace creer) La coronación del
dinero como valor absoluto y de la sociedad del trabajo como único medio para
acceder a él, nos convierte en máquinas dedicadas en exclusividad a la
consecución de los objetivos que la sociedad nos marca. Estas condiciones que
nos imponen para sobrevivir obligan a centralizar la vida en la cuestión
laboral, impidiendo cualquier consideración de importancia que no tenga que ver
con esto. Lo que crea una cultura de lo inmediato en la que no tiene cabida el
esfuerzo desinteresado ni la implicación personal en lo común.
Mecanismos de
inoculación:
Es sabido que el poder tiene infinitud de maneras de
ejercer su dominación sobre las personas y en la cuestión de la que estamos
hablando, utiliza varios de los mecanismos más potentes a su alcance.
- Sistema
educativo: Durante décadas, millones de personas hemos pasado por
este filtro encargado de modelarnos y adecuarnos a las necesidades de cada
momento histórico. La misma introducción de este sistema responde a la
necesidad de producir en serie combustible humano para alimentar el engranaje
de la recién llegada sociedad industrial. Desde ese mismo instante se vislumbró
el potencial de la educación estatal y de la imperante necesidad de
universalizarla. Esta necesidad se ha visto colmada, independientemente del
tipo de régimen político instaurado y de la supuesta orientación ideológica del
mismo. En todos estos lugares el sistema escolar tiene un objetivo primordial
más o menos oculto: transmitir y asegurar la asimilación de una necesidad de
ser enseñados.
De esta forma se consigue que las personas nos
desentendamos de la responsabilidad de nuestro propio desarrollo. La escuela
nos instruye para ocupar el lugar que el poder nos tiene reservado dentro de nuestro
sistema social y para saber aceptar que esa posición no depende de cada uno de
nosotros; sino que está en función de una serie de parámetros (económicos,
étnicos, origen social,…) que el propio poder se encarga de medir y catalogar.
Esto nos lleva al desapego por el otro, puesto que necesitamos concentrarnos en
lo que se espera de nosotros y, por tanto, todo lo que no tenga que ver con eso
no importa y no merece esfuerzo alguno.
- Medios de
comunicación: Los medios de desinformación masiva se dedican incesantemente
al bombardeo continuado de noticias y situaciones a cada cual más horrible y
desgraciada. La estrategia es clara y simple, insensibilización por desgaste. Y
de verdad que lo han conseguido, la gente es capaz de comer mientras en ese
lapso de tiempo ve u oye docenas de muertes por diversas causas, catástrofes
ambientales a cada cual peor, gran cantidad de usureros delincuentes saliéndose
con la suya sin mayores problemas,… este bombardeo permite que no se
establezcan relaciones entre estos fragmentos de la realidad, al mismo tiempo
que consigue que la gente desconecte y deje de empatizar.
Por otro lado, jamás se muestran los logros colectivos, a
excepción hecha de los deportivos y, normalmente, las noticias que proporcionan
al gran público sobre lo colectivo tiene que ver con la maldad.
- Partidos
políticos y sindicatos: Después de mucho tiempo estas organizaciones han
conseguido desarticular todo lo común y relegar el papel de la gente al de mero
espectador de lo que acontece. En diferentes etapas han conseguido desarticular
todo lo que huela a común y organización popular, han logrado desmovilizar y
desmotivar a la gente al someterlos a un continuo desgaste por las migajas del
sistema y, finalmente, han conseguido desarticular todo intento de participación
política a través de sus monumentales aparatos burocráticos y de su descarada
inserción en los mecanismos de control del sistema capitalista.
- Mercado laboral: En esta sociedad del trabajo en la que vivimos, el
capitalismo maneja uno de los mejores métodos de control que tiene el efecto
secundario de la inoculación de la desidia: lo que ellos llaman el paro
estructural o la masa de gente sin trabajo. La presión ejercida sobre las
personas sin trabajo asalariado y su condena a vivir en el lado de los
excluidos socialmente facilita la desconexión social y el encumbramiento del
todo vale porque: en esta sociedad o trabajas o estás muerto. Así se deja de
tener interés en el otro para centrarnos en nosotros mismos y en cómo mejorar
nuestra situación personal aunque, para ello, haya que pasar por encima de otra
persona.
- Religión: No podemos olvidar el papel que juegan las grandes
religiones en las sociedades actuales (por mucho que quieran definirse como
laicas). Lejos de priorizar aquello del amor al prójimo; se ha impuesto la
resignación y la aceptación a los hechos de la vida como algo que no podemos
controlar puesto que proviene de la voluntad divina (aunque ésta sea la
voluntad de los poderosos). También se ha impuesto la concepción de la caridad
como método de compensación por aceptar el destino, de tal manera que se
desarticula cualquier opción de cambiar el orden establecido puesto que de esta
forma se perpetúan los estratos de poder y dominio. No en vano la iglesia, el
brazo armado de la religión ha sobrevivido a siglos de avatares diversos. Ha
sabido como nadie aliarse al poder y pasar a formar parte de él.
Esto sólo pretende ser un esbozo de cómo se consigue la
inoculación de la desidia en el comportamiento humano. Las consecuencias que se
derivan son simplemente terribles y las vivimos a diario. Así, vemos pasar ante
nuestros ojos situaciones y acciones que nos afectan directamente pero no somos
capaces de reaccionar por esa terrible desconexión producida por la desidia
(desde luego entre otros factores). Por supuesto, contamos con el ejemplo de
todas las personas que se muestran resistentes a este contagio y luchan y
construyen a diario para cambiar esta realidad terrible.
Sin embargo, la inmensa mayoría cae bajo los efectos de
esta inoculación contra la que debemos combatir.
Fuente:Quebrantando el silencio