Largos debates, conversaciones
con cierto sabor a resentimiento y desesperanza giran en torno a la falta de
reacción social ante la ofensiva desatada por los grandes capitales y los
centros de poder político siempre ansiosos por ampliar sus beneficios económicos
en primer término, y como objetivo de fondo aumentar la capacidad de dominio
sobre el resto de seres que habitan el planeta.
Durante mucho tiempo el sistema
social se ha encargado de ir destruyendo el tejido social en el que las
personas se apoyaban siempre para tratar de vivir una vida lo más acorde
posible a su modo de sentir. Precisamente ahí, en el modo de sentir, es donde
ha centrado gran parte de sus esfuerzos el poder.
Muy pronto se dieron cuenta de
la importancia de modificar esa manera de sentir que incluía una visión
colectiva de la vida, una forma de sentir que incluía al otro, al entorno
natural que se consideraba parte inseparable de la propia vida, y que provocaba
que la vida fuera vivida en común.
Obviamente, para que un sistema
basado en la avaricia, en la imperiosa necesidad de poseer más y más funcione
se necesita romper esa idea de lo común. Se necesita atomizar al ser humano y
romper los lazos que le conectan con el resto para convertirlo en un autómata
perfectamente dispuesto a cumplir con el papel asignado en la función
capitalista. Sólo con la desconexión entre iguales es posible desentenderse de
los problemas ajenos y desligar los propios de los globales, y de ahí a no tener ningún problema a pasar por encima
de quien sea para seguir adelante (sin saber muy bien hacia donde) hay un paso
bien pequeño.
Y así lo ha hecho, como siempre
usando esas poderosas maquinarias que utiliza a su antojo como son el sistema
educativo, los medios de información y la industria del entretenimiento (el
sólo hecho de que exista algo llamado industria del entretenimiento da la
medida del éxito obtenido por el sistema en su proceso de desconexión del
individuo con su entorno)
Se ha potenciado tanto lo
individual que se ha traspasado la línea que separa el necesario desarrollo de
la persona con esa zona oscura donde el egoísmo lo puede todo.
Durante muchos años se ha ido
potenciando una sibilina manera de modelar la personalidad humana basada en la
suprema importancia de la satisfacción de las necesidades personales. En esto,
tiene mucho que ver la infiltración de las ciencias psi, especialmente la
psicología, en todos los ámbitos del control social mejorándolos y
perfeccionándolos hasta límites insospechados. (Este tema da para mucho más y
trataré de ampliarlo en otra ocasión).
Junto a la importancia de esa
satisfacción, se induce la creencia del mérito personal y, por tanto, la falsa
ilusión de que todo lo que nos ocurre en la vida es consecuencia única y
exclusivamente de nuestros actos. Es decir, queda eximido de toda
responsabilidad el sistema político, económico y social. Todo es fruto del
hacer individual independientemente de cualquier condicionante.
Esta excelente estrategia de
control social ha desactivado casi cualquier posibilidad (es obvio que el casi
no incluye a todas esas personas que si reaccionan y se esfuerzan en construir
otra forma de vivir, cada uno a su manera) de reacción social y al pasar de los
años ha conseguido dejar una ingente cantidad de personas que no salen de su
asombro y estupor ante la actual situación. Una gran masa de gente que no llega
a comprender qué salió mal. Siguieron las instrucciones al pie de la letra, se
dedicaron en cuerpo y alma a cumplir con lo que el sistema esperaba de ellos y
ahora se encuentran en una situación de indefensión absoluta. Y lo qué es peor,
absolutamente convencidos de qué ha sido culpa suya.
Personas que han cumplido con
su labor de asalariados durante años y ahora se ven como seres inservibles sin
saber por qué, jubilados que tras entregar hasta la última gota de sudor han
visto como todo lo que con esfuerzo consiguieron juntar para pasar sus últimos
años se ha evaporado, varias generaciones convencidas de que estudiar era lo
que debían hacer para alcanzar la vida que el sistema les ofrecía y se
encuentran con la cruda realidad de ser mano de obra sobrante, y así un largo
etcétera de personas y situaciones diversas. Todas ellas con algo en común, un
sentimiento de culpa inoculado por el sistema y con una nula capacidad de
reacción fuera de los cauces que el propio sistema ofrece.
Es necesario tratar esta
cuestión con lógica. Si hemos seguido las normas que nos debían guiar al buen
vivir según el sistema y esto no se ha producido sólo hay una posible
conclusión lógica: no somos culpables, entonces ¿quién es el culpable? Todos
los dedos deben apuntar en la misma dirección: el sistema capitalista. Por
tanto, sólo puede haber una salida posible, acabar con él.
Fuente:Qubrantando el silencio
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