sábado, 21 de septiembre de 2013

Utopodcast - Cuadernos de Negación 3 - Contra la sociedad mercantil generalizada

Prime Time Holocausto


- ¡Lo que quereis es llenarle
la cabeza de mierda a la gente!
- Lo dices como si fuera algo malo


Prólogo: Directiva corporativa número I [Top Secret]
I
El desarrollo y dominio de la raza humana se ha establecido desde el siglo XVIII hasta finales del siglo XX a través de dispositivos disciplinarios. La tarea que nos correspondía era igual que la que corresponde a adiestrar un perro o enderezar un árbol. Para ello habilitamos diversas instituciones que pronto se extenderían por todo el globo: la escuela, el ejercito, la fábrica, la familia, la universidad, el psiquiátrico, la prisión. Todas ellas son obras nuestras. Todas ellas se componen de una serie de mecanismos habilitados para su correcto funcionamiento. Los militares deben estirar el cuello y andar recto porque así es como se forman ejércitos diligentes. Los niños deben sentarse en sus pupitres y mantenerse quietos, atentos a la lección, solo así es como se puede aprender. El enfermo mental debe ser reprogramado, sometido a electroshock si hiciera falta, así conocerá la cordura. 

Entonces, detectar las desviaciones y corregirlas: vigilar y castigar. Se instituye el cuerpo de la sociedad como un todo que debe ser cuidado y sanado para la perpetuación del ser humano. 
Somos, finalmente, sanadores: el hombre necesita de nuestra actuación, lo quiera o no. Porque esto es lo importante: nosotros sabemos lo que es mejor para el ser humano, jamás debemos dejar que caiga en su propia ignorancia.
II
El modelo utilizado era el del panóptico Observar a todos los sujetos humanos desde un eje central y hacerlo sin que estos sepan si están siendo vigilados o no. Colocar un policía en cada esquina. Atender a la confesión de los pecados. Desarrollar el censo, regular las poblaciones enfermas, cuantificarlas. Levantar la sospecha y el recelo en la sociedad misma: la mejor vigilancia es la del vecino o la del hijo. Colocar cámaras (cuando se obtuvo la tecnología necesaria) en cada esquina sustituyendo a la policía Rastrear cualquier comunicación. Finalmente colocar un panóptico dentro de cada cuerpo. Solo así se puede controlar esa bestia indomable que es el ser humano, solo así puede dirigirse a un fin supremo.

III
Este modelo aunque vigente está mostrándose obsoleto. El ser humano esta empezando a mostrar todo su potencial. Incluso está empezando a dejar de ser humano: ya no tiene esencias, pasiones, naturaleza que lo definan como tal. Posiblemente nunca las tuvo. Hoy nos toca producir la vida misma, fabricar el humano que deseamos. La sociedad de control sustituye a la sociedad disciplinaria. El complejo científico-militar sigue siendo nuestro predilecto. En él empezamos a alterar las leyes de la genética y fabricar superhombres que ya no se desviaran porque el mundo que creamos para ellos, ellos mismos, son el único modelo posible. Ya no desean la perturbación porque son incapaces de imaginarla, es un mundo feliz el que queremos construir.

Nuestros experimentos en el campo genético se ven acompañados de nuestras técnicas publicitarias. Ofrecer diversidad, crear la ilusión de esta, pero que esta diversidad sea solo el reflejo del único mundo que queremos construir. Producir, entonces, a través de estas visiones el mundo que deseamos, la ingeniería semiótica se ha mostrado incluso más potente que la ingeniería genética. Gracias a los nuevos medios de comunicación podemos repetir el mensaje una y otra vez hasta que sea ese único mensaje imaginable.  
Pero no solo genética y semiótica, también la ingeniería farmacológica: crear un cuerpo sometido y producido por las sustancias que deseamos. ¿Necesitamos energía extra para nuestra maquinaria? Inyección de estimulantes como cocaína ¿Necesitamos de descanso tras el sobretrabajo? Dosis de prozac ¿Quizá un vigoroso orgasmo productivo? La respuesta es viagra. Hoy, definitivamente, ya no podemos hablar de hombres sino de post-humanidad.
IV
Fabricar la vida, fabricar los modos de experiencia significa la habilitación de dispositivos más sutiles que los que habían predominado hasta ahora. Las cárceles, el ejercito, la escuela deben desaparecer. La trama debe enmascararse, solo así puede alcanzar su pleno potencial. Ya no actuar por instituciones que empiezan desde cero y van una detrás de otra. La vida debe ser hoy una gran institución que actúe más por una modulación capaz de adecuarse a las pretensiones de cada sujeto y sacar el máximo potencial de este. Fragmentar la vida y someterla absolutamente a través de su fabricación. Solo así el humano puede morir y dejar paso a la gran obra. Es tu misión trabajar en ella.

¡CYNNAGOR VAT NUK!

Nota a mano: Somos los hijos ilegítimos del industrialismo militar y del capitalismo patriarcal, por no mencionar del socialismo de estado. Pero los bastardos son a menudo infieles a sus orígenes Sus padres, después de todo, no son esenciales. Somos, pues, una irónica promesa para este nuevo milenio. Más allá del ser humano, más allá de la realidad…
 
Fuente:Ciudad Tecnicolor

Dias de Gloria...

Dedicada a todos los "pepes y toños" mierderos, los PyMes lameculos y demás calaña trepadora de mierda aspirante a ojetes profesionales...

Koan

Ciudades bajo vigilancia global / Shila Vilker

Aunque el signo dominante de los tiempos es la administración desregulada del control ciudadano, sigue imperando una matriz imaginaria en la que la centralidad estatal guía y organiza las intervenciones, de ahí la importancia de los casos WikiLeaks, las escuchas ilegales o la ingeniería Echelon. Es esta imaginación ya vieja la que concentra, a modo de un síntoma, sobre las redes sociales como Facebook, el malestar ante posibles encubrimientos de los dispositivos.
 
Tal estado imaginario pasa por alto el rasgo más amenazante de estas tecnologías que es, justamente, su anverso: la descentralización. Cuando estas tecnologías de intromisión y registro se privatizan.
 
La proliferación de estas tecnologías, en todas sus formas –bancos de datos, cámaras, direcciones de IP, celulares con GPS, etcétera– obedece al imperialismo de la técnica.
 
La descentralización y desgubernamentalización de los dispositivos de seguridad transforma también su modo de ser experimentadas: la nueva arquitectura de la vigilancia electrónica se vive como “tecnología de la protección” y no del control. Inducidos por la panacea tecnológica de la seguridad, el área metropolitana de Buenos Aires ya lleva instaladas cerca de un millar de cámaras de vigilancia en espacios públicos. La dimensión protectiva de estos dispositivos es tan fuerte que los vecinos estuvieron dispuestos a financiar su instalación. Así sucedió en la Recoleta, en las que la tecnología fue adquirida con financiamiento privado y el monitoreo quedó a cargo estatal.


El control general hace de todos potenciales víctimas al mismo tiempo que virtuales victimarios. Su corolario: la general sospecha sobre el otro y el deterioro de la confianza interpersonal.
 

 
Este fenómeno, a su vez, es subsidiario de la lógica de la delación, vinculado a la disponibilidad masiva, individual e irrestricta de estas tecnologías. El abaratamiento de los costos de las tecnologías de la vigilancia las ha vuelto domésticas y con ello, una nueva oleada de modernización hogareña ha introducido el pequeño kit del espía en la vida cotidiana.


Ciertamente, controlar-proteger-DELATAR son tres de las principales actividades de toda economía política del poder.
 
Su descentralización, sin embargo, oculta su dimensión política.
 
Esto es lo que sucede cuando el control es masivo e independiente del riesgo.
 
Por eso, en su simple funcionar, aparentemente impolítico, se presentan como inocentes de sus efectos.
 
Los usos sociales de las tecnologías de la vigilancia deben ser pensados, entonces, como políticas de seguridad de alcance y ejercicio masivo y desregulado.


La imagen y su registro, en la sociedad del espectáculo, mediatizan las relaciones sociales al mismo tiempo que la visibilización funda un orden que, para muchos, puede parecer más justo al permitir delatar las arbitrariedades del poder. Sin embargo, en ese mismo gesto, el débil adopta los mismos mecanismos que sus opresores.
 
  Como dice la letra de Calle 13, que los vigilantes sepan que los vigilados disponen de tecnologías de control: “A los policías que no se olviden, que los celulares ahora tienen camaritas, los estamos vigilando, los estamos grabando”. El quiebre imaginario de la asimetría entre vigilados y vigilantes no nos hace mejores ni nos ha vuelto más libres. Nos ha situado en mímesis con aquello que pretendemos conjurar. Por eso, no alcanza con el espíritu pacificador y el ánimo de convivencia que festeja los nuevos usos de la tecnología para paliar el riesgo de que el control se vuelva totalitario.
 
 
Revista Ñ.

Ciudades rigurosamente vigiladas

1 Trash
 
Una ciudad sobrexpuesta.
Paul Virilio.
 
"La cámara se ha convertido en nuestro mejor inspector" J.F. Kennedy
 
Después de experimentar con la cámara que controla la circulación en las autopistas y con la cámara antirrobo de los supermercados, la policía municipal de Hoboken, en el distrito de Nueva York, decidió "iluminar" completamente una de sus manzanas. Esta zona sería puesta bajo vigilancia permanente con la ayuda de un circuito de televisión conectado a la central de la ciudad. Si se cree en sus promotores, el factor psicológico constituiría la mejor disuasión: "Las patrullas de policía, declararon, son un lujo que ya no podemos pagar".


La crisis de la gran metrópolis, señalada por John Lindsay en el plano de la gestión municipal, tendrá así, entre otras consecuencias, la automatización de los servicios de inteligencia y la centralización instantánea de las informaciones. Ya se sabe cuán desarrollada estaba esta inquisición civil en la empresa norteamericana, pero el interés de la experiencia de Hoboken consiste en que nos muestra la culminación de la tendencia: la inversión de los medios de comunicación de masas.


Cuando la policía urbana substituye la patrulla motorizada con la vigilancia televisual, hace que su presencia ya no sea sólo ocasional: la hace pesar permanentemente sobre las idas y venidas de todos. Ya no son más ciertos individuos, los delincuentes, quienes toman la iniciativa de enfrentar en un punto la representación del sistema, sino que el sistema precede y previene los actos del conjunto social. Se abandona la idea de una represión ejercida puntualmente por agentes más fuertes y más numerosos, en provecho de un estado de opresión, de una violencia inmanente a los lugares.


De hecho, desde hace poco nos encontramos bajo los haces de un omnipresente circo electrónico: desde los satélites hasta el helicóptero (ese símbolo que podría reemplazar ventajosamente al águila de los blasones), pasando por la pantalla de televisión del subte, en la que aparece la consumación del genio de los hermanos Lumiére; somos contados, sopesados, auscultados, hasta en nuestras temperaturas, que los sensores infrarrojos testean para adivinar nuestros desplazamientos y sorprender nuestros gestos.


Con el fin de prevenir cualquier ataque a los Estados Unidos, un ordenador traza permanentemente la ruta de los objetos aéreos y espaciales con la ayuda de innumerables radares de persecución. En Francia, el puesto de control vial de Rosnysous-Bois posee una inmensa carta del territorio en la que se iluminan los itinerarios congestionados... pero ¿quién nos alerta cuando nuestro teléfono está conectado a una mesa de escucha o cuando, los días de huelga, nos espía una cámara oculta en un cantero de flores sobre la entrada de la universidad para alimentar los datos del Servicio de Inteligencia?


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Mientras que los periódicos se esfuerzan por sobrevivir, mientras las noticias de actualidad desaparecen de las pantallas del cine, nadie parece evaluar el arsenal del acecho, esta jungla mal conocida que algunos ya llaman "nuestras líneas de ausencia".


La casa de vidrio es el símbolo de una sociedad transparente, sobreexpuesta a la obscenidad de la mirada policial. Así como el rastrillaje urbano de los barrios nos recuerda la herencia colonial, el muro-cortina nos devela una situación: detrás del mito de una naturalidad reencontrada, de un alborozo general, se insinúa el mito de la ubicuidad. Entonces se descubre la estrecha relación entre el objetivo de los medios masivos de comunicación y el objetivo de la arquitectura contemporánea. Desde la sede de la ONU hasta la del PCF, se abusa, en efecto, de esta imagen de exponer a la luz del día, de develar espacios interiores. Se percibe la connivencia entre las necesidades militares y la rectitud de los bulevares de Haussmann, pero parece ignorarse que la función del arma y la del ojo son vecinas.


La arquitectura de vidrio, que a veces se llama "arquitectura de luz", proviene de una visión idílica de la sociedad: la de un intercambio constante, de una intercomunicación entre los grupos que habitan una misma unidad, una misma manzana. Se trataba de la visión optimista de los años veinte, directamente inspirada en la casa común de los utopistas rusos. Todo esto está muy lejos, y la realidad urbana es muy otra. Basta con escuchar al nuevo prefecto de París declarar que "la utilización de cortinas u otros dispositivos que tengan por efecto suprimir, incluso parcialmente, la transparencia de las terrazas de café no podrá ser tolerado" -o aún oír al policía bórdales afirmar que la calle pertenece a la policía"- para comprender que estamos lejos de la comunión social, aunque esta última afirmación se encuentre más acá de la verdad, porque se acaba de hacer el ensayo, en la Quinta Circunscripción y en Massy-Antony de un nuevo cuerpo de agentes "de a pie", cuyo objetivo es asegurar una defensa pasiva, circulando por los patios, los sótanos ¡y hasta en los palieres de los departamentos!


La vida cotidiana se halla completamente dominada por las estrategias de una fuerza militar-policial, y cada evento da la ocasión para acrecentar su influencia no sólo sobre el "medio ambiente", sino también sobre el hábitat.


El espacio está saturado, desde la imagen de la ciudad pulverizada hasta las más recientes técnicas de urbanismo que nos ofrecen una representación fragmentaria. ¡Como si el campo libre desapareciera totalmente en provecho de secuencias cinematográficas! "El cine, escribía Kafka, es ponerle un uniforme al ojo"; ahora sabemos de qué uniforme se trata.


Estos sondeos, este barrido óptico de las calles, de las avenidas, el contador vial que "cobra" los pasajes y en el que ya no se trata de vehículos, sino de una materia compuesta llamada "flujo de circulación", nos señalan que nos hemos convertido en la mercancía de la informática, el capital de los bancos de datos. Se pone el acento en el hecho de que nos volvemos beneficiarios de los medios masivos de comunicación, raramente sobre el hecho que nos descubre explotados por el arsenal electrónico.


Un modelo del género lo probará: después de muchos meses, un programa de televisión de Alemania Occidental realiza una hazaña: la colaboración con la policía criminal "X Y" es su nombre. Se proyecta simultáneamente en Alemania, Austria y Suiza. Cada vez, se abren ante los telespectadores diez casos que corresponden a hechos reales, desde asesinato hasta mero latrocinio. El programa reconstruye el delito, muestra los objetos probatorios y, sobre todo, ofrece una descripción de los sospechosos. A continuación, los diez o quince millones de telespectadores son interrogados: ya sea sobre el enigma en sí ya sea al nivel de los testimonios directos. Sobre doscientos veinticinco casos propuestos, una centena fueron resueltos gracias al concurso de la población alemana. Como lo confesó el realizador del programa: "Apelando a la memoria visual o auditiva de los telespectadores 'X.Y.' enseña un comportamiento útil. Ya no se trata de un juego espectacular, sobre todo se trata de favorecer la denuncia de los delitos, pues éste es un deber cívico". No por ello los ganadores dejan de cobrar una recompensa que ron-da los noventa mil francos.


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Como se ve, se trata de un adiestramiento. La policía, por intermedio de la televisión, interroga al cuerpo social como el practicante lo hace con la computadora. Pero éste no es el inocente interrogatorio de un conjunto técnico, sino el interrogatorio de un criminal; un poco como si se preguntase a la memoria electrónica sobre el desfallecimiento de uno de sus semiconductores, se trata de hacer confesar un crimen al cuerpo social, con el fin de favorecer la expulsión de uno de sus miembros. Los procesos de denuncia sistemática llegan a buen puerto, los medios masivos ya no informan, la sociedad informa al Estado policial. La "liberación de la palabra" termina en la delación, la "participación" en la cacería humana.


Para comprender cabalmente esta situación, hay que relacionar esta nueva guerra de ondas con las operaciones "a puertas abiertas", en los cuarteles o las prefecturas de policía. El carácter temible de la fuerza pública tiende a desaparecer, hábilmente disimulado bajo la apariencia de un inofensivo servicio social. La legitimación psicológica tanto como el enrolamiento de los curiosos, espectadores o telespectadores, no son, aquí, más que una cuestión de tiempo."
 
represor

La Sociedad Mundial de Control

humanidad desgarrada
 
La Sociedad Mundial de Control* Michael Hardt.
 
Deleuze nos dice que la sociedad en la cual nosotros vivimos hoy es la sociedad del control, término que se remonta al mundo paranoico de William Burroughs. Deleuze afirma seguir a Michel Foucault cuando propone esta visión, pero hay que reconocer que es difícil encontrar dónde, en la obra de Michel Foucault (en libros, artículos o entrevistas), hay un análisis claro del paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control. De hecho, con el anuncio de este paso, Deleuze formula, después de la muerte de Foucault, una idea que no se encuentra expresamente formulada en su obra.


La formulación de esta idea por Deleuze es, de todas maneras, muy escasa –el artículo apenas tiene cinco páginas1 . Nos dice muy pocas cosas concretas sobre la sociedad de control. Constata que las instituciones que constituyen la sociedad disciplinaria –escuela , familia, hospital, prisión, fabrica, etc.– están en crisis. Los muros de las instituciones se están derrumbando, de tal suerte que sus lógicas disciplinarias no se han vuelto ineficaces, sino que más bien se encuentran generalizadas bajo formas fluidas a través de todo el campo social. El “espacio estriado” de las instituciones de la sociedad disciplinaria cede el lugar al “espacio liso” de la sociedad de control. O, para retomar la bella imagen de Deleuze, los túneles estructurales del topo son reemplazados por las ondulaciones infinitas de la serpiente. Allí donde la sociedad disciplinaria forjaba moldes fijos, distintos, la sociedad de control funciona con las redes flexibles, modulables, “como un molde auto-deformante que cambia continuamente, de un instante a otro, o como un tamiz en el que las mayas cambian de un punto a otro”2 .


Deleuze nos da, de hecho, una imagen simple de este paso, imagen sin duda bella y poética, pero que no está suficientemente “definida” para permitirnos comprender esta nueva forma de sociedad. Para hacerlo, pretendo ponerla en relación con una serie de pasos que se han propuesto como características de la sociedad contemporánea. Voy entonces a intentar desarrollar la naturaleza de este paso, poniéndola en relación con el paso de la sociedad moderna a la sociedad posmoderna, tal como se presenta en la obra de autores como Fredric Jameson, pero también con el “fin de la historia” descrito por Francis Fucuyama, y con la nuevas formas de racismo en nuestras sociedades según Étienne Balibar y otros investigadores. Pero sobre todo, quiero situar la formación de la que habla Deleuze en función de dos procesos que Toni Negri y yo hemos intentado elaborar en el curso de estos últimos años: nosotros calificamos el primero de estos procesos de debilitamiento de la sociedad civil, lo que, como el paso a la sociedad de control, remite al declinar de las funciones mediadoras de las instituciones sociales; con el segundo, se juega el paso del imperialismo, logrado ante todo por los estados-naciones europeas, al Imperio, en el nuevo orden mundial que se despliega hoy en torno a los Estados Unidos, con las instituciones transnacionales y el mercado mundial. Dicho de otra manera, cuando hablo de Imperio entiendo una forma jurídica y una forma de poder muy diferente de los viejos imperialismos europeos. De un lado, según la antigua tradición, el Imperio es el poder universal, el orden mundial, que se realiza por primera vez hoy en día. De otro lado, el Imperio es la forma de poder que tiene por objeto la naturaleza humana, y es de este modo el bio-poder. Lo que quiero sugerir es que la forma social que toma este nuevo Imperio no es más que la sociedad de control mundial.
 
Ya no Hay Afuera.


El paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control se caracteriza de entrada por el hundimiento de los muros que definían las instituciones. Cada vez menos se distinguirá entre el adentro y el afuera. De hecho, es un elemento de cambio general en la manera como el poder marca el espacio durante el paso de la modernidad a la postmodernidad. La soberanía moderna siempre se ha concebido en términos de territorio (real o imaginario) y de relación de ese territorio con su afuera. Es así como los primeros teóricos modernos de la sociedad, de Hobbes a Rousseau, comprendían el orden civil como un espacio limitado e interior, que se opone o se distingue del orden exterior de la naturaleza. El espacio delimitado del orden civil, su lugar de ejercicio, se define por su separación de los espacios exteriores de la naturaleza. De manera análoga, los teóricos de la psicología moderna han comprendido las pulsiones, las pasiones, los instintos y el inconsciente metafóricamente en términos espaciales como un en-el-afuera en el marco del espíritu humano, un prolongamiento de la naturaleza enterrada en el fondo de nosotros mismos. La soberanía del individuo reposa aquí sobre una relación dialéctica entre el orden natural de las pulsiones y el orden civil de la razón y de la conciencia. Para terminar, los diversos discursos de la antropología moderna sobre las sociedades primitivas funcionan, muy frecuentemente, como el afuera que define las fronteras del mundo civil. El proceso de modernización reposa entonces, en esos diferentes conceptos, sobre la interiorización de en-el-afuera de la civilización de la naturaleza.


En el mundo postmoderno, sin embargo, se acabó esta dialéctica entre adentro y afuera, entre orden civil y orden natural. Como lo dice Fredric Jameson: “el postmodernismo es lo que se obtiene cuando se ha concluido el proceso de modernización, y la naturaleza, por su parte, ha desaparecido”3 . Ciertamente, siempre tenemos la floresta, las langostas y las tormentas en nuestro mundo, y creemos todavía que nuestro psiquismo está sometido a la acción de instintos y pasiones, pero no tenemos naturaleza, en el sentido en que esas fuerzas y esos fenómenos ya no son comprendidos como afuera, y no son percibidos como originales e independientes del artificio del orden civil. En un mundo postmoderno, todos los fenómenos y todas las fuerzas son artificiales, o, como lo dicen algunos, hacen parte de la historia. La dialéctica moderna del adentro y el afuera ha sido sustituida por un juego de grados y de intensidades, de hibridación y de artificialidad.


En segundo lugar, el en-el-afuera también ha declinado desde el punto de vista de una dialéctica moderna muy diferente de la que definía la relación entre lo público y lo privado en la teoría política liberal. Los espacios públicos de la sociedad moderna que constituían el lugar de la vida política liberal tienden a desaparecer en el mundo postmoderno. Según la tradición liberal, el individuo moderno, que está consigo en sus espacios privados, considera lo público como su afuera. El afuera es el lugar propio de la política donde la acción del individuo se encuentra expuesta a los ojos de los otros y donde busca ser reconocido. Ahora bien, en los procesos de postmodernización, esos espacios públicos se ven cada vez más privatizados. El paisaje urbano ya no es el del espacio público, del encuentro al azar y de la reunión de todos, sino el de los espacios cerrados de las galerías comerciales, de las autopistas y de las parcelaciones con entrada reservada. La arquitectura y el urbanismo de algunas megalópolis, como Los Ángeles o Sao Pablo, están tendiendo a limitar el acceso público y la interacción, creando más bien una serie de espacios interiores, protegidos y aislados. Igualmente podemos observar que las afueras parisinas se han convertido en una serie de espacios amorfos y no-definidos que favorecen el aislamiento, en detrimento de cualquier interacción o comunicación. El espacio público ha sido privatizado de tal manera que ya no es posible comprender la organización social a partir de la dialéctica “espacios privados-espacios públicos”, o “adentro-afuera”. El lugar de la actividad política liberal moderna ha desaparecido, y así, desde ese punto de vista, nuestra sociedad imperial postmoderna se caracteriza por un déficit de lo político. El lugar de la política ha sido desrealizado.


A este respecto, el análisis de Guy Debord de la sociedad del espectáculo, escrito hace treinta años, parece más apropiado y más actual que nunca. En la sociedad postmoderna, el espectáculo es un lugar virtual, o más exactamente, un no-lugar de la política. El espectáculo es a la vez unificado y difuso, de tal manera que es imposible distinguir un adentro de un afuera, lo natural de lo social, lo privado de lo público. La noción liberal de lo público, como el lugar de en-el-afuera donde nosotros actuamos bajo la mirada de los otros, se encuentra a la vez universalizada (pues nosotros estamos hoy permanentemente bajo la mirada del prójimo, bajo la vigilancia de cámaras) y sublimada, o desrealizada, en los espacios virtuales del espectáculo. Así, el fin de en-el-afuera es el fin de la política liberal.


En fin, en la perspectiva del Imperio, o del orden mundial actual, en un tercer sentido ya no hay en-el-afuera, y este es un sentido propiamente limitado. Cuando Francis Fucuyama afirma que el paso histórico que estamos viviendo se define por el fin de la historia, quiere decir que se acabó la edad de los grandes conflictos: dicho de otra manera, la potencia soberana no confrontará su Otro, ya no estará confrontada con su afuera, pero extenderá progresivamente sus fronteras hasta abrazar el conjunto del planeta como su dominio propio. Ha concluido la historia de las guerras imperialistas, interimperialistas y antimperialistas. El fin de esta historia introdujo el reino de la paz. Salvo que, en realidad, hemos entrado en la era de los conflictos menores e interiores. Cada guerra imperial es una guerra civil, una acción de policía –desde Los Ángeles y la Isla de Granada hasta Mogadicio y Sarajevo–. De hecho, la separación de las tareas entre el aparato interior y exterior del poder (entre la policía y la armada, entre el FBI y la CIA) se convierte cada vez más vaga y mal determinada.


Para nosotros, el fin de la historia del que habla Fucuyama marca el fin de la crisis que está en el centro de la modernidad, con la idea del conflicto coherente, que tiene una función de definición, y que ha sido el fundamento y la razón de ser de la soberanía moderna. La historia termina sólo en la medida en que se la concebía en términos hegelianos: como el movimiento de una dialéctica de las contradicciones, como el juego de las negaciones y las superaciones absolutas. Las parejas que definían el conflicto moderno se han desvanecido. El Otro, que podía limitar un Yo soberano, se ha pulverizado y vuelto indistinto; de manera que ya no hay afuera para limitar el lugar de la soberanía. Mientras que durante la guerra fría, en una versión exagerada de la crisis de la modernidad, cualquier enemigo imaginable (desde los clubes de jardinería para damas o las películas de Holliwood hasta los movimiento de liberación nacional) podía identificarse como comunista, es decir, como formando parte del enemigo unificado (el afuera era eso que daba a la crisis del mundo moderno e imperialista su coherencia), hoy en día, para los ideólogos de los Estados Unidos es cada vez más difícil señalar al enemigo, o más bien, parece que por todas partes hay enemigos menores e imperceptibles. El fin de la crisis de la modernidad da nacimiento a una proliferación de crisis menores y mal definidas en la sociedad imperial del control, o como preferimos decirlo, da nacimiento a una omni-crisis.


No es inútil recordar aquí que el mercado capitalista es una máquina que siempre ha ido al encuentro de cualquier división entre el adentro y el afuera. El mercado capitalista es contrariado por las exclusiones, prospera incluyendo en su esfera efectivos siempre crecientes. El provecho sólo puede ser generado por el contacto, el desarrollo, el intercambio y el comercio. La realización del mercado mundial constituirá la culminación de esta tendencia. Bajo su forma ideal, no hay afuera del mercado mundial: todo el planeta está en su dominio. Podríamos utilizar la forma del mercado mundial como modelo para comprender en su integralidad la forma de la soberanía imperial. De la misma manera como Foucault ha reconocido en el panóptico el diagrama del poder moderno y de la sociedad disciplinaria, el mercado mundial podría proporcionar una arquitectura de diagrama (aún si no es una antiarquitectura) para el poder imperial y la sociedad de control.


El espacio estriado de la modernidad constituye un lugar perpetuamente libre y fundado sobre un juego dialéctico con su afuera. El espacio de la soberanía imperial, al contrario, es liso. Podría parecer exento de las divisiones binarias de las fronteras modernas, o de cualquier estriaje, pero, en realidad, está recorrido a lo largo y ancho de tantas líneas de falla que sólo en apariencia constituye un espacio continuo, uniforme. En ese sentido, la crisis claramente definida de la modernidad, cede su lugar a una omni-crisis en la estructura imperial. En ese espacio liso del imperio, no hay un lugar del poder: él está en todas partes y en ninguna. El Imperio es una u-topía, o mejor, un no-lugar.


El Racismo Imperial.


El final del afuera, que caracteriza el paso de la sociedad disciplinaria a la sociedad de control, muestra ciertamente uno de sus rostros más extraordinarios en las configuraciones cambiantes del racismo y de la alteridad en nuestras sociedades. De entrada, debemos señalar que se ha vuelto cada vez más difícil identificar las vías generales del racismo. De hecho, escuchamos decir infatigablemente, de los políticos, de los medios, y aún de los historiadores, que el racismo ha cedido progresivamente en las sociedades modernas: desde el fin del esclavismo hasta los conflictos de descolonización y los movimientos por los derechos cívicos. Sin duda han declinado ciertas prácticas tradicionales específicas del racismo, y podríamos estar tentados a ver en el fin de las leyes del apartheid en África del Sur la clausura simbólica de toda una época de segregación racial. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, es claro que por el contrario el racismo no ha cedido y que, en realidad, ha progresado en el mundo contemporáneo, tanto en extensión como en intensidad. Sólo parece haber declinado porque ha cambiado de forma y de estrategias. Si tomamos como paradigma de los racismos modernos las divisiones maniqueas entre adentro y afuera y las prácticas de exclusión (en África del Sur, en la ciudad colonial, en el Sur de los Estados Unidos o en Palestina), debemos ahora plantear la pregunta: hoy en día, ¿cuáles son las formas y las estrategias del racismo en la sociedad imperial del control?

Llamamiento / tiqqun / fragmentos

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La demokracia para todos,
la lucha "anti-terrorista",
las masacres de Estado,
la reestructuración capitalista
y su Gran Obra de depuración social, por selección, por precarización, por normalización, por "modernización". Hemos visto, hemos comprendido.
Los métodos y los objetivos.
El destino que SE nos reserva.
El que SE nos niega.
El estado de excepción.
Las leyes que ponen a la policía, a la administración, a la magistratura por encima de las leyes.
La judicialización, la psiquiatrización, la medicalización de todo lo que se sale del cuadro.
De todo lo que huye.
 
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Cuando el poder establece en tiempo real su propia legitimidad, cuando su violencia se vuelve preventiva y su derecho es un "derecho de injerencia", entonces ya no sirve de nada tener razón.
Tener razón contra él.
 
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Por ejemplo, hay golpes que ya no SE nos darán. El golpe de la "sociedad".
Por transformar.
Por destruir.
Por volver mejor. El golpe del pacto social.
Que algunos quebrarían mientras que otros pueden fingir "restaurarlo". Estos golpes, no SE nos darán más. Hay que ser un elemento militante de la pequeño-burguesía planetaria, un ciudadano verdaderamente para no ver que ya no existe, la sociedad. Que ha implosionado.
Que ya no es más que un argumento para el terror de los que dicen re/presentarla. A ella que se ha ausentado.
 
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Todo lo que es social se nos ha vuelto extranjero. Nosotros nos consideramos absolutamente desligados de toda obligación,
de toda prerrogativa,
de toda pertenencia social. "La sociedad", es el nombre que ha recibido a menudo lo Irreparable, entre aquéllos que querían que también fuera lo Inasumible. Quien rechaza este cebo deberá dar un paso de distancia. Operar un ligero desplazamiento respecto de la lógica común del Imperio y de su contestación, la de la movilización, respecto de su común temporalidad, la de la urgencia.
 
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Volver a comenzar quiere decir: habitar esta distancia.
Asumir la esquizofrenia capitalista en el sentido de una facultad creciente de desubjetivación. Desertar pero guardando las armas. Huir, imperceptiblemente. Volver a comenzar quiere decir: sumarse a la secesión social, a la opacidad,
entrar en desmovilización, sustrayendo hoy a tal o tal red imperial de producción-consumo los medios de vivir y de luchar para, en el momento elegido, barrenarla.
 
7-copia-1.jpg Nosotros hablamos de una nueva guerra, de una nueva guerra de partisanos.
Sin frente ni uniforme,
sin ejército ni batalla decisiva. Una guerra cuyos focos se despliegan a distancia de los flujos mercantiles aunque conectados a ellos. Hablamos de una guerra totalmente en latencia.
Que tiene el tiempo. De una guerra de posición. Que se libra ahí donde estamos. En el nombre de nadie. En el nombre de la existencia misma, que no tiene nombre.

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Hago la experiencia de ese ligero desplazamiento.
La experiencia de mi desubjetivación.
Yo devengo, me vuelvo una singularidad cualquiera.
Un juego se insinúa entre mi presencia y todo el aparato de cualidades que me están ordinariamente vinculadas. En los ojos de un ser que, presente, quiere estimarme por lo que yo soy, saboreo la decepción, su decepción al ver que he devenido tan común, tan perfectamente accesible.
En los gestos de otro, una inesperada complicidad. Todo lo que me aísla como sujeto, como cuerpo dotado de una configuración pública de atributos, siento que se derrite.
Los cuerpos se deshilachan en su límite.
En su límite, se indistinguen.
Barrio tras barrio, lo cualquiera arruina la equivalencia.
Y yo alcanzo una desnudez nueva, una desnudez impropia, como vestida de amor. ¿Se evade uno alguna vez solo de la prisión del Yo?
 
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En la okupa. En la orgía. En la revuelta. En el tren o el pueblo ocupado. Nos volvemos a encontrar. Nos volvemos a encontrar como singularidades cualquiera.
Esto es, no sobre la base de una común pertenencia, sino de una común presencia. Esta es nuestra necesidad de comunismo.
La necesidad de espacios de noche,
donde podamos reencontrarnos más allá de nuestros predicados. Más allá de la tiranía del reconocimiento.
Que impone el re/conocimiento como distancia final entre los cuerpos. Como ineluctable separación. Todo lo que SE –el novio, la familia, el entorno, la empresa, el Estado, la opinión– me reconoce, es por ahí por donde uno cree que SE me tiene. Por el recuerdo constante de lo que soy, de mis cualidades, SE querría abstraerme de cada situación. SE me querría exigir en toda circunstancia una fidelidad a mí mismo que es una fidelidad a mis predicados. SE espera de mí que me comporte como hombre, empleado, desocupado, madre, militante o filósofo. SE quiere contener entre los bordes de una identidad el curso imprevisible de mis devenires. SE me quiere convertir a la religión de una coherencia que SE ha escogido para mí.
 
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Cuanto más soy reconocida, más mis gestos se encuentran trabados, interiormente trabados.
Heme aquí capturada por la malla ultra-ajustada del nuevo poder.
En las redes impalpables de la nueva policía: LA POLICÍA IMPERIAL DE LAS CUALIDADES. Hay toda una red de dispositivos en los que me hundo para "integrarme", y que me incorporan esas cualidades. Todo un pequeño sistema de fichaje, de identificación y de ‘policiaje’ mutuos. Toda una prescripción difusa de la ausencia. Todo un aparato de control comporta/mental, que apunta al panoptismo, a la privatización transparencial, a la atomización. Y en el cual yo forcejeo.
 
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Necesito devenir anónima. Para estar presente. Cuanto más anónima soy, más estoy presente. Necesito zonas de indistinción para acceder a lo Común. Para no reconocerme ya en mi nombre.
Para no escuchar en mi nombre sino la voz que lo llama. Para hacer consistir el cómo de los seres, no lo que son, sino cómo son lo que son. Su forma-de-vida. Necesito zonas de opacidad en donde los atributos, incluso criminales, incluso geniales, ya no se separen de los cuerpos.


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Devenir cualquiera.
Devenir una singularidad cualquiera, no está dado. Siempre posible, pero nunca dado. Hay una política de la singularidad cualquiera. Que consiste en arrancar al Imperio las condiciones y los medios, incluso intersticiales, de experimentarse como tal. Es una política, porque supone una capacidad de enfrentamiento, y porque una nueva agregación humana le corresponde. Política de la singularidad cualquiera: liberar esos espacios en los que ningún acto es ya asignable a ningún cuerpo dado. Donde los cuerpos reencuentran la aptitud al gesto que la sabia disposición de los dispositivos metropolitanos –ordenadores, automóviles, escuelas, cámaras, portátiles, gimnasios, hospitales, televisiones, cines, etc.– les había disimulado. Reconociéndolos. Inmovilizándolos. Haciendo que giren en el vacío. Haciendo existir la cabeza separadamente del cuerpo.
 
7654177172688317.jpg Política de la singularidad cualquiera. Un devenir-cualquiera es más revolucionario que todo ser-cualquiera. Liberar los espacios nos libera cien veces más que todo "espacio liberado". Más que de poner en acto un poder, gozo de la puesta en circulación de mi potencia. La política de la singularidad cualquiera reside en la ofensiva. En las circunstancias, los momentos y los lugares en los que serán arrancados las circunstancias, los momentos y los lugares de un anonimato tal, de una parada momentánea en un estado de simplicidad, de un anonimato tal, la ocasión de extraer de todas nuestras formas la pura adecuación a la presencia, la ocasión de estar y ser, al fin, ahí.

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El orden global no puede ser tomado por enemigo. Directamente. Pues el orden global no tiene lugar. Al contrario. Es más bien del orden de los no-lugares. Su perfección no es la de ser global, sino la de ser globalmente local. El orden global es la conjuración de todo acontecimiento porque es la ocupación acabada, autoritaria, de lo local. Uno no se opone al orden global sino localmente. Por la extensión de las zonas de sombra sobre los mapas del Imperio. Por su puesta en contacto progresiva. Subterránea.
 
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Aprender a devenir indiscernibles. A confundirnos. Volver a degustar el anonimato, la promiscuidad. Renunciar a la distinción, Para desarticular la represión: componer en el enfrentamiento las condiciones más favorables. Volverse astutos. Devenir despiadados. Y para esto devenir cualquieras.
 
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La crítica se ha vuelto vana. La crítica se ha vuelto vana porque equivale a una ausencia. En cuanto al orden dominante, todo el mundo sabe a qué atenerse. Nosotros no tenemos ya necesidad de teoría crítica. No tenemos necesidad de profesores. La crítica gira a favor de la dominación, desde ahora. Incluso la crítica de la dominación. Ella reproduce la ausencia. Nos habla desde donde no estamos. Nos propulsa a otra parte. Nos consume. Es cobarde. Y permanece al abrigo cuando nos envía a una carnicería. Secretamente enamorada de su objeto, no cesa de mentirnos. De ahí los idilios tan cortos entre proletarios e intelectuales comprometidos. Esos matrimonios de razón donde no se tiene la misma idea ni del placer ni de la libertad.
blame-and-so-on-120 Más que nuevas críticas, son nuevas cartografías las que necesitamos. Cartografías no del Imperio, sino de las líneas de fuga hacia fuera de él. ¿Cómo hacer? Necesitamos mapas. No mapas de lo que está fuera del mapa. Sino mapas de navegación. Mapas marítimos. Herramientas de orientación. Que no tratan de decir, de representar lo que hay en el interior de los diferentes archipiélagos de la deserción, sino que nos indican cómo llegar, cómo unirnos a ellos. Portulanos.
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La militarización de las periferias urbanas / Raúl Zibechi

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Las periferias urbanas de los países del Tercer Mundo se han convertido en escenarios de guerra, donde los Estados intentan mantener un orden asentado en el establecimiento de una suerte de "cordón sanitario" que consiga aislar a los pobres de la sociedad "normal".

"Fuentes del Ejército confirmaron que las técnicas empleadas en la ocupación de la favela Morro da Providéncia, son las mismas que las tropas brasileñas utilizan en la misión de paz de las Naciones Unidas en Haití"1.

Este reconocimiento de las Fuerzas Armadas de Brasil, explica en gran medida el interés que tiene el gobierno de Lula da Silva en que las tropas de su país se mantengan en la isla caribeña: se trata de poner a prueba estrategias de contención en los barrios pobres de Puerto Príncipe (capital de Haití), que han sido diseñadas para su aplicación en las favelas de Rio de Janeiro, Sao Paulo y otras grandes ciudades.

Pero la noticia publicada por el diario Estado de Sao Paulo va más lejos al desnudar la forma de operar de los militares. El general que dirige la ocupación de la favela Morro da Providéncia por 200 soldados, William Soares, comandó la 9a. Brigada de Infantería Motorizada en Haití. Los soldados instalaron ametralladoras en "la única plaza de la comunidad, transformada en base militar", que fueron retiradas para facilitar el diálogo con la población. En la reunión con la Asociación de Pobladores, el general Soares "prometió obras, fiesta de Navidad con distribución de regalos para los niños, colonia de vacaciones, proyección de filmes, atención médica y sanitaria".

Según informó el diario, "en contrapartida el Ejército está recogiendo informaciones sobre la favela y sus habitantes. Los militares filmaron y fotografiaron la reunión y todo el movimiento de las tropas". El general Soares realizó todas esas promesas para "aplacar la revuelta de los líderes comunitarios contra el proyecto social previsto para la favela".
  Los pobres urbanos como amenaza.
 
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El urbanista estadunidense Mike Davis analiza las periferias urbanas desde su compromiso con el cambio social. Una sola frase sintetiza su análisis:
 
"Los suburbios de las ciudades del Tercer Mundo son el nuevo escenario geopolítico decisivo"2.
 
Asegura que los estrategas del Pentágono están dando mucha importancia al urbanismo y la arquitectura, ya que esas periferias son "uno de los grandes retos que deparará el futuro a las tecnologías bélicas y a los proyectos imperiales".

En efecto, un estudio de las Naciones Unidas estima que mil millones de personas viven en las barriadas periféricas de las ciudades del Tercer Mundo y que los pobres de las grandes ciudades del mundo trepan a dos mil millones, un tercio de la humanidad. Esas cifras se duplicarán en los próximos 15 a 20 años, ya que el crecimiento de la población mundial se producirá íntegramente en las ciudades y un 95% se registrará en los suburbios de las ciudades del sur3.

La situación es más grave aún de lo que muestran los números: la urbanización, como señala Mike Davis, se ha desconectado y autonomizado de la industrialización y aún del crecimiento económico, lo que implica una "desconexión estructural y permanente de muchos habitantes de la ciudad respecto de la economía formal".
 
Por otro lado, observa que "en la última década los pobres—y me refiero no sólo a los de los barrios clásicos que mostraban ya niveles altos de organización, sino también a los nuevos pobres de las periferias—se han estado organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Ciudad Sadr o en Buenos Aires".
 
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En América Latina los principales desafíos al dominio de las elites han surgido del corazón de las barriadas pobres: desde el Caracazo de 1989 hasta la comuna de Oaxaca en 2006. Prueba de ello son los levantamientos populares de Asunción en marzo de 1999, Quito en febrero de 1997 y enero de 2000, Lima y Cochabamba en abril de 2000, Buenos Aires en diciembre de 2001, Arequipa en junio de 2002, Caracas en abril de 2002, La Paz en febrero de 2003 y El Alto en octubre de 2003, por mencionar sólo los casos más relevantes.

Más aún: las periferias urbanas se han convertido en los espacios desde los que los grupos subalternos han lanzado los más formidables desafíos al Sistema, hasta convertirse en algo así como contrapoderes populares. Mike Davis tiene razón: el control de los pobres urbanos es el objetivo más importante que se han trazado tanto los gobiernos como los organismos financieros globales y las fuerzas armadas de los países más importantes.

Muchas grandes ciudades latinoamericanas parecen por momentos al borde de la explosión social y varias de ellas han venido estallando en las dos últimas décadas por los motivos más diversos. El temor de los poderosos parece apuntar en una doble dirección: aplazar o hacer inviable el estallido o la insurrección y, por otro lado, evitar que se consoliden esos "agujeros negros" fuera del control estatal donde surgen los principales desafíos a las elites.
 
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Las nuevas estrategias militares.

Las publicaciones dedicadas al pensamiento militar, así como los análisis de los organismos financieros, dedican en los últimos años amplios espacios a abordar los desafíos que presentan las pandillas, y a debatir los nuevos problemas que plantea la guerra urbana. Los conceptos de "guerra asimétrica" y de "guerra de cuarta generación" son respuestas a problemas idénticos a los que plantean las periferias urbanas del Tercer Mundo: el nacimiento de un tipo de guerra contra enemigos no estatales, en el que la superioridad militar no juega un papel decisivo.

William Lind, director del Centro para el Conservadurismo Cultural de la Fundación del Congreso Libre, asegura que el Estado ha perdido el monopolio de la guerra y las elites sienten que los "peligros" se multiplican. "En casi todos los lugares, el Estado está perdiendo"4. Pese a ser partidario de abandonar Irak lo antes posible, Lind defiende la "guerra total" que supone enfrentar a los enemigos en todos los terrenos: económicos, culturales, sociales, políticos, comunicacionales y también militares.

Un buen ejemplo de esta guerra de espectro total, es su creencia de que los peligros para la hegemonía estadounidense anidan en todos los aspectos de la vida cotidiana o, si se prefiere, en la vida a secas. A modo de ejemplo, considera que "en la guerra de cuarta generación, la invasión mediante la inmigración puede ser tan peligrosa como la invasión que emplea un ejército de Estado". Los nuevos problemas que nacen a raíz de la "crisis universal de legitimidad del Estado" ponen en el centro a los "enemigos no estatales". Esto lo lleva a concluir con una doble advertencia a los mandos militares: ninguna fuerza armada ha logrado éxito ante un enemigo no estatal.

Este problema está en el núcleo del nuevo pensamiento militar, que debe ser reformulado completamente para asumir desafíos que antes correspondían a las áreas "civiles" del aparato estatal. La militarización de la sociedad para recuperar el control de las periferias urbanas no es suficiente, como lo revela la experiencia militar reciente en el Tercer Mundo.

Los mandos militares que se desempeñan en Irak parecen tener clara conciencia de los problemas que deben enfrentar. El general de división Peter W. Chiarelli, en base a su reciente experiencia en Bagdad en el suburbio de Ciudad Sadr, sostiene que la seguridad es el objetivo a largo plazo, pero no se consigue con acciones militares. "Las operaciones de combate proporcionarían las victorias posibles a corto plazo (...) pero a la larga, sería el comienzo del fin. En el mejor de los casos, causaríamos la expansión de la insurgencia"5.

Eso implica que las dos líneas de acción tradicionales de las Fuerzas Armadas, las operaciones de combate y el adiestramiento de fuerzas de seguridad locales, son insuficientes. Se propone por lo tanto asumir tres líneas de acción "no tradicionales", o sea aquellas que antes correspondían al gobierno y a la sociedad civil: dotar a la población de servicios esenciales, construir una forma de gobierno legítimo y potenciar el "pluralismo económico", o sea la economía de mercado.

Con las obras de infraestructura buscan mejorar la situación de la población más pobre y a la vez crear fuentes de empleo que sirvan para enviarles señales visibles de progreso. En segundo lugar, crear un régimen "democrático" es considerado un punto esencial para legitimar todo el proceso. Para los mandos de Estados Unidos en Irak, el "punto de penetración" de sus tropas fueron las elecciones del 30 de enero de 2005. En el pensamiento estratégico la democracia queda reducida a la emisión del voto.

Por último, mediante la expansión de la lógica del mercado, que busca "aburguesar los centros de las ciudades y crear concentraciones de empresas" que se conviertan en un sector dinámico que impulse al resto de la sociedad, se intenta reducir la capacidad de reclutamiento de los insurgentes6. En adelante, la población pobre de las periferias urbanas será, en la jerga militar, "el centro de gravedad estratégico y operacional".
 
Este conjunto de mecanismos es lo que hoy las fuerzas armadas de la principal potencial global consideran como la forma de obtener "seguridad verdadera a largo plazo". De este modo, la "democracia", la expansión de los servicios y la economía de mercado dejan de ser derechos ciudadanos o bien objetivos moralmente deseables para convertirse en engranajes de una estrategia de control militar de la población o de una región del mundo, y, por supuesto, de sus recursos.
 
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Seguridad y cooperación: dos caras de una estrategia.
  Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) "ha jugado un rol cada vez más prominente en la Guerra Contra el Terrorismo"7. Los programas estadounidenses para el desarrollo, no se dirigen a la población que más los necesita sino a las "poblaciones y regiones consideradas de alto riesgo", según la estrategia del Pentágono.

Para los estrategas militares, los programas de la USAID juegan un papel destacado "en negar refugio y financiación a los terroristas al disminuir las condiciones subyacentes que causan que las poblaciones locales sean vulnerables al reclutamiento por parte de los terroristas". Del mismo modo, "los programas de USAID destinados a fortalecer una gobernabilidad efectiva y legítima son reconocidos como instrumentos claves para tratar con la contrainsurgencia".

La estrategia del Pentágono es buscar la seguridad para los Estados Unidos, y para ello utiliza la "democracia" y la "ayuda para el desarrollo" como medios complementarios de la acción militar. El coronel Baltazar sostiene que "el desarrollo refuerza la diplomacia y la defensa, reduciendo así las amenazas de largo plazo a nuestra seguridad nacional al ayudar el proceso de fortalecer sociedades estables, prósperas y pacíficas".

Parece necesario enfatizar que la cooperación internacional, la ayuda al desarrollo y el combate a la pobreza—algunos de los eslóganes predilectos del Banco Mundial y otras agencias financieras—son apenas estrategias de control y subordinación de la población "potencialmente" rebelde o resistente a los objetivos de la multinacionales estadounidenses.
 
El análisis del Pentágono sobre la realidad africana, identificó según el coronel Baltazar, "las causas del extremismo", destacando entre ellas la existencia de "grandes poblaciones ya sea marginadas o privadas del derecho de voto y la exclusión del proceso político como las causas claves de inestabilidad en la región".

La democracia electoral y el desarrollo son necesarios como forma de prevenir el terrorismo, pero no son objetivos en sí mismos. En las circunstancias de países con estados débiles y altas concentraciones de pobres urbanos, las fuerzas armadas son las que ocupan durante un tiempo el lugar del soberano, reconstruyen el Estado y ponen en marcha—de modo absolutamente vertical y autoritario—los mecanismos que aseguran la continuidad de la dominación.

En Irak, estas políticas tienen su contracara y complemento en la edificación de grandes muros para separar decenas de barrios de Bagdad. Según el escritor y arabista Santiago Alba Rico, la construcción de muros en diez barrios de la capital iraquí busca que cada vecindario se convierta en "un armario acorazado cuyos habitantes son clasificados o abandonados en cajones cerrados y recintos estancos"8.
 
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La lógica es muy simple: "Los barrios que no han podido ser doblegados militarmente, son amurallados, precintados y abandonados a su suerte. Zonas completas de la ciudad han sido delimitadas y segregadas con los vecinos confinados en su interior, sometidos a controles tan férreos—de entrada y de salida—que puede hablarse sin vacilación de una política de ghetto".

En otras partes del mundo, no hacen falta muros de cemento para aislar y separar los barrios periféricos. Se levantan muros simbólicos tejidos en base a las diferencias de color, forma de vestir y modo de habitar el espacio. Pero los resultados y los objetivos son idénticos.
 
Los mecanismos de control—tengan ropajes militares, sean ONGs para el desarrollo o promuevan la economía de mercado y la democracia electoral—aparecen entrelazados y, en casos extremos como los barrios de Bagdad, las favelas de Rio de Janeiro o las barriadas de Puerto Príncipe en Haití, aparecen subordinados a los planes militares.

En Brasil, por poner apenas un ejemplo, se aplican diversas formas de control de modo simultáneo: el plan Hambre Cero es compatible con la militarización de las favelas.

En su reflexión sobre el nazismo en su texto "Sobre el concepto de historia", el escritor alemán Walter Benjamin asegura que "la tradición de los oprimidos nos enseña que el estado de excepción en el que vivimos es la regla". La política de Estados Unidos después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 se ajusta al concepto de "estado de excepción permanente".
 
El "estado de excepción" -que suspende los derechos de los ciudadanos y militariza zonas y países enteros-, se aplica de modo indistinto en situaciones y por razones muy diversas, desde problemas políticos internos hasta amenazas exteriores, desde una emergencia económica hasta un desastre natural.

En efecto, el estado de excepción se aplicó en situaciones como la crisis económico-financiera argentina que eclosionó en diciembre de 2001 en un amplio movimiento social; para enfrentar los efectos del huracán Katrina en Nueva Orleáns; para contener la rebelión de los inmigrantes pobres de las periferias de las ciudades francesas en 2005. Lo común, más allá de circunstancias y países, es que en todos los casos se aplica para contener a los pobres de las ciudades.

Notas Estado de Sao Paulo, "Exército admite uso de tática do Haití em favela do Rio", 15 de diciembre der 2007. Mike Davis en www.rebelion.org Mike Davis en www.sinpermiso.info William Lind, ob .cit. Military Review, noviembre-diciembre de 2005, p.15. Idem, p. 12. Thomas Baltazar, citado en Miltary Review, ob. cit. Santiago Alba Rico, ob. cit.

caverna 23.