Desde hace tiempo
algunos venimos señalando que el pensamiento, en particular el creador, que
aprehende lo real y ofrece respuestas transformadoras desde la verdad concreta,
está despareciendo. Por eso hablamos de un orden social en donde no pensar, no
comprender y no razonar es componente principal, infortunadamente, de la vida
diaria.
Si el ser humano es
definido como “sapiens”, la experiencia nos dicen que el sujeto real y concreto
que puebla las sociedades de la modernidad, es todo menos eso, sabio, pues sus
rasgos definitorios son no sólo la ignorancia sino una incapacidad cada día
mayor, que les es impuesta desde el poder constituido, para reflexionar,
comprender el mundo y comprenderse a sí mismo.
Estamos ante la fabricación
de un ser ¿humano? no sólo inculto e ignorante sino además sorprendentemente incapaz
de casi cualquier práctica reflexiva autónoma y creadora. La destrucción de las
facultades intelectivas de la persona ha alcanzado un grado tal que produce preocupación,
e incluso espanto. El ser nada es
ante todo y en primer lugar una nulidad como sujeto pensante y reflexivo.
Unas declaraciones
del doctor en bioquímica R. Sheldrake, sin proponérselo, pone en evidencia esta
situación. Expone que en las ciencias falta
innovación: en los últimos 20 ó 30 años no ha habido un gran descubrimiento
científico. No es que yo desee que la ciencia se desarrolle, puesto que la
mayoría de sus “verdades” son una engañifa, ni mucho menos que progrese la
tecnología, en el 70% vinculada a los aparatos militares y policiales, me
limito a señalar que el colapso del pensamiento creador hoy es una realidad
constatada por cada vez más personas y que afecta a todos los ámbitos de la
experiencia humana.
Esto en una sociedad
donde es habitual que las personas tengan (otros dirían sufran) unos 20 años de
escolarización, e incluso a veces más. Nos pasamos hasta un cuarto de nuestras
vidas en el sistema educativo para alcanzar unos resultados bien bizarros, ser inmensamente
ignorantes y quedar desposeídos de facto de las facultades intelectivas que son
(¿eran?) innatas al ser humano.
Esto pone en
evidencia a quienes convierten la lucha por la
escuela pública en una cruzada. Al parecer, se trata de mantener una
escuela que, sea pública o privada (eso es una diferencia irrelevante, si se
despoja al asunto de demagogia y electoralismos), tiene por objetivo número uno
(y cada vez más) provocar una implosión controlada en el cerebro de niños,
adolescentes y jóvenes.
Así se fabrica, en el
sistema educativo dictatorialmente dirigido por el Ministerio de Educación, el
sujeto irreflexivo de la contemporaneidad, un ser que no sólo no es formado en
el dominio de las manifestaciones complejas del acto mental intelectivo y
creador sino que se le despoja de lo más básico, de aquello que nos define como
especie, la inteligencia natural, con la cual nace cada mujer y cada varón.
Venimos al mundo como
seres inteligentes y el sistema de dominación, a través del aparato escolar y
universitario, nos hace sujetos sin cerebro, brutos sólo aptos para cumplir las
órdenes del poder y, por supuesto, agredirnos los unos a los otros.
La defensa del
sistema educativo (deseducativo sería más exacto) actual, so pretexto de defender la escuela pública, es una de
las mayores atrocidades en curso, de naturaleza ultra-reaccionaria, mero
oscurantismo trasladado al siglo XXI. Al loar a la educación “pública” (estatal)
se defiende el sistema de destrucción de las capacidades reflexivas de la
persona. Al patrocinar al Estado se respalda al culpable institucional de todo
ello, el Ministerio de Educación, parte fundamental del ente estatal.
La contradicción
educación privada/educación estatal es irrelevante pues ambas dependen del
Ministerio de Educación y ambas buscan lo mismo, anular en la persona sus
capacidades reflexivas y raciocinantes, entre otras metas ominosas.
El sistema educativo,
en todos sus niveles e incluida la universidad, es un gran aparato de adoctrinamiento y amaestramiento de las masas, con fines obvios, crear sujetos
dóciles, o mejor: hiper-dóciles. Antes, hasta hace unos decenios, lo principal
era el adoctrinamiento, y su función
era inculcar las creencias y “verdades” útiles al sistema de dominación.
Hoy la cosa ha
cambiado a peor. Sin renunciar al adoctrinamiento el sistema educativo sitúa en
primer lugar el amaestramiento. Su
meta es arruinar las capacidades intelectivas de la persona, hacer de ella un lamentable
ser inhábil para reflexionar. Dicho de otro modo, el sistema educativo amaestra
a las personas como se hace con un animal, introduciendo en sus procesos
mentales una suma, por desgracia muy bien pensada, de hábitos, rutinas, creencias
obligatorias y mecanismos que llevan al colapso del individuo en tanto que
individuo apto para pensar.
Ir sofocando y
destruyendo la inteligencia natural es lo propio del actual sistema de
dominación. De ello la responsabilidad principal recae sobre el Ministerio de
Educación, que es quien diseña los procedimientos y los contenidos encargados
de realizar la implosión controlada de las capacidades reflexivas del sujeto.
La cosa ha llegado ya
tan lejos que el sistema de dominación se está autodestruyendo. Sheldrake lo
expone: el desarrollo de la ciencia, y también de la tecnología, se está
paralizando, a pesar de que la una y la otra les son imprescindibles al sistema.
Ya no hay innovaciones fundamentales. Los últimos decenios han sido estériles. El
poder, al poner en primer lugar, por razones políticas, el conformismo, la
credulidad y la resignación (enfermedades del espíritu que tienen su raíz en la
pérdida de las capacidades pensantes), está construyendo un ser que ya no puede
aportar nada importante al acervo social de la reflexión, la creación y la
innovación.
Que el sistema se
autodestruya a sí mismo debe ser motivo de alegría, pero lo malo es que al
hacerlo destruye a la gente normal, a la que, literalmente, extirpa el cerebro.
Algunos, siempre
bobamente optimistas, siempre muy limitadamente informados y siempre
convencidos de que nuestros males tienen remedio en el seno del actual orden,
aducirán que se trata de “reformar” el sistema educativo actual para dinamizar e
impulsar las funciones del pensamiento creador. Pero ¡en los últimos decenios
hemos tenido un buen número de reformas educativas, con el resultado de que
cada vez la educación ha empeorado!
El problema es
estructural. Detrás de la inhabilitación del sujeto como ser pensante está la
necesidad del sistema de poder de afirmarse cada día más y más. Todo régimen de
dominación va de menos a más constantemente, sube sin limitaciones, y en su
crecimiento arrasa y devasta a la persona común, a sus capacidades y facultades
cavilativas en primer lugar. Eso nos está arrojando fuera de la especie “homo
sapiens”.
A ello denomino destrucción de la esencia concreta humana.
Es desconsolador
comprobar que las y los educadores o profesores están muchísimo más preocupados
por mantener sus privilegios corporativos, salarios, pensiones, tiempo de
vacaciones y otros, que entrar en el análisis de su función social, cada día más
dañina, así como en la reflexión sobre contenidos y métodos pedagógicos. Eso es
el meollo de la llamada marea verde,
mero corporativismo. El apego al dinero y al placer ahoga en ellos el amor al
saber y el afecto debido a sus educandos. Sólo una minoría no cae en tales extravíos,
la cual, por desgracia, sigue callada. El silencio de los buenos es angustioso.
El doctor en
bioquímica R. Sheldrake manifiesta cómo están hoy las cosas. Muestra el problema
pero apenas nada tiene que exponer acerca de sus causas. Dicho de otro modo, su
mente no parece lo suficientemente rigurosa. Eso sí, apunta en la buena
dirección cuando añade que los
científicos tienen miedo a decir algo comprometido, que pueda acabar con su
carrera Exacto, la docilidad al sistema de dominación está por encima de
todo en las almas mediocres, y el temor, en este caso cobarde y placerista,
aparece como elemento motor del desastre en ejecución. En lo más decisivo,
Sheldrake es un ejemplo vivo de lo que lamenta.
Sin valentía no hay
inteligencia, sin espíritu de sacrificio no hay saber cierto. Las virtudes
morales respaldan las virtudes intelectuales. Es lógico, dado que somos seres
unitarios y complejos, en el que el todo disperso y heterogéneo se unifica, conflictivamente,
en el yo.
Fuente: Esfuerzo y Servicio