jueves, 30 de mayo de 2013

LA SOCIEDAD DEL NO-PENSAMIENTO






Desde hace tiempo algunos venimos señalando que el pensamiento, en particular el creador, que aprehende lo real y ofrece respuestas transformadoras desde la verdad concreta, está despareciendo. Por eso hablamos de un orden social en donde no pensar, no comprender y no razonar es componente principal, infortunadamente, de la vida diaria.

        

Si el ser humano es definido como “sapiens”, la experiencia nos dicen que el sujeto real y concreto que puebla las sociedades de la modernidad, es todo menos eso, sabio, pues sus rasgos definitorios son no sólo la ignorancia sino una incapacidad cada día mayor, que les es impuesta desde el poder constituido, para reflexionar, comprender el mundo y comprenderse a sí mismo.

        

Estamos ante la fabricación de un ser ¿humano? no sólo inculto e ignorante sino además sorprendentemente incapaz de casi cualquier práctica reflexiva autónoma y creadora. La destrucción de las facultades intelectivas de la persona ha alcanzado un grado tal que produce preocupación, e incluso espanto. El ser nada es ante todo y en primer lugar una nulidad como sujeto pensante y reflexivo.

        

Unas declaraciones del doctor en bioquímica R. Sheldrake, sin proponérselo, pone en evidencia esta situación. Expone que en las ciencias falta innovación: en los últimos 20 ó 30 años no ha habido un gran descubrimiento científico. No es que yo desee que la ciencia se desarrolle, puesto que la mayoría de sus “verdades” son una engañifa, ni mucho menos que progrese la tecnología, en el 70% vinculada a los aparatos militares y policiales, me limito a señalar que el colapso del pensamiento creador hoy es una realidad constatada por cada vez más personas y que afecta a todos los ámbitos de la experiencia humana.

        

Esto en una sociedad donde es habitual que las personas tengan (otros dirían sufran) unos 20 años de escolarización, e incluso a veces más. Nos pasamos hasta un cuarto de nuestras vidas en el sistema educativo para alcanzar unos resultados bien bizarros, ser inmensamente ignorantes y quedar desposeídos de facto de las facultades intelectivas que son (¿eran?) innatas al ser humano.

        

Esto pone en evidencia a quienes convierten la lucha por la escuela pública en una cruzada. Al parecer, se trata de mantener una escuela que, sea pública o privada (eso es una diferencia irrelevante, si se despoja al asunto de demagogia y electoralismos), tiene por objetivo número uno (y cada vez más) provocar una implosión controlada en el cerebro de niños, adolescentes y jóvenes.

        

Así se fabrica, en el sistema educativo dictatorialmente dirigido por el Ministerio de Educación, el sujeto irreflexivo de la contemporaneidad, un ser que no sólo no es formado en el dominio de las manifestaciones complejas del acto mental intelectivo y creador sino que se le despoja de lo más básico, de aquello que nos define como especie, la inteligencia natural, con la cual nace cada mujer y cada varón.

        

Venimos al mundo como seres inteligentes y el sistema de dominación, a través del aparato escolar y universitario, nos hace sujetos sin cerebro, brutos sólo aptos para cumplir las órdenes del poder y, por supuesto, agredirnos los unos a los otros.

        

La defensa del sistema educativo (deseducativo sería más exacto) actual, so pretexto de defender la escuela pública, es una de las mayores atrocidades en curso, de naturaleza ultra-reaccionaria, mero oscurantismo trasladado al siglo XXI. Al loar a la educación “pública” (estatal) se defiende el sistema de destrucción de las capacidades reflexivas de la persona. Al patrocinar al Estado se respalda al culpable institucional de todo ello, el Ministerio de Educación, parte fundamental del ente estatal.

        

La contradicción educación privada/educación estatal es irrelevante pues ambas dependen del Ministerio de Educación y ambas buscan lo mismo, anular en la persona sus capacidades reflexivas y raciocinantes, entre otras metas ominosas.

        

El sistema educativo, en todos sus niveles e incluida la universidad, es un gran aparato de adoctrinamiento y amaestramiento de las masas, con fines obvios, crear sujetos dóciles, o mejor: hiper-dóciles. Antes, hasta hace unos decenios, lo principal era el adoctrinamiento, y su función era inculcar las creencias y “verdades” útiles al sistema de dominación.

        

Hoy la cosa ha cambiado a peor. Sin renunciar al adoctrinamiento el sistema educativo sitúa en primer lugar el amaestramiento. Su meta es arruinar las capacidades intelectivas de la persona, hacer de ella un lamentable ser inhábil para reflexionar. Dicho de otro modo, el sistema educativo amaestra a las personas como se hace con un animal, introduciendo en sus procesos mentales una suma, por desgracia muy bien pensada, de hábitos, rutinas, creencias obligatorias y mecanismos que llevan al colapso del individuo en tanto que individuo apto para pensar.

        

Ir sofocando y destruyendo la inteligencia natural es lo propio del actual sistema de dominación. De ello la responsabilidad principal recae sobre el Ministerio de Educación, que es quien diseña los procedimientos y los contenidos encargados de realizar la implosión controlada de las capacidades reflexivas del sujeto.

        

La cosa ha llegado ya tan lejos que el sistema de dominación se está autodestruyendo. Sheldrake lo expone: el desarrollo de la ciencia, y también de la tecnología, se está paralizando, a pesar de que la una y la otra les son imprescindibles al sistema. Ya no hay innovaciones fundamentales. Los últimos decenios han sido estériles. El poder, al poner en primer lugar, por razones políticas, el conformismo, la credulidad y la resignación (enfermedades del espíritu que tienen su raíz en la pérdida de las capacidades pensantes), está construyendo un ser que ya no puede aportar nada importante al acervo social de la reflexión, la creación y la innovación.

        

Que el sistema se autodestruya a sí mismo debe ser motivo de alegría, pero lo malo es que al hacerlo destruye a la gente normal, a la que, literalmente, extirpa el cerebro.

        

Algunos, siempre bobamente optimistas, siempre muy limitadamente informados y siempre convencidos de que nuestros males tienen remedio en el seno del actual orden, aducirán que se trata de “reformar” el sistema educativo actual para dinamizar e impulsar las funciones del pensamiento creador. Pero ¡en los últimos decenios hemos tenido un buen número de reformas educativas, con el resultado de que cada vez la educación ha empeorado!

        

El problema es estructural. Detrás de la inhabilitación del sujeto como ser pensante está la necesidad del sistema de poder de afirmarse cada día más y más. Todo régimen de dominación va de menos a más constantemente, sube sin limitaciones, y en su crecimiento arrasa y devasta a la persona común, a sus capacidades y facultades cavilativas en primer lugar. Eso nos está arrojando fuera de la especie “homo sapiens”.
        
A ello denomino destrucción de la esencia concreta humana.

        

Es desconsolador comprobar que las y los educadores o profesores están muchísimo más preocupados por mantener sus privilegios corporativos, salarios, pensiones, tiempo de vacaciones y otros, que entrar en el análisis de su función social, cada día más dañina, así como en la reflexión sobre contenidos y métodos pedagógicos. Eso es el meollo de la llamada marea verde, mero corporativismo. El apego al dinero y al placer ahoga en ellos el amor al saber y el afecto debido a sus educandos. Sólo una minoría no cae en tales extravíos, la cual, por desgracia, sigue callada. El silencio de los buenos es angustioso.

        

El doctor en bioquímica R. Sheldrake manifiesta cómo están hoy las cosas. Muestra el problema pero apenas nada tiene que exponer acerca de sus causas. Dicho de otro modo, su mente no parece lo suficientemente rigurosa. Eso sí, apunta en la buena dirección cuando añade que los científicos tienen miedo a decir algo comprometido, que pueda acabar con su carrera Exacto, la docilidad al sistema de dominación está por encima de todo en las almas mediocres, y el temor, en este caso cobarde y placerista, aparece como elemento motor del desastre en ejecución. En lo más decisivo, Sheldrake es un ejemplo vivo de lo que lamenta.

        
Sin valentía no hay inteligencia, sin espíritu de sacrificio no hay saber cierto. Las virtudes morales respaldan las virtudes intelectuales. Es lógico, dado que somos seres unitarios y complejos, en el que el todo disperso y heterogéneo se unifica, conflictivamente, en el yo.

Fuente: Esfuerzo y Servicio

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