Nota del autor: En mi
experiencia de estudiante, cuando cursaba el nivel medio superior,
escribí el siguiente texto para una docente de matemáticas del Colegio
de Bachilleres 3, egresada de la carrera de ingeniería, de mentalidad
hermética, adversa y ordinaria. Teniendo en cuenta que se negó a
dialogar conmigo sobre su método de enseñanza, al considerar que no
estaba a su nivel y que, además, ella sólo podía hablar con matemáticos e
ingenieros, y que yo sólo era un estudiante mediocre de bachilleres.
Pero, por otro lado, en un lapsus, dijo que yo ya tenía otra formación
diferente a la de ella. Posteriormente, al saber de mi texto, se negó a
recibirlo y me prohibió, sin saber de su contenido, que se lo leyera a
mis compañeros. Semejante contradicción, entonces, anuló la posibilidad
de establecer un diálogo constructivo y crítico entre ambos (Darío Cruz Jaramillo).
¿Por qué soy tan extraño y tan rebelde, enemistándome con los profesores y distanciándome de los otros jóvenes? Fíjate en los alumnos buenos y en los que no salen de su medianía, cómo ellos no encuentran cómicos a los profesores, no hacen versos y únicamente piensan en cosas en las que todo el mundo piensa y de las que se puede hablar en voz alta. ¡Cuán ordenados y cuán conformes con todo y con todos deben sentirse! Esto debe ser bueno… Pero, ¿qué me pasa a mí, y a dónde iré a parar con todo esto? — Thomas Mann, Tonio Kröger
La palabra fascismo designa un
movimiento y doctrina política y social, creada por Benito Mussolini en
Italia. Dicha doctrina, en esencia, anula la esfera personal de la vida,
suprime las libertades individuales, rechaza la democracia, militariza
el aparato estatal y la vida social, exalta el nacionalismo y propugna
un belicismo esencial. Tiene como lema; “todo dentro del Estado, nada
fuera del Estado, y nada en contra del Estado”.
Lo anterior, desde mi punto de vista, no
es más que un reflejo caricaturesco de lo que sucede en el salón de
clases, pues, el modelo educativo tradicional simboliza el Estado como
un ente abstracto enajenado y enajenante. De modo que he reflexionado
acerca del método de enseñanza, y de su arquetipo fascistoide que, desde
luego, considero represivo e inhumano.
Comienzo mi texto enunciando la
alienación de las relaciones interpersonales en el salón de clases, en
las que no se es uno con los otros, en las que no se asume de algún modo
la tarea más insoslayable e importante: la empresa de ser persona, y en
las que uno solo no puede ser plenamente persona si los otros no son
también; terreno infértil -por improductivo- donde no se establece
ningún tipo de relación personal, debido a que no hay una relación
estrecha desde el núcleo mismo de la existencia humana. Posteriormente,
aludo a los síntomas modernos de la enajenación burocrática que, en
algunos casos, suele eliminar la iniciativa y la expresión creativa en
las aulas. Y, por último, abordo el conformismo y el temor a ser
diferente, en esta nuestra época de masas alienadas en el trabajo, en el
consumo y en la búsqueda de estatus.
No me imagino (y no quiero imaginar) el
número de estudiantes que han sido instruidos en ese modelo educativo
tradicional, en el que permea la ignorancia, la sumisión y los
prejuicios. Modelo en el que el estudiante más bien debería ser una
pieza clave de un sistema de vida democrático, fundado en el
mejoramiento social y cultural de los estudiantes.
Modelo donde se tienda a desarrollar
armónicamente las facultades del ser humano, se contribuya a regular la
convivencia, el aprecio por la dignidad de la persona, el interés
general que se debe dar a todos los estudiantes, y un lugar en el que
exista la fraternidad e igualdad de derechos de toda la comunidad
estudiantil. En cambio, el lugar común del modelo tradicional, es
imponer un método de enseñanza despersonalizado al no considerar la
personalidad, las preguntas y las necesidades de los educandos.
A continuación, si aceptáramos que no existe el yo sin el tú, que no existe más que con la existencia de los otros, de modo que los otros y yo, yo y los otros nos realizamos en la mutua relación al abrir nuestro yo,
¿cuándo soy yo? cuando otro me nombra, si nadie nos nombra no somos
nada, de esta manera, al sustituir el “pienso luego soy” que enunciaba
Descartes, por “soy nombrado, luego soy”, el método de enseñanza
tradicionalmente rígido y represivo, no permite la interacción y la
relación recíproca –necesaria- para que la persona, en este caso el
estudiante, pueda ser él mismo.
Al estudiante, el modelo tradicional, no
lo respeta como individuo, lo vuelve un ser aislado al controlarlo
mediante la intimidación, el acallamiento, si éste decide ejercer el
libre uso de la palabra. Tampoco se produce la emergencia del yo, porque no hay una correspondencia de aquello que no soy yo, es decir, de su yo
absoluto que no permite la posición de igualdad, ya que el modelo
demuestra hostilidad si un estudiante pide que se le aclare alguna duda.
Su yo grande de maestros contra nuestro yo
pequeño de estudiantes, hace que con su comportamiento haga el
aprendizaje difícil e imposible y, además, inhiba el salto a la
imaginación. “Es normal que todos los que se sienten frustrados en su
expresión emocional y sensual y también amenazados en su existencia
misma, experimenten como reacción un sentimiento de hostilidad” (Fromm,
1999:105).
Bajo este modelo, es indudable que, en
el salón de clases, no existe una relación afectiva e interpersonal con
el estudiante, pues se da un trato de seres autómatas y de excesivo
paternalismo o maternalismo, confundiendo el afecto con el control de la
conciencia del estudiante como persona. Porque pienso que el afecto se
demuestra con los actos, más que con las palabras.
De hecho, los maestros (as) que se
conforman con el modelo en ningún momento superan la separatividad, es
decir, no trascienden su propio método al no tener un encuentro con
nosotros los estudiantes. Tal parece que la educación que conservan no
ha influido en su acción ética. Recordemos lo que dicen los filósofos
humanistas como Sartre, Foucault, Lévinas: que el ser del hombre sólo se
halla y se realiza en la vida social.
Asimismo, las maestras (os) que se
conforman al modelo educativo tradicional, no establecen una relación
auténticamente humana. Más bien sus relaciones interpersonales son de
apatía porque se enfrentan insensiblemente con los estudiantes; son de
indiferencia porque éstos no les importan realmente, aunque se pretenda
que sí. Al modelo sólo le preocupa que el estudiante no cumpla con el
trabajo en clase, así también que no aprenda a la velocidad requerida
por los cursos.
¿De qué manera va a aprehender el
estudiante y asimilar el conocimiento, sin que se atragante, con lo que
quizá aprenda, mediocremente, en un semestre? Los maestros (as) de
semejante modelo educativo, se limitan a lo que establece la norma y su
camisa de fuerza curricular, a lo que les corresponde no como guías del
conocimiento que fomente la libertad de expresión, sino como autoridades
absolutas e incuestionables.
En la película Pink Floyd The Wall [1] dirigida por el británico Alan Parker, basada en el álbum de Pink Floyd de 1979 The Wall,
no hay intercambio afectivo en el salón de clases, sólo hay rigidez,
nerviosismo y agresividad. Película en la que también se demuestra el
autoritarismo a ultranza, la enajenación del cuerpo social burgués,
ególatra, entre otros lugares cubiertos de simbolismo (como la figura
del muro que significa la represión, la exclusión de la sociedad), la
insuficiente potencia que tiene el hombre libre de adaptarse a un estado
de masas enajenante, bajo un régimen político fascista y uniforme.
Síntoma de un poder patológico hitleriano que lleva consigo destrucción,
caos, nomadismo, barbarie y muerte a una cultura o a un individuo que
defiende su libertad de elegir, en un campo de batalla donde las
personas cada vez construyen menos su propia personalidad.
Yo, realmente, quiero ser tratado,
supongo que también mis compañeros y compañeras, como “alguien”, no como
“algo”, como persona que tiene dignidad al ejercerla para su propia
realización y desarrollo humano. Me pregunto ¿qué tan masoquistas somos
al no quejarnos y someternos a las querencias sádicas de los maestros y
de las maestras, al renunciar a nuestra integridad para convertirnos
simplemente en sus instrumentos? Bajo el modelo tradicional, los
maestros (as) condicionan e inhiben el pensamiento crítico, el espíritu
de lucha (esencial) para la vida del hombre y su sobrevivencia. El miedo
es un arma poderosa para dominar a los débiles y a los oprimidos.
De modo que tal modelo educativo crea
una relación simbiótica frommiana de dependencia con nosotros, en la
que dicho modelo depende de nosotros y nosotros de él. Dice Erich Fromm
que un ser dominado necesita que otro lo domine, que el amor maduro
significa unión a condición de preservar la propia integridad, la propia
individualidad, que sólo existe el acto de amar cuando implica cuidar,
conocer, responder, afirmar, gozar de una persona, de un árbol, de una
pintura o de una idea. Que significa dar vida y aumentar nuestra
vitalidad. El modelo tradicional que aplican algunos maestros (as) se
aleja de estos conceptos básicos en el salón de clases.
¿Acaso no están conscientes, quienes
llevan a cabo el modelo, de la juventud con su irracionalidad, su
espontaneidad de ocasión, su a veces ser todo emotividad que lo hace un
mero cúmulo de instintos? ¿Acaso no saben de su manera de hablar, de
acuerdo a su edad, y de su estrato social, económico y cultural al que
pertenecen? No sé cuánto tiempo tenga dando clases los maestros (as) que
aplican este modelo tradicional, pero creo que no se han percatado de
los estímulos externos de los jóvenes en un ambiente de hostilidad y
represión.
Por ejemplo, en mi experiencia de
estudiante, recuerdo haber visto cómo, y más de una vez, uno que otro
alumno hacía una señal obscena con la mano levantando el dedo medio
cuando la maestra de matemáticas escribía en el pizarrón, y a pesar
nuestro, con gis azul, porque decía que “así se ve más bonito”, sin
importarle que la luz que atravesaba por la ventana se proyectara en lo
que escribía, quedando parcialmente difuso el plano cartesiano y el
Teorema de Pitágoras flotando en un banco de bruma.
Es cierto, algunos alumnos, si no es que
la mayoría, sólo tienen como medio de defensa su dedo y un montón de
palabras obscenas que, por supuesto, no dirigen abiertamente. Por esta
razón, los maestros (as) no gozan la enseñanza con nosotros, y nosotros
no gozamos el aprendizaje con ellos (as). “No dan vida, no aumentan
nuestra vitalidad”.
Notas
[1] Alan Parker, Pink Floyd The Wall, 1982. Guión de Roger Waters; con Bob Geldof, Chirstine Hargreaves, Eleanor David, Alex McAvoy, Bob Hoskins, Michael Ensign.Fuente:Regeneración
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