jueves, 16 de diciembre de 2010

LA GUERRA ES LA IRONÍA DEL EVANGELIO - 2 Cartas a Tolstoi

Carta de un ciudadano de Estados Unidos a León Tolstoi:

Nosotros somos labradores, mecánicos, fabricantes, comerciantes, preceptores, cocineros, y todo lo que pedimos es el privilegio de atender nuestros asuntos. Nuestras fincas nos pertenecen, amamos a nuestras familias y a nuestros amigos con todo afecto y no nos metemos en las cosas de nuestros vecinos; tenemos trabajo que hacer y deseamos trabajar. ¡Dejadnos en paz! Pero no quieren; estos políticos insisten en gobernarnos y en mantenerse ellos con nuestro trabajo. Nos imponen tributos, comen nuestra sustancia, obligan a nuestros hijos a servir en sus guerras. Toda la turba de gente que recibe su sustento del gobierno lo debe a los tributos que nos impone el gobierno, y para llevarlo a efecto se mantienen ejércitos permanentes. La afirmación de que se necesita el ejército para la protección de país, es todo fraude y pretexto. El gobierno francés asusta al pueblo diciéndole que los alemanes están prontos y deseosos de caerle encima; los rusos temen a los ingleses, los ingleses temen a todos; y ahora, en América, nos dicen que debemos aumentar nuestra armada y ejército, porque de un momento a otro toda Europa podrá conjurarse en contra nuestra.

Todo eso es fraude y mentira. La gente laboriosa de Francia, Inglaterra y Alemania es contraria a la guerra. No queremos sino que nos dejen en paz. Los hombres que tienen esposas, hijos y novias, padres ancianos en sus hogares, no quieren salir a pelear con nadie. Somos hombres pacíficos y nos espanta la guerra. La odiamos."

Queremos obedecer a la Regla Dorada.

La guerra es el resultado seguro de la existencia de hombres armados. El país que mantiene un gran ejército permanente tarde o temprano tendrá una guerra entre manos. El hombre que se jacta de la fuerza de sus puños, ha de encontrarse algún día con otro que se crea más fuerte y pelearán. Francia y Alemania no tienen otra cuestión entre ellas sino el deseo de probar cual es superior. Se han batido varias veces, y se batirán otra vez; y no es que el pueblo quiera combatir, sino que la clase superior sopla en el medio hasta convertirlo en furor, y hace creer a los hombres que deben combatir para defender sus hogares.

Así resulta que a los hombres que quieren seguir la doctrina de Cristo, no se les permite hacerlo, están saqueados, ultrajados y engañados por los gobiernos.

Cristo enseño la dulzura, la mansedumbre y el perdón a nuestros enemigos. El Evangelio enseña a los hombres a no jurar nunca, pero la clase superior nos hace jurar sobre la Biblia en que no creen ellos mismo.

La cuestión es: ¿cómo podemos deshacernos de estos vampiros que nunca trabajan y sin embargo están bien vestidos, con galones y botones de oro; que comen nuestra sustancia y para quienes trabajamos?

¿Debemos pelearles?

No, no debemos derramar sangre; además de eso, ellos tienen los cañones y el dinero, y pueden sostenerse mucho más tiempo que nosotros.

¿Y como se compone este ejército que tienen a su disposición para hacernos fuego?

De nuestros vecino y hermanos engañados hasta creer que hacen la voluntad de Dios, protegiendo a su país contra sus enemigos; cuando la verdad es que nuestro país no tiene enemigos, salvo la clase superior que hacer creer que vigilan sobre nuestros intereses, con tal de que la obedezcamos y le permitamos imponernos tributos.

Así se apoderan de nuestros recursos y se sirven de nuestros hermanos para dominarnos y humillarnos. Uno no puede mandar un telegrama a su mujer, ni una encomienda a su amigo, ni vender un cheque en favor del tendero sin pagar un tributo que sirve para mantener hombres armados, que a la voz de mando no vacilarían en matarnos o ponernos presos en caso de no querer pagar.

El único remedio se halla en la educación. Educad a los hombres en la convicción de que es un crimen matar a otros. Enseñadles la Regla Dorada, y siempre la Regla Dorada. Desafiad sin palabras a la clase superior, negándonos a rendir culto a su fetiche de la Guerra. Dejad de mantener clérigos, que predican la guerra y el patriotismo, obedeciendo a sus intereses egoístas. Que se dediquen ellos a trabajar como lo hacemos nosotros. Nosotros tenemos fe en Cristo; ellos no. Cristo predicaba lo que creía; pero ellos predican lo que creen que es agradable a los hombres del poder: la clase superior.

No queremos alistarnos en el ejército. No haremos fuego cuando nos manden. No calaremos bayonetas contra un pueblo benigno e inofensivo. No haremos fuego sobre labradores que defienden sus hogares, para satisfacer a un Cecil Rhodes. Vuestro grito de ¡el lobo ¡el lobo no nos arredra. Pagamos nuestros impuestos solamente porque nos obligan por la fuerza, y no pagaremos cuando podamos evitarlo. No pagaremos ya los diezmos de nuestras iglesias, ni sus falsas obras de caridad, y promulgaremos la verdad. Enseñaremos a todos los hombres; y siempre nuestra influencia hará camino, y hasta los hombres en las filas del ejército se desengañarán y rehusarán hacer uso de sus armas. Haremos comprender a todos que la idea de la vida cristiana de paz y de amor supera a la de la lucha, de sangre y de guerra.

La paz sobre la tierra solo ha de realizarse cuando los hombres acaben con los ejércitos cumpliendo con los demás como quisiéramos que cumpliesen con los nosotros."

Así escribe un ciudadano de los Estados Unidos; y de todos lados y en varias formas resuena la misma voz.

Un soldado alemán me escribe de la manera siguiente:

Hice dos campañas con la Guardia Prusiana, en 1866 y en 1870, y tengo en el alma el odio más profundo por la guerra, porque me ha hecho sufrir de una manera inexpresable. Nosotros, los soldados estropeados, recibimos una recompensa tan mezquina que realmente debemos tener vergüenza de haber sido patriotas. Yo, por ejemplo, recibo 18 centavos por día en pago de mi brazo derecho, que fue atravesado por una bala en el asalto sobre Saint Privat, el 18 de agosto de 1870. Muchos perros de caza reciben más para su sustento: y había yo padecido dos años enteros por causa de mi brazo dos veces herido. Ya en el año 1866 tomé parte en la guerra contra Austria, y combatí en Tratenau y Konigrafz, y presencié bastantes horrores. En 1870, formado en las reserva, fui llamado de nuevo y, como ya he dicho, fui herido en el asalto de Saint Privat. Mi brazo derecho fue atravesado, longitudinalmente dos veces. Había tenido que abandonar una buena colocación en una fábrica de cerveza sin poder recuperarla nunca. Desde entonces he podido recapacitar. Mi intoxicación patriótica pasó pronto y no había otra cosa para el inválido herido, sino mantenerse por medio de una pitanza mezquina, suplementada por la caridad.

En un mundo donde los hombres se comportan como animales domesticados, y no son capaces de comprender otra idea que la de defraudarse unos a otros por dinero, en un mundo semejante que me tomen por loco pero, sin embargo, siento en mi la idea divina, la paz y amor tan noblemente expresada en el sermón de la montaña. Mi convicción más profunda es que la guerra no es más que un negocio en escala mayor, -un negocio en manos de los ambiciosos y los poderosos que juegan con la felicidad de los pueblos. ¡Cuántos errores hace sufrir! ¡Nunca podré arrancar de la memoria los quejidos y gemidos que me penetraban el alma!

Hombres que nunca se han ofendido unos a otros, empiezan a masacrarse como animales feroces y otros de alma esclavizada, comprometen al buen Dios, haciéndole complice de sus crímenes.

A mi lado un hombre tuvo la mandíbula despedazada por una bala. El desgraciado se enloqueció con el dolor. Disparó desesperado y, en el gran calor de verano, no pudo conseguir agua para lavar y refrescar su herida atroz. Nuestro jefe, que fue después el emperador Federico el noble, escribió en su diario: la guerra es la ironía del evangelio”.

                     León Tolstoi - patriotsimo y Gobierno

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