Pudo haber habido un tiempo en que fueron necesarios, cuando los malos resultados de ellos fueron menores que las consecuencias de quedar sin defensa contra vecinos organizados; pero ahora tales gobiernos no son necesarios y constituyen un mal mucho mayor que todos los peligros que utilizan para asustar a sus súbditos.
No sólo gobiernos militares, sino gobiernos en general podrían ser, no diremos útiles, sino inocuos, solo en el caso de que se formaran de personas buenas e inmaculadas, como ocurre entre los chinos, teóricamente. Pero el hecho es que los gobiernos, debido a la naturaleza de su actividad que consiste en ejercer actos de violencia, se componen siempre de los elementos más contrarios a la bondad. Se componen de los hombres más audaces, más sin escrúpulos y más pervertidos.
Resulta que un gobierno, y particularmente uno que tenga bajo sus órdenes el poder militar, es la organización más peligrosa posible.
El gobierno en su sentido más amplio, incluyendo a los capitalistas y la prensa, no es otra cosa que una organización que pone a la mayor parte de los hombres bajo el poder de una parte menor que domina; ésta parte menor está sujeta a una parte todavía más pequeña, y ésta, a otra más pequeña aún y así hasta llegar al fin a unos pocos o a un hombre solo, que por medio de la fuerza militar tiene poder sobre todos los demás. Toda esta organización se parece a un cono cuyas partes están completamente bajo el poder de estos hombres, o de la persona sola, que están en la cúspide.
El ápice del cono está posesionado por esta persona o por estas personas que son, o aquella persona que es, más astuta, más audaz y más sin escrúpulos que las otras, o por alguno que la casualidad ha hecho el heredero de los más audaces y de los más faltos de escrúpulos.
Hoy puede ser Goris Bodonof y mañana Gregorio Otropief. Hoy la Catalina licenciosa que, ayudada por sus amantes, asesinó a su marido; y mañana Gougatchef o Pablo el loco. Nicolás I o Alejandro III.
Hoy puede ser Napoleón, mañana un Borbón o un Orleans, un Boulanger o una Compañía Panamá: hoy puede ser Gladstone, mañana Salisbury, Chamberlain o Rhodes.
Y en manos de tales gobiernos se entrega pleno poder, no solamente sobre propiedades vivas, sino también sobre el desarrollo espiritual y moral, la educación y la dirección religiosa de todos.
Los hombres construyen tan terrible máquina de poder, y dejan posesionarse de ella a cualquiera que pueda (y las probabilidades son siempre de que se apoderará aquél que es moralmente el más indigno), se someten a él servilmente y se asombran después cuando resulta tanto mal. Temen a las bombas anarquistas y no tienen miedo de esta terrible organización que les amenaza continuamente con las calamidades más grandes.
Los hombres creyeron ventajoso el ligarse unos a otros para resistir a sus enemigos, como hacían los montañeses del Cáucaso para resistir a los asaltos de los rusos. Pero el peligro ha pasado completamente y no obstante, los hombres siguen atándose.
Se ligan de una manera que un solo hombre puede tenerlos a su merced, y entonces tiran al suelo el cabo de la soga que los liga, y siguen arrastrándolo para el primer bribón o tunante que lo empuñe o haga y haga lo que quiera con ellos.
¿Qué hacen los hombres sino precisamente eso, cuando erigen, mantienen y se someten a un gobierno organizado y militar?
Para salvar a los hombres de los males terribles que resultan de los armamentos y las guerras, que continuamente aumentan, no son congresos ni conferencias que se necesitan, ni tratados, ni tribunales de arbitraje, sino la destrucción de aquellos instrumentos de violencia que se llaman gobiernos y de los cuales resultan los mas grandes males que sufre la humanidad.
León Tolstoi - Patriotismo y Gobierno
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