Soy un periodistilla que, en parte, hace
uso indebido de su papel y traiciona su misión. Sí, claro, voy por el
sur, entre lugares destruidos y residentes traumatizados. Al oír una
sirena me tiro al suelo y me cubro la cabeza con las manos, o busco
dudosa protección en alguna tienda de ropa para niños. Hasta contemplo
Gaza desde la colina más alta de Sderot, pero yo no voy a Gaza ni
proporciono información alguna sobre los sufrimientos que allí hay. Y lo
mismo le pasa a todos los periodistas israelíes.
Estuve en Gaza por última vez en noviembre de 2008.
Entonces escribí sobre un misil israelí que había alcanzado a los niños
del jardín de infancia Indira Gandhi y que mató a la profesora ante sus
ojos. Fue mi última crónica sobre Gaza. Desde entonces, Israel ha
prohibido a los periodistas israelíes entrar en la Franja, y los
periodistas han aceptado la prohibición con la obediencia y el
servilismo habituales. Con los años se han convertido en los
funcionarios públicos más leales (y admirados): conocen el alma de la
bestia. Son conscientes de que los lectores y los telespectadores no
quieren saber lo que realmente pasa en Gaza, y cumplen con agrado su
deseo. No sale una sola palabra de protesta de los periodistas, cuyo
gobierno les impide cumplir su principal cometido.
No es que todos sean cobardes: durante años, los osados
han venido informando desde lugares que están en guerra o que han
sufrido catástrofes naturales en todo el mundo. Son héroes; han estado
en Irak, en Libia, en Siria, y hasta un don nadie como yo estuvo en
Sarajevo bajo un bombardeo, en Japón cuando se estremeció el suelo y en
Georgia cuando estalló la guerra. El gobierno de Israel no manifestó
entonces ninguna preocupación hipócrita por nuestro bienestar y
cumplimos con nuestra función aun cuando fuera peligroso. No solo hay
peligro en Gaza, que está a una hora y cuarto en automóvil de donde
vivimos y que afecta a nuestras vidas infinitamente más que Fukushima.
Durante la operación Plomo Fundido, mi colega Amira Hass
consiguió entrar en Gaza a través de Egipto gracias a su empeño, su
determinación y su segundo pasaporte. Pero en esta ocasión nadie lo ha
intentado siquiera.
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