viernes, 30 de noviembre de 2012

Yo no he ido a Gaza


Por Gideon Levy
Soy un periodistilla que, en parte, hace uso indebido de su papel y traiciona su misión. Sí, claro, voy por el sur, entre lugares destruidos y residentes traumatizados. Al oír una sirena me tiro al suelo y me cubro la cabeza con las manos, o busco dudosa protección en alguna tienda de ropa para niños. Hasta contemplo Gaza desde la colina más alta de Sderot, pero yo no voy a Gaza ni proporciono información alguna sobre los sufrimientos que allí hay. Y lo mismo le pasa a todos los periodistas israelíes.
Estuve en Gaza por última vez en noviembre de 2008. Entonces escribí sobre un misil israelí que había alcanzado a los niños del jardín de infancia Indira Gandhi y que mató a la profesora ante sus ojos. Fue mi última crónica sobre Gaza. Desde entonces, Israel ha prohibido a los periodistas israelíes entrar en la Franja, y los periodistas han aceptado la prohibición con la obediencia y el servilismo habituales. Con los años se han convertido en los funcionarios públicos más leales (y admirados): conocen el alma de la bestia. Son conscientes de que los lectores y los telespectadores no quieren saber lo que realmente pasa en Gaza, y cumplen con agrado su deseo. No sale una sola palabra de protesta de los periodistas, cuyo gobierno les impide cumplir su principal cometido.
No es que todos sean cobardes: durante años, los osados han venido informando desde lugares que están en guerra o que han sufrido catástrofes naturales en todo el mundo. Son héroes; han estado en Irak, en Libia, en Siria, y hasta un don nadie como yo estuvo en Sarajevo bajo un bombardeo, en Japón cuando se estremeció el suelo y en Georgia cuando estalló la guerra. El gobierno de Israel no manifestó entonces ninguna preocupación hipócrita por nuestro bienestar y cumplimos con nuestra función aun cuando fuera peligroso. No solo hay peligro en Gaza, que está a una hora y cuarto en automóvil de donde vivimos y que afecta a nuestras vidas infinitamente más que Fukushima.
Durante la operación Plomo Fundido, mi colega Amira Hass consiguió entrar en Gaza a través de Egipto gracias a su empeño, su determinación y su segundo pasaporte. Pero en esta ocasión nadie lo ha intentado siquiera.
Es por eso que Israel no sabe prácticamente nada de lo que está pasando en Gaza. Hay quien se empeña en que así sea. El terrible asesinato de la familia Dalou, por ejemplo, fue cubierto de boquilla por el periodismo profesional, como una nota marginal en periódicos y noticiarios. Prácticamente no hay constancia en los medios israelíes de la destrucción y la muerte que ha sembrado Israel y del gran temor que ha atenazado a un millón y medio de personas durante una semana, sin salas de seguridad reforzadas, sin alertas de código rojo y sin refugio. Basta con incluir noticias lacónicas y escuetas en un rincón de los noticiarios. Ocasionalmente entrevistan a algún Ahmed o a alguien por el estilo, y la noticia va siempre acompañada de un “según los palestinos”, con cínicas acusaciones de que “los palestinos están utilizando fotos del horror”, como si la noticia fuera esa y no el propio horror.
Este asunto no tiene nada que ver con la ideología política, sino solo con el periodismo profesional: los israelíes deberían saber lo que se hace en su nombre, aunque en realidad no quieran saber nada en absoluto. Esa es la función del periodismo. Por supuesto, hay que informar ampliamente de lo que está sufriendo el sur de Israel –y también lo hago—, pero no debemos cerrar los ojos ante lo que está ocurriendo del otro lado, aun cuando no sea agradable ver volar una casa por los aires con todos sus habitantes dentro.
Quien quiera saber en estos días lo que sucede en Gaza está invitado a mirar en las redes internacionales y a leer diarios del resto del mundo: solo en ellos se cuenta toda la historia. Israel y algunos periodistas israelíes dirán que es un periodismo hostil, difamatorio y deformado. Solo quieren que veamos Ashkelon y Rishon Letzion.
Es indispensable saber lo que está sucediendo en Gaza para saber lo que está sucediendo en Israel. Un periodismo que no haga eso y que ni siquiera proteste es simplemente un recluta de la hasbara (N. del t.: propaganda proisraelí). Queda bien que un corresponsal militar con un casco amarillo se suba a una grúa de bomberos para mostrarnos la destrucción de un bloque de apartamentos; en cierto modo, hasta podemos soportar a un comentarista que se dedique a hacer propaganda militar y que no haga más que graznar a favor de la guerra. Pero leer los mensajes que distribuyen las autoridades no es periodismo. Un periodista israelí de verdad debería estar ahora mismo en Gaza. Sin eso, y dada la cobertura casi inexistente sobre lo que sucede allí, no pasamos de ser todos simples periodistillas.

Fuente: Haaretz

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