jueves, 29 de noviembre de 2012

REVOLUCIÓN E INMEDIATEZ

El título de este post surge de la reflexión ante los acontecimientos que se van desarrollando a nuestro alrededor durante estos últimos años.
La aceleración de la destrucción de la mascarada que suponían los Estados del Bienestar ha dado paso al estupor en las sociedades del Norte opulento. Tras años de vivir el sueño capitalista sin mirar atrás, es decir, sin que nuestras mentes precarias hayan tenido siquiera la opción de pararse a pensar por un instante el precio que estábamos pagando por esa vida consumista y totalmente automatizada. Ni por un instante, la mayoría de nosotros, sopesamos el nivel de miseria, explotación y destrucción a la que estábamos (estamos) sometiendo a gran parte del planeta y a todo ser vivo, incluidos los seres humanos, que en él habitan. Porque no podemos engañarnos por más tiempo, no es posible una gestión humanizada del capitalismo. Ni capitalismo amable, ni verde ni nada que se le parezca. Este sistema requiere de explotación y de represión en grandes dosis; sino, no es posible. Y todo esto es inimaginable sin el soporte de los Estados. Hay una frase del historiador francés Braudel que dice: el capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado.
Esto es exactamente lo que está sucediendo ahora mismo. La identificación Capitalismo-Estado es absoluta. Frente a todas esas tesis que se empeñan en asegurar que la crisis actual (utilizo el término crisis para resumir la situación actual a sabiendas que esto no es una crisis sino una estrategia perfectamente orquestada para arrasar con cualquier atisbo de derecho que pudiéramos tener) se debe a la desregulación del sistema y al ataque neoliberal contra el Estado del Bienestar, afirmación ésta que da por buena la acepción anteriormente comentada del capitalismo amable, y que se resolvería con una buena regulación de los flujos económicos y, en el caso concreto español, con el cumplimiento de lo que refleja la Constitución del 78 (esa que consagra entre otras cosas al capitalismo como sistema y la explotación como método, o legitima la toma del poder por parte del ejército en caso de que lo anterior pudiera verse amenazado).
Esta lamentable tesis es la que se está imponiendo poco a poco tras el estallido de indignación por parte de una población que veía como se derrumbaba el maravilloso estilo de vida en el que estábamos inmersos. Gran parte de la contestación al sistema se ha ido encauzando desde unos inicios más o menos revolucionarios y esperanzadores, hacia una especie de respuesta socialdemócrata radical que básicamente consiste en el fortalecimiento de un Estado social y en la recuperación de derechos laborales y ciudadanos.
A nadie puede extrañarnos esta respuesta. Si pensamos por un momento de dónde partimos, vemos la infinitud de condicionantes que predisponían a una respuesta como ésta. Llevamos muchísimos años de dominación total por parte de la clase dominante bajo diferentes formas (monarquías, dictaduras, repúblicas, democracia parlamentaria) salvo pequeños momentos históricos y localizados muy puntualmente. Con todo lo que esto conlleva de adoctrinamiento en el espíritu de servidumbre y de resignación. Especial mención a las últimas décadas bajo el falso espejo democrático que se ha encargado de desarticular todo intento de creación y consolidación de respuestas populares y ha fomentado hasta implantarlo totalmente. Un hedonismo individualista basado en el egocentrismo exorbitante que nos ha hecho desplazar el foco sobre el enemigo hasta situarlo sobre cualquiera que no sea nuestra propia persona y a interiorizar la culpa de todo lo que este sistema despiadado provoca. Por supuesto que en todo esto que comentamos hay que destacar el papel realizado por el sistema educativo y los medios de comunicación, ambos controlados y dirigidos por los mismos intereses. Con todos estos y muchos otros argumentos nos encontramos que cuando se intenta dar una respuesta por parte del pueblo ésta se convierte en efímera y se diluye lentamente en un sinfín de acciones tan valientes como estériles.
Esta respuesta se ha visto, a su vez, condicionada por varios factores; pero sólo quiero comentar un par de ellos, uno en el plano individual y otro en lo colectivo:
-          Desde el primer momento se ha entendido que la opción válida de hacer política es recuperar el espacio público y común para la acción política, entre otras razones por el hartazgo de las estructuras corporativistas de partidos y sindicatos en general. Esto derivó en la creación de asambleas populares, grupos de afinidad,… sin embargo el paso del tiempo y pasado el subidón revolucionario inicial se ha impuesto la lógica del sistema que nos hace egoístas y desconfiados de nuestros iguales, que nos convierte en seres incapaces de asumir un compromiso a largo plazo y con claras dificultades para compartir el esfuerzo y el compromiso. Obviamente esto como todas las generalizaciones no refleja fielmente el total de la realidad pero sí, creo, que una gran parte de ella.
-          En lo colectivo este desmembramiento de la respuesta popular ha posibilitado que sus restos fueran buscando alianzas en colectivos y partidos políticos de la llamada izquierda social y radical. Toda vez que todo este grupo de colectivos y partidos parte de la base de la exigencia al poder establecido o la toma del mismo por las vías que el capitalismo ofrece (es decir nulas para quien no sea capitalista) las respuestas se han ido matizando y reelaborando hasta encajar en este marco de acción convirtiéndose, así, en réplicas de lo ya existente. Por otro lado, los colectivos que se mueven fuera de ese ámbito y que no están interesados en la toma del poder sino en la construcción de alternativas viven inmersos en el constante dilema de mantenerse “puros” y por tanto verse reducidos a la invisibilidad.
Desde luego que el cambio no va a ser fácil, pero necesitamos pensar en un nuevo modelo social en el que todo el mundo tenga cabida mientras seguimos en la calle con la protesta. Ese modelo social implica, necesariamente, la participación de todas las partes. Y esto es lo más complicado: crear una manera de relacionarnos que se ajuste a todas las nuevas realidades y necesidades.
Es necesario realizar el esfuerzo personal de reflexionar y compartir estas reflexiones acerca de aquellas cuestiones que consideramos indispensables en la lucha anticapitalista e iniciar, de esta manera, la creación de un verdadero tejido social de lucha y oposición con ese componente de creación de nuevas formas de relacionarnos entre las personas y el medio.
La salida pasa por nuevas formas de organización y participación, en la que todo el mundo pueda (y lo haga) implicarse de manera directa. También pasa por romper esas cadenas mentales que nos unen a un modelo de vida, el capitalista, que no se corresponde con la esencia humana ni con nuestro lugar dentro de ese todo llamado Tierra. Pasa por recuperar la fe en nuestra propia potencia creadora y en aunar esfuerzos con el resto.
En definitiva, pasa por creer de verdad que ese otro mundo es posible y por desear que ese otro mundo sea una realidad. A partir de ahí, hay que obrar en consecuencia (a cada cual su historia personal, su conciencia político-social,… le hará seguir su camino en ese obrar en consecuencia) y, sobre todo, no desfallecer jamás.

Fuente:Quebrantando el silencio

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