(Texto extraído del periódico CRISI de Enric Duran)
Antes de entrar propiamente en la idea del decrecimiento, una breve contextualización histórica. Hubo unos años de reivindicaciones macroeconómicas, como las de la deuda externa, el movimiento de resistencia global y las diversas cumbres que vivimos en Europa y especialmente en Barcelona entre el 2000 y el 2002. Se trataba de iniciativas que partían de un no rotundo a las maneras de hacer de los estados y de las instituciones financieras internacionales, y que dejaban imaginar que lo que queríamos era otra sociedad pero no entrábamos en detalle. De este periodo recordamos lemas que aún oímos como el de otro mundo es posible y un mundo donde quepan todos los mundos.
A raíz de este periodo de grandes movilizaciones se extendieron por todo el mundo y muy especialmente en Cataluña, muchas iniciativas colectivas como las que comentábamos antes, iniciativas que no conformándose en negar afirmaban que su actividad cotidiana era ya una alternativa.
Por eso antes que el sistema colapse y nosotros con ellos, hemos visto que la idea del decrecimiento, nos es válida para aglutinar fuerzas en una propuesta que más que alternativa es camino, y que este camino junta aquellas reivindicaciones globales que hacemos desde hace años, con estas alternativas concretas que llevamos a la práctica diariamente y las agrupan en una propuesta política de gran envergadura y significado profundo.
Decrecimiento no es recesión. La propuesta del decrecimiento no tiene a ver con lo que puede pasar con la crisis económica de la actualidad. Tal y como afirma el dicho no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento. Así pues, el movimiento por el decrecimiento, no propone la reducción del PIB, sino, un cambio de sistema.
Decrecimiento no tiene porqué ser una idea negativa: igual que cuando un rió se desborda todos deseamos que decrezca y las aguas vuelvas a su cabal, los mismo pasa con la insostenibilidad de la situación actual. Decrecer no es entonces una cosa negativa, sino algo necesario.
El decrecimiento denuncia el mito del crecimiento, y propone salir de los parámetros del productivismo, del consumismo y al fin y al cabo salir del sistema capitalista. Para hacerlo nos propone relocalizar las maneras de vivir.
El decrecimiento consiste en abandonar el proceso de globalización económica y relocalizar la economía, es decir la producción y el consumo, y con ellas reducir el transporte. Para hacerlo hace falta relocalizar la política y así conseguiremos que vuelva a ser controlada por la gente.
Relocalizar la política, significa por ejemplo que los niveles de soberanía vayan de abajo arriba, de manera que todo lo que se pueda decidir a nivel municipal no se decida en niveles superiores y sólo aquello que afecte a todo el país se decida en este nivel. Vivir así, nos permitiría liberarnos del poder de las empresas transnacionales y los poderes económicos mundiales.
A raíz de este periodo de grandes movilizaciones se extendieron por todo el mundo y muy especialmente en Cataluña, muchas iniciativas colectivas como las que comentábamos antes, iniciativas que no conformándose en negar afirmaban que su actividad cotidiana era ya una alternativa.
Por eso antes que el sistema colapse y nosotros con ellos, hemos visto que la idea del decrecimiento, nos es válida para aglutinar fuerzas en una propuesta que más que alternativa es camino, y que este camino junta aquellas reivindicaciones globales que hacemos desde hace años, con estas alternativas concretas que llevamos a la práctica diariamente y las agrupan en una propuesta política de gran envergadura y significado profundo.
Decrecimiento no es recesión. La propuesta del decrecimiento no tiene a ver con lo que puede pasar con la crisis económica de la actualidad. Tal y como afirma el dicho no hay nada peor que una sociedad de crecimiento sin crecimiento. Así pues, el movimiento por el decrecimiento, no propone la reducción del PIB, sino, un cambio de sistema.
Decrecimiento no tiene porqué ser una idea negativa: igual que cuando un rió se desborda todos deseamos que decrezca y las aguas vuelvas a su cabal, los mismo pasa con la insostenibilidad de la situación actual. Decrecer no es entonces una cosa negativa, sino algo necesario.
El decrecimiento denuncia el mito del crecimiento, y propone salir de los parámetros del productivismo, del consumismo y al fin y al cabo salir del sistema capitalista. Para hacerlo nos propone relocalizar las maneras de vivir.
El decrecimiento consiste en abandonar el proceso de globalización económica y relocalizar la economía, es decir la producción y el consumo, y con ellas reducir el transporte. Para hacerlo hace falta relocalizar la política y así conseguiremos que vuelva a ser controlada por la gente.
Relocalizar la política, significa por ejemplo que los niveles de soberanía vayan de abajo arriba, de manera que todo lo que se pueda decidir a nivel municipal no se decida en niveles superiores y sólo aquello que afecte a todo el país se decida en este nivel. Vivir así, nos permitiría liberarnos del poder de las empresas transnacionales y los poderes económicos mundiales.
Esta transición hacia lo local, se tendría que llevar a la práctica acompañada con una reducción radical del consumo que pudiese causar por tanto una reducción de la producción de los transportes. Aquello que se considere necesario, se debería ir produciendo cada vez más sobre principios ecológicos y cerrando los ciclos de las materias utilizadas.
La reducción del consumo, promocionada desde hace décadas por una publicidad que se tendría que parar, necesita un cambio cultural importante en el que paulatinamente las personas dejamos de basar nuestro bienestar en las propiedades y el consumo de bienes materiales y valoramos mucho más los bienes relacionales como son por ejemplo las relaciones humanas.
Y una de las claves para aplicar estos cambios económicos, políticos y culturales es rehacer la comunidad como elemento básico que permita poner en marcha nuevas formas de convivencia, en las que salgamos del individualismo que ha predominado en los últimos años, aprendamos a cooperar entre vecinos y vecinas para ayudarnos los unos a los otros en nuestras necesidades y evolucionando así hacia una autonomía comunitaria del estado y del mercado para resolver las cosas del día a día.
Estas ideas tienen mucho en común con el imaginario social que está llevando cada vez a más personas a sacar adelante alternativas colectivas como todas las que hemos presentado antes, así como con muchas de las reivindicaciones que explicábamos de movilizaciones y luchas sociales de manera que la palabra decrecimiento se ha convertido en un excelente paraguas común, para que todas estas iniciativas puedan ir confluyendo en un movimiento social cada vez más fuerte y diverso.
De hecho, y tal como hemos explicado en las páginas sobre la crisis energética y alimentaria, el decrecimiento, ecológicamente hablando, vendrá igualmente, por la manca de recursos minerales y naturales suficientes para mantener este ritmo de consumo que hay en nuestro planeta, de nosotros depende que el decrecimiento llegue a la fuerza, impuesto desde los poderes económicos, cuando no queden suficientes recursos para que las clases medias occidentales continúen viviendo como hasta ahora, o el decrecimiento lo podemos poner en marcha nosotros aprendiendo colectivamente a vivir de otra manera a la vez que tratamos de impedir que unas minorías poderosas se lleven las riquezas que pertenecen a toda la humanidad, amenazando la vida del resto de habitantes del planeta.
Estamos entrando de lleno en una época clave de la historia, donde podemos tener grandes conmociones y grandes cambios. El decrecimiento, como una buena síntesis del último periodo de movilizaciones y de nuevas alternativas se vuelve una adecuada hoja de ruta estratégica e ideológica para agrupar amplias sinergias ante lo que está por venir.
Más claro ni el agua…(decrecimiento) por las buenas o por las malas.
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