Hubo un tiempo en que los pueblos de “España” no
sólo apreciaban su cultura sino que además la construían y creaban por sí.
Tenían sus propias tradiciones, fiestas, narraciones, música, prácticas
culturales y conmemoraciones, en las que expresaban su singular y propia manera
de estar en el mundo, concebir lo humano y encarar los problemas más cardinales
de nuestro destino y condición.
Si, aunque muchos no se lo crean, hubo un tiempo no
demasiado lejano en que las cosas eran así.
La tarea de demolición la empezaron los Ilustrados.
Para ellos, pedantes y redichos, lo popular auto-creado era una masa de
“supersticiones” a erradicar. Luego llegaron los liberales y jacobinos y, sin
dar tregua a la bayoneta, dictaminaron que todo lo popular era “clerical” y en
consecuencia digno de ser purificado en la hoguera y ante el pelotón de
fusilamiento. El progresismo y con él la izquierda apostillaron de “burgués”,
cuando no de “franquista”, casi cualquier expresión de saber, celebración y
cultura popular. Lo tradicional, dicen, es “reaccionario”, mientras que todo lo
moderno, esto es, todo lo anglosajón, es “emancipador”, en especial el idioma
inglés. Y no sólo lo anglosajón sino lo ajeno en general, orientalismos,
indigenismos y otros ismos de importación, muy útiles además para crear
sentimientos, lo más intensos posible, de culpa colectiva y autoodio de masas a
los pueblos europeos.
Y así Halloween llegó a convertirse, en menos de un
decenio, en una fiesta “popular”, esto es, “propia” y “auténtica”, que muchos
cientos de miles de seres aculturados hasta lo inverosímil y degradados hasta
lo inexpresable celebran en las calles de nuestras ciudades. En particular,
cierta juventud nula y estupidizada, el producto previsible de un sistema
educativo “público” que lleva decenios vomitando sobre las mentes de las y los
adolescentes, con la bendición de la izquierda, una masa asombrosa de mentiras,
maldades, horripilancias y perversiones, se ha apuntado a celebrar la fiesta
anglosajona, hortera y aculturadora por excelencia. Ya es “nuestra”, ya es “de
aquí”.
No es sólo esta mamarrachada de máscaras zafias y
caras pintadas sin gracia ninguna la que expresa el abandono -culpable- de la
propia cultura sino un sinfín de acontecimientos, que día a día contribuyen a
reforzar el estado general de depresión y bajísimo tono vital en que vive la
sociedad actual. Citaré un caso más. Cuando estuve en Valencia en junio de
2012, en la Fira
Alternativa de València, me sorprendió desagradablemente que
de las dos docenas de casetas con alimentos sólo un par de ellas estuvieran
dedicadas a la cocina valenciana. Lo hablé con un amigo valenciano, y ambos
compartimos la desolación, enojo e impotencia que tal situación nos creó.
Las gentes de mentalidad “alternativa” son enemigos
fundamentales de la cultura popular, aunque se creen el culmen de la
radicalidad. Al ayudar a destruir la cultura del pueblo/pueblos contribuyen a
mantener el sistema de dominación. Con sus fijaciones en lo oriental, lo
indígena y lo “antiimperialista” de pacotilla, se olvidan de que la cultura
valenciana (igual que tantas otras de Europa), así como su lengua, está en un
estado de agonía, al borde mismo de la extinción, cosa que al parecer les
importa un bledo. Excelente “antiimperialismo” el suyo, sin duda... Ese tipo de
“radicales” se sitúan entre los peores agentes del capitalismo en el seno de
las clases populares, al ser los más exaltados enemigos de lo popular.
En la parodia “independentista” montada por CiU en
Cataluña, con la ayuda de esa formación de la izquierda más corrompida y
falsaria, ERC, destaca un hecho que nadie, al parecer, valora en lo que
significa. Si se estudia el Programa de CiU para las próximas elecciones se
detecta la enorme importancia que da al idioma inglés. No podía ser de otro
modo. La clase política “independentista” prepara su peculiar manera de asestar
el que puede ser el golpe de muerte al idioma de Cataluña, la imposición del
inglés. Éste, en dos o tres generaciones, si no lo remedia el pueblo catalán,
dejará una Cataluña aculturada, rica en autoodio, desustanciada, destruida,
sólo buena para celebrar Halloween…
Recuperar lo propio, cada pueblo lo que le define y
estatuye como tal, es una de las más importantes tareas de la revolución
integral universal. Lo propio es lo auténtico, lo que surge del alma popular no
corrompida ni manipulada. Lo propio no es sólo ni principalmente lo heredado
del pasado sino lo que se crea en el presente para dar expresión a esa
concreción de lo humano esencial que todo pueblo es.
La cultura popular se ha de crear constantemente.
No, no es cosa de museo, no es algo para turistas, que llegan, lo miran y se
van. Pero si lo que se hace es importar sub-productos ajenos el acto de la
creación no tiene lugar. Y eso viene a ser el fin de la cultura, el fin del
pueblo/pueblos. Los seres-nada son zoológicos, no culturales, son mera mano de
obra, no son personas. No necesitan de lo inmaterial y sobre todo, son
incompetentes para tener cultura propia. Lo suyo es el estómago. Por eso la
izquierda es la expresión política del ansia de los todavía humanos de hacerse
seres-nada integrales, liberados así de la complejidad y el dolor de pensar, de
relacionarse, de decidir, de crear la propia vida cultural, de encarar la
realidad toda de la vida, reducidos a la feliz condición de producir y
consumir, y eso es todo.
Los pueblos aculturados ya han dejado de ser
pueblos, son populacho, una masa informe e infame de seres prostituidos,
dóciles, pasivos, descerebrados. La conversión de Halloween en una “fiesta
popular” indica que estamos ante una situación límite, que hemos sido
destruidos como seres humanos en un grado inaudito, que ya ni siquiera somos
personas. Claro que si lo único que importa es la crisis económica, y no la
devastadora crisis cultural, espiritual y de identidad que hay en el indecente
evento denunciado aquí, entonces todo marcha maravillosamente bien. Salimos a
la calle a reclamar más dinero, más consumo, más explotación del Tercer Mundo,
con el “No a los recortes”, y ahí estamos, esperando llenarnos la andorga tanto
como en el pasado. La aniquilación de la cultura propia, del propio mundo
espiritual, ¿a quién le importa? Ya lo dice el refrán, “Dame pan y llámame
tonto”.
La responsabilidad de que no haya movilizaciones
populares en pro de la cultura propia recae sobre quienes, adheridos de manera
fanática a la concepción económica de la
vida social, esa idea burguesa cien por cien que ha sido introducida por el
izquierdismo en el antaño pueblo/pueblos y hoy mero populacho, les sobra todo
lo demás. Ellos y ellas son los peores reaccionarios.
El futuro saldrá de la fusión entre revolución y
tradición, pero los “radicales” abominan de la revolución y odian la tradición
(más allá de algunas mascaradas en las que les gusta participar, si es con
subvenciones ¡claro esta!). Nos corresponde a nosotros hacer esa fusión, para
las realidades del siglo XXI.
Fuente:Esfuerzo y servicio desinteresados
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