No deseo ofender a nadie pero tampoco puedo dejar de
decir la verdad (lo que entiendo que es la verdad) en una asunto cardinal.
Tengo ante los ojos el folleto “Solidaridad con los inmigrantes”, del Partido SAIN (Solidaridad y
Autogestión Internacionalista), una formación católica, por lo que el folleto
contiene citas del papa Juan Pablo II. Es una obra hecha con brío, e incluso
agresiva, populista, en la denuncia de los sufrimientos, reales o inventados,
de la comunidad inmigrante.
Lo significativo es que el enfoque del problema en
nada está en desacuerdo, y ni siquiera es menos radical, de lo que resulta
habitual en los panfletos de la izquierda más extrema y comecuras, en esta cuestión.
Por eso digo que confesionales y anticlericales, en
el mencionado asunto, coinciden en lo esencial. Bastaría suprimir las frases
del papa para que cualquier izquierdista o anarquista o lector devoto de los
editoriales de El País o activista de
una ONG laica lo apoyase.
Pero yo difiero. Difiero del folleto. Difiero de
unos y otros.
El paternalismo es una forma de racismo, y todos
(por desgracia, todos) los textos que conozco sobre la inmigración son
paternalistas, racistas pues, dado que tratan a los inmigrantes desde arriba,
no se ponen a su nivel, no los consideran como iguales, ansían “ayudarlos” como
si fueran niños o niñas: en eso se manifiesta el racismo y chovinismo cultural
de quienes escriben esos textos.
Convertir a los inmigrantes en víctimas es un modo
de deshumanizarlos, pues nadie es ante todo una víctima sino en primer lugar
una persona, un ser humano. Luego puede sufrir tales o cuales situaciones de
opresión o explotación, pero al referirnos al asunto debemos tener muy en
cuenta que estamos tratando con un ser humano, que es responsable de sus actos
y no mera víctima, y al que hay que considerar en pie de igualdad, con
capacidades propias, que puede y debe modifica su situación por medio del
propio esfuerzo y la autocritica, pero no a través de la “ayuda”.
Es atroz que lo que mueve a todas y todos en la
cuestión e los inmigrantes sea el sentimiento de pena, el “¡pobrecitos!”, el
olvido de la dignidad y autorrespeto de la persona que está aquí llegada desde
fuera, la o el inmigrante.
Como consecuencia de todo ello se define a éste como
un sujeto irresponsable, con el que adoptar posturas caritativas y
asistenciales, en vez de tratarle en pie de igualdad, esto es, recordándole que
tiene deberes además de derechos, como todas las personas. Quienes en este
asunto no son capaces de dejar a un lado el asistencialismo y la mentalidad
limosnera deben mirar hacia el interior de sí para descubrir lo muy racistas
que son.
Y, como se dijo, los paternalistas (por tanto,
racistas) definen al inmigrante como un sujeto con sólo derechos, sin deberes
ni obligaciones, alguien que por su pretendida situación de pobreza extrema (lo
cual no es cierto quizá en el 80% de los casos) puede hacer lo que le venga en
gana, y al que nunca se les pueden exigir responsabilidades en el trato con sus
iguales.
Empecemos a hacernos preguntas más allá de lo
caritativo, paternalista y lacrimógeno. ¿Es ético que una persona abandone su
país y los suyos para ir a integrarse en la sociedad de consumo?, ¿no saben
quiénes lo hacen que con ello dañan a la sociedad donde nacieron?, ¿no conocen
que el fenómeno de la emigración monetiza, fomenta el capitalismo y destruye la
sociedad popular, en buena medida autosuficiente hasta hace poco, en sus países
de origen, creando mucha más miseria y hambre?
Tras la retórica pro-inmigrantes habitual está una
idea perversa, el derecho de todas y todos al consumo. Esto es inasumible.
Los inmigrantes vienen de sociedades en que se hace
necesario un inmenso esfuerzo en pro de la justicia social, en pro de la
revolución integral. En vez de eso ellos escapan, eluden sus responsabilidades,
se van a consumir. ¿Eso es políticamente justo?, ¿es éticamente admisible?
África está llena de déspotas y genocidas, como Paul
Kagame, ese hombre negro que es el mayor criminal hoy vivo, o como Nelson
Mandela, el jerarca de Sudáfrica, que en el verano de 2012 mandó -desde la
sombra- ametrallar a los mineros que se le oponían. Véase, una lección práctica
de lo que es el racismo y el “anti-racismo”: un jefazo negro, tenido por
algunos como el ejemplo práctico de la lucha anti-racista, anti-apartheid, el
señor Mandela, negro, manda a la policía, negros y blancos unidos, a asesinar
en masa a los mineros negros…
Si quienes tienen que estar allí resistiendo a los
tiranos se vienen para acá, a consumir, ¿qué será de África y los pueblos
africanos? Entiendo que alentar esa inmigración es la expresión más aciaga del
racismo. La tarea de los inmigrantes es
hacer la revolución en su propio país, no emigrar a los países ricos. Si son
sujetos con conciencia quienes están aquí han de considerarse autocríticamente
y volver a su país de origen para sumarse a la acción revolucionaria allí.
Podríamos decir más cosas sobre esta materia,
muchísimas más. Lo dejamos aquí. Pero no se olvide: todos dicen lo mismo sobre
este crucial problema, mientras que yo difiero de todos. Todos son racistas de
facto, yo no. Por eso me cisco en las
religiones políticas, la del anti-racismo neo-racista en primer lugar, ese
invento de la progresía pro-capitalista y racista de nuevo tipo, repetida luego
por izquierdistas y anarquistas de Estado. Y también por los activistas
católicos.
Fuente:Esfuerzo y servicio desinteresados
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