viernes, 9 de noviembre de 2012

CONFESIONALES Y ANTICLERICALES DICEN LO MISMO SOBRE LA INMIGRACIÓN




No deseo ofender a nadie pero tampoco puedo dejar de decir la verdad (lo que entiendo que es la verdad) en una asunto cardinal.
        
Tengo ante los ojos el folleto “Solidaridad con los inmigrantes”, del Partido SAIN (Solidaridad y Autogestión Internacionalista), una formación católica, por lo que el folleto contiene citas del papa Juan Pablo II. Es una obra hecha con brío, e incluso agresiva, populista, en la denuncia de los sufrimientos, reales o inventados, de la comunidad inmigrante.
        
Lo significativo es que el enfoque del problema en nada está en desacuerdo, y ni siquiera es menos radical, de lo que resulta habitual en los panfletos de la izquierda más extrema y comecuras, en esta cuestión.
        
Por eso digo que confesionales y anticlericales, en el mencionado asunto, coinciden en lo esencial. Bastaría suprimir las frases del papa para que cualquier izquierdista o anarquista o lector devoto de los editoriales de El País o activista de una ONG laica lo apoyase.
        
Pero yo difiero. Difiero del folleto. Difiero de unos y otros.
        
El paternalismo es una forma de racismo, y todos (por desgracia, todos) los textos que conozco sobre la inmigración son paternalistas, racistas pues, dado que tratan a los inmigrantes desde arriba, no se ponen a su nivel, no los consideran como iguales, ansían “ayudarlos” como si fueran niños o niñas: en eso se manifiesta el racismo y chovinismo cultural de quienes escriben esos textos.
        
Convertir a los inmigrantes en víctimas es un modo de deshumanizarlos, pues nadie es ante todo una víctima sino en primer lugar una persona, un ser humano. Luego puede sufrir tales o cuales situaciones de opresión o explotación, pero al referirnos al asunto debemos tener muy en cuenta que estamos tratando con un ser humano, que es responsable de sus actos y no mera víctima, y al que hay que considerar en pie de igualdad, con capacidades propias, que puede y debe modifica su situación por medio del propio esfuerzo y la autocritica, pero no a través de la “ayuda”.
        
Es atroz que lo que mueve a todas y todos en la cuestión e los inmigrantes sea el sentimiento de pena, el “¡pobrecitos!”, el olvido de la dignidad y autorrespeto de la persona que está aquí llegada desde fuera, la o el inmigrante.
        
Como consecuencia de todo ello se define a éste como un sujeto irresponsable, con el que adoptar posturas caritativas y asistenciales, en vez de tratarle en pie de igualdad, esto es, recordándole que tiene deberes además de derechos, como todas las personas. Quienes en este asunto no son capaces de dejar a un lado el asistencialismo y la mentalidad limosnera deben mirar hacia el interior de sí para descubrir lo muy racistas que son.
        
Y, como se dijo, los paternalistas (por tanto, racistas) definen al inmigrante como un sujeto con sólo derechos, sin deberes ni obligaciones, alguien que por su pretendida situación de pobreza extrema (lo cual no es cierto quizá en el 80% de los casos) puede hacer lo que le venga en gana, y al que nunca se les pueden exigir responsabilidades en el trato con sus iguales.
        
Empecemos a hacernos preguntas más allá de lo caritativo, paternalista y lacrimógeno. ¿Es ético que una persona abandone su país y los suyos para ir a integrarse en la sociedad de consumo?, ¿no saben quiénes lo hacen que con ello dañan a la sociedad donde nacieron?, ¿no conocen que el fenómeno de la emigración monetiza, fomenta el capitalismo y destruye la sociedad popular, en buena medida autosuficiente hasta hace poco, en sus países de origen, creando mucha más miseria y hambre?
        
Tras la retórica pro-inmigrantes habitual está una idea perversa, el derecho de todas y todos al consumo. Esto es inasumible.
        
Los inmigrantes vienen de sociedades en que se hace necesario un inmenso esfuerzo en pro de la justicia social, en pro de la revolución integral. En vez de eso ellos escapan, eluden sus responsabilidades, se van a consumir. ¿Eso es políticamente justo?, ¿es éticamente admisible?
        
África está llena de déspotas y genocidas, como Paul Kagame, ese hombre negro que es el mayor criminal hoy vivo, o como Nelson Mandela, el jerarca de Sudáfrica, que en el verano de 2012 mandó -desde la sombra- ametrallar a los mineros que se le oponían. Véase, una lección práctica de lo que es el racismo y el “anti-racismo”: un jefazo negro, tenido por algunos como el ejemplo práctico de la lucha anti-racista, anti-apartheid, el señor Mandela, negro, manda a la policía, negros y blancos unidos, a asesinar en masa a los mineros negros…
        
Si quienes tienen que estar allí resistiendo a los tiranos se vienen para acá, a consumir, ¿qué será de África y los pueblos africanos? Entiendo que alentar esa inmigración es la expresión más aciaga del racismo. La tarea de los inmigrantes es hacer la revolución en su propio país, no emigrar a los países ricos. Si son sujetos con conciencia quienes están aquí han de considerarse autocríticamente y volver a su país de origen para sumarse a la acción revolucionaria allí.
        
Podríamos decir más cosas sobre esta materia, muchísimas más. Lo dejamos aquí. Pero no se olvide: todos dicen lo mismo sobre este crucial problema, mientras que yo difiero de todos. Todos son racistas de facto, yo no. Por eso me cisco en las religiones políticas, la del anti-racismo neo-racista en primer lugar, ese invento de la progresía pro-capitalista y racista de nuevo tipo, repetida luego por izquierdistas y anarquistas de Estado. Y también por los activistas católicos.
        
Las religiones políticas son las creencias que estructuran el actual sistema de dominación. Sin refutarlas e incluso denunciarlas nada se puede hacer hoy.

Fuente:Esfuerzo y servicio desinteresados

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