"Exijo por los niños, por las payasitas que sufrían por ser usadas.
Exijo que terminen con la ceguera de la esclavitud del secuestro".
Exigimos, afirmó, que no haya más secuestradas, violadas, engañadas, que castiguen a los dueños de los lugares y a los consumidores.
No descansen hasta ver liberadas a las mujeres y que los "padrotes" y "madrotas" sean castigados con su vida, como yo pago por la mía.
Con problemas de autoestima baja -dijo- acepté trabajar como edecán y firmé un contrato por un mes.
Llegué a un club nocturno donde se le paga a la "mami", una señora que cuida tus cosas, a la maquillista, la peinadora, al que pone la música.
Hay que pagar bikini, zapatillas, todo.
Y te explotan como bailarina.
Fui llevada -agregó- durante cinco años por una "madrota", por todo México.
Conocí policías judiciales, empresarios, padres de familia, asesinos, actores, actrices, toreros, diputados para quienes se acondicionaban zonas VIP.
Eran felices los diputados -recordó-.
Los dueños de los lugares les regalaban botellas de champaña, alcohol, mujeres.
Ahí hasta el más honesto servidor público es seducido y manipulado.
Hay droga para todos, regalada por compañeros, clientes, "boleteras", meseras.
La prostitución es ilegal: Las bailarinas son ilegales, son guatemaltecas, argentinas, cubanas, checas, eslavas.
Todas hablaban de un amor fingido, todas obligadas a sacar la cantidad de los bailes y bebidas que el lugar exige, y tener un poco de dinero para enviar a sus familias.
Lo que más me impactó no fueron los espectáculos de lesbianas o las violaciones de que fui víctima por dueños de lugares, los alacranes que nos aventaban o las nalgadas.
Ya no sentía.
Lo que más me impresionó fue ver a una mujer rubia, despampanante, operada, que aparecía en una camioneta con vidrios polarizados.
Era una "madrota" -señaló-- que manejaba cuatro niñas de entre 13 y 15 años, vestidas y maquilladas como payasos, peinadas con dos colitas.
Bailaban y se desnudaban.
Mi vida no tenía sentido -comentó-, al igual que muchas bailarinas, escondidas de la sociedad, pero vivas.
Me drogaba.
Intenté quitarme la vida, sin luz ni esperanza.
Mi corazón, sin embargo, quería vivir sin ser usada; huir de este mundo, donde todos buscaban un beneficio y satisfacción personal.
Anhelaba -dijo- una licenciatura, una casa, coche, familia.
Ahora tengo una carrera técnica y aún no termino la licenciatura.
Espero lograrlo.
No tengo familia, no soy casada, tengo depresiones, inestabilidad emocional.
Me he querido quitar la vida, hace dos meses.
Una diputada me dio el apoyo de una psicóloga que adoro.
Entiendo mi vida, lucho con fantasmas, con recuerdos.
Voy por un crédito para una empresa social que dé trabajo a las que están en esta misma situación.
Pero sobre todo, insistió, "terminen con esa ceguera".
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