jueves, 20 de enero de 2011

PARA QUE LOS PRECIOS PUDIERAN SER LIBRES

Hace un tiempo, leí en algún sitio una frase de Eduardo Galeano que, refiriéndose a las dictaduras económico-políticas del llamado Cono Sur (Argentina, Uruguay, Chile, Brasil), decía así: se metía a la gente en la cárcel para que los precios pudieran ser libres.
Esta sentencia es un magnífico resumen de lo acontecido en los últimos tres siglos en la historia de la humanidad y la culminación del pensamiento ideológico dominante.
Desde la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776) considerada como el documento matriz de las posteriores constituciones y declaraciones de derechos humanos y civiles aparecidas por todo el mundo, la política ha sido el fiel ejecutor de la economía y los intereses de pequeños grupos de elegidos hasta conseguir la implantación global de un sistema encaminado al lucro de unos pocos y la servidumbre de la inmensa mayoría.
Durante todo este tiempo se ha encarcelado o eliminado a todos aquellos que pudieran ser elementos distorsionadores del orden establecido. Las tácticas usadas por el poder han ido variando en función de la época y el lugar, hasta llegar a la actualidad en lo que se denomina Occidente. Es aquí y ahora donde los señores del sistema han alcanzado la cúspide de su régimen opresivo, han logrado lo que ni siquiera los más despóticos y crueles mandatarios de todos los tiempos lograron imaginar: sumisión total de sus siervos e identificación con los objetivos de sus dueños a pesar de que ello supone su total aniquilación como seres libres. Todo esto acompañado por la creación de una ilusión mágica consistente en hacer creer a las personas que viven en la mejor de las sociedades posibles y que son unos afortunados.
La estrategia de las últimas décadas ha sido precisa como un bisturí, abarcando multitud de frentes para conseguir un solo fin: disociar al ser humano de su naturaleza social y de su apego a la Tierra para poder así trabajar mejor el lado más individualista de las personas, reforzando el egoísmo y la exclusión y creando una imagen colectiva de seres consumidores cuyo único fin es aumentar su producción como ciudadanos para poder, así, pasar por encima de aquellos que se queden atrás.
El poder económico amparado en su fiel escudero, el Estado, iniciaron una cruzada a través de la educación, los medios de comunicación, el sistema judicial y la fe en una democracia reducida al cambio de cromos cada cuatro años.
Nuestra sociedad aceptó la total pérdida del control sobre su destino a cambio de unas cuantas chucherías en forma de bienes de consumo que, al fin y al cabo, sólo benefician a quien los financia y los vende.
Han creado seres que únicamente se preocupan por tener trabajo para poder adquirir lo que el modelo social considera un mejor nivel de vida sin pararse un momento a reflexionar sobre qué es lo que realmente quieren o necesitan. Han conseguido fabricar perfectos desconocidos que conviven con otros desconocidos a pesar de compartir un pequeño espacio vital durante toda su vida, con el sentido de colectividad totalmente atrofiado a favor de la competencia de unos contra otros.
Todos formamos parte de esa sociedad que han creado artificialmente a base de represión, el ser humano no es egoísta, ni competitivo, ni mucho menos un destructor de la naturaleza. Los grandes logros de la humanidad se consiguieron con colaboración y respeto entre las personas y el medio ambiente y ese es el legado que debemos transmitir y por el que debemos luchar ahora y siempre. 


Fuente:Quebrantando el silencio

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