La crítica sobre el trabajo complejo y simple
Respondemos ahora una
crítica que han realizado los austriacos, que se refiere a la
heterogeneidad en la calificación de los tipos de trabajos. En palabras
de Böhm Bawerk, la objeción es cómo se puede relacionar
cuantitativamente el trabajo de un artista talentoso y el de un pintor
de brocha gorda. Recordemos que en El Capital Marx sostiene que
el trabajo complejo es igual a ciertas unidades de trabajo simple,
siendo este último el gasto de fuerza de trabajo simple “que, término
medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee
en su organismo corporal” (p. 54). Y agrega un poco más adelante que
“las diversas proporciones en que los distintos tipos de trabajo simple
son reducidos al trabajo simple como su unidad de medida, se establecen a
través de un proceso social que se desenvuelve a espaldas de los
productores, y que por eso a éstos les parece resultado de la tradición”
(p. 55). En la Contribución… define el trabajo simple como aquél
“para el cual puede adiestrarse a cualquier individuo medio, y que éste
deberá efectuar de una u otra forma” (p. 13). También explica que “el
trabajo simple constituye, con mucho, la mayor parte de todo el trabajo
de la sociedad burguesa, como es posible persuadirse a partir de
cualquier estadística” (ídem). Y todavía unas líneas más abajo se
refiere a “la simplicidad indiferenciada del trabajo” (p. 14) como una
característica o determinación social del trabajo.
En términos modernos, el
trabajo simple es aquél que demanda una competencia adquirida a través
de la educación obligatoria y que se pueden ejecutar luego de un corto
período de entrenamiento. Trabajadores de este tipo son, por ejemplo,
operarios de máquinas o en líneas de montaje, que realizan tareas
simples, operarios de limpieza, y similares. Por encima de este tipo de
trabajos se ubicarían los que requieren, además de una educación básica
obligatoria, períodos más largos de entrenamiento y experiencia; incluye
operaciones de máquinas, conductores, venta, trabajos administrativos y
de oficina. Luego tendríamos el escalón medio alto, con capacidades
adquiridas más allá de la educación básica obligatoria, pero sin llegar a
la universidad. Aquí entrarían los oficios como electricistas y
plomeros, enfermeras, y otros oficios calificados. Y por encima
tendríamos profesionales, técnicos especializados con alto
entrenamiento, y similares.
Dado que las
calificaciones van en aumento -y exigen más tiempo de trabajo dedicado a
su preparación- aumenta el valor de la fuerza de trabajo empleada, y
con ello la complejidad del trabajo. Nos referimos, por supuesto, a los
trabajos dedicados a la reproducción más o menos sistemática de las
mercancías. Esto significa que los trabajos intelectuales son
sistematizados, de manera que se contabilizan tiempos de trabajo más o
menos complejos. En este sentido, Marx observa que el capital separa los
distintos tipos de trabajo, entre ellos el trabajo intelectual y
manual, o los tipos de trabajo en los que predomina uno sobre el otro y
los distribuye entre distintas personas (Marx, 1975, t. 1 pp. 347-8).
Por otra parte, y de
forma creciente, los diversos tipos de fuerza de trabajo calificada son
reproducidos por el modo de producción capitalista, a través de un
sistema educativo estandarizado; y esto se combina con los avances en la
división del trabajo y la especialización unilateral (que lleva a la
descalificación de la mano de obra). Por eso, constantemente se asiste a
un proceso de recalificación (tecnologías que requieren trabajo más
complejo) y descalificación (producción “en serie” de egresados con
estudios secundarios o terciarios más parcelización de tareas), lo que
hace que, en promedio, los trabajos más calificados, aplicados a la
producción, sean reducibles a cierta ciertas cantidades de trabajos
simples. Y cuando la generación de fuerza de trabajo se estandariza, los
diferenciales de salarios pueden considerarse ponderaciones adecuadas
de las calificaciones laborales. Es de notar que el mismo mercado opera
esta reducción, de forma más o menos permanente (por caso, un empresario
cotiza la hora del tornero especializado 2,5 veces la hora de trabajo
del operario simple). Por eso, aunque no es comparable el tiempo de
trabajo de un Picasso con el de un pintor de brocha gorda, sí es
comparable el tiempo de trabajo de un pintor de brocha gorda con el de
otros trabajadores medianamente calificados, y el de éstos con el de un
operario simple.
Precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo
Se ha sostenido que el
concepto de tiempo de trabajo invertido es una abstracción, y que no
puede ser comprobable. Sin embargo, en una sociedad en que no hay
capital, o en que la tasa de ganancia es cero, se puede demostrar
teóricamente que los precios deben ser proporcionales a los tiempos de
trabajo invertidos. Este resultado se obtiene de manera muy sencilla con
las matrices de insumo producto. Así, si p es el vector (fila) precios; A la matriz de coeficientes insumo producto; a el vector de tiempos de trabajo directo empleados en cada rama, y w el salario, tendremos que p = a (I – A)-1 w, donde (I – A)-1 es
la inversa de Leontiev. Esta matriz representa las cantidades físicas
de las mercancías que han sido necesarias, directa o indirectamente, en
todo el sistema económico para obtener una unidad física de la mercancía
i-ésima como mercancía final. De manera que si se multiplica cada una
de estas cantidades físicas por el correspondiente coeficiente trabajo, y
se suman los valores así obtenidos, se puede determinar la cantidad de
trabajo que ha sido necesaria, directa o indirectamente, para obtener
una unidad de la mercancía i-ésima como mercancía final. Lo cual
demuestra que los precios, en este caso, deben ser proporcionales a los
tiempos de trabajo invertidos (véase Pasinetti, 1984). Es básicamente el
planteo de Marx en el capítulo 1 -cuando hay producción simple de
mercancías los precios son proporcionales a los valores- aunque sin las
complejidades derivadas de la forma del valor y de la venta, que es la
instancia de la realización del valor.
Recordemos también que en
la primera parte de la nota hemos dicho que los datos empíricos
muestran que existe una relación entre caída relativa de precios y
avances de productividad. Por supuesto, una correlación no hace una
teoría, pero una teoría puede explicar una correlación. Por lo
argumentado antes, es claro que la teoría del valor trabajo explica muy
fácilmente esa correlación, a diferencia de lo que sucede con la teoría
del valor utilidad. Si, por ejemplo, en la producción de X e Y se
emplean 10 horas de tiempo de trabajo, y sus precios son X = Y = $100, y
luego, en virtud de un cambio en tecnológico baja a 5 horas el tiempo
de trabajo invertido en X, las fuerzas de la competencia forzarán el
precio de X a $50. Este cambio de precio sucede con independencia de
cualquier modificación de las preferencias, y puede vincularse
fácilmente este caso teórico con lo que registran las estadísticas de la
BLS o USDA, que hemos presentado en la primera parte.
Respuesta a una crítica equivocada
En el curso del debate
con Cachanosky expliqué, a través de un ejemplo teórico, por qué la
teoría de la utilidad no puede explicar los precios tendenciales, en
torno a los cuales oscilan los precios de mercado. El ejemplo es así:
Supongamos que en las
mercancías X e Y, producidas por A y B respectivamente, se emplean 10
horas de trabajo, y sus precios son X = Y = $100. Supongamos luego que
se produce un cambio de las preferencias de los consumidores, de manera
que aumenta la demanda de Y y baja la demanda de X. En virtud de las
fuerzas de la competencia, el precio de Y aumenta a $110 y el de X baja a
$90. Desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx, el caso es
sencillo; la sociedad, de conjunto, y a través del lenguaje de los
precios y el mercado, está diciendo es necesario destinar más tiempo de
trabajo social a producir Y y menos a producir X, a fin de satisfacer
las necesidades sociales. Pero esto es lo que ocurre (en condiciones de
libre competencia). Dado que los productores de X emplean 10 horas de
trabajo y obtienen $90 y los de Y ingresan $110, productores A comienzan
a producir Y, hasta que los precios vuelven a ser X = Y = $100. Una vez
acomodada la oferta (estamos suponiendo rendimientos constantes a
escala), los precios están determinados por el costo de producción, en
términos laborales.
Frente a este ejemplo
teórico, los economistas de la corriente austriaca han planteado que es
lícito sólo porque se trata sólo de dos bienes y no hay interdependencia
con el resto de la producción. “Si se extiende el ejemplo, y hay
interdependencia, el caso se cae”, viene a decir el argumento.
La objeción no es
correcta. Primero, podemos extender el caso incorporando el bien Z, de
manera que, por ejemplo, la caída de la preferencia por X se reparta en
proporciones iguales en aumento de la demanda de Z e Y (el precio de X
baja a $90 y los de Z e Y suben a $105, por ejemplo). El planteo básico
no varía. Luego, podemos incluir un bien T, que se une a X en la caída
de preferencias, sin que se alteren los resultados teóricos. Y así
podría seguir. Es que la interdependencia no tiene relevancia en la medida en que los bienes X, Y, Z y T no entren como insumos en la producción de otros bienes.
En cambio, si suponemos que X e Y, además de ser bienes de consumo,
entran como insumos en la producción de otros bienes, basta con la
alteración de sus demandas (y precios) para que haya interdependencia.
Pero… ¿modifica esto las conclusiones que he sacado del ejemplo? En
absoluto, sólo hace más complejo seguir la evolución de la adecuación de
costos y precios, ya que durante un período el aumento del precio de Y
por encima del de X afectará a algunas ramas más que a otras. Esto
ocurrirá hasta que se readecue la producción de X e Y, y los precios
relativos vuelven a la situación original.
En definitiva, reafirmo lo ya planteado: los
cambios en las preferencias sólo explican los cambios en las cantidades
demandadas de X e Y; no afectan a los precios tendenciales. Más en
general, las variaciones de la oferta y la demanda generan oscilaciones
de los precios en torno a los precios regidos por los costos laborales
de producción, que siguen actuando como centros de gravitación.
El impás teórico en Menger
La incapacidad de la
teoría del valor utilidad para explicar los precios que actúan como
centros de gravitación de los precios de mercado se pone en evidencia en
los problemas lógicos en que incurre el razonamiento de Menger cuando
intentar explicar el intercambio. Es que Menger distingue entre el
fundamento del valor y el precio, pero fracasa en establecer la conexión entre ambos. Para ver por qué, examinemos el razonamiento que presenta en los Principios de la economía política.
En el capítulo 3 de su
libro Menger define al valor como “la significación que unos concretos
bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando
somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de
nuestras necesidades” (pp. 102-3). Esto es, el valor sólo es la
traslación de la importancia de la satisfacción de nuestras necesidades
(p. 109); no es algo inherente a los bienes mismos. Pero si esto es así,
los precios no pueden confundirse con el valor. Menger parece tener
conciencia de esta cuestión cuando explica (capítulo 5) que los precios no
constituyen “la esencia” del intercambio, y que son “simples fenómenos
accidentales, síntomas de la equiparación económica entre las economías
humanas” (p. 170; énfasis añadido). Agrega que son movidos por una
fuerza que “es la causa última y universal de todo movimiento
económico”, que es “el deseo de los hombres de satisfacer de la mejor
manera posible sus necesidades” (idem). Además, “son los únicos
fenómenos de la totalidad del proceso económico que pueden percibirse
con los sentidos, los únicos cuyo nivel puede medirse, y los que la vida
diaria nos pone una y otra vez ante los ojos…” (idem). Así, Menger está
considerando una fuerza esencial, la satisfacción de necesidades
humanas, y un fenómeno de superficie, los precios.
Pues bien, aquí viene el
paso clave que demanda la teoría: establecer alguna relación sistemática
(o ley) entre las valoraciones subjetivas y los precios. Pero dado su
punto de partida, ese paso debe respetar una condición: que no haya
equivalencia alguna en el intercambio de las dos mercancías, X e Y, ya
que si admite que hay equivalencia se deslizaría hacia una teoría
objetiva del valor. Por eso, cuando X e Y se intercambian, según Menger,
no puede haber equivalencia alguna. Escribe: “Si los bienes
intercambiados han pasado a ser equivalentes, en el sentido objetivo de
la palabra, a través de la mencionada operación de intercambio, o lo
eran ya incluso antes de la operación, no se ve por qué ambos
negociadores (A y B de nuestro ejemplo) no habrían estado dispuestos a
deshacer inmediatamente el cambio. Pero la experiencia nos enseña que en
este caso, de ordinario, ninguno de los dos daría su asentimiento a tal
arreglo” (pp. 171-2). Con un razonamiento similar, Rothbard critica a
Marx. X e Y no pueden ser equivalentes en ningún sentido en tanto
valores. La idea es que si A y B valen lo mismo, ¿para qué el
intercambio? Por eso Menger afirma que “no existen equivalentes en el
sentido objetivo de la palabra” (p. 172). Sin embargo, la realidad es
que los X e Y de nuestro ejemplo teórico son, dada determinada
proporción cuantitaitiva, equivalentes; por eso hemos dicho que los
productores A y B no ganan en cuanto valores, aunque sí ganan en tanto
valores de uso. Y este aunto tan sencillo es el que no puede ser
admitido por Menger, ni por los austriacos. Pero por eso mismo Menger no
puede establecer una conexión lógica entre valor subjetivo y precio. El
precio de X = Y = $100, en nuestro ejemplo (o sea, hay equivalencia
desde el punto de vista del valor) en tanto los valores de uso son
distintos.
Estamos en el meollo de
la contradicción lógica que plantea la teoría de la utilidad. Menger es
incapaz de establecer la conexión entre el fenómeno ubicado a nivel de
la conciencia y el hecho objetivo de que las mercancías tienen precios, y
que se intercambian, en tanto valores, como equivalentes.
El mismo problema en Rothbard
Pasó más de un siglo
desde que Menger escribiera su obra, y la cuestión permanece sin
resolver, como lo evidencia Rothbard en su Historia del pensamiento económica.
Efectivamente, en el capítulo dedicado a la crítica de la teoría del
valor de Marx, Rothbard repite el argumento de Menger. Cita primero el
pasaje en el que Marx dice que para que dos bienes sean intercambiables
tienen que tener algo en común, y ese algo es el tiempo de trabajo
socialmente necesario, y hace una afirmación crucial: sostiene que del
hecho de que dos artículos se intercambien uno por otro no se deriva que
sean iguales en valor, ya que si se intercambian son desiguales en
valor. Textualmente: “A entrega X a B a cambio de Y porque A prefiere Y a
X y B prefiere X a Y. El signo de la igualdad falsea la verdadera idea.
Además, si los dos artículos, X e Y, fueran realmente iguales en valor
desde el punto de vista de los que realizan los intercambios, ¿por qué
demonios se tomarían el tiempo y la molestia de llevarlo a cabo?” (p.
442). Luego: “Si no existe igualdad de valor, entonces es evidente que
no hay una tercera “cosa” a la que deban ser iguales los valores” (p.
443).
Vemos que de manera
absurda Rothbard pone un signo igual entre la afirmación “las mercancías
X e Y tienen algo en común”, que es de Marx, y la afirmación “X e Y son iguales”. Por supuesto, es elemental decir que cualquier
particular X tiene algo en común con otro particular Y, sin que eso
signifique que X es igual a Y. Jamás Marx afirmó que las mercancías que
se intercambian son iguales en tanto valores de uso. X e Y se
intercambian porque sus valores de uso son distintos. Marx es explícito
en esto. Pero incapaz de criticar el planteo de El Capital, Rothbard repite el argumento de Menger que hemos analizado antes. Así, no puede superar el problema en que cayó Menger: explicar por qué X e Y son equivalentes en tanto valores, aunque no en tanto valores de uso. Estamos ante el fracaso de la tesis que dice
que el valor surge de una comparación individual (esto es, a-social)
entre las necesidades del individuo y su satisfacción mediante el uso de
bienes.
Aunque Rothbard no lo dice, y tratándose del intercambio más simple entre dos productores, lo
que en realidad compara A es el valor de uso de X con el valor de uso
de Y, ya que necesita ganar en valor de uso. Pero además, compara los
precios de X e Y; y los tiempos de trabajo de X e Y (para no incurrir en
intercambios desventajosos, como aquél de 10 horas contra 5 horas de
trabajo). Por todos lados se ve que se trata de una
relación social, más específicamente, entre trabajos (la actividad
humana fundante de la economía) que se han realizado bajo forma privada,
pero pertenecen en sustancia al trabajo total social. La
teoría del valor utilidad, en la vieja versión Menger o en la más
moderna de Rothbard (y estamos hablando de referentes indiscutibles de
la corriente austriaca) no puede explicar ni siquiera el intercambio mercantil más sencillo.
Conclusión: no hay teoría del valor utilidad
El fracaso
en explicar teóricamente por qué el precio está fundado en la utilidad
lleva, de hecho, a la renuncia a encontrar cualquier fundamento. De ahí
que los teóricos de la utilidad, finalmente, terminan diciendo que el
precio “es” valor. Es lo que hacen los economistas del “mainstream
ortodoxo”, quienes parten de la utilidad para explicar los precios
relativos -en los cursos de microeconomía es un tópico-, pero en los
desarrollos ulteriores hacen desaparecer, prácticamente, toda referencia
a la utilidad. Por eso sostienen que es un error buscar en los precios
alguna ley económica reguladora. Precio “es” valor según el enfoque
establecido. Lo cual explica la evolución que ha tenido la teoría de la
utilidad: los sucesivos intentos de medición -primero fue la utilidad
cardinal, luego la ordinal, más tarde vino la sofisticación de las
escalas de preferencias, y por último las preferencias reveladas, que ya
es pura tautología- son la expresión de la imposibilidad lógica de conectar utilidad y precio.
No es una cuestión “técnica”, sino teórica. Por eso, quedan dos
salidas: o repetir el razonamiento de Menger (que es lo que hace
Rothbard), lo que nos lleva a un absurdo (no se puede explicar el
intercambio más elemental). O decir que precio es sinónimo de valor.
Pero en este último caso el precio no es expresión fenoménica de ninguna
fuerza más esencial. Es volver a Samuel Bailey, quien afirmaba que el
valor era sólo una relación entre dos objetos. Y eso es lo que sostuvo
Cachanosky en la polémica, cuando criticó a Marx por distinguir entre
valor y precio. No es casual; en todo debate hay una lógica. Subrayo: si no hay distinción entre valor y precio, se renuncia a indagar en una teoría del valor.
La razón última de este desenlace reside en el fracaso de conectar la
teoría subjetiva del valor con los precios. Es el fracaso del intento de
explicar un fenómeno social -valor, precio, mercado- desde el individuo
a-social, y de desplazar del foco del análisis la centralidad del
trabajo humano.
Textos citados:
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1981): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Hyspamérica.
Pasinetti, L. (1984): Lecciones de teoría de la producción, México, FCE.
Rothbard, M. (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1981): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Hyspamérica.
Pasinetti, L. (1984): Lecciones de teoría de la producción, México, FCE.
Rothbard, M. (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.
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“Teorías del valor: austriacos vs marxistas (4)”
“Teorías del valor: austriacos vs marxistas (4)”
Fuente:Rolando Astarita
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