miércoles, 10 de septiembre de 2014

Teorías del valor: austriacos vs marxistas (4)

La crítica sobre el trabajo complejo y simple
Respondemos ahora una crítica que han realizado los austriacos, que se refiere a la heterogeneidad en la calificación de los tipos de trabajos. En palabras de Böhm Bawerk, la objeción es cómo se puede relacionar cuantitativamente el trabajo de un artista talentoso y el de un pintor de brocha gorda. Recordemos que en El Capital Marx sostiene que el trabajo complejo es igual a ciertas unidades de trabajo simple, siendo este último el gasto de fuerza de trabajo simple “que, término medio, todo hombre común, sin necesidad de un desarrollo especial, posee en su organismo corporal” (p. 54). Y agrega un poco más adelante que “las diversas proporciones en que los distintos tipos de trabajo simple son reducidos al trabajo simple como su unidad de medida, se establecen a través de un proceso social que se desenvuelve a espaldas de los productores, y que por eso a éstos les parece resultado de la tradición” (p. 55). En la Contribución… define el trabajo simple como aquél “para el cual puede adiestrarse a cualquier individuo medio, y que éste deberá efectuar de una u otra forma” (p. 13). También explica que “el trabajo simple constituye, con mucho, la mayor parte de todo el trabajo de la sociedad burguesa, como es posible persuadirse a partir de cualquier estadística” (ídem). Y todavía unas líneas más abajo se refiere a “la simplicidad indiferenciada del trabajo” (p. 14) como una característica o determinación social del trabajo.

En términos modernos, el trabajo simple es aquél que demanda una competencia adquirida a través de la educación obligatoria y que se pueden ejecutar luego de un corto período de entrenamiento. Trabajadores de este tipo son, por ejemplo, operarios de máquinas o en líneas de montaje, que realizan tareas simples, operarios de limpieza, y similares. Por encima de este tipo de trabajos se ubicarían los que requieren, además de una educación básica obligatoria, períodos más largos de entrenamiento y experiencia; incluye operaciones de máquinas, conductores, venta, trabajos administrativos y de oficina. Luego tendríamos el escalón medio alto, con capacidades adquiridas más allá de la educación básica obligatoria, pero sin llegar a la universidad. Aquí entrarían los oficios como electricistas y plomeros, enfermeras, y otros oficios calificados. Y por encima tendríamos profesionales, técnicos especializados con alto entrenamiento, y similares.
Dado que las calificaciones van en aumento -y exigen más tiempo de trabajo dedicado a su preparación- aumenta el valor de la fuerza de trabajo empleada, y con ello la complejidad del trabajo. Nos referimos, por supuesto, a los trabajos dedicados a la reproducción más o menos sistemática de las mercancías. Esto significa que los trabajos intelectuales son sistematizados, de manera que se contabilizan tiempos de trabajo más o menos complejos. En este sentido, Marx observa que el capital separa los distintos tipos de trabajo, entre ellos el trabajo intelectual y manual, o los tipos de trabajo en los que predomina uno sobre el otro y los distribuye entre distintas personas (Marx, 1975, t. 1 pp. 347-8).
Por otra parte, y de forma creciente, los diversos tipos de fuerza de trabajo calificada son reproducidos por el modo de producción capitalista, a través de un sistema educativo estandarizado; y esto se combina con los avances en la división del trabajo y la especialización unilateral (que lleva a la descalificación de la mano de obra). Por eso, constantemente se asiste a un proceso de recalificación (tecnologías que requieren trabajo más complejo) y descalificación (producción “en serie” de egresados con estudios secundarios o terciarios más parcelización de tareas), lo que hace que, en promedio, los trabajos más calificados, aplicados a la producción, sean reducibles a cierta ciertas cantidades de trabajos simples. Y cuando la generación de fuerza de trabajo se estandariza, los diferenciales de salarios pueden considerarse ponderaciones adecuadas de las calificaciones laborales. Es de notar que el mismo mercado opera esta reducción, de forma más o menos permanente (por caso, un empresario cotiza la hora del tornero especializado 2,5 veces la hora de trabajo del operario simple). Por eso, aunque no es comparable el tiempo de trabajo de un Picasso con el de un pintor de brocha gorda, sí es comparable el tiempo de trabajo de un pintor de brocha gorda con el de otros trabajadores medianamente calificados, y el de éstos con el de un operario simple.

Precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo
Se ha sostenido que el concepto de tiempo de trabajo invertido es una abstracción, y que no puede ser comprobable. Sin embargo, en una sociedad en que no hay capital, o en que la tasa de ganancia es cero, se puede demostrar teóricamente que los precios deben ser proporcionales a los tiempos de trabajo invertidos. Este resultado se obtiene de manera muy sencilla con las matrices de insumo producto. Así, si p es el vector (fila) precios; A la matriz de coeficientes insumo producto; a el vector de tiempos de trabajo directo empleados en cada rama, y w el salario, tendremos que p = a (IA)-1 w, donde (IA)-1 es la inversa de Leontiev. Esta matriz representa las cantidades físicas de las mercancías que han sido necesarias, directa o indirectamente, en todo el sistema económico para obtener una unidad física de la mercancía i-ésima como mercancía final. De manera que si se multiplica cada una de estas cantidades físicas por el correspondiente coeficiente trabajo, y se suman los valores así obtenidos, se puede determinar la cantidad de trabajo que ha sido necesaria, directa o indirectamente, para obtener una unidad de la mercancía i-ésima como mercancía final. Lo cual demuestra que los precios, en este caso, deben ser proporcionales a los tiempos de trabajo invertidos (véase Pasinetti, 1984). Es básicamente el planteo de Marx en el capítulo 1 -cuando hay producción simple de mercancías los precios son proporcionales a los valores- aunque sin las complejidades derivadas de la forma del valor y de la venta, que es la instancia de la realización del valor.
Recordemos también que en la primera parte de la nota hemos dicho que los datos empíricos muestran que existe una relación entre caída relativa de precios y avances de productividad. Por supuesto, una correlación no hace una teoría, pero una teoría puede explicar una correlación. Por lo argumentado antes, es claro que la teoría del valor trabajo explica muy fácilmente esa correlación, a diferencia de lo que sucede con la teoría del valor utilidad. Si, por ejemplo, en la producción de X e Y se emplean 10 horas de tiempo de trabajo, y sus precios son X = Y = $100, y luego, en virtud de un cambio en tecnológico baja a 5 horas el tiempo de trabajo invertido en X, las fuerzas de la competencia forzarán el precio de X a $50. Este cambio de precio sucede con independencia de cualquier modificación de las preferencias, y puede vincularse fácilmente este caso teórico con lo que registran las estadísticas de la BLS o USDA, que hemos presentado en la primera parte.

Respuesta a una crítica equivocada
En el curso del debate con Cachanosky expliqué, a través de un ejemplo teórico, por qué la teoría de la utilidad no puede explicar los precios tendenciales, en torno a los cuales oscilan los precios de mercado. El ejemplo es así:
Supongamos que en las mercancías X e Y, producidas por A y B respectivamente, se emplean 10 horas de trabajo, y sus precios son X = Y = $100. Supongamos luego que se produce un cambio de las preferencias de los consumidores, de manera que aumenta la demanda de Y y baja la demanda de X. En virtud de las fuerzas de la competencia, el precio de Y aumenta a $110 y el de X baja a $90. Desde el punto de vista de la teoría del valor de Marx, el caso es sencillo; la sociedad, de conjunto, y a través del lenguaje de los precios y el mercado, está diciendo es necesario destinar más tiempo de trabajo social a producir Y y menos a producir X, a fin de satisfacer las necesidades sociales. Pero esto es lo que ocurre (en condiciones de libre competencia). Dado que los productores de X emplean 10 horas de trabajo y obtienen $90 y los de Y ingresan $110, productores A comienzan a producir Y, hasta que los precios vuelven a ser X = Y = $100. Una vez acomodada la oferta (estamos suponiendo rendimientos constantes a escala), los precios están determinados por el costo de producción, en términos laborales.
Frente a este ejemplo teórico, los economistas de la corriente austriaca han planteado que es lícito sólo porque se trata sólo de dos bienes y no hay interdependencia con el resto de la producción. “Si se extiende el ejemplo, y hay interdependencia, el caso se cae”, viene a decir el argumento.
La objeción no es correcta. Primero, podemos extender el caso incorporando el bien Z, de manera que, por ejemplo, la caída de la preferencia por X se reparta en proporciones iguales en aumento de la demanda de Z e Y (el precio de X baja a $90 y los de Z e Y suben a $105, por ejemplo). El planteo básico no varía. Luego, podemos incluir un bien T, que se une a X en la caída de preferencias, sin que se alteren los resultados teóricos. Y así podría seguir. Es que la interdependencia no tiene relevancia en la medida en que los bienes X, Y, Z y T no entren como insumos en la producción de otros bienes. En cambio, si suponemos que X e Y, además de ser bienes de consumo, entran como insumos en la producción de otros bienes, basta con la alteración de sus demandas (y precios) para que haya interdependencia. Pero… ¿modifica esto las conclusiones que he sacado del ejemplo? En absoluto, sólo hace más complejo seguir la evolución de la adecuación de costos y precios, ya que durante un período el aumento del precio de Y por encima del de X afectará a algunas ramas más que a otras. Esto ocurrirá hasta que se readecue la producción de X e Y, y los precios relativos vuelven a la situación original.
En definitiva, reafirmo lo ya planteado: los cambios en las preferencias sólo explican los cambios en las cantidades demandadas de X e Y; no afectan a los precios tendenciales. Más en general, las variaciones de la oferta y la demanda generan oscilaciones de los precios en torno a los precios regidos por los costos laborales de producción, que siguen actuando como centros de gravitación.
El impás teórico en Menger
La incapacidad de la teoría del valor utilidad para explicar los precios que actúan como centros de gravitación de los precios de mercado se pone en evidencia en los problemas lógicos en que incurre el razonamiento de Menger cuando intentar explicar el intercambio. Es que Menger distingue entre el fundamento del valor y el precio, pero fracasa en establecer la conexión entre ambos. Para ver por qué, examinemos el razonamiento que presenta en los Principios de la economía política.
En el capítulo 3 de su libro Menger define al valor como “la significación que unos concretos bienes o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (pp. 102-3). Esto es, el valor sólo es la traslación de la importancia de la satisfacción de nuestras necesidades (p. 109); no es algo inherente a los bienes mismos. Pero si esto es así, los precios no pueden confundirse con el valor. Menger parece tener conciencia de esta cuestión cuando explica (capítulo 5) que los precios no constituyen “la esencia” del intercambio, y que son “simples fenómenos accidentales, síntomas de la equiparación económica entre las economías humanas” (p. 170; énfasis añadido). Agrega que son movidos por una fuerza que “es la causa última y universal de todo movimiento económico”, que es “el deseo de los hombres de satisfacer de la mejor manera posible sus necesidades” (idem). Además, “son los únicos fenómenos de la totalidad del proceso económico que pueden percibirse con los sentidos, los únicos cuyo nivel puede medirse, y los que la vida diaria nos pone una y otra vez ante los ojos…” (idem). Así, Menger está considerando una fuerza esencial, la satisfacción de necesidades humanas, y un fenómeno de superficie, los precios.
Pues bien, aquí viene el paso clave que demanda la teoría: establecer alguna relación sistemática (o ley) entre las valoraciones subjetivas y los precios. Pero dado su punto de partida, ese paso debe respetar una condición: que no haya equivalencia alguna en el intercambio de las dos mercancías, X e Y, ya que si admite que hay equivalencia se deslizaría hacia una teoría objetiva del valor. Por eso, cuando X e Y se intercambian, según Menger, no puede haber equivalencia alguna. Escribe: “Si los bienes intercambiados han pasado a ser equivalentes, en el sentido objetivo de la palabra, a través de la mencionada operación de intercambio, o lo eran ya incluso antes de la operación, no se ve por qué ambos negociadores (A y B de nuestro ejemplo) no habrían estado dispuestos a deshacer inmediatamente el cambio. Pero la experiencia nos enseña que en este caso, de ordinario, ninguno de los dos daría su asentimiento a tal arreglo” (pp. 171-2). Con un razonamiento similar, Rothbard critica a Marx. X e Y no pueden ser equivalentes en ningún sentido en tanto valores. La idea es que si A y B valen lo mismo, ¿para qué el intercambio? Por eso Menger afirma que “no existen equivalentes en el sentido objetivo de la palabra” (p. 172). Sin embargo, la realidad es que los X e Y de nuestro ejemplo teórico son, dada determinada proporción cuantitaitiva, equivalentes; por eso hemos dicho que los productores A y B no ganan en cuanto valores, aunque sí ganan en tanto valores de uso. Y este aunto tan sencillo es el que no puede ser admitido por Menger, ni por los austriacos. Pero por eso mismo Menger no puede establecer una conexión lógica entre valor subjetivo y precio. El precio de X = Y = $100, en nuestro ejemplo (o sea, hay equivalencia desde el punto de vista del valor) en tanto los valores de uso son distintos.
Estamos en el meollo de la contradicción lógica que plantea la teoría de la utilidad. Menger es incapaz de establecer la conexión entre el fenómeno ubicado a nivel de la conciencia y el hecho objetivo de que las mercancías tienen precios, y que se intercambian, en tanto valores, como equivalentes.
El mismo problema en Rothbard
Pasó más de un siglo desde que Menger escribiera su obra, y la cuestión permanece sin resolver, como lo evidencia Rothbard en su Historia del pensamiento económica. Efectivamente, en el capítulo dedicado a la crítica de la teoría del valor de Marx, Rothbard repite el argumento de Menger. Cita primero el pasaje en el que Marx dice que para que dos bienes sean intercambiables tienen que tener algo en común, y ese algo es el tiempo de trabajo socialmente necesario, y hace una afirmación crucial: sostiene que del hecho de que dos artículos se intercambien uno por otro no se deriva que sean iguales en valor, ya que si se intercambian son desiguales en valor. Textualmente: “A entrega X a B a cambio de Y porque A prefiere Y a X y B prefiere X a Y. El signo de la igualdad falsea la verdadera idea. Además, si los dos artículos, X e Y, fueran realmente iguales en valor desde el punto de vista de los que realizan los intercambios, ¿por qué demonios se tomarían el tiempo y la molestia de llevarlo a cabo?” (p. 442). Luego: “Si no existe igualdad de valor, entonces es evidente que no hay una tercera “cosa” a la que deban ser iguales los valores” (p. 443).
Vemos que de manera absurda Rothbard pone un signo igual entre la afirmación “las mercancías X e Y tienen algo en común”, que es de Marx, y la afirmación X e Y son iguales”. Por supuesto, es elemental decir que cualquier particular X tiene algo en común con otro particular Y, sin que eso signifique que X es igual a Y. Jamás Marx afirmó que las mercancías que se intercambian son iguales en tanto valores de uso. X e Y se intercambian porque sus valores de uso son distintos. Marx es explícito en esto. Pero incapaz de criticar el planteo de El Capital, Rothbard repite el argumento de Menger que hemos analizado antes. Así, no puede superar el problema en que cayó Menger: explicar por qué X e Y son equivalentes en tanto valores, aunque no en tanto valores de uso. Estamos ante el fracaso de la tesis que dice que el valor surge de una comparación individual (esto es, a-social) entre las necesidades del individuo y su satisfacción mediante el uso de bienes.
Aunque Rothbard no lo dice, y tratándose del intercambio más simple entre dos productores, lo que en realidad compara A es el valor de uso de X con el valor de uso de Y, ya que necesita ganar en valor de uso. Pero además, compara los precios de X e Y; y los tiempos de trabajo de X e Y (para no incurrir en intercambios desventajosos, como aquél de 10 horas contra 5 horas de trabajo). Por todos lados se ve que se trata de una relación social, más específicamente, entre trabajos (la actividad humana fundante de la economía) que se han realizado bajo forma privada, pero pertenecen en sustancia al trabajo total social. La teoría del valor utilidad, en la vieja versión Menger o en la más moderna de Rothbard (y estamos hablando de referentes indiscutibles de la corriente austriaca) no puede explicar ni siquiera el intercambio mercantil más sencillo.
Conclusión: no hay teoría del valor utilidad
El fracaso en explicar teóricamente por qué el precio está fundado en la utilidad lleva, de hecho, a la renuncia a encontrar cualquier fundamento. De ahí que los teóricos de la utilidad, finalmente, terminan diciendo que el precio “es” valor. Es lo que hacen los economistas del “mainstream ortodoxo”, quienes parten de la utilidad para explicar los precios relativos -en los cursos de microeconomía es un tópico-, pero en los desarrollos ulteriores hacen desaparecer, prácticamente, toda referencia a la utilidad. Por eso sostienen que es un error buscar en los precios alguna ley económica reguladora. Precio “es” valor según el enfoque establecido. Lo cual explica la evolución que ha tenido la teoría de la utilidad: los sucesivos intentos de medición -primero fue la utilidad cardinal, luego la ordinal, más tarde vino la sofisticación de las escalas de preferencias, y por último las preferencias reveladas, que ya es pura tautología- son la expresión de la imposibilidad lógica de conectar utilidad y precio. No es una cuestión “técnica”, sino teórica. Por eso, quedan dos salidas: o repetir el razonamiento de Menger (que es lo que hace Rothbard), lo que nos lleva a un absurdo (no se puede explicar el intercambio más elemental). O decir que precio es sinónimo de valor. Pero en este último caso el precio no es expresión fenoménica de ninguna fuerza más esencial. Es volver a Samuel Bailey, quien afirmaba que el valor era sólo una relación entre dos objetos. Y eso es lo que sostuvo Cachanosky en la polémica, cuando criticó a Marx por distinguir entre valor y precio. No es casual; en todo debate hay una lógica. Subrayo: si no hay distinción entre valor y precio, se renuncia a indagar en una teoría del valor. La razón última de este desenlace reside en el fracaso de conectar la teoría subjetiva del valor con los precios. Es el fracaso del intento de explicar un fenómeno social -valor, precio, mercado- desde el individuo a-social, y de desplazar del foco del análisis la centralidad del trabajo humano.
Textos citados:
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1981): Contribución a la crítica de la economía política, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Hyspamérica.
Pasinetti, L. (1984): Lecciones de teoría de la producción, México, FCE.
Rothbard, M. (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.
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