miércoles, 10 de septiembre de 2014

Teorías del valor: austriacos vs marxistas (1)

En esta nota presento la primera parte de un escrito que preparé para la intervención de apertura en el debate sobre teoría del valor con Juan Carlos Cachanosky (ver aquí), quien adscribe a la corriente de economistas conocida como “austriaca”, esto es, ubicada en la tradición de Menger, Böhm Bawerk, Wieser, von Mises y Hayek.
Debido a las limitaciones de tiempo, en mi intervención sólo utilicé una parte del texto que había preparado. Aquí lo presento de forma completa, pero además agregué pasajes en respuesta a objeciones y críticas que realizó JCC en el debate, así como también respondo (en la segunda parte de esta nota) a una crítica por escrito que puede consultarse en


La relevancia del debate justifica que le dediquemos tiempo y espacio (de ahí que voy a publicar el escrito en varias partes, para que la gente tenga tiempo de evaluar a fondo los argumentos). Como es conocido, la teoría del valor trabajo de Marx es la base de su explicación del origen del plusvalor. De manera que sustenta la crítica del modo de producción capitalista. La teoría del valor utilidad, por el contrario, niega que el capitalismo sea un modo de producción basado en la explotación, y se presenta como una alternativa radical a la teoría de Marx. Dado además que las dos teorías postulan una fuente del valor autónoma –trabajo o utilidad- ambas evitan incurrir en un razonamiento circular; lo cual nos lleva de manera directa a las cuestiones teóricas fundamentales. Aclaro que hay razonamiento circular cuando se afirma, por ejemplo, que el valor del bien X está dado por el valor del trabajo empleado en producir X, ya que aquí la explicación sólo remite del valor de X al valor del trabajo empleado en X.

A fin de introducir las cuestiones en discusión, comienzo destacando los muy diferentes enfoques y explicaciones del movimiento tendencial de los precios que se desprenden de ambas teorías.

La teoría austriaca del valor utilidad

Una ventaja que tiene el polemizar con los economistas austriacos es que éstos, a diferencia de los neoclásicos modernos, sostienen que es necesaria una teoría del valor, y que además, las cuestiones fundamentales no se resuelven apelando a formulismos matemáticos, como se estila en los manuales de microeconomía usuales. Por eso, la polémica gira en torno a los principios conceptuales, a los fundamentos.

La idea primordial de los austriacos es que el valor deriva de la utilidad que el consumidor asigna al bien que compra. Por eso, el énfasis está puesto en la relación del individuo con sus necesidades y el bien. “El valor de los bienes se fundamenta en la relación de los bienes con nuestras necesidades, no en los bienes mismos”, escribe Menger (p. 108). En consecuencia, el valor “es la significación que unos bienes concretos o cantidades parciales de bienes adquieren para nosotros, cuando somos conscientes de que dependemos de ellos para la satisfacción de nuestras necesidades” (pp. 102-3). La valuación que realiza el consumidor consiste en preferir un incremento particular de una cosa sobre incrementos de cosas alternativas (una forma de evitar la objeción conocida como “la paradoja del diamante y el agua”, ver más abajo). El individuo establece una escala o ranking de preferencias, y los precios constituyen el reflejo de esa escala.

Por lo tanto, y siempre según los austriacos, el valor no se produce ni puede producirse. De ahí que rechacen la tesis de que el capital genere valor y que el interés se explique por la productividad marginal del capital; o que el salario sea igual a la productividad marginal del trabajo. Como explica Böhm Bawerk, la producción sólo genera bienes que tienen valor a partir de la valorización que hacen de ellos los consumidores. De aquí también que el valor de los medios de producción se establezca por imputación “hacia arriba”, a partir del valor de los bienes finales, o de consumo. Por ejemplo, el precio de una herramienta que se utiliza para producir bauxita deriva de la utilidad del consumo del aluminio; utilidad que determina la utilidad de la alúmina y por lo tanto su precio; del que a su vez se deriva la utilidad y el precio de la bauxita; de la que a su vez se deriva la utilidad y el precio de la máquina que permite extraer la bauxita. Los austriacos sostienen que esto no tiene nada de artificioso, y que cualquiera puede deducir muy fácilmente la forma en que se determinan los precios. El valor, según esta óptica, siempre deriva de la significación que los consumidores finales dan a los bienes.

La teoría marxista del valor y dos tipos de precios

La teoría de Marx sostiene que el valor es generado por el trabajo humano; por eso tienen valor las mercancías que son reproducibles con trabajo humano. En el capítulo 1 de El Capital Marx define al valor como tiempo de trabajo socialmente necesario, objetivado, en la mercancía (ampliamos más adelante). Esta idea general, sin embargo, es presentada en dos instancias que se corresponden tanto a la concatenación lógica de los argumentos, como al desarrollo histórico. La primera, contenida en los primeros capítulos de El Capital, supone una sociedad de productores simples de mercancías, y la libre competencia. Esto significa que todavía no hay capital, trabajo asalariado ni plusvalía. Dado que la tesis central es que el trabajo es la única fuente de valor, se desprende muy fácilmente (una demostración rigurosa más adelante) que en una sociedad de productores simples de mercancías (esto es, con tasa de ganancia cero) los precios son, aproximadamente, directamente proporcionales a los tiempos de trabajo requeridos para su producción, dada una tecnología e intensidad promedio.

Naturalmente, la idea de que la única fuente del valor es el trabajo humano social es el basamento de todo el desarrollo teórico posterior de Marx. Es que admitida la tesis, deberá admitirse luego que la plusvalía es tiempo de trabajo no pagado. Por eso los economistas austriacos están obligados a criticar la teoría de Marx en este nivel. De manera que nos focalizaremos en este análisis de Marx, que a su vez contiene una crítica a cualquier intento de explicar el valor por la utilidad.

La segunda instancia de la presentación de Marx ocurre cuando tenemos en cuenta que en el modo de producción capitalista las mercancías no se intercambian como productos de productores simples, sino como productos de capitales que exigen participación en la masa global de plusvalía en proporción a su magnitud, aunque sus composiciones de valor (esto es, de capital constante y capital variable) sean distintas. Por lo tanto, las mercancías, en tanto productos del capital, se intercambian a precios que oscilan en torno a los precios de producción. Es que a través de los mecanismos competitivos surge una tasa media de ganancia que determina el recargo que el capitalista hace sobre los costos de producción (lo invertido en salarios y medios de producción). Es lo que en los libros de texto de economía aparece como el mark-up, del que nadie parece dar cuenta teórica. En la teoría de Marx ese mark-up está determinado por la ley del valor trabajo.

Vemos entonces que Marx sostiene que los precios en la sociedad capitalista no pueden ser proporcionales a los valores. Por eso distingue dos escenarios, uno que corresponde a una sociedad de productores simples de mercancías, otro configurado por la producción capitalista de mercancías. De manera explícita sostiene que los precios directamente proporcionales a los valores corresponden a “un estadio muy inferior al intercambio a precios de producción, para el cual es necesario determinado nivel de desarrollo capitalista” (p. 224, t. 3). Los precios de producción, en cambio, corresponden a un modo de producción capitalista. Entonces que el caso de la producción simple de las mercancías puede considerarse una variante del caso particular (composiciones orgánicas iguales en todas las ramas) de la explicación más compleja, referida a los precios de producción.

Críticas sin sustento


Si bien el nudo de las diferencias entre los marxistas y austriacos está en los argumentos en torno al capítulo 1 de El Capital, los austriacos insisten en que la teoría de Marx fracasó a causa de la distinción entre precios directamente proporcionales a los valores (correspondientes a una sociedad sin capital) y precios de producción (correspondientes a una sociedad capitalista). La crítica se desarrolla en base a tres argumentos: el primero atribuye a Marx ideas que no dijo; el segundo afirma que hay contradicción lógica entre los dos tipos de precios; el tercero sostiene que el planteo es incorrecto porque es complicado, y esa complicación deriva de postulados ad hoc.

En relación al primer argumento, el falseamiento de lo planteado por Marx se advierte claramente en la Historia del pensamiento económico de Murray Rothbard, en el capítulo dedicado a la teoría económica de Marx, en el volumen 2. Para aquellos que no lo conozcan, digamos que Rothbard, fallecido en 1995, continúa siendo uno de los principales referentes de la corriente austriaca. Sus obras se han traducido a varios idiomas, se utilizan como libros de texto, y dentro de la escuela se lo cita aprobatoriamente con frecuencia.

Pues bien, Rothbard afirma que, según Marx, en la sociedad capitalista los precios son proporcionales a los tiempos de trabajo empleados en la producción. Sin embargo, Marx dice explícitamente que no son proporcionales. Rothbard también sostiene que Marx no solucionó la cuestión planteada por el hecho de que, según la teoría del valor, el trabajo es la fuente de la plusvalía, las composiciones orgánicas entre ramas difieren, y las tasas de ganancia tienden a igualarse. Falso de nuevo, Marx dejó una solución al problema. A Rothbard puede no gustarle, pero no puede negar que está presentada la solución a un problema en el que se había trabado Ricardo. En otras notas, además, he demostrado que el llamado problema de la transformación no presenta ninguna dificultad particular (aquí y aquí). Rothbard también afirma que a causa de las contradicciones que enfrentaba en su teoría, Marx “muy pronto dejó de trabajar en El Capital” (447). Pero éste es otro disparate: Marx trabajó en esa obra hasta poco antes de morir; de hecho, le dedicó 38 años de su vida.

En este punto entonces es necesario hacer una observación de método: toda crítica exige como premisa el rigor, y éste debe empezar por reconocer el principio de “realismo epistemológico” en referencia a los textos. Como dice Umberto Eco, las interpretaciones de texto son abiertas, pero esto no puede tomarse como sinónimo de arbitrariedad, ni para hacerles “decir” lo que nos conviene. Por caso, no se puede atribuir a Marx la idea de que el trabajo tiene valor; o que la tierra es capital; y similares afirmaciones, como hacen libremente los economistas austriacos. Este proceder, además, nos obliga a estar siempre despejando falsedades y confusiones, con el resultado que se oscurecen los argumentos principales. Curiosamente, por otro lado, Rothbard afirma que los marxistas “no actúan como científicos honestos” (p. 449, t. 2).

Voy ahora al segundo cargo austriaco, que dice que Marx incurrió en contradicción lógica al afirmar la existencia de los dos tipos de precios. Para sostener esta acusación, y teniendo en cuenta el principio aristotélico de no contradicción, habría que demostrar que Marx afirma que un mismo sujeto (en este caso, el modo de producción capitalista) tiene, bajo el mismo respecto y contemporáneamente, dos determinaciones opuestas (precios directamente proporcionales a los tiempos de trabajo y precios determinados por la igualación de la tasa de ganancia). Por supuesto, los economistas austriacos no tienen manera de demostrarlo, porque Marx dice precisamente lo opuesto. Sin embargo, insisten con la cantinela de la “contradicción”.

Por último, tenemos la crítica que dice que la distinción entre los dos tipos de precios de Marx es un agregado ad hoc, para “salvar” afirmaciones anteriores, y por eso conforma una teoría demasiado complicada. Un argumento que ha repetido Juan Carlos Cachanosky en el debate, y no sólo en lo referido a los precios de producción. Así, aplicó esta crítica a las distinciones entre valores y precios, entre valor de la fuerza de trabajo y trabajo, y entre tierra y capital. Se trataría de soluciones propuestas por Marx a problemas específicos, no generalizables, y concebidas para salvar el núcleo central de su teoría de supuestas anomalías (es lo que se entiende en filosofía por explicaciones ad hoc).

La respuesta a esta crítica es sencilla: no existen los planteos ad hoc cuando las distinciones conceptuales se corresponden con el desarrollo lógico. En otros términos, para decir que se trata de soluciones específicas agregadas a posteriori del planteo conceptual primero, hay que demostrar que no existe conexión interna entre las categorías tratadas y esas “soluciones”. Y esto es lo que no pueden hacer Cachanosky ni el resto de los críticos austriacos cuando abordan la teoría de Marx. Por ejemplo, ya en el mismo planteo de qué es valor está contenida la distinción entre valor y precio, así como la tesis de que el trabajo no tiene valor. No se puede entender la noción de valor, presentada por Marx en el capítulo 1 de El Capital, si se pasan por alto estas cuestiones, ya que son inherentes al concepto. Pero Cachanosky, o Rothbard, ni siquiera se detienen en ellas, y por eso no tienen manera de demostrar que, por ejemplo, la distinción entre valor y precio sea un postulado ad hoc. Pero si aquí no hay solución específica, mal se puede afirmar que hay contradicción entre valor y precio de producción; o que el último constituye una solución ad hoc para proteger la teoría del valor de eventuales refutaciones.

 Ante esto, sólo quedaría como recurso a los críticos afirmar que la teoría de Marx debe de estar equivocada porque los conceptos en sí son complicados (fue insinuado en el debate). Con lo cual tendríamos como bonita conclusión que la validez científica de una teoría estaría condicionada a la simpleza de sus afirmaciones. Algo así como “cuanto más simplota una teoría, tanto mejor”. Pero este criterio llevaría al desastre a cualquier ciencia. ¿Qué diríamos del físico que rechazara la teoría de la relatividad, o la mecánica cuántica, por ser “demasiado complicadas”? En particular, las relaciones sociales son complejas, y por eso no siempre se dejan captar con las nociones simples, que son las que generalmente expresan los fenómenos de “superficie” de la sociedad.


Bienes reproducibles, no reproducibles y la generalidad vacía

Señalemos también que la teoría del valor trabajo de Marx se aplica a los bienes que son reproducibles, de manera que supone que hay competencia por el lado de la oferta. Si alguien es propietario de una damajuana de agua en el desierto, y está frente a una persona que desfallece de sed, podrá vender el agua según la desesperación y recursos que tenga la persona sedienta (y según la codicia del vendedor). Casos como éste hacen las delicias de los austriacos. Pero aquí el marxismo sostiene que no hay ley que rija el precio; éste depende del capricho y de la intensidad del deseo de compra. El economista austriaco dice lo mismo, pero agrega que esa declaración constituye una “teoría del valor”. Un marxista dice, en cambio, que esa afirmación no encierra teoría alguna (porque es imposible establecer vinculaciones sistemáticas entre variables que determinen el precio). Y agrega que sólo hay teoría cuando hay ley económica, y que esta última opera sólo si hay competencia por el lado de la oferta. En términos modernos, si la curva de oferta es horizontal (competencia por el lado de la oferta y suponemos rendimientos constantes) la curva de demanda sólo determina la cantidad transaccionada, no el precio. Y en este caso, dice Marx, hace falta una teoría que dé cuenta de una ley económica.

En cuanto a los casos del tipo “desierto y soy el único que ofrece agua a caminantes sedientos”, si bien no están sometidos a ley económica alguna, no son importantes para entender el funcionamiento del capitalismo. Es que el modo de producción capitalista no se distingue por la escasez de la oferta, sino por la capacidad de reproducir, y en escala ampliada, la oferta (¿alguien oyó hablar de la producción en masa?). Por eso Marx (también Ricardo) distingue entre el escenario de monopolio y el escenario de la libre competencia: en el primero no hay ley económica que explique los precios. El economista austriaco volverá a decir que es más sencillo explicar que el precio depende de la significación que el consumidor da al objeto, sea bajo monopolio (desierto, sed, único poseedor de agua) o libre competencia (supermercado con muchas botellitas de agua de varias empresas y consumidores comparando precios). A esto le llamará una “teoría general del valor”. Desde el enfoque marxista, se trata de una generalidad vacía: cuando el universal pasa por alto la riqueza de lo particular, es abstracto y deja de explicar. Casos particulares esencialmente distintos no se pueden subsumir bajo el mismo universal sin deslizarse a la vaciedad.


La ley del valor trabajo gobierna los precios de producción

Una tesis clave de Marx, y relacionada con este debate, dice que al introducir los precios de producción como los centros de gravitación en torno a los cuales giran los precios del mercado, la ley del valor trabajo sigue rigiendo los precios. Esto sucede por dos razones. La primera, porque la ganancia es valor generado por el trabajo humano. Esto significa que la masa de ganancia que se apropia el capital de conjunto no es arbitraria, y por lo tanto, tampoco lo es la tasa media de ganancia.

La segunda forma en que se evidencia que la ley del valor gobierna los precios de producción es por los cambios en la productividad, y sus efectos en los precios. En palabras de Marx: “La ley del valor rige su movimiento (de los precios de producción) al hacer que la disminución o el aumento del tiempo de trabajo requerido por la producción haga aumentar o disminuir los precios de producción” (p. 227, t. 3). Esto significa que, según esta teoría, los precios de los productos de las ramas en que haya mayor aumento relativo de productividad (o sea, reducción de tiempo de trabajo por unidad de producto) caerán, en promedio; y lo inverso sucederá con los productos de las ramas con menores ganancias de productividad.


La necesidad de explicar lo que sucede

Salgamos ahora un momento del gabinete de discusión para echar un vistazo a algunas realidades. Tomemos los precios del petróleo en EEUU. Éstos se mantuvieron relativamente estables durante décadas; entre 1948 y 1973 oscilaron (a precios constantes) entre los 22 y los 25 dólares. En 1973 dieron un salto a 44 dólares, luego fluctuaron con un pico de 106 en 1980, mínimos de 17 en 1998, para comenzar a subir sostenidamente desde 2000, ubicándose en 91 en 2013 (datos del Bureau of Labor Statistics, EEUU). Según especialistas en petróleo y ejecutivos de la industria, el ascenso tendencial de los precios del petróleo y del gas, en particular desde principios de los 2000, se debe a que ya se están agotando las fuentes tradicionales de petróleo barato, y cada vez es necesario ir a pozos más profundo, y muchas veces más lejanos de los centros de consumo. Actualmente un pozo de 3000 metros de profundidad en el océano, y un gasoducto de 2000 o 3000 kilómetros pueden exigir inversiones de varias decenas de miles de millones de dólares. Dados estos aumentos de costos, los ejecutivos de la industria pìensan que los precios se van a mantener altos en los próximos años. Desde el punto de vista del marxismo, este movimiento tendencial de precios no resulta difícil de explicar: en promedio, hay que destinar más tiempo de trabajo social a la producción de petróleo y gas porque bajó la productividad al agotarse los recursos más accesibles. El economista austriaco, en cambio, explicará que los precios simplemente aumentaron porque la gente decidió darle esa significación a los bienes de consumo que contienen derivados del petróleo (recordar el ejemplo de la bauxita).

Tomemos ahora los productos agrícolas, más precisamente, del maíz, en EEUU. Entre 1950 y 2000 la cantidad de trabajo necesaria para producir 100 bushels de maíz bajó de 20 horas a 3 horas (el cálculo lo hizo la USDA), Entre 1950 y 2000 cada granjero de EEUU produjo en promedio 12 veces más de output agrícola por hora trabajada que un granjero en 1950. Entre 1948 y 2004 el empleo agrícola disminuyó 3,2% por año pero el producto por trabajador aumentó 4,9% por año, Los precios agrícolas bajaron en relación al índice general de precios: con base 100 en 1948, en 2004 estaban en alrededor de 200 mientras el índice general de precios rondaba 680. En 1950 el bushel de maíz ajustado a dólares de 2010 estaba a 12 dólares. En 1999 estaba a 3 dólares, o sea, había caído 75% entre 1950 y 2000. En los 2000 el maíz aumentó, debido al aumento de la demanda y la reducción de tierra arable. Pero aun así, en términos reales el precio del maíz, a fines de 2013, estaba más bajo que a comienzos de los años 1980 (Fuglie, McDonald, Ball, 2007). Los autores sostienen que estos aumentos de productividad están detrás de la caída tendencial de los precios. Es una explicación lógica desde el punto de vista de la teoría de Marx. Pero no para el austriaco, que nos volverá a decir que los precios son lo que son porque los consumidores le dieron esa significación a los granos y otros productos agrícolas.

Vayamos a otro ejemplo, ahora más general. Según datos del Bureau of Labor Statistics los sectores con ganancias más altas en productividad por hora de trabajo entre 2000 y 2010 fueron equipos de telecomunicaciones sin cable (16,5% anual); manufactura de computadoras y equipo periférico (9,5%), equipos electrónicos; otras industrias, como producción de vehículos (5,4%), también tuvieron aumentos significativos de productividad. Para el promedio de la economía no agrícola la productividad aumentó al 2,4% anual, y en extracción de gas y petróleo descendió el 2,5% anual.

Luego el BLS constata que en las industrias en las que cayeron los precios estuvieron asociadas generalmente con aumentos de productividad: equipos de telecomunicación sin cable, manufactura de computadoras y equipos periféricos, electrónica, manufactura de semiconductores y otros componentes, tuvieron fuertes aumentos de productividad y esos productos experimentaron sustanciales caídas de precios entre 2000 y 2010. En contraste, minería de carbón, acero, tapicería y reparación de muebles, mostraron caídas de productividad y aumentos de precios. De manera que la evidencia recogida por el BLS parece de nuevo explicarse bastante bien con la teoría del valor trabajo de Marx. Pero el economista austriaco volverá a protestar: los precios relativos de los bienes informáticos y telecomunicaciones bajaron y los de minería subieron porque así lo quisieron los consumidores.

Llegados a este punto, regresemos a la discusión teórica fundamental: la que gira en torno a las primeras páginas de El Capital. Mi argumento es que la teoría del valor trabajo explica muy bien los resultados anteriores, y que se puede demostrar por qué la teoría de la utilidad no puede hacerlo. Lo que equivale a afirmar que es empíricamente irrelevante.
Bibliografía:
Fuglie, K.; J. McDonald, E. Ball (2007): “Productivity Growth in U.S. Agriculture”, United States Department of Agriculture, Economic Research Service, September.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Orbis.
Rothbard, (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.

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Teorías del valor: austriacos vs marxistas


Fuente:Rolando Astarita

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