Valor y trabajo abstracto
Marx presenta la ley
económica que gobierna los intercambios en un pasaje muy conocido, en el
que se pregunta qué es lo que tienen en común dos mercancías para que
puedan compararse cuantitativamente. Afirma que para comparar
cuantitativamente, tiene que encontrarse algo en común en las mercancías
(es imposible comparar, por ejemplo, el color amarillo con el logaritmo
natural del número 37). Además, el elemento en común que haga
comparable a las mercancías debe ser determinable cuantitativamente. Por
eso, no puede tratarse de las características físicas, ya que éstas no
son reducibles a alguna proporción en común. Tampoco el valor de uso
puede ser el elemento común que haga comparable a las mercancías. Si,
por ejemplo, la utilidad que el productor A obtiene de Y es distinta de
la que B obtiene de X, y si X e Y se intercambian en la proporción de
1:1, la utilidad no puede ser el elemento en común que se iguala en el
intercambio.
Ahora bien, “si ponemos a
un lado el valor de uso del cuerpo de las mercancías, únicamente les
restará una propiedad: ser productos del trabajo” (Marx, 1999, p. 46, t.
1). Sin embargo, no puede tratarse de los trabajos en tanto creadores
de valores de uso, dado que los mismos son idiosincŕaticos, y por lo
tanto no son comparables. No tiene sentido comparar cuantitativamente el
trabajo de un tornero con el de un tapicero en lo que respecta a sus
especificidades; a igual que sucede con las características físicas de
los bienes, no hay forma de reducirlas a unidad común. Pero sí tiene
sentido comparar los trabajos invertidos haciendo abstracción de sus
formas concretas, ya que entonces “dejan de distinguirse, reduciéndose
en su totalidad a trabajo humano indiferenciado, a trabajo
abstractamente humano” (idem, p. 47). Esto es, a gasto humano de
energía. Ésta es la base material, fisiológica, de todo trabajo,
concebido como actividad destinada a la reproducción de los seres
humanos.
A partir de esta deducción, Marx define el valor como el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción, objetivado
en la mercancía. Al mismo tiempo, al deducir la propiedad común que
hace comparables a X e Y en tanto mercancías, llegamos a la ley
económica que rige su intercambio: los tiempos de trabajo. Por eso la
medida se identifica con la ley reguladora -tiempos de trabajo social-
que a su vez explica la fuente del valor.
La objetividad de las mercancías en cuanto valores y el mercado
Aunque por razones de
espacio no puedo desarrollar completamente el tema, tengamos en cuenta
que el término “objetivado” alude a la necesidad de que la mercancía se
venda, esto es, realice su valor en la venta. La cuestión se comprende
fácilmente si recordamos que el valor es una propiedad social (en
términos de Marx, los valores de las mercancías son expresiones de una
misma unidad social, el trabajo humano) y objetiva (es la mercancía X la
que vale, con independencia de quien la posea). Dado que la mercancía X
no puede expresar su valor a través de sus características físicas, lo
hace a través de una relación con otra mercancía: 1 X vale 5 Y, por
ejemplo. En esta relación se expresa el valor de X en cuanto
“objetividad”, esto es, en cuanto propiedad social y objetiva. Pero eso sólo puede ocurrir en y a través del mercado. Por esta razón también el trabajo no puede tener valor; el acto de trabajar crea el valor, pero no es valor.
Para que exista el valor el trabajo empleado debe pasar a una forma
objetiva, convertirse en una propiedad de la mercancía. Y esto ocurre
cuando la mercancía expresa esa propiedad objetiva relacionándose con
otra mercancía.
Por eso Marx dice que el
valor se genera en la producción, y se realiza en la venta (contra lo
que sostienen los economistas austriacos, en la teoría de Marx el
mercado importa). Es que pudo haberse trabajado en la producción
de X, pero si X no se puede vender, por la razón que sea, el trabajo no
habrá generado valor. La razón más esencial es que los trabajos, que se
realizan como trabajos privados deben validarse en tanto partes del trabajo social,
y esta validación se concreta a través de la reducción de los
productos, y los trabajos privados, a valores de cambio, más
específicamente, a dinero. Por eso, en la concepción de Marx, el valor
no surge de una relación privada entre el trabajo individual y la
mercancía (como sucede en el enfoque de Ricardo), sino de una relación
social de los trabajos individuales, que son partes integrantes del
trabajo total social.
Esto significa también
que sólo bajo un determinado tipo de sociedad -propietarios privados de
los medios de producción- el trabajo privado adquiere un doble carácter
social: debe ser productor de valores de uso y de valor. En la sociedad
capitalista este hecho se expresa en que los capitalistas no producen
con vistas a producir valores de uso, sino con el fin de producir valor que incrementa el valor del capital adelantado.
Es un enfoque distinto del que presentan la ortodoxia neoclásica, la
corriente austriaca o Keynes, con su énfasis en el valor de uso como el
objetivo único de la producción (en esta visión, pareciera que Carlos
Slim o Rockefeller siguen invirtiendo por afán de obtener valores de
uso).
El principio fundamental de la economía, visiones contrapuestas
El argumento de Marx se
inscribe, a su vez, en una perspectiva histórica y social que tiene como
eje la centralidad del trabajo humano. La cuestión está planteada en
una carta a Kugelman, del 11 de julio de 1868, donde explica que aunque
no hubiera escrito ningún capítulo sobre el valor, “el análisis de las
relaciones sociales hecho por mí contendría la prueba y demostración de
la relación real de valor” (Marx y Engels, 1973, p. 206). Y a
continuación observa que hasta un niño sabe que si un país dejara de
trabajar siquiera por unas pocas semanas, moriría. Por lo tanto,
cualquiera sea la forma histórica de producción, siempre hubo que
comparar y determinar cuantitativamente los trabajos humanos, porque
siempre hubo que distribuir los tiempos de trabajo según alguna
proporción definida. De manera que también en la sociedad
capitalista los trabajos humanos, que se realizan bajo la forma privada,
deben compararse, medirse y distribuirse. Lo que hay que demostrar
entonces no es que en la sociedad productora de mercancías los trabajos
se comparan -esto es lo que hizo siempre la humanidad- sino mostrar la
forma en que lo hacen, y la razón por la cual se comparan a través del
intercambio de “cosas que valen”. “No se puede eliminar ninguna ley
natural. Lo que puede variar con el cambio de las circunstancias
históricas es la forma en que operan esas leyes” (idem). Y en otro
escrito explica que “economía de tiempo, a esto se reduce finalmente
toda la economía” (Marx, 1989, p. 101, t. 1). Aquí el punto de partida
del análisis es la producción realizada bajo forma social:
“Individuos que producen en sociedad, o sea, la producción de los
individuos socialmente determinada: éste es naturalmente el punto de
partida” (idem, p. 3).
Esta concepción que hace
eje en la producción, y en las relaciones de producción, como la
instancia determinante de la economía, está vinculada estrechamente a la
idea de que el trabajo, en tanto actividad humana socialmente
determinada, es la única fuente del valor. O, como explica Marx
comentando a Ricardo, “el valor de cambio de las cosas es una simple
expresión, una forma social específica, de la actividad productiva de
los hombres, algo por entero distinto de las cosas y de su uso como
tales cosas…” (Marx, 1975, p. 150, t. 3).
En Menger, en cambio, la
economía es, en lo esencial, la actividad dedicada a formarse una idea
de las necesidades de los seres humanos y a calcular la cantidad de
bienes que disponen para cubrirlas (véase pp. 83 y ss.). En este enfoque
la actividad determinante pasa por hacer una elección entre las
necesidades más importantes, que los seres humanos satisfacen con las
cantidades de bienes de que disponen, para alcanzar, con una cantidad
parcial dada de bienes y su empleo racional, la mayor satisfacción
posible. En este planteo el trabajo humano juega un rol secundario. Las
relaciones sociales de producción, las formas o propiedades sociales que
adquieren los “bienes”, están desaparecidas. El enfoque es, en lo
básico, individualista. Los individuos comparan las utilidades de bienes
dados y necesidades; la distribución del trabajo social, las
comparaciones de productividades relativas, han sido suprimidas ab initio.
Por supuesto, Menger hace
referencia al trabajo, de la misma manera que Marx hace referencia al
consumo y la satisfacción de necesidades. Pero los órdenes de
importancia están invertidos. En Menger, como en los austriacos, el foco
está puesto en los bienes ya producidos que se intercambian en el
mercado. En Marx, los bienes que se consumen y satisfacen necesidades no
caen del cielo; son producidos por trabajo humano y en un tipo específico de sociedad,
son mercancías. Antes de poder consumir hay que producir; el primer
acto está subordinado al segundo (hasta un niño sabe que si una sociedad
no produce, muere de hambre).
Trabajo socialmente necesario y la crítica austriaca
Marx afirma que el
trabajo, como generador de valor, debe ser socialmente necesario. Por
socialmente hace referencia a la necesidad de trabajar, por lo menos,
con la tecnología y la intensidad promedio imperantes en la rama.
Rothbard sostiene que esto es incomprensible, y cree refutar la teoría
de Marx comparando el trabajo invertido en un libro escrito a mano con
el trabajo invertido en un libro producido con métodos modernos. Por
supuesto, esta “refutación” de la teoría de Marx sólo puede apoyarse en
declarar “incomprensible” un hecho que es perfectamente comprensible
para cualquiera que conozca un poco siquiera cómo funcionan las empresas
capitalistas y la competencia. Cualquier capitalista sabe que tiene que
trabajar con una productividad media, por lo menos, si quiere
sobrevivir (los editores saben que no pueden competir produciendo libros
escritos a mano).
Todo esto es muy sencillo
y lógico, pero es clave en la polémica con los economistas austriacos.
Tengamos presente que durante el debate Cachanosky sostuvo que cuando la
mercancía llega al mercado, para el empresario “el costo es historia”
porque sólo le interesa estimar la demanda futura. De esta manera, se
quita relevancia a los cálculos de productividad, que realiza cualquier management
empresario, y se corta el vínculo entre el precio y la producción. Sin
embargo, en la vida real la productividad, lejos de ser cosa “del
pasado”, está en el primer plano. Las empresas siempre están atentas a
la productividad media imperante en la rama, y la productividad social
media se impone en cada rama por la competencia. Por ejemplo, si una
acerera calcula que para producir 1000 toneladas en lingotes de acero
por mes requiere 1710 horas de trabajo del departamento de fundición y
4320 horas de trabajo del departamento de vaciado y modelado,
totalizando 6030 horas de insumo laboral, y resultando en una
productividad de 0,1658 toneladas de lingote por hora hombre, en
promedio (las cifras están tomadas de un estudio real), compara este
promedio con la productividad de otras empresas, a través del mercado y
la competencia de precios. Por eso el costo no es historia.
Costos de producción y proceso circular
La cuestión si el costo
es o no historia en el momento de llegar al mercado se vincula también
con los enfoques opuestos acerca de si el proceso económico debe
concebirse en forma circular, o a la manera de una “manta corta”. En la
visión de Ricardo y Marx, los productores de mercancías (o los
capitalistas) no sólo se preocupan por la producción inmediata para el
mercado, sino por las condiciones para la reproducción al menos en la misma escala y, de ser posible, en escala creciente (cuestión
que también subrayan muchos sraffianos, como Garegnani o Roncaglia).
Esto implica que se concibe la economía como un círculo, o más bien una
espiral: los outputs producidos entran como insumos en la
siguiente ronda, a fin de generar más productos que a su vez sirven para
generar más insumos (siendo estos últimos tanto medios de producción
como medios de consumo de la fuerza laboral). Por eso, es imposible que
los capitalistas, o los productores simples de mercancías, no presten
atención a los costos de producción.
Para verlo, supongamos
por ejemplo que en la sociedad simple de mercancías el productor A
emplea normalmente 10 horas de trabajo en producir X y el productor B
emplea 5 horas de trabajo en producir Y, y que ambas se intercambian en
la proporción 1:1. Si el intercambio ocurriera por una única vez, y
fuera episódico, A podría considerar que “el costo es historia”, y tal
vez ni siquiera llegase a conocer cuál es el costo de producción (en
horas de trabajo) de B. Pero si los intercambios son repetidos, y
existen muchos productores A y B, el promedio social tiende a imponerse.
A medida que se renueva la producción para el mercado, se hace
insostenible una situación en la que un producto que se produce en 5
horas se intercambia en relación 1:1 con otro que se produce en 10
horas. Paulatinamente, productores A pasarán a ser productores B hasta
que los outptus y los precios se reacomodan, de manera que 1 A se
intercambia por 2 B. La relación 1:1 era incompatible con la
continuidad de la producción, pero sí lo es la relación 1:2. A esto nos
referíamos entonces con una ley interna, reguladora de los intercambios.
Observemos, por otra
parte, que en este enfoque no es necesario hacer ningún supuesto
especial sobre rendimientos; éstos pueden ser constantes a escala, esto
es, la curva de ofertas puede ser horizontal, sin perjuicio para la
determinación de los precios. Es conocido, por otra parte, que en el
mundo real muchas empresas trabajan con costos más o menos constantes, o
decrecientes.
“Manta corta” y escasez
Todo esto parece
elemental, pero los defensores de la teoría del valor utilidad se
empeñan en negarlo. ¿Por qué? ¿Por qué esa idea tan irrealista de
“llegado al mercado el costo es historia”? Pues porque el escenario es
de agentes que llegan al mercado con bienes (caídos como maná del cielo)
y todo se reduce a la cuestión de cómo se asignan de manera óptima esos
bienes (son “bienes” no mercancías) a fin de satisfacer los deseos y
necesidades de los individuos. Es la visión opuesta a la del proceso
económico en forma de círculo, de los clásicos o Marx. Ahora la metáfora
es “la manta corta”, ya que si se asignan bienes a satisfacer una
necesidad, se le quitan a la satisfacción de otra. En este enfoque, la
hipótesis de rendimientos constantes a escala es inadmisible, la curva
de oferta “debe” tener una pendiente positiva y los precios solo son
indicadores de la escasez relativa de los bienes, y de las preferencias.
La condición sine qua non del esquema es que no se preste atención a la reproducción del proceso productivo. Para ver por qué, examinemos un momento la cuestión de la escasez en relación a la producción y la demanda.
Los defensores de la
teoría del valor utilidad dicen que la escasez es relativa, pero…
¿relativa en relación a qué? Hay que decirlo: sólo puede ser relativa
en relación a un poder de compra que está determinado por la producción
(no cae del cielo), y por lo tanto, en relación a la producción del
resto de las mercancías. En el caso de nuestro ejemplo, el poder de
compra que permite realizar la venta de X está determinado por la
producción de V, W, Y, Z, etcétera. No es indeterminado. Por ejemplo,
supongamos que en la producción de X e Y se emplean 10 horas de trabajo,
respectivamente, que los precios son X = Y = $100, y que a ese precio
las producciones satisfacen las demandas existentes. Podemos decir que en relación a la producción del resto de los bienes (y por lo tanto, en relación al poder de compra global) no hay escasez ni de X ni de Y. Por eso, y dado que por fuera de esa relación no tiene sentido hablar de escasez (no hay escasez de X en relación a los viajes a la Luna), la escasez no puede explicar la relación de intercambio entre X e Y.
Para ver entonces qué
puede explicar la escasez relativa, supongamos que se produce un cambio
en los gustos y preferencias, de manera que aumenta la demanda de X y
baja la de Y. Dada la producción, hay una escasez relativa de X paralela a una abundancia relativa
de Y. En consecuencia, aumenta el precio de X a $110 y baja el precio
de Y a $90. Se puede decir que la alteración de $10 en los precios
relativos se explica por el cambio en las preferencias, que deriva en
una escasez relativa de X y una abundancia relativa de Y. La escasez no
explica, por supuesto, el precio base del que partió el cambio. Pero
además, dado que la producción de X e Y se reproduce, y dado que
con 10 horas de trabajo los productores A obtienen $20 más que los
productores B, habrá productores B que pasarán a ser productores A de X.
De manera que las ofertas se adecuan a la nueva estructura de demanda, y
la relación de cambio entre X e Y vuelve a ser 1:1. La escasez, de
nuevo, no explica esta relación; como tampoco los cambios en los gustos y
preferencias. Estos últimos han explicado un cambio en la demanda, que
explicó un cambio en la escasez relativa de uno de los bienes (escasez
relativa a la oferta dada), que tuvo como contrapartida la abundancia
relativa de otro (abundancia relativa a la oferta dada), situación que
explica el cambio en las escalas de producción en la siguiente ronda.
Puede verse aquí la importancia que tiene para el teórico de la
utilidad decir que al llegar al mercado “la producción es cosa del
pasado”. Además, una vez que se efectuó el cambio en las escalas de
producción, no hay escasez relativa de X, ni abundancia relativa de Y.
Textos citados:
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Orbis.
Marx, K. y F. Engels, (1973): Correspondencia, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Rothbard, (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.
Menger, C. (1985): Principios de economía política, Madrid, Orbis.
Marx, K. y F. Engels, (1973): Correspondencia, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Rothbard, (1995): Historia del pensamiento económico, Madrid, Unión Editorial.
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Fuente:Rolando Astarita
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