El nudo del debate está en los conceptos elementales
Por lo que hemos explicado en la primera parte (aquí), las cuestiones decisivas ya están planteadas en el capítulo 1 de El Capital.
Marx afirma que en una sociedad de productores simples de mercancías,
el trabajo es la fuente del valor y descarta que pueda serlo la
utilidad. Rothbard en su Historia del pensamiento económico. sostiene que la explicación del intercambio y del valor del capítulo 1 de El Capital es
lógicamente absurda; los economistas austriacos saben que éste es el
punto nodal. Me centro entonces en esta cuestión, que comprende las
cuestiones básicas y elementales. Debido a varias confusiones y
cuestiones que se han suscitado en el debate, he decidido darle a estas
notas toda la extensión necesaria; esto es, por encima de lo que había
concebido originariamente como un apunte para una intervención oral.
Conceptos elementales
Valor de uso
Empecemos señalando que
el valor de uso, en Marx, es una condición necesaria para que haya
valores de cambio y valores. Si una mercancía no tiene valor de uso para
alguien, o para algunos, no se la demanda, y por lo tanto no tiene
valor (su precio es cero). De manera que no es cierto, como sostienen
los economistas austriacos, que según Marx el valor de uso no tiene
importancia. El concepto incluso es clave para entender la noción de
trabajo productivo de Marx: si un trabajo no afecta al valor de uso, no
genera valor, y por lo tanto es improductivo. Por ejemplo, el trabajo
implicado en los actos de compra y venta -que afectan sólo al cambio de
forma social, de dinero a mercancía o viceversa- es improductivo, aunque
necesario para la sociedad productora de mercancías.
En segundo término, el
valor de uso se relaciona con la utilidad que obtiene el consumidor del
bien, y desde este punto de vista afecta al ámbito de lo subjetivo. Sin
embargo, también tiene anclaje en las propiedades físicas de la
mercancía. Este aspecto es cuestionado por muchos austriacos porque
buscan desconectar la valoración de la utilidad de todo aquello que
tenga que ver con propiedades objetivas (esto es, del objeto y
objetivamente medibles). Pero la realidad es que las propiedades físicas
de los objetos afectan al valor de uso y a la utilidad; cualquier
ingeniero, por ejemplo, tendrá muy en cuenta la resistencia de los
materiales a la hora de elegir las piezas que componen una máquina o una
estructura, o la conductividad de un metal, si se trata de transporte
de electricidad, etcétera. Son propiedades físicas, objetivamente
medibles, que existen por fuera de la valoración de los sujetos, y son
determinantes en la utilidad que los seres humanos obtienen de los
bienes.
Por otro lado, esas
propiedades materiales existen con independencia de la forma social, o
propiedad social. Por ejemplo, una pieza de acero puede tener
determinada resistencia, con independencia de si es una mercancía, o si
su precio aumenta o baja. Éste es el punto de partida para comprender
por qué el valor de uso se ubica en otro orden de análisis del que lo
hacen las propiedades sociales, entre ellas el valor. Dicho en otros
términos, el grado de utilidad está condicionado por las propiedades
materiales, en relación a las necesidades humanas, y por lo tanto es
independiente de la forma social: el trigo o el hierro tienen utilidad
con independencia de que se trate de una sociedad capitalista,
productora simple de mercancías o comunista. El precio, en cambio, no
existe si no hay mercancías y mercado, o sea, si no existen determinadas
relaciones sociales entre los productores; esto es, el precio se
inscribe en el orden de una propiedad social, cualitativamente distinta
de la propiedad física.
En tercer lugar, dado que
los valores de uso son distintos, según las mercancías, también las
utilidades (o los “servicios” que prestan los bienes como valores de
uso; véase Marx, 1980, p. 20) que los consumidores obtienen de los
bienes que consumen son muy distintas. Además, las utilidades que los individuos sacan de los bienes que consumen no convergen hacia alguna medida social común.
Aunque las necesidades están condicionadas socialmente, no existe
fuerza social que mueva hacia la convergencia de las utilidades.
Obśervese por último que
si se admite que las necesidades están condicionadas socialmente, es
imposible derivar el comportamiento agregado, o macro, de los
consumidores en el mercado de sus comportamientos individuales. En otras
palabras, es imposible aplicar el individualismo metodológico en el
análisis, como hacen los austriacos. Si bien lo individual tiene
importancia, lo social tiene prioridad explicativa, y esto se aplica al
mercado y el consumo. Somos formados socialmente como consumidores,
diríamos que casi desde que nacemos.
Valor de cambio (precio)
El valor de cambio es
definido por Marx como la proporción cuantitativa en que se intercambian
dos mercancías. Si X e Y se intercambian en la proporción de 1:1 el
valor de cambio de X, expresado en Y, es 1. Cuando hay dinero, el valor
de cambio es el precio de las mercancías.
Eñ valor de cambio es objetivo,
esto es, se trata de una propiedad del objeto y constatable por
cualquiera que participe en el mercado. Precisemos que objetivo no
significa natural; como ya dijimos, el precio es una propiedad social
objetivada en bienes. Además, y a diferencia de lo que ocurre con el
valor de uso, por vía de la competencia se impone una convergencia hacia
un único precio del bien en un mercado determinado. Por caso, si el
productor A quiere vender X a $120 y en el mercado se vende a $100, A
deberá resignarse a venderlo a $100, con independenca de la valoración
que tenga acerca de las virtudes de X (la alternativa es no vender, con
lo que puede conservar un bien que tiene poco o ningún valor de uso para
él).
Valor de cambio, mercado y relación social
El análisis de la
mercancía y del valor de cambio de Marx se desarrolla en el marco de una
concepción social que es opuesta a la defendida por los economistas
austriacos, quienes hacen eje en el individuo y sus necesidades. El
análisis de Marx es histórico y social. Parte del supuesto de que los
individuos siempre trabajaron en sociedad, y que toda sociedad tuvo que
administrar y repartir racionalmente los tiempos de trabajo dedicados a
satisfacer sus necesidades. Ésta es, según Marx, la primer ley económica
en cualquier forma de producción colectiva (el cuento de Robinson es
eso, un cuento). Y el carácter social de los productores simples de
mercancías, lejos de desaparecer, se acentúa. Es que cada productor
produce para él, pero no produciendo un bien que tenga utilidad directa
para él, sino para otros. Un panadero que produce 200 unidades de pan, y
consume por día 0,4 unidades, está produciendo pan independientemente
de sus propias necesidades, porque depende de los otros productores para
satisfacer éstas. De aquí resulta una interdependencia universal dentro
de un sistema de producción complejamente articulado. “La dependencia
mutua y generalizada de los individuos recíprocamente indiferentes
constituye su nexo social” (Marx, 1989, 84, t. 1). Una dependencia que,
por otra parte, “se expresa en la necesidad permanente del cambio y en
el valor de cambio como mediador generalizado” (idem, p. 83). Esto es,
cada individuo debe producir valor de cambio (dinero) para satisfacer
sus necesidades. Por eso, el valor de cambio es expresión necesaria de
la relación social entre productores. Éste es el fundamento último de la
afirmación que hicimos en el anterior apartado, acerca de la naturaleza
social del valor de cambio (o precio), y su diferencia con el valor de uso. Es también el fundamento de por qué el precio se explica a partir de catergorías sociales (como veremos, a partir de una actividad socialmente determinada) y no puede explicarse desde lo subjetivo, o desde los deseos y preferencias del átomo-individuo, como pretende la teoría de la utilidad.
Es desde este punto de
vista, opuesto al individualismo metodológico, que Marx también critica
una de las ideas centrales de la teoría austriaca del valor y más en
general, de toda la apologética burguesa de la sociedad mercantil. Según
ésta, en el mercado “cada uno persigue su interés privado y sólo su
interés privado, y de ese modo, sin saberlo, sirve al interés privado de
todos, es decir, al interés general” (idem, p. 83). Marx observa que de
aquí se puede derivar un escenario de guerra de todos contra todos,
pero sin embargo, hay “un punto verdadero”, que es al mismo tiempo una
negación del principio del individualismo: “El punto verdadero está
sobre todo en que el propio interés privado es ya un interés socialmente
determinado y puede alcanzársele solamente en el ámbito de las
condiciones que fija la sociedad y con los medios que ella ofrece… Se
trata del interés de los particulares; pero su contenido, así como la
forma y los medios de su realización están dados por las condiciones
sociales independientes de todos” (idem, p. 84). En este sistema deberá
entonces encontrarse un principio que regule esta relación social
mediada por mercancías que se intercambian en determinada proporción
cuantitativa (véase más abajo).
En base a lo desarrollado hasta aquí puede entenderse por qué valor de uso y valor de cambio son fenómenos de distinto orden.
El valor de uso entra en el ámbito de lo subjetivo, el valor de cambio
en la esfera de lo objetivo. Las utilidades son distintas para cada
interviniente en el mercado, y no hay fuerza que las haga converger. Los
precios (o valores de cambio) son iguales para todos los que
intervienen en un mercado, en un momento determinado. La utilidad no
tiene una determinación cuantitativa precisa (aunque hasta cierto punto
se pueden ordenar las utilidades, razonando en el margen, o dada una
restricción presupuestaria). El precio no puede no estar definido
cuantitativamente.
Exploremos más a fondo
estas diferencias entre valor de uso y valor de cambio a partir de un
ejemplo inspirado en un pasaje del capítulo 4 de El Capital.
Supongamos que los productores, A y B, intercambian los bienes X e Y,
valuados en $100 cada uno. Los intercambian porque para cada uno el bien
que entrega tiene menos utilidad que el bien que recibe. Más aún, en la
medida en que se ha profundizado la división social del trabajo y la
especialización, los bienes tienen prácticamente un valor de uso nulo, o
casi nulo, para quien lo ha producido. Por lo tanto, y aunque no
podamos cuantificarlo, podemos decir que una vez efectuado el
intercambio tanto A como B, han ganado en utilidad. Ésta es la base del intercambio, como explica Marx reiteradas veces.
Sin embargo, desde el
punto de vista del valor, ninguno ha ganado. A, que poseía X, valuado en
$100, luego del intercambio posee Y, también valuado en $100. Lo mismo
sucede con B. Ambos ganaron en utilidad, pero no en valor. Pero si esto
es así, la utilidad no puede ser valor. Y aquí es donde a Rothbard, y al
resto de los teóricos del valor utilidad, se les presenta un problema
insoluble, porque deben demostrar que la utilidad es valor. Este
sencillísimo ejemplo desbarata el intento. Las ganancias en utilidad de A
y B no dicen nada acerca del valor de X e Y. Por eso, no hay forma de establecer relación cuantitativa alguna entre utilidad y precio. Los
precios de X e Y permanecen invariables, a pesar de las ganancias en
utilidad, que además son disímiles, y apenas comparables (Robbins diría
que incomparables). ¿Cómo puede ser que las utilidades expliquen
entonces la determinación cuantitativa que se expresa en el intercambio,
esto es, los precios? ¿Cómo pueden explicar las utilidades el hecho de
que X e Y se hayan intercambiado en la proporción exacta de 1:1? Ésta es
una pregunta clave que el teórico de la utilidad no puede responder.
Ley económica y medida
El paso analítico que
sigue es determinar si existe alguna ley que rija la proporción
cuantitativa en que se intercambian los bienes. Lo que equivale a
encontrar una ley que regule la relación social establecida entre los
productores.
La pregunta por esta ley
parte de una constatación empírica: las mercancías tienden a
intercambiarse en determinadas proporciones cuantitativas, al margen de
oscilaciones más o menos aleatorias. Esto es, los precios observados
oscilan en torno a “centros de gravitación” o “atractores”, que se hacen
visibles cuando los intercambios son repetidos y muchos productores
producen para el mercado. Aparece entonces la determinación estadística,
o de los grandes números. Si volvemos al ejemplo del vendedor
monopólico de botellas de agua en el desierto, allí no es posible
detectar los “centros de gravitación”; no hay atractor del precio del
mercado porque éste depende totalmente del capricho o intensidad del
deseo. Lo mismo sucede si la producción es ocasional. En cambio, si los
intercambios son repetidos por muchos compradores y vendedores, aparecen
los “centros de gravitación” de los precios de mercado, centros que se
imponen a los productores “como si fuera una ley natural reguladora”
(Marx). Aquí el adjetivo “natural” no quiere significar que se trate de
una ley de la naturaleza, sino de una ley objetiva, que los productores
no dominan. Esa ley debe explicar por qué los precios de mercado (esto
es, agitados por las oscilaciones de la oferta y la demanda) se mueven
como si fueran atraídos, durante períodos más o menos largos de tiempo,
hacia relaciones cuantitativas determinadas.
Nuevamente, en este punto
se ponen de manifiesto los distintos puntos de vista de la teoría del
valor trabajo de Marx, y de la teoría del valor utilidad. Esta última se
limita a afirmar que los precios constituyen la expresión de
valoraciones subjetivas, sin poder avanzar más allá, hacia alguna forma
de determinación sistemática. O sea, se queda en el registro empírico de
los precios existentes, ya que jamás nadie pudo establecer alguna
relación más o menos sistemática entre evoluciones de preferencias y
precios; ni siquiera correlaciones (que como sabemos, tampoco conforman
una teoría). Por eso Pareto decía que dada la multiplicidad de las tasas
de cambio la construcción de una teoría del valor era imposible. O, en
las palabras de un analista de mercado: “La simple verdad es que todos
los bienes que se pueden comercializar valen lo que el próximo individuo
quiera pagar por ellos. No hay una medida objetiva de caro o barato”
(tomado de la página web de Bloomberg). Expresiones semejantes se
vertieron en el curso del debate con Cachanosky. Pero si esto es así,
sólo queda aceptar la diversidad, tal como aparece en la superficie del
fenómeno, y limitarse a decir que “cada precio reflejó la preferencia
del consumidor”.
En la teoría de Marx, en
cambio, hay un progreso desde el fenómeno tal como aparece -las
mercancías se intercambian en las más diversas proporciones- hacia el
principio regulador. Esta progresión la encontramos en las primeras
páginas de El Capital. Marx comienza diciendo que, en una primera
mirada, las mercancías parecen intercambiarse “sin orden ni concierto”.
En términos del pensamiento dialéctico (la influencia de Hegel es
indudable en esta exposición) estamos en el reino de la diferencia, y
parece imposible encontrar alguna identidad. Aquí se detienen los
economistas “a lo Pareto o analista de Bloomberg”. Sin embargo, el
pensamiento que profundiza no puede quedarse en la epidermis de la cosa.
Apenas examinamos la cuestión encontramos que las mercancías X e Y se
intercambian en cierta proporción. Esta proporción, que se repite, nos
muestra el camino de salida de lo contingente (adonde nos dejaba el
ejemplo del desierto y la botella de agua). Como Hegel explica en la Lógica,
en la misma razón entre cantidades se apunta a un subsistente por
debajo de la variación cuantitativa. Si, por caso, la relación
cuantitativa entre X e Y es 5 X/Y, los dos cuantos están relacionados
por la proporción 5:1; proporción que se mantiene cuando el intercambio
es 10/2 o 20/4, etcétera. Este simple hecho evidencia que hay un eje
ordenador interno; si éste no existiera, las relaciones cuantitativas
serían arbitrarias al variar los valores absolutos de las cantidades
intercambiadas (situación que ocurre en la indeterminación en que nos
deja la tesis “los precios relativos solo expresan preferencias”).
De manera que si
encontramos la permanencia de la razón en que se intercambian las
mercancías, estamos entrando en la esfera de lo determinado. En esa
razón emerge una determinación interna, la medida, que es la unidad de la cantidad y la cualidad (véase Ciencia de la Lógica).
En otros términos, hay que pasar de los cuantos empíricos (los precios
tal como se registran) a “una forma general de determinaciones
cuantitativas, de manera que ellos se conviertan en momentos de una ley
o de una medida” (Doz, 1970, p. 45, comentando el concepto de medida de
Hegel). La medida debe entenderse como proporción; X e Y se
intercambian en cierta proporción, y si hay proporción hay ley interna.
Entonces, si hay ley reguladora, lo contingente juega un rol
subordinado. Lo cual explica por qué X e Y a veces se pueden
intercambiar en proporción 5,1 o 5,2 o 5 o 4,8, o 4,95… pero no en
proporción 1000 : 1. Los órdenes de variación están determinados por la
ley interna. Y éste es el punto de partida para que haya ciencia.
A su vez, para que la
relación cuantitativa, o proporción, pueda ser determinada por una ley,
es necesario una unidad común, que tenga existencia propia. De esa
manera la relación cuantitativa es en lo esencial un exponente, entre
otros muchas proporciones cuantitativas, de esa unidad (véase Doz, pp.
59 y ss). Es lo que explico en la siguiente parte de esta nota.
Textos citados
Doz, A. (1970): Hegel. La théorie de la mesure, París, Presses Universitaires de France.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.
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Fuente:Rolando Astarita
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