Se trata de un tema incómodo.
Un asunto que nadie quiere afrontar y que provoca respuestas automáticas, cargadas de miedo y sentimientos de culpabilidad, fruto de la programación mental a la que todos estamos sometidos.
Y es que éste, no es un tema nada fácil de abordar.
Exige valentía y una mente abierta para enfrentarnos a cosas que no queremos ver y que nos sitúan frente al espejo…
PONGAMOS LAS COSAS EN SU LUGAR
Nos guste o no, la naturaleza está repleta de violencia.
El león devora a la gacela, el gorila dominante del grupo reprime duramente a los machos aspirantes, el mosquito agujerea nuestra piel y la vaca arranca y mastica la hierba a su paso.
Todo ello son acciones violentas que implican el uso de la fuerza contra la voluntad de otro organismo.
Todo ello implica causar dolor a otros seres vivos por conveniencia propia.
Así es la naturaleza en estado puro.
Por esa razón, cuando alguien “condena la violencia”, o dice que “la violencia no conduce a ninguna parte”, simplemente está haciendo el ridículo.
Condenar la violencia es como condenar la ley de la gravedad. (y podríamos hacerlo: al fin y al cabo, la ley de la gravedad ha matado a muchas personas buenas e inocentes que no habían hecho daño a nadie)
Lo miremos por donde lo miremos, condenar la violencia como concepto es caer en el absurdo más sonrojante.
Ciertamente, la mayoría de nosotros no querríamos que las cosas fueran así, empezando por quien escribe estas palabras.
Preferiría vivir en un mundo donde los intercambios biológicos de materia y energía o las dinámicas de poder o defensa del territorio fueran muy diferentes. Un universo espiritual en el que los seres vivos no se perjudicaran entre sí y en el que intercambiasen energía y materia de forma placentera, formando una red simbiótica y armónica perfectamente equilibrada, donde jamás hicieran acto de presencia ni el dolor ni la muerte.
Pero si eso existe, debe ser en otra dimensión o en otro universo.
Aquí y en este planeta, reina el intercambio violento y doloroso de energía y materia.
Y no podemos cerrar los ojos a estas dinámicas naturales.
Como decíamos en anteriores artículos, es como estar encerrado en una habitación con un lobo hambriento. No te servirá de nada hablarle de “pacifismo” y decirle que “la violencia no lleva a ninguna parte”.
En estas circunstancias, el que está fuera de lugar eres tú, no el lobo.
Eres tú el que debe adaptarse a las circunstancias del momento.
Los conceptos de “pacifismo”, “convivencia” o “moralidad” son abstracciones que solo viven en el interior de tu cabeza.
El lobo no los necesita. Tiene hambre y fuerza. Punto final.
Pero en todo caso tranquilo, si lo deseas puedes seguir siendo “pacifista”…mientras te arranque la carne a mordiscos y triture tus tendones, siempre podrás pensar en Gandhi, Jesucristo y la Madre Teresa de Calcuta. Eso no te lo quita nadie…
Violencia y manipulación
Lo difícil de asumir, en definitiva, es que la violencia, en sí misma, no es ni buena ni mala y que calificarla de una u otra manera, depende de valoraciones abstractas inventadas por nosotros mismos.
Todo esto puede parecer muy obvio, pero en realidad determina todos los aspectos alrededor de este tema.
Porque el Sistema ha sustituido el concepto natural de violencia que todos llevamos instintivamente arraigado a nivel biológico por un nuevo concepto abstracto y distorsionado de “violencia”, creado ex-profeso con el fin de impedir que los individuos recurran a su instinto violento como medio de autodefensa ante la agresión.
Es como si el lobo de la habitación, al ver que agarramos un garrote para defendernos, se nos acercara, lentamente, y nos dijera con voz suave: “la violencia es mala y no lleva a ninguna parte…¿no te da vergüenza?”
EL CONTROL DE LAS DEFINICIONES
Quien domina las definiciones, domina el mundo.
Porque quien controla las definiciones, controla las mentes y controla las creencias de la sociedad.
Controlar las definiciones significa manipular los conceptos, el nombre que se les asigna, su sentido, sus límites y ante todo, los valores que se les asocian.
Y una vez hecho eso, obligar a los demás a acatarlos como si fueran la única verdad posible y aceptable.
En eso consiste el ejercicio del poder.
Y el caso de la violencia es un claro exponente de ello.
La violencia siempre es justificable
Esto es algo que mucha gente se niega a comprender, a pesar de que la historia está repleta de ejemplos que lo demuestran.
Todas las guerras y actos violentos, sean los que sean, han sido debidamente justificados por ambos bandos en su momento.
Los Romanos extendieron su Imperio a través de la violencia, pero lo justificaron bajo el pretexto de la civilización, el progreso y la pacificación.
Alejandro Magno extendió su imperio de forma violenta, luchando contra la maldad inherente del Imperio Persa y buscando unificar el mundo conocido bajo las bondades de la Civilización Helénica.
El Comunismo extendió sus dominios de forma violenta luchando por los derechos del proletariado y contra la opresión capitalista, mientras el Imperio Americano ha justificado todo tipo de guerras, crímenes y saqueos con el subterfugio de extender la libertad y la democracia.
Y es que encontraremos este tipo de justificaciones en todos los casos habidos y por haber, desde el imperio más grande hasta el grupúsculo armado más pequeño.
Y eso nos arroja una conclusión: la violencia se cataloga de justificable o injustificable dependiendo del bando elegido en cada ocasión.
En consecuencia, queda claro que el bando ganador o dominante, es decir, el que tenga más poder, siempre encontrará plena justificación a su actitud violenta, hasta convertirla en algo legítimo y denostará la violencia del que se le oponga, catalogándola de actitud criminal e ilegal.
Este es el gran truco del macho alfa
Fue un gran salto intelectual, sin lugar a dudas.
Un día, el macho alfa descubrió que quién domina las definiciones domina la manada. Y para conservar su poder, cambió el significado de las palabras a su conveniencia.
Su actitud violenta pasó a ser llamada “la ley” y la justificó calificándola de “defensa legítima del orden y el bien común”; y en contraposición, tildó la actitud violenta de todo aquél que se le opusiera de “violencia injustificada”.
Una vez establecidas estas definiciones, solo tuvo que inculcar por la fuerza a los demás miembros del grupo que “la violencia es algo malo” para conseguir que cualquiera que se le opusiera, recibiera el rechazo unánime de la mayoría.
Y no solo eso: con el paso del tiempo y gracias a la criminalización del concepto “violencia”, cualquier miembro del grupo acabaría desarrollando un fuerte sentimiento de culpa cada vez que se planteara actuar usando la fuerza.
Una jugada perfecta que derivó en lo que todos conocemos: el monopolio de la violencia del Estado.
Lo vemos cada día en los medios
Este truco lo vemos reflejado diariamente en los grandes medios de comunicación y más específicamente expresado cuando se producen disturbios en las manifestaciones.
Fijémonos en las palabras utilizadas por los periodistas, un auténtico manual de la manipulación del lenguaje y de la mente del espectador.
A los manifestantes que actúan violentamente, los periodistas los llaman “los violentos”.
Se trata de un truco maravilloso, porque al llamarlos así, implícitamente se está dando a entender que los únicos que usan la violencia son los manifestantes.
Sin embargo, cuando un policía dispara balas de goma o golpea con una porra también está utilizando la violencia, exactamente igual que un manifestante que arroja piedras o un cóctel Molotov.
La verdad es que ambos bandos utilizan la violencia para alcanzar objetivos diferentes.
Catalogar solo a uno de los dos bandos de “violento” es manipular el lenguaje y a los espectadores intencionadamente (algo que por otro lado, no debería extrañarnos, pues hace tiempo que la manipulación social es el único cometido del periodismo)
De la misma manera, cuando en una manifestación se habla de “los encapuchados”, se vuelve a recurrir al mismo tipo de manipulación.
Los manifestantes que actúan violentamente ocultan su identidad con el fin de no ser identificados, salvaguardar su seguridad y evitar represalias posteriores de las autoridades.
Exactamente lo mismo que hacen los agentes antidisturbios: actúan violentamente y ocultan su identidad con el fin de salvaguardarse de represalias posteriores por parte de la población.
Ambos bandos recurren a medios violentos. Ambos bandos ocultan su identidad. Sin embargo, solo uno de ellos es calificado de “violento” o “encapuchado”.
¿Por qué sucede eso? Porque solo uno de los dos bandos tiene el poder suficiente para dominar las definiciones.
Así de simple.
Si mañana estallara una revolución y los que ahora son tildados de “violentos” alcanzaran el poder, ¿alguien duda de que a partir de ese momento, todos sus actos anteriores serían “justificados” y “legítimos”?
Por lo tanto, la violencia, sea del tipo que sea, siempre es justificable…solo hace falta ganar la contienda e imponer por la fuerza los códigos necesarios de programación mental al resto de la sociedad.
Un último ejemplo de esto lo vemos de nuevo en los medios de comunicación.
Cuando los periodistas, los contertulios o los políticos instan a condenar un determinado “acto violento”, en realidad no están ejerciendo un acto de defensa de la moralidad y la convivencia social, como quieren hacernos creer.
En realidad, están realizando una amenaza, a través de un sutil mecanismo represivo.
En ese momento, ejercen de portavoces del “macho alfa” que te está diciendo: “si no condenas la violencia, te calificaré de ‘violento’ y pondré al resto de la manada en tu contra…”
Y eso no tiene nada que ver con la moralidad o la convivencia social.
Es un ejercicio puro y duro de poder.
La respuesta inconsciente
Llegados aquí, es posible que muchos de vosotros os estéis removiendo incómodos en vuestros asientos, pensando, erróneamente, que este artículo justifica la violencia.
De hecho, más que interpretarlo así, querréis interpretarlo así.
En muchos casos se habrá disparado en vuestras mentes, de forma inconsciente, un mecanismo automático de respuesta y rechazo, fruto de la programación recibida.
En vuestro cerebro se encenderá algo parecido a un cartel luminoso con el mensaje “violencia no” mientras desfilan ante vuestros ojos y con actitud reprobatoria los grandes pacifistas de la historia: Jesucristo, John Lennon, Gandhi, Martin Luther King o Nelson Mandela.
Incluso es posible que algunos de los lectores, penséis que quien escribe estas lineas es una persona amante de la violencia extrema, que escribe los artículos con un pasamontañas y una pistola en la cintura.
Pero este artículo pretende ir un poco más allá de visiones tan simplistas y limitadas.
Quien lo haya sabido leer, habrá visto que en el artículo no nos hemos puesto ni a favor ni en contra de los actos violentos en las manifestaciones, ni a favor ni en contra de las acciones de los antidisturbios, ni de los grupos terroristas, ni de los ejércitos, ni de los imperios que cíclicamente han conquistado el mundo.
Este escrito no está ni a favor ni en contra de la violencia.
Simplemente, trata de observarla desde la distancia, aunque sea superficialmente, como el fenómeno que es.
Las cosas no son tan fáciles
Sabemos cuáles son las maldades de la violencia y sus terribles peligros.
Sabemos que la violencia imposibilita el uso de la razón y que en la mayoría de casos se convierte en una herramienta de manipulación de las masas, pues utiliza los más bajos instintos del ser humano, convirtiendo a las personas en bestias incapaces de sentir empatía y razonar.
Sabemos que la violencia genera más violencia, pues es un mecanismo que se retroalimenta, causando solo destrucción y dolor físico y psicológico.
Pero también sabemos que no responder a la violencia, también puede generar más violencia, pues siempre, en todos los casos, no presentar una oposición firme sirve de acicate para perpetuar el abuso.
Es el gran drama que estamos viviendo.
Todos sabemos lo que significa el pacifismo real y la no-violencia: una conquista de nuestro intelecto superior, una brillante muestra de nuestra evolución como seres humanos.
Un tesoro al que no podemos ni debemos renunciar, pues contiene en su interior, el germen de un nuevo mundo y de una nueva humanidad.
Pero las cosas no son tan fáciles…al lobo no le venceremos con pacifismo, aunque muchos, ingenuamente (o malintencionadamente), nos quieran hacer creer que sí.
Ser pacífico no tiene ningún valor si se acaba convirtiendo en una herramienta de subyugación y sumisión al poder de los depredadores.
Y es que este ha sido el gran truco del lobo.
Nos ha hecho creer que las ovejas son pacíficas.
Cuando en realidad, lo que son, es cobardes.
Fuente:Gazzetta del Apocalipsis
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