Hablábamos hace poco de cómo el discurso y la idea de la regeneración democrática
se está abriendo paso en la “política oficial” como vía de solución ante una
situación cada vez más insostenible, debido al progresivo aumento de la protesta
social y a la absoluta falta de escrúpulos con que los políticos actúan. Del
mismo modo, nos encontramos con la misma tesitura en el lado de aquellos que se
sitúan en una posición crítica con el sistema (esta afirmación es algo muy
discutible y hasta poco creíble en muchos casos, pero esto debería ser objeto
de otra reflexión).
La diferencia entre la unión como resultado de un proceso (por la que apostamos desde estas líneas) y la unión como imposición (la que se nos propone desde las diferentes organizaciones señaladas por el sistema como líderes naturales de la protesta social), es la diferencia entre la unión para construir alternativas donde palabras como dominación, competencia, explotación, poder, acumulación, crecimiento,… carezcan de sentido y la unión para exigir que el capitalismo afloje la soga con la que nos ahoga y sea un poquito benevolente con el pueblo.
Fuente:Quebrantando el silencio
En este caso, nos referimos al discurso de la necesidad de
unirnos frente a las actuales agresiones que sufrimos la inmensa mayoría de las
personas. Sin duda, este discurso se basa en la idea de la correlación de
fuerzas (ya que parte de la base de que protestas suficientemente numerosas
pueden hacer cambiar el curso de los acontecimientos y de las decisiones
políticas) y asienta su potencial en la percepción, más que palpable, de que
hay muchísima gente que cree firmemente en la necesidad de cambiar, aunque de
una manera muy difusa y con poca concreción en las ideas. Lo cierto es que cada
día hay más gente que lo pasa realmente mal (esto visto siempre desde nuestra
óptica occidental por supuesto, porque esta realidad ha estado y está muy
presente a lo largo y ancho del planeta) para cubrir sus necesidades más
básicas y es, precisamente, en esa necesidad donde se apoya el discurso
unitario para cobrar fuerza.
Sin embargo, al igual que sucede con lo de la regeneración
democrática, este discurso plantea serias dudas, por no decir que no es más que
la última invención de aquellos sectores que se autoconsideran líderes de la
protesta y sienten su liderazgo cuestionado y amenazado ante la toma de conciencia
de muchas personas que, hasta la fecha, aceptaban plácidamente el orden
establecido (incluido este liderazgo) sin ningún cuestionamiento.
En primer lugar, se apela al discurso unitario desde la
perspectiva de la protesta puntual, siempre encaminada a decir no a algo, siempre
naciendo de la pérdida concreta de alguna cuestión preferiblemente material que
limita esa unión en el tiempo ya que o se consigue la demanda o se abandona por
desgaste. Jamás se dirige el discurso unitario hacia la construcción de
alternativas, hacia la lucha por otros modelos sociales, por otros modelos
relacionales entre personas (de ser así, rápidamente se vería la falta de
contenido de la propuesta puesto que, como decimos, nace de la necesidad de unos
de saberse líderes y de la necesidad material de los otros, no de la conciencia
social y política lo cual impide dotar de contenido a estas uniones). Esto se
debe a que este discurso no se basa en dinámicas de construcción horizontal
donde todo el mundo participa y decide sino que viene determinado por
imposiciones verticales. Son las cabezas visibles, las cúpulas dirigentes las
que aprovechan el malestar general para lanzar este mensaje con el fin último
de proteger su posición. A partir de ahí, utilizan toda la maquinaria a su
alcance (que no es poca gracias como siempre al impulso dado desde el Estado)
tanto a nivel humano, utilizando a todos los peones de los que disponen que
acatan con fe ciega el planteamiento sin necesidad de cuestionarlo, así como
los canales de comunicación a los que tienen acceso. Hábilmente se utiliza esta
forma de hacer para dejar claro que todo el que cuestione este discurso se
convierte en boicoteador y en colaborador necesario del sistema (la vieja
táctica de acusar al otro de lo que realmente es uno). Se basa en apelar a la difícil
situación general por la que atraviesa la sociedad para conseguir beneficios
específicos que normalmente no conducen más que a una mejoría pasajera en el
mejor de los casos que nunca se convierte en solución de nada sino más bien en
un parche que hace más dura la caída siguiente (curiosamente es la misma manera
de funcionar de los partidos políticos, ¿será una coincidencia?).
Dejemos clara una cuestión. El llamamiento a la unidad nace
desde posiciones sin ánimo transformador, nace de organizaciones que no
cuestionan el modelo vigente (a lo sumo les gustaría cambiar el modelo de
capitalismo privado por uno de capitalismo estatal) tan sólo con la intención
de liderar una protesta tan desgastadora y desgastada como estéril, de señalar
y estigmatizar todo movimiento autónomo que, acertadamente o no, decide iniciar
un camino de construcción de alternativas al margen de los conductos oficiales
de protesta. Nace con el consentimiento y la protección del poder, ya que para
sus intereses no hay nada más positivo que una protesta controlada y dirigida
por aquellos a los que ha designado como líderes sociales.
La unión que se busca y se proclama como solución se basa en
el seguidismo, en el no cuestionamiento, en la aceptación del liderazgo y su
discurso, en la masa difusa. Es la triste solución de hacer que todo el mundo
se movilice para hacer una operación de maquillaje sistémico y que nada cambie.
De paso se consigue otro objetivo no menos deseado, que la protesta se diluya. En
definitiva, esa unión es totalmente contraria al proceso del pensamiento crítico
absolutamente imprescindible para iniciar una verdadera respuesta
transformadora. Este tipo de discurso unitario carente de alma facilita el
agotamiento de toda aquella gente que, de buena fe, decide seguirlo porque ve
una manera de colaborar en el cambio y, a la vez, ejerce una influencia
negativa sobre todos aquellos que todavía no han dado el paso de lanzarse a la
protesta, porque ven que el camino emprendido bajo la bandera de la unión no
conduce a ninguna parte ya que no lucha por ningún cambio global que realmente
pueda hacer que sus vidas den un giro radical para mejor.
A pesar de todo lo dicho, la unión es absolutamente
imprescindible pero sólo como resultado de un proceso horizontal de
construcción, como el resultado natural de la creación previa de un tejido
social que nos una como seres humanos y no como autómatas. Esta es la unión que
teme el poder, la que nace de la conciencia de que no hay marcha atrás y que
este sistema de dominación capitalista debe acabar y con él todos los
mecanismos y los espacios de poder.
La diferencia entre la unión como resultado de un proceso (por la que apostamos desde estas líneas) y la unión como imposición (la que se nos propone desde las diferentes organizaciones señaladas por el sistema como líderes naturales de la protesta social), es la diferencia entre la unión para construir alternativas donde palabras como dominación, competencia, explotación, poder, acumulación, crecimiento,… carezcan de sentido y la unión para exigir que el capitalismo afloje la soga con la que nos ahoga y sea un poquito benevolente con el pueblo.
Fuente:Quebrantando el silencio
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