miércoles, 20 de marzo de 2013

EL DOGMATISMO ANTICAPITALISTA

En ocasiones anteriores hemos hablado de los diferentes sistemas de dominación y adoctrinamiento que usa el poder y que dan, como uno de los principales resultados, una masa de personas (ciudadanos como les gusta que nos llamemos) acríticas con una nula capacidad para cuestionar los grandes dogmas del sistema capitalista.
Sin embargo, esta vez me gustaría hablar de cómo esos mismos mecanismos (a menor escala pero con resultados más que aceptables) se reproducen en muchos movimientos o colectivos llamados anticapitalistas. No dejando esto de ser una opinión personal basada en la propia experiencia y sin intención de generalizar, no puedo dejar de pensar que esto no es una situación tan excepcional.

Teniendo en cuenta que la crítica a esos mecanismos forma, o debería formar, parte del núcleo de la crítica al capitalismo y a, por extensión, cualquier sistema basado en la dominación; creo sinceramente que es algo sobre lo que deberíamos reflexionar ya que la situación a la que nos enfrentamos todas las personas que creemos en la necesidad de un cambio social requiere de una respuesta profunda donde no podemos olvidar combatir y destruir estos mecanismos que nos llevan una y otra vez a repetir errores pasados.

Así de manera más o menos formalizada nos encontramos con un choque frontal entre las críticas al sistema y la práctica cotidiana de los espacios alternativos.

Uno de los primeros aspectos con los que nos encontramos en este choque son unas estructuras verticalizadas de manera formal que, a menudo, repiten los mecanismos de filtrado y depuración dentro de la estructura que llevan irremediablemente al servilismo y al seguidismo acrítico para poder subir en el escalafón a la caza del poder para imponer la propia visión dentro del colectivo.

Incluso en espacios formalmente horizontales se produce esta verticalización a través de los liderazgos encubiertos que se ejercen (consciente o inconscientemente, pero se ejercen) y que en numerosas ocasiones enmascaran como consensos lo que no son más que los deseos personales de personas carismáticas que participan en esa asamblea. En ambos casos, se ve truncada la aspiración de la participación de todos en la toma de decisiones bien sea por imposibilidad, bien sea por falta de empuje y/o capacidad de argumentar.

Otro aspecto con el que nos encontramos, sobre todo, la gente que hemos decidido no hace mucho dejar de lado las convenciones sociales y adentrarnos en la lucha social es con un cuerpo doctrinario (socialista, libertario,…) prácticamente incuestionable y, por supuesto, de obligada aceptación inmediata so pena de ser tachado de pequeñoburgués o reformista con aspiraciones.

Así pues, nos encontramos con que se nos llena la boca hablando de la necesidad de un pensamiento crítico para construir una alternativa anticapitalista; pero luego es imposible aplicar ese mismo pensamiento para analizar los dogmas revolucionarios. Esto lleva irremediablemente a una lucha de matices que imposibilita la aparición de cualquier alternativa basada en las aportaciones y el desarrollo del pensamiento colectivo.

Otro gran bloque de contradicciones al que nos enfrentamos es todo lo que se refiere a las formas de acción y lucha y las consecuencias que acarrea. Tenemos claro que el poder puede cambiar mil veces de cara para que nada cambie y que tiene una capacidad inaudita para asimilar todos los movimientos de protesta que intuye que mínimamente puede inquietarle. También damos por sentado que en su afán acumulativo de poder y dominación se reinventa a cada paso.

Frente a estas creencias, seguimos repitiendo nuestras respuestas esperando que cambien los resultados no se sabe bien por qué razón. Al final, esta dinámica de repetición y esterilidad en la lucha hace que la propia acción se convierta en el fin; en lugar de ser el medio para conseguirlo. Esta situación nos lleva irremediablemente a acatar los criterios capitalistas de medición del éxito y acabamos alegrándonos si nuestra organización consigue “sacar” cierto número de personas a la calle auto-convenciéndonos de que esto es el principio de la revolución soñada.

Por supuesto, consecuencia directa de todo esto es la aceptación de un concepto tan capitalista como la competitividad a la hora de analizar estos supuestos éxitos de movilización. Nos vanagloriamos de convocar a más gente que no se qué otra organización y, de paso, tratamos como borregos a todas las personas que salen a la calle convencidas de su contribución a la lucha. Así damos un paso al frente y pasamos a considerar a la organización lo primero y más importante y fundamos, extraoficialmente, nuestro propio gueto, cuyo máximo objetivo pasa a ser el convertirse en la organización más anticapitalista de todas (rozando en ocasiones la locura narcisista con el rollo ese de ser los más puros). Al final, esta dinámica nos lleva a la lucha de egos (por no decir gallitos/as) y a olvidar que nosotros solos no vamos a ninguna parte, que el cambio o lo hacemos entre todas las personas o no lo haremos.


Mientras todas estas dinámicas se repiten una y otra vez, el poder se regocija abiertamente de cualquier esfuerzo de contestación. O empezamos a convencer a través del ejemplo o cada uno a su local a dirigir su pequeño corral y fardar de ello con los colegas.
 

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