En
ocasiones anteriores hemos hablado de los diferentes sistemas de dominación y
adoctrinamiento que usa el poder y que dan, como uno de los principales
resultados, una masa de personas (ciudadanos como les gusta que nos llamemos)
acríticas con una nula capacidad para cuestionar los grandes dogmas del sistema
capitalista.
Sin
embargo, esta vez me gustaría hablar de cómo esos mismos mecanismos (a menor
escala pero con resultados más que aceptables) se reproducen en muchos movimientos
o colectivos llamados anticapitalistas. No dejando esto de ser una opinión
personal basada en la propia experiencia y sin intención de generalizar, no
puedo dejar de pensar que esto no es una situación tan excepcional.
Teniendo
en cuenta que la crítica a esos mecanismos forma, o debería formar, parte del
núcleo de la crítica al capitalismo y a, por extensión, cualquier sistema
basado en la dominación; creo sinceramente que es algo sobre lo que deberíamos
reflexionar ya que la situación a la que nos
enfrentamos todas las personas que creemos en la necesidad de un cambio social
requiere de una respuesta profunda donde no podemos olvidar combatir y destruir
estos mecanismos que nos llevan una y otra vez a repetir errores pasados.
Así
de manera más o menos formalizada nos encontramos con un choque frontal entre
las críticas al sistema y la práctica cotidiana de los espacios alternativos.
Uno
de los primeros aspectos con los que nos encontramos en este choque son unas
estructuras verticalizadas de manera formal que, a menudo, repiten los
mecanismos de filtrado y depuración dentro de la estructura que llevan
irremediablemente al servilismo y al seguidismo acrítico para poder subir en el
escalafón a la caza del poder para imponer la propia visión dentro del
colectivo.
Incluso
en espacios formalmente horizontales se produce esta verticalización a través
de los liderazgos encubiertos que se ejercen (consciente o inconscientemente,
pero se ejercen) y que en numerosas ocasiones enmascaran como consensos lo que
no son más que los deseos personales de personas carismáticas que participan en
esa asamblea. En ambos casos, se ve truncada la aspiración de la participación
de todos en la toma de decisiones bien sea por imposibilidad, bien sea por
falta de empuje y/o capacidad de argumentar.
Otro
aspecto con el que nos encontramos, sobre todo, la gente que hemos decidido no
hace mucho dejar de lado las convenciones sociales y adentrarnos en la lucha
social es con un cuerpo doctrinario (socialista, libertario,…) prácticamente
incuestionable y, por supuesto, de obligada aceptación inmediata so pena de ser
tachado de pequeñoburgués o reformista con aspiraciones.
Así
pues, nos encontramos con que se nos llena la boca hablando de la necesidad de
un pensamiento crítico para construir una alternativa anticapitalista; pero
luego es imposible aplicar ese mismo pensamiento para analizar los dogmas
revolucionarios. Esto lleva irremediablemente a una lucha de matices que
imposibilita la aparición de cualquier alternativa basada en las aportaciones y
el desarrollo del pensamiento colectivo.
Otro
gran bloque de contradicciones al que nos enfrentamos es todo lo que se refiere
a las formas de acción y lucha y las consecuencias que acarrea. Tenemos claro
que el poder puede cambiar mil veces de cara para que nada cambie y que tiene
una capacidad inaudita para asimilar todos los movimientos de protesta que
intuye que mínimamente puede inquietarle. También damos por sentado que en su
afán acumulativo de poder y dominación se reinventa a cada paso.
Frente
a estas creencias, seguimos repitiendo nuestras respuestas esperando que
cambien los resultados no se sabe bien por qué razón. Al final, esta dinámica
de repetición y esterilidad en la lucha hace que la propia acción se convierta
en el fin; en lugar de ser el medio para conseguirlo. Esta situación nos lleva
irremediablemente a acatar los criterios capitalistas de medición del éxito y
acabamos alegrándonos si nuestra organización consigue “sacar” cierto número de
personas a la calle auto-convenciéndonos de que esto es el principio de la
revolución soñada.
Por
supuesto, consecuencia directa de todo esto es la aceptación de un concepto tan
capitalista como la competitividad a la hora de analizar estos supuestos éxitos
de movilización. Nos vanagloriamos de convocar a más gente que no se qué otra
organización y, de paso, tratamos como borregos a todas las personas que salen
a la calle convencidas de su contribución a la lucha. Así damos un paso al
frente y pasamos a considerar a la organización lo primero y más importante y
fundamos, extraoficialmente, nuestro propio gueto, cuyo máximo objetivo pasa a
ser el convertirse en la organización más anticapitalista de todas (rozando en
ocasiones la locura narcisista con el rollo ese de ser los más puros). Al
final, esta dinámica nos lleva a la lucha de egos (por no decir gallitos/as) y
a olvidar que nosotros solos no vamos a ninguna parte, que el cambio o lo
hacemos entre todas las personas o no lo haremos.
Mientras
todas estas dinámicas se repiten una y otra vez, el poder se regocija
abiertamente de cualquier esfuerzo de contestación. O empezamos a convencer a
través del ejemplo o cada uno a su local a dirigir su pequeño corral y fardar
de ello con los colegas.
Fuente:Quebrantando el silencio
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