Hoy día, el gobierno, compuesto de  propietarios y de gentes puestas a su servicio,hállase del todo a  disposición de los propietarios, hasta el punto de que los más ricos  llegan hasta a desdeñar el formar parte de él. Rothschild no tiene  necesidad ni de ser diputado ni de ser ministro; le basta simplemente  con tener a su disposición a los ministros y a los diputados. 
En multitud de países el proletariado  obtiene nominalmente una mayor participación en la elección del  gobierno. Es ésta una concesión hecha por la burguesía, sea para obtener  el concurso del pueblo en la lucha contra el poder real o  aristocrático, sea para apartar al pueblo de la idea de emanciparse  concediéndole una apariencia o sombra de soberanía.
Háyalo o no previsto la burguesía,  desde que ha concedido al pueblo el derecho de sufragio, lo cierto es  que tal derecho ha resultado siempre, en toda ocasión y en todo lugar,  ilusorio y bueno tan sólo para consolidar el poder de la burguesía,  engañando a la parte más exaltada del proletariado con la esperanza  remota de poder escalar las alturas del poder.
Aun con el sufragio universal, y, hasta  podríamos decir: sobre todo con el sufragio universal, el gobierno ha  continuado siendo el gendarme de la burguesía. Si fuera cosa distinta,  si el gobierno adoptase una actitud hostil, si la Democracia pudiera ser  otra cosa que un medio de engañar al pueblo, la burguesía, amenazada en  sus intereses, se aprestaría a la rebelión sirviéndose de toda la  fuerza y toda la influencia que la posesión de la riqueza le proporciona  para reducir al gobierno a la función de simple gendarme puesto a su  servicio.
En todo lugar y tiempo, sea cualquiera  el nombre ostentado por el gobierno, sean cualesquiera su origen y  organización, su función esencial vemos que es siempre la de oprimir y  explotar a las masas, la de defender a los opresores y a los  acaparadores; sus órganos principales, característicos, indispensables,  son el gendarme y el recaudador de contribuciones, el soldado y el  carcelero, a quienes se unen indefectiblemente el tratante de mentiras,  cura o maestro, pagados y protegidos por el gobierno para envilecer las  inteligencias y hacerlas dóciles al yugo.
Cierto que a estas funciones  primordiales, a estos organismos esenciales del gobierno, aparecen  unidos en el curso de la historia otras funciones y otros organismos.  Admitimos de buen grado, por tanto, el que nunca o casi nunca ha  existido en un país algo civilizado, un gobierno que, además de sus  funciones opresoras y expoliadoras, no se haya asignado otras útiles o  indispensables a la vida social, pero esto no impide que el gobierno  sea, por su propia naturaleza, opresivo y expoliador, que esté  forzosamente condenado, por su origen y su posición a defender y  confortar a la clase dominante; este hecho confirma no sólo lo que antes  hemos dicho, sino que lo agrava más.
En efecto, el gobierno toma sobre sí la  tarea de proteger, en mayor o menor grado, la vida de los ciudadanos  contra los ataques directos y brutales. Reconoce y legaliza un cierto  número de derechos y deberes primordiales y de usos y costumbres, sin  los cuales la vida en sociedad resultaría imposible. Organiza y dirige  algunos servicios públicos como son los correos, caminos, higiene  pública, régimen de las aguas, protección de los montes, etc… Crea  orfelinatos y hospitales y se complace en aparecer, y esto se comprende,  como el protector y el bienhechor de los pobres y de los débiles. Pero  basta con observar cómo y por qué desempeña estas funciones para obtener  la prueba experimental, práctica, de que todo lo que el gobierno hace  está inspirado siempre en el espíritu de dominación y ordenado para la  mejor defensa, engrandecimiento y perpetuación de sus propios  privilegios, así como los de la clase por él defendida y representada.
Un gobierno no puede existir mucho  tiempo sin desfigurar su naturaleza bajo una máscara o pretexto de  utilidad general; no hay posibilidad de que haga respetar la vida de los  privilegiados sin fingir que trata o procura hacer respetar la de  todos; no puede exigir la aceptación de los privilegios de unos pocos  sin aparentar que deja a salvo los derechos de todos. «La ley -dice  Kropotkin- o sea los que la hacen, el gobierno, ha utilizado los  sentimientos sociales del hombre para hacer cumplir, con los preceptos  de moral que el hombre aceptaba, órdenes útiles a la minoría de los  expoliadores, contra los cuales él se habría, seguramente, rebelado».
Un gobierno no puede pretender que la  sociedad se disuelva, porque entonces desaparecería para él y para la  clase dominante la materia explotable. Un gobierno no puede permitir que  la sociedad se rija por sí misma, sin intromisión alguna oficial,  porque entonces el pueblo advertirá bien pronto que el gobierno no sirve  para nada, si se exceptúa la defensa de los propietarios que lo  esquilman, y se prepararía a desembarazarse de unos y del otro.
Hoy día, ante las reclamaciones  insistentes y amenazadoras del proletariado, muestran los gobiernos la  tendencia de interponerse en las relaciones entre patronos y obreros.  Ensayan desviar de este modo el movimiento obrero e impedir, por medio  de algunas falaces reformas, el que los pobres tomen por su mano todo  aquello de lo cual necesiten, es decir, una parte del bienestar general,  igual a aquella de que los otros disfrutan.
Es necesario, además, no olvidar, por  una parte, que los burgueses, los proletarios, están ellos mismos  preparados en todo momento para declararse la guerra, para comerse unos a  otros, y, por otra parte que el gobierno, aunque hijo, esclavo y  protector de la burguesía, tiende, como todo siervo, a emanciparse, y  como todo protector, tiende a dominar al protegido. De aquí este juego  de componendas, de tira y afloja, de concesiones hoy acordadas y mañana  suprimidas, esta busca de aliados entre los conservadores contra el  pueblo, y entre el pueblo contra los conservadores, juego que constituye  la ciencia de los gobernantes y que es la ilusión de cándidos y  holgazanes acostumbrados a esperar el maná que ha de caer de lo alto.
Con todo esto, el gobierno no cambia,  sin embargo, de naturaleza; si el gobierno se aplica a regular y a  garantizar los derechos y deberes de cada uno, pronto pervierte el  sentimiento de justicia, calificando de crimen y castigando todo acto  que ofenda o amenace los privilegios de los gobernantes y de los  propietarios; así es como declara justa, legal, la más atroz explotación  de los miserables, el lento y continuo asesinato moral y material  perpetrado por los poseedores en detrimento de los desposeídos.
Si se asigna el papel de «administrador  de los servicios públicos», no olvida ni desatiende en ningún caso los  intereses de los gobernantes ni de los propietarios, y tan sólo se ocupa  de los de la clase trabajadora en tanto que esto puede ser  indispensable para obtener como resultado final el que la masa consienta  en pagar. Cuando ejerce el papel de maestro impide la propaganda de la  verdad y tiende a preparar el espíritu y el corazón de la juventud para  que de ella salgan los tiranos implacables o esclavos dóciles, según sea  la clase a que pertenezcan. Todo en manos del gobierno se convierte en  medio de explotación, todo se reduce a instituciones de policía para  tener encadenado al pueblo.
Y en verdad que no puede ser de otro  modo. Si la vida humana es lucha entre hombres, tiene que haber  naturalmente vencedores y vencidos, y el gobierno que es el premio de la  lucha o un medio para asegurar a los vencedores los resultados de la  victoria y perpetuarlos –no estará jamás, esto es evidente, en manos de  los vencidos, bien que la lucha haya tenido efecto en el terreno de la  fuerza física o intelectual, bien que se haya realizado en el terreno  económico. Los que han luchado para vencer, para asegurarse mejores  condiciones, para conquistar privilegios, mando o poder, una vez  obtenido el triunfo, no habrán de servirse de él, ciertamente, para  defender los derechos de los vencidos, sí para poner trabas y  limitaciones a su propia voluntad y a la de sus amigos y partidarios.
El gobierno, o como se llama, el Estado  justiciero, moderador de las luchas sociales, administrador imparcial  de los intereses públicos, es una mentira, una ilusión, una utopía jamás  realizada y jamás realizable.
Si los intereses de los hombres  debieran ser contrarios unos a otros, si la lucha entre los hombres  fuese una ley necesaria de las sociedades humanas, si la libertad de  unos hubiera de constituir un límite a la libertad de los otros,  entonces, cada uno trataría siempre de hacer triunfar sus propios  intereses sobre los de los demás; cada uno procuraría aumentar su  libertad en perjuicio de la libertad ajena. Si fuera cierto que debe  existir un gobierno, no porque sea más o menos útil a la totalidad de  los miembros de una sociedad, sino porque los vencedores quieren  asegurar los frutos de la victoria sometiendo fuertemente a los  vencidos, eximiéndose de la carga de estar continuamente a la defensiva,  encomendando su defensa a hombres que de ello hagan su profesión  habitual, entonces la humanidad estaría destinada a perecer o a  debatirse eternamente entre la tiranía de los vencedores y la rebelión  de los vencidos.
Errico Malatesta
Fragmento extraído del Libro “La Anarquía” de Errico Malatesta  http://www.kclibertaria.comyr.com/lpdf/l062.pdf
También te puede interesar : Bakunin, Elecciones y Democracia http://noticiasyanarquia.blogspot.com/2012/08/bakunin-sobre-las-elecciones-y-la.html
Sacado de http://noticiasyanarquia.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar, puedes decir lo que quieras, solo trata de aportar.