Es una idea que recurrentemente me viene a la cabeza y
que creo que está en la base del triunfo del capitalismo como sistema de
sometimiento y poder. No somos capaces de reconocernos como lo que somos, como
iguales.
Hace mucho tiempo que sabemos que más de medio mundo
malvive al borde de la muerte por inanición, sabemos que hay pueblos enteros
sometidos bajo el dominio militar y represor y sin embargo, no somos capaces de
actuar en consecuencia. No nos reconocemos como iguales, si lo hiciéramos sería
imposible no tomar partido de inmediato y de forma decidida hasta acabar con
esta situación.
Podríamos pensar que la distancia nos impide comprender
la verdadera dimensión de este crimen, que el innegable sesgo etnocentrista con
el que se nos presenta la información y la analizamos nosotros puede hacer muy
difícil alcanzar ese posicionamiento claro. No obstante, este débil argumento
(difícilmente sostenible) se desmorona al poner el foco de atención en lo
cercano donde esos condicionantes y esos sesgos no existen.
A nuestro alrededor vemos día a día como la vida de
muchas personas se va desmoronando a cada instante, gente sin un techo bajo el
vivir, personas que no tienen qué comer, múltiples sufrimientos desatendidos y
dejados de lado porque no son compatibles con la lógica capitalista, niños
pasando hambre en nuestro entorno y un sinfín de problemas a cada cual más
desesperante. Tanto que el número de suicidios ha aumentado espectacularmente
desde que se inició esta ofensiva capitalista contra los seres humanos. Este
dato debería ser extremadamente doloroso porque un suicidio no es más que la terrible
confirmación de una derrota, de una derrota de la sociedad, de todos nosotros.
En un sistema cuya mejor arma de desactivación es el
individualismo llevado al extremo, la respuesta natural debe ser lo colectivo. Para
ello, debemos empezar a reconocernos en un plano de igualdad. Lo colectivo sólo
puede surgir de la conciencia y del reconocimiento de que hemos sido anulados
como seres críticos a través de cientos de años de sometimiento.
La alianza entre el Estado y el Capitalismo ha trabajado
y sigue haciéndolo de manera intensa dedicando sus mayores esfuerzos a fabricar
individuos y no personas. Este es el paso previo fundamental para anular
nuestra capacidad de reconocernos como iguales.
La enajenación a la que se somete a cualquier ser humano
(especialmente si desarrolla su existencia en los mal llamados países
democráticos) desde la infancia es constante. Sistemas educativos diseñados
para crear autómatas sin capacidad de raciocinio, perfectamente dispuestos a
acatar todo aquello que le está reservado en la vida; modelos sociales vacíos
de contenido moral a los que admirar con la secreta esperanza de convertirse en
uno de ellos; referentes culturales prefabricados con el único propósito de
hacer olvidar la verdadera cultura: la cultura popular; un inmenso sector
dedicado exclusivamente a entretener al personal cumpliendo de manera tan
eficaz su objetivo que ha acabado por convertirse en el analgésico más potente
jamás utilizado por el ser humano.
El fomento de la diferencia es otra de las grandes armas
del sistema. A lo largo de la historia, las religiones, las características
personales, los determinantes culturales, la lengua, el territorio,... Todo ha
sido utilizado siempre por los poderosos para mantenernos ocupados en guerras
estériles que no nos dejan siquiera atisbar las verdaderas causas de la
situación de opresión bajo la cual llevamos muchísimos años.
Incluso en los ambientes más comprometidos con la lucha
por la justicia social se percibe esta incapacidad que hace que se parcialicen
las luchas en función de la capacidad de identificarse como iguales con los
destinatarios de esas luchas.
El trabajo por romper el egoísmo inducido en el que
vivimos es imprescindible. Para ello, debemos perder el miedo al compromiso y al
sacrificio, sin la capacidad de creer y pensar en el otro, sin el esfuerzo que
supone la formación personal para poder actuar con conciencia, es imposible
siquiera hacerle un rasguño al sistema.
Es imprescindible empezar a pensar de forma colectiva ya
que lo contrario nos ha conducido a la interminable espiral de reivindicaciones
y luchas parciales (basadas en la aparente mejora de las condiciones de vida
para unos a costa del sometimiento y la humillación de otros muchos) que tan
sólo han conducido al fortalecimiento de este sistema criminal que tiene
sometida a la inmensa mayoría de la humanidad.
Es necesario recuperar la capacidad de reconocernos como iguales, como partes de lo colectivo. Sólo así, será posible empezar a socavar los espacios de poder y dominación que están en la base de nuestra aniquilación como seres humanos.
Fuente:Quebrantando el silencio
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