Reseña del libro de Juanma Agulles publicada en la revista Estudios.
El ensayo de Juanma Agulles se
nos antoja, antes que nada, un ejercicio de responsabilidad.
Responsabilidad para contar una historia de la sociología que no le va a
gustar a casi nadie. Punto número uno: quien la escribe es sociólogo.
Punto número dos: quien la escribe es un sociólogo que pretende dejar de
serlo. Punto número tres: quien la escribe no renuncia, o al menos esa
es nuestra impresión, al afán de comprender la realidad (y eso ya es
mucho).
Lo dicen los editores: el texto que
ahora publicamos tiene como hilo conductor una crítica radical de la
institución académica y de los especialistas de lo “social”. Nos
encontramos, por tanto, ante un exitoso intento de aportar reflexividad a
una disciplina científica nacida al calor de los procesos de
industrialización acaecidos en los países occidentales a partir del
siglo XIX.
En ese sentido, el de Agulles es un ensayo que recoge las aportaciones críticas con respecto a la sociedad de expertos de teóricos como Foucault o Lyotard,
pero con una gran diferencia en relación a intentos similares: la
crítica, desde dentro y desde fuera de la propia institución
universitaria, al papel del académico y el intelectual. Una crítica
explícitamente política: De modo que tiene siempre más valor el
trabajo intelectual separado de la vida que el saber que surge de la
lucha cuerpo a cuerpo con la existencia. Se diría que el intelectual
debe estar a salvo de ciertas contaminaciones y que la academia lo
preserva de ellas al mismo tiempo que ejerce la represión mediante la
amenaza de dejar de ser garante de lo que el intelectual dice o escribe.
A partir de estos presupuestos,
Agulles levanta una suerte de etnografía ―aunque al autor probablemente
no le gustaría el término― de la institución universitaria que, entre
otros aciertos, nos permite intuir los mecanismos de legitimación del
poder y la desigualdad que devienen de la posición estratégica de los especialistas.
No obstante, el papel de la sociología
y de las ciencias sociales en su conjunto, ha variado conforme la
plutocracia ha ido reajustando, vía Estado, los sistemas de control y
dominación social, con el ánimo de perpetuar la sociedad de clases y,
por ende, la situación privilegiada de las disímiles oligarquías. Así,
nos encontramos en una sociedad posindustrial donde la prescripción
de lo patológico y lo normal ya no estaba encaminada al castigo y la
venganza, sino al argumento progresista de la reinserción y la reforma
social.
Llegados a este punto, al autor no le
duelen prendas para, pese lo anterior, poner en solfa las tendencias que
sucedieron al relativismo hipercriticista de los años setenta:
matematización, oscurantismo posmoderno y catastrofismo
insurreccionalista, que son el correlato de otros tantos intentos por
recuperar la viabilidad y utilidad del discurso sociológico especializado.
No obstante, el ensayo de Agulles escapa, si se quiere de una forma retorcida,
de la inoperancia y balbuceo de buena parte de los textos que se
reclaman de la crítica anticapitalista. Lo primero porque su
argumentario está perfectamente hilado. Y lo segundo porque la crítica
del autor opera constantemente sobre la base de la necesidad del rearme
ideológico de los de abajo. Es por eso mismo por lo que tenemos en la
obra de Agulles un ensayo radicalmente contrahegemónico, que ataca la
línea de flotación de las tecnologías de dominación que dimanan del
control y manipulación del conocimiento.
Al cabo, la apuesta de Agulles es precisamente la contraria a lo finalmente pretendido por la crítica social de los reformadores: construir la única crítica coherente con los tiempos que vivimos: aquella que sostiene que ninguna reforma del sistema es posible. Hablamos, pues, de la perentoria necesidad de construir revolución.
Llegados a este punto, y asumiendo la
dimensión histórica de esta batalla contra el poder del capital, parece
conveniente poner en valor aquellas formas de inteligencia crítica que,
por un lado, posibiliten que la investigación social no sea recuperada
para los fines de control y represión que requieren las clases
dirigentes y, por otro, contribuyan a generar espacios de conocimiento
autónomos desde los cuales repensar las complejas estructuras de
dominación social y cultural que operan, incluso, desde nosotros mismos.
Para finalizar, hay que destacar que a
la profundidad de análisis de la que hace gala el autor, se le ha de
sumar la vastedad de sus interesantes intuiciones, apuntes apenas
esbozados que, a nuestra manera de entender, merecerían un desarrollo
más amplio para no verse estrangulados por el estilo seco y sugestivo
del autor.
Sabemos que Agulles no bajará el
listón en su siguiente obra, que ya esperamos; se trata de “Nacidos en
cautividad (la sociedad tecnológica y sus descontentos)”. Un libro donde
estamos seguros de que el autor dará continuidad a su oportuno análisis
de los sistemas de dominación presentes en la sociedad capitalista de
nuestro tiempo.
Juan Cruz López
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