Como decíamos, la sociedad no es en absoluto ese horrible mundo
de robots y robinsons crusoe tal como lo pinta la economía neoclásica,
todavía anclada en anticuados conceptos de la Ilustración sobre el ser
humano: la racionalidad económica nunca opera en el vacío, sino
estrechamente acoplada en el marco particular de interacciones sociales.
La sociedad no es un etéreo colectivo de átomos de gas cada uno a su
bola, sino más bien algo mucho más líquido y viscoso y turbulento – la
sociedad como una tupida red de favores y obligaciones de reciprocarlo,
de una multitud calidoscópica de constantes quid pro quo – ahora
bien, qué pasa si alguien se dedica a manipular estratégicamente la
red de favores y obligaciones en beneficio propio, primero desinteresadamente dando favores a tutiplén y luego centralizando el flujo de obligaciones contraídas hacia sí?
Así emerge el Padrino siciliano en la segunda película y termina con un “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar” – la versión mafiosa del there is no alternative. Ésa es la esencia del poder, saber aprovecharse de la economía de escala en una red de favores centralizada, favores (o… capital a la Bourdieu) que luego son redistribuidos según el principio graeberiano de jerarquía: el Padrino o el gran jefe o la cienciología o el Estado o el banco o la Iglesia o la empresa capitalista, toda estructura de poder se basa en la redistribución de capital, en colocarse como intermediaria en los flujos de ese capital, no sólo económico, sino también político o social o ideológico o cultural y la redistribución no es de modo equitativo, claro está, que por algo existen. Los restos de los frutos de la economía de escala son las migajas con las que se contentan los que están debajo en la jerarquía – llamadlo Estado de bienestar, plan privado de pensiones, una subida del salario o una absolución del cura.
Lo interesante del relato de Graeber es, por lo tanto, demostrar el mantra antropológico de que la deuda es mucho más que una expresión financiera de tecnócratas en tiempos de crisis, sino una expresión cultural-social de confianza, que luego -y sólo luego- se puede matematizar con complejos argumentos lógicos – pero en su origen es y sólo es tan sólo una convención social. Igual que la moneda; como si fuéramos un mercenario griego, sólo aceptamos ese trozo de vil metal que ya no es oro porque sabemos que en otro sitio nos lo aceptarán a cambio de una cerveza. O aceptamos como salario ver simplemente que nuestro saldo en el banco ha subido mil enteros, porque sabemos que alguien aceptará restarnos otra cantidad a cambio de la compra en el súper. Al final, como dice Manu Chao, todo es mentira y de lo que se trata es, como Milton Friedman, de ser un padrino creativo e inventar buenos discursos -religiosos, políticos, económicos- que legitimen para toda la comunidad esa mentira que es la necesidad de contribuir a un bote común que otro -obviamente, siempre otro- regulará y redistribuirá (pero por nuestro bien). Pero no una necesidad meramente ética, algo que conviene y punto, sino algo de profundo significado cósmico, inevitable e inexorable – como un si no cumples arderás en el infierno o un there is no alternative.
La victoria del discurso del padrino es cuando el crédulo lo asume como ley natural y es entonces que deviene hegemonía. Las víctimas de los sacrificios humanos aztecas realmente creían que su muerte servía para que el sol siguiera su curso en el cielo y los mártires cristianos creían que su muerte anticipaba el reino de Dios. Pero dejaron de morir aztecas y cristianos y el sol no cayó – ni tampoco vino el reino de Dios. En ese mismo sentido, qué es el interés? Vendrá Sala i Martín y te dirá que es el precio de la moneda, coste de oportunidad, que es el riesgo de la inversión, etcétera. Pero mucho antes de que se teorizara eso de ese modo ya existían usureros – y prohibiciones de usura por el judaísmo, cristianismo e Islam. No porque Jesús leyera Le Monde Diplomatique, sino porque en ese contexto el interés era siempre el plus que pide libremente (o exige?) el rico usurero al campesino en apuros cuando ése pide libremente (o suplica?) un préstamo. Las religiones del libro prohíben así el interés porque en la Antigüedad uno caía esclavo no sólo por conquista, sino también por deudas y esas religiones eran, sobre todo, movimientos populares (o populistas?) que se alineaban por la emancipación de los esclavos. Así, el cristianismo surge en Europa en medio de una gigantesca crisis de deuda que se estaba llevando por delante a los ciudadanos libres del Imperio. Por algo que desde Mesopotamia que las protestas populares siempre pasaron por el demasiado familiar Cancelad las deudas y redistribuid la tierra. Antes la tierra, ahora el capital. Periódicamente, los reyes sumerios, por presión popular, tenían que declarar jubileos donde se rompían esas tablas de arcilla con todas las deudas inscritas y así liberar a los esclavos por deudas – hacer tabula rasa a la Fanon – se llamaban declaraciones de libertad.
Un momento. El Libro prohíbe la usura, cierto, excepto en una línea, Deuteronomio 23:19-20: “Podrás cobrar interés a un extranjero, pero a tu hermano no le cobrarás interés”. A un extraño, no un amigo, como si fuera mera reciprocidad: por esa misma razón el Banco Central Europeo presta a interés casi nulo a los bancos privados mientras se presta a altísimo interés a Grecia o España. Si deuda es una expresión de confianza social, el interés representa una asimetría en esa deuda y por lo tanto en el poder, como el rico usurero con el campesino en apuros de antaño o el BCE con los PIGS. Es otra cosa que después se camufle con palabras técnicas pilladas de la Biblia o de The General Theory of Employment, Interest and Money. El libre mercado ya funcionó en el mundo árabe sin interés y, ciertamente, de un modo mucho más libre que el anglosajón. A diferencia del mundo islámico, si el BCE presta a interés casi-nulo a los bancos privados, es porque sabe que la sociedad hará todo lo posible (austeridad y recortes y rescates: usar al Estado, aunque la sociedad no quiera) para que estos bancos puedan devolver esos créditos. Si Estados Unidos puede imprimir tanta moneda como quiera, como querría Krugman, es porque es el Imperio y puede hacer un default cuando le dé la gana y los otros países tendrán que aceptar, como con Nixon en 1971. Parece que el default es un privilegio.
Como decían los rusos, todo lo que nos habían contado sobre el comunismo era mentira, pero todo lo que nos habían contado sobre el capitalismo era verdad.
El liberalismo era eso. Su escándalo secreto, que nunca se ha organizado básicamente en torno al trabajo libre: ése ha sido siempre el privilegio de una minoría hipercualificada. Pero, ¿dónde está esa masa trabajadora de esclavos, siervos, inmigrantes sin papeles, campesinos sin tierra, debt peons y jornaleros que han levantado los grandes monumentos de la historia? Desde cuándo se puede considerar un free agent aquél que lo único que puede vender es el trabajo de su cuerpo? El trabajador libre es una entelequia anarquista, al igual que el mercado libre: Adam Smith tenía que prohibir la cooperación en el mundo ideal para evitar que estructuras jerárquicas emergieran en el mercado. Pero eso no pasa en el mundo real – donde continuamente intermediarios en los flujos de capital necesitan colocar a otros en la periferia social y por lo tanto sumirlos en deuda crónica: hipotecas, student loans, salud privada, deuda pública, ofertas que no podrá rechazar… El fondo de pensiones privado se interpone entre tú y yo: ahí coloqué mis ahorros y quiero el interés más alto para pagar la educación de mis hijos – pero el interés más alto implica maximizar el retorno de las inversiones de mi fondo – desmantelar la fábrica SEAT de Martorell donde tú trabajas o tu centro de atención primaria financiado con deuda pública. La financialización de los 1970s en la era post-industrial no despolitizó las relaciones económicas, sino que amplificó su antagonismo más básico y lo convirtió en ley natural.
Qué es un default cuando el de abajo debe al de arriba en la asimetría social de poder? Es un ejercicio de soberanía. Es romper las tablas de la ley natural en mil pedazos. Es la emancipación mental del esclavo y el colapso de la hegemonía del padrino. Es darse cuenta de que el sacrificio humano no es una deuda con los dioses (del altiplano mejicano o de la economía) para que todo siga su curso – es darse cuenta de que el juego es tan sólo un juego. Es matar al Rey cuando nos explican que sus poderes son divinos. Es la dación en pago: si sólo yo no pago la hipoteca, soy un moroso – si no la pagamos cien mil, somos la PAH.
Porque el sistema -el color no importa- siempre se basa en la acumulación de capital a lo largo de redes de confianza, tejidas por gente que comparte una misma visión epistemológica del mundo / una locura colectiva y eso genera ganadores y perdedores -de libertad. Cuando los primeros son pocos y los segundos muchos, lo que toca es exigir un jubileo, una tabula rasa a lo Frantz Fanon, pura descolonización del imaginario del oprimido, una dación en pago retroactiva a lo Ada Colau, un default de los PIGS: eso no es un mero re-cálculo de una triste cantidad matemático-financiera – es literalmente un ejercicio de soberanía, la liberación mental del síndrome de Estocolmo por parte de la víctima, la muerte de Samuel L Jackson -el house negro- en Django, Prometeo liberado de las cadenas de su propia imaginación.
Irónicamente, es la teoría de juegos la que resume perfectamente la dinámica mental del síndrome de Estocolmo – en el juego del gallina. Dos coches frente a frente, corriendo hacia la colisión. El primero que concede y cambia el rumbo pierde. Desde el coche de enfrente siempre vamos a oír lo mismo: obedece, concede y cambia el rumbo, si no ¡arderás en el infierno! ¡el sol va a caer! ¡la economía va a colapsar! En el fondo, es el mismo discurso del marido maltratador, epítome del intermediario: sin mí no eres nada. La deuda me conecta y encadena con el adversario – pero la deuda es humo, tan sólo una enfermedad mental – la soberanía que se ejerce a través del default es darse cuenta de que el error está en creer que la economía funciona por leyes naturales e inmodificables, es decir, creer que el coche de enfrente nunca cambiará de rumbo, ésa es la victoria de la hegemonía capitalista, pero es que la economía está compuesta por personas que sí pueden cambiar. ¡Exacto! Entonces agarra fuerte el volante, yo es que estoy muy loco, mi rumbo no cambia y sigo con el escrache hasta el final. Siempre que se intente cambiar una estructura de poder, sea la esclavitud negra en USA o la esclavitud por deudas en la UE, se amenazará con alterar el curso cósmico de la historia, pero lo cósmico no es más que un relato compartido, una alucinación mental de muchos, un juego las reglas del cual no están escritas por nadie más que por nosotros mismos. Sí es posible que sea el otro quien cambie de rumbo y no nosotros. Sí hay alternativa. Sí se puede.
Así emerge el Padrino siciliano en la segunda película y termina con un “le voy a hacer una oferta que no podrá rechazar” – la versión mafiosa del there is no alternative. Ésa es la esencia del poder, saber aprovecharse de la economía de escala en una red de favores centralizada, favores (o… capital a la Bourdieu) que luego son redistribuidos según el principio graeberiano de jerarquía: el Padrino o el gran jefe o la cienciología o el Estado o el banco o la Iglesia o la empresa capitalista, toda estructura de poder se basa en la redistribución de capital, en colocarse como intermediaria en los flujos de ese capital, no sólo económico, sino también político o social o ideológico o cultural y la redistribución no es de modo equitativo, claro está, que por algo existen. Los restos de los frutos de la economía de escala son las migajas con las que se contentan los que están debajo en la jerarquía – llamadlo Estado de bienestar, plan privado de pensiones, una subida del salario o una absolución del cura.
Lo interesante del relato de Graeber es, por lo tanto, demostrar el mantra antropológico de que la deuda es mucho más que una expresión financiera de tecnócratas en tiempos de crisis, sino una expresión cultural-social de confianza, que luego -y sólo luego- se puede matematizar con complejos argumentos lógicos – pero en su origen es y sólo es tan sólo una convención social. Igual que la moneda; como si fuéramos un mercenario griego, sólo aceptamos ese trozo de vil metal que ya no es oro porque sabemos que en otro sitio nos lo aceptarán a cambio de una cerveza. O aceptamos como salario ver simplemente que nuestro saldo en el banco ha subido mil enteros, porque sabemos que alguien aceptará restarnos otra cantidad a cambio de la compra en el súper. Al final, como dice Manu Chao, todo es mentira y de lo que se trata es, como Milton Friedman, de ser un padrino creativo e inventar buenos discursos -religiosos, políticos, económicos- que legitimen para toda la comunidad esa mentira que es la necesidad de contribuir a un bote común que otro -obviamente, siempre otro- regulará y redistribuirá (pero por nuestro bien). Pero no una necesidad meramente ética, algo que conviene y punto, sino algo de profundo significado cósmico, inevitable e inexorable – como un si no cumples arderás en el infierno o un there is no alternative.
La victoria del discurso del padrino es cuando el crédulo lo asume como ley natural y es entonces que deviene hegemonía. Las víctimas de los sacrificios humanos aztecas realmente creían que su muerte servía para que el sol siguiera su curso en el cielo y los mártires cristianos creían que su muerte anticipaba el reino de Dios. Pero dejaron de morir aztecas y cristianos y el sol no cayó – ni tampoco vino el reino de Dios. En ese mismo sentido, qué es el interés? Vendrá Sala i Martín y te dirá que es el precio de la moneda, coste de oportunidad, que es el riesgo de la inversión, etcétera. Pero mucho antes de que se teorizara eso de ese modo ya existían usureros – y prohibiciones de usura por el judaísmo, cristianismo e Islam. No porque Jesús leyera Le Monde Diplomatique, sino porque en ese contexto el interés era siempre el plus que pide libremente (o exige?) el rico usurero al campesino en apuros cuando ése pide libremente (o suplica?) un préstamo. Las religiones del libro prohíben así el interés porque en la Antigüedad uno caía esclavo no sólo por conquista, sino también por deudas y esas religiones eran, sobre todo, movimientos populares (o populistas?) que se alineaban por la emancipación de los esclavos. Así, el cristianismo surge en Europa en medio de una gigantesca crisis de deuda que se estaba llevando por delante a los ciudadanos libres del Imperio. Por algo que desde Mesopotamia que las protestas populares siempre pasaron por el demasiado familiar Cancelad las deudas y redistribuid la tierra. Antes la tierra, ahora el capital. Periódicamente, los reyes sumerios, por presión popular, tenían que declarar jubileos donde se rompían esas tablas de arcilla con todas las deudas inscritas y así liberar a los esclavos por deudas – hacer tabula rasa a la Fanon – se llamaban declaraciones de libertad.
Un momento. El Libro prohíbe la usura, cierto, excepto en una línea, Deuteronomio 23:19-20: “Podrás cobrar interés a un extranjero, pero a tu hermano no le cobrarás interés”. A un extraño, no un amigo, como si fuera mera reciprocidad: por esa misma razón el Banco Central Europeo presta a interés casi nulo a los bancos privados mientras se presta a altísimo interés a Grecia o España. Si deuda es una expresión de confianza social, el interés representa una asimetría en esa deuda y por lo tanto en el poder, como el rico usurero con el campesino en apuros de antaño o el BCE con los PIGS. Es otra cosa que después se camufle con palabras técnicas pilladas de la Biblia o de The General Theory of Employment, Interest and Money. El libre mercado ya funcionó en el mundo árabe sin interés y, ciertamente, de un modo mucho más libre que el anglosajón. A diferencia del mundo islámico, si el BCE presta a interés casi-nulo a los bancos privados, es porque sabe que la sociedad hará todo lo posible (austeridad y recortes y rescates: usar al Estado, aunque la sociedad no quiera) para que estos bancos puedan devolver esos créditos. Si Estados Unidos puede imprimir tanta moneda como quiera, como querría Krugman, es porque es el Imperio y puede hacer un default cuando le dé la gana y los otros países tendrán que aceptar, como con Nixon en 1971. Parece que el default es un privilegio.
Como decían los rusos, todo lo que nos habían contado sobre el comunismo era mentira, pero todo lo que nos habían contado sobre el capitalismo era verdad.
El liberalismo era eso. Su escándalo secreto, que nunca se ha organizado básicamente en torno al trabajo libre: ése ha sido siempre el privilegio de una minoría hipercualificada. Pero, ¿dónde está esa masa trabajadora de esclavos, siervos, inmigrantes sin papeles, campesinos sin tierra, debt peons y jornaleros que han levantado los grandes monumentos de la historia? Desde cuándo se puede considerar un free agent aquél que lo único que puede vender es el trabajo de su cuerpo? El trabajador libre es una entelequia anarquista, al igual que el mercado libre: Adam Smith tenía que prohibir la cooperación en el mundo ideal para evitar que estructuras jerárquicas emergieran en el mercado. Pero eso no pasa en el mundo real – donde continuamente intermediarios en los flujos de capital necesitan colocar a otros en la periferia social y por lo tanto sumirlos en deuda crónica: hipotecas, student loans, salud privada, deuda pública, ofertas que no podrá rechazar… El fondo de pensiones privado se interpone entre tú y yo: ahí coloqué mis ahorros y quiero el interés más alto para pagar la educación de mis hijos – pero el interés más alto implica maximizar el retorno de las inversiones de mi fondo – desmantelar la fábrica SEAT de Martorell donde tú trabajas o tu centro de atención primaria financiado con deuda pública. La financialización de los 1970s en la era post-industrial no despolitizó las relaciones económicas, sino que amplificó su antagonismo más básico y lo convirtió en ley natural.
Qué es un default cuando el de abajo debe al de arriba en la asimetría social de poder? Es un ejercicio de soberanía. Es romper las tablas de la ley natural en mil pedazos. Es la emancipación mental del esclavo y el colapso de la hegemonía del padrino. Es darse cuenta de que el sacrificio humano no es una deuda con los dioses (del altiplano mejicano o de la economía) para que todo siga su curso – es darse cuenta de que el juego es tan sólo un juego. Es matar al Rey cuando nos explican que sus poderes son divinos. Es la dación en pago: si sólo yo no pago la hipoteca, soy un moroso – si no la pagamos cien mil, somos la PAH.
Porque el sistema -el color no importa- siempre se basa en la acumulación de capital a lo largo de redes de confianza, tejidas por gente que comparte una misma visión epistemológica del mundo / una locura colectiva y eso genera ganadores y perdedores -de libertad. Cuando los primeros son pocos y los segundos muchos, lo que toca es exigir un jubileo, una tabula rasa a lo Frantz Fanon, pura descolonización del imaginario del oprimido, una dación en pago retroactiva a lo Ada Colau, un default de los PIGS: eso no es un mero re-cálculo de una triste cantidad matemático-financiera – es literalmente un ejercicio de soberanía, la liberación mental del síndrome de Estocolmo por parte de la víctima, la muerte de Samuel L Jackson -el house negro- en Django, Prometeo liberado de las cadenas de su propia imaginación.
Irónicamente, es la teoría de juegos la que resume perfectamente la dinámica mental del síndrome de Estocolmo – en el juego del gallina. Dos coches frente a frente, corriendo hacia la colisión. El primero que concede y cambia el rumbo pierde. Desde el coche de enfrente siempre vamos a oír lo mismo: obedece, concede y cambia el rumbo, si no ¡arderás en el infierno! ¡el sol va a caer! ¡la economía va a colapsar! En el fondo, es el mismo discurso del marido maltratador, epítome del intermediario: sin mí no eres nada. La deuda me conecta y encadena con el adversario – pero la deuda es humo, tan sólo una enfermedad mental – la soberanía que se ejerce a través del default es darse cuenta de que el error está en creer que la economía funciona por leyes naturales e inmodificables, es decir, creer que el coche de enfrente nunca cambiará de rumbo, ésa es la victoria de la hegemonía capitalista, pero es que la economía está compuesta por personas que sí pueden cambiar. ¡Exacto! Entonces agarra fuerte el volante, yo es que estoy muy loco, mi rumbo no cambia y sigo con el escrache hasta el final. Siempre que se intente cambiar una estructura de poder, sea la esclavitud negra en USA o la esclavitud por deudas en la UE, se amenazará con alterar el curso cósmico de la historia, pero lo cósmico no es más que un relato compartido, una alucinación mental de muchos, un juego las reglas del cual no están escritas por nadie más que por nosotros mismos. Sí es posible que sea el otro quien cambie de rumbo y no nosotros. Sí hay alternativa. Sí se puede.
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