Desgarrador y duro testimonio por la tremenda aceptación del abuso y la explotación que reporta...¿quién puede asegurar que la vida no nos depare algo así como final?...solamente los ladrones y parásitos empresarios y riquillos.
Koan
Koan
El trabajo de
limpieza del metro del Distrito Federal es realizado, es su mayoría, por
personas de la tercera edad, a quienes una empresa subcontratada por el
Gobierno del Distrito federal (GDF) contrata a su vez para realizar
esta labor (outsourcing). Detrás de estos trabajadores existe toda una historia que
nos permite asomarnos al mundo del trabajo en México.
Durante toda su vida, estos hombres y
mujeres han sido fuerza de trabajo explotada dedicada a generar riqueza a
otros, y actualmente se siguen enfrentando a esta máquina capitalista
violenta con sus nuevos modos,llámesele “flexibilización”,“precarización,“incertidumbre”, “outsourcing” o “subcontratación”
laboral.
Don Atanacio, que realiza uno de los
oficios más ninguneados del mundo, limpia los pasillos que conectan las
líneas nueve y dos en la estación Chabacano, y cuenta su historia de
vida.
Se llama Atanacio Ubaldo Blaz Teófilo y
“tengo creo que 75 años, eso digo, pero a lo mejor tengo más”. Es
oriundo de Puebla, donde se dedicaba al campo, y migró en 1974 al
Distrito Federal en busca de trabajo.
“Se solicita inspector de camiones”,
leía en el periódico. A sus 35 años, Atanacio empezó a trabajar en el
transporte público, su labor era “subir a los camiones y checar el
boletaje; allá en Tacubaya era suficiente con que supiéramos leer algo y
escribir más o menos”. No tuvo prestaciones y el pago no era mucho;
duró siete años “hasta que el mero mero jefe de nosotros me dijo: ya
vamos a dejar esto pero yo te voy a recomendar a un propietario de
camiones”.
Y llegó a trabajar por el rumbo de
Bondojito, en otra línea de transporte. Ahí no duró mucho “porque hubo
un conflicto entre el patrón y el gobierno, y entonces todo se cerró”.
El conflicto al que se refiere Atanacio sucedió en 1981, cuando Carlos
Hank González era regente de la ciudad y a partir del decreto de López
Portillo, se anunció que todos los bienes de las 86 empresas privadas de
transporte pasarían a formar parte del entonces Departamento del
Distrito Federal a través de la Ruta 100.
Así, mientras se dejaba atrás el antiguo
pulpo camionero y se reordenaban las rutas en busca de un sistema de
transporte a la altura de la “modernidad”, Atanacio Blaz quedó
desempleado.
Recuerda que él y otros trabajadores
desempleados iban a las oficinas centrales de la Ruta 100 a ver si
conseguían un trabajo. Llegaban a las ocho de la mañana y se iban a las
diez de la noche, y el licenciado les decía “regresen mañana a ver si
salen trabajitos”. Durante un mes hizo encargos y mandados, sacar
copias, hacer las vueltas: “Era estar ahí nada más esperando a ver si
nos acomodábamos, ‘tráeme esto, tráeme lo otro’ ‘¿Quieres trabajar?’
Pues sí, pues por eso estoy aquí”. Lo contrataron como personal de
limpieza. Estaba en la cocina y su labor era atender, servir y limpiar.
En la paraestatal Ruta 100 fue el primer
trabajo donde tuvo un sindicato. Cuenta que había premios mensuales,
bonificaciones, que “el sindicato era grande, yo no participé, no me
acuerdo de su nombre pero era independiente. Nos ayudó mucho pero se
estaba pasando un poquito porque quería muchas cosas. El gobierno no nos
aguantaba tanto, ¿¿¿¿¿¿¿teníamos todo: préstamos, seis uniformes ¡pero buenos!
buena bota, zapatos buenos, nos daban seis mudas de invierno, verano.?????????
Ya no hay esas cosas”.
Atanacio señala que “después del trabajo
en la cocina, me dieron trabajo en las oficinas del Director General de
la Ruta 100, que se llamaba Isaac Osorio Corpi. Ahí yo le limpiaba la
oficina todos los días. Trabajé 15 años ahí pero se acabó. Corrieron a
todo mundo. A la gente que quería quedarse le hicieron nuevo contrato
pero ya no ganábamos como estábamos ganando, y yo no le entré.
“Esos camiones se privatizaron, cerraron
oficinas y cerraron módulos, metieron a la cárcel a los líderes del
sindicato y congelaron el dinero, que eran nuestras cuotas del
sindicato. Yo me retiré, hice los trámites de mi pensión y dejé de
trabajar como un año. De pensión me dan 2 mil nuevos pesos. Tenía unos
60 años cuando me retiré, fue en 1995”.
De nuevo sin empleo, Atanacio y su
esposa vivían de su pensión. Estuvo más o menos un año sin trabajar pero
entre que se aburría en su casa y que el dinero no les alcanzaba, se
sumergió de nuevo en el mundo laboral, aunque ahora de frente a la
subcontratación y terciarización.
“Me metí a una empresa de seguridad
privada en 1996 y duré seis años. Nos mandaron a una fábrica de aluminio
y vidrio, donde se hacían ventanas, era muy grande pero no me acuerdo
del nombre. Ahí no nos contrataba esa fábrica ¿cómo le explico? Si usted
tiene un negocio grande, grande, grande, una bodega o una fábrica, pues
contrata personal de fuera. Entonces habla con el mero jefe de
nosotros, de la seguridad privada, y le dice: ´oiga necesito personal de
vigilancia, cuánto me va a cobrar´. Ahí no tenía contrato, ni
prestaciones, ni seguro, nada de eso.
“Me salí de ahí porque tuve problemas.
Mi esposa no veía bien, se fue a operar a una clínica a Coyoacán y tenía
que ir cada 15 días a revisión. La llevaba mi muchacho, pero ahí por
donde vivo, San Lorenzo Tezonco, mi esposa y m’ijo tenían que cruzar la
avenida. Estaba el alto y se pasaron, pero un taxi venía así con ganas y
se los llevó, y mi muchacho recibió el golpe. Me dediqué a estar en el
hospital, a cuidarlo durante 40 días, y tuve que renunciar. La empresa
¡ni en cuenta! Esas no ayudan para nada, pagan lo que quieren y lo demás
es bronca de uno”.
Atanacio recuerda que “ya que pasaron
los problemas, estuve en mi casa sin trabajar y por ahí del 2007, un día
pasaba yo por aquí, por el metro Chabacano, y leí ´se solicita
personal de limpieza´. Yo veía trabajar aquí viejitos y viejitas, y
pensé ´voy a ver´. Yo quería trabajar porque no quería estar ahí en la
casa. Ya mi familia estaba bien con mi pensión y una tarjeta
alimenticia, pero de todas maneras yo necesitaba trabajar.
“Fui con la jefa. ‘¿Qué se necesita?´,
le pregunto. ´Nada, nomás tráeme la credencial de elector, acta de
nacimiento y un comprobante de domicilio´. Aquí no tenemos nada, no
tenemos seguro y yo nunca he preguntado. No firmé nada. Aquí todo mundo
trabaja, la de cien años, el que no tiene su mano, aquí agarran de todo,
y si alguien se muere aquí, bien muerto queda. Pero yo volví a
trabajar porque es buen ejercicio, así no se me pegan los huesos.”
Atanacio llega las seis de la mañana,
hace fila al igual que todos sus compañeros para firmar su asistencia y
le dicen en qué estación le corresponde. “Puede que algún día no
alcances, debes llegar de seis a seis y media de la mañana para alcanzar
estación. Había una jefa que tenía la computadora, entonces en la
mañana teníamos que firmar con la huella y luego regresar a la salida
porque si no firmamos con la huella nos descontaba. Mi turno termina a
las tres de la tarde”.
Cuando la esposa de Atanacio se
enfermó, él renunció para cuidarla. Ella falleció de un cáncer en la
matriz que los doctores tardaron mucho tiempo en diagnosticar, y
entonces Atanacio regresa en 2010 al trabajo de limpieza en el metro.
“Sí podría estar en mi casa, pero llego y
tengo en la cabeza a mi esposa, no se me olvida; haga de cuenta que
apenas ayer se murió, es una cosa horrible. Aquí me pongo a platicar y
ya se me quita eso; tengo un muy buen amigo aquí, que me espera para que
nos vayamos. Trabajo para no acordarme tanto de mi esposa: 40 años de
vivir con ella, teníamos todo, aunque no mucho, era una familia muy
buena”.
Atanacio explica: “Lo que me toca es
limpiar. Ésa es mi área, no se ve sucia ¿verdad? A mí me enseñaron a
trabajar, un cabo (supervisor) me dijo: hay que juntar todo el papel y
luego limpiar el zoclo (los canales que están en las orillas de los
pasillos del metro). Si el zoclo está limpio, quiere decir que todo está
limpio. Hay que llevarse toda la basura, barrer bien las escaleras,
trapear, quitar los chicles.
“El trabajo es aburrido, por ejemplo si
ya terminé de barrer allá me entretengo con detallitos, pero se alarga
el día porque no hace uno nada. Yo no les comento a los supervisores
porque tampoco quiero más trabajo, pero es esta área la que me toca y
entre dos personas, como que no ¿verdad? Pero si así quieren pos
¡órale!
“El salario no es mucho, me pagan mil
300 a la quincena nada más. Gano más o menos 90 pesos diarios ¿Para qué
sirven? Para nada, porque si voy y me compro un pantalón de 300 pesos ya
no me queda nada. Yo trabajo aquí para no estar en mi casa, pero yo veo
que aquí hay trabajadores que tienen esposa, tienen hijos, y es gente
con estudios, chavas de 22 años. ¿Cómo se mantienen?
“A esta edad ya no nos contratan; yo
pienso trabajar aquí hasta donde se pueda. Aquí había tres o cuatro
personas que les preguntamos: ‘¿Oiga, cuántos años tiene usted?’ Pues
85. ¡Ah jijo! El gobierno ya no quiere jubilarlos como en aquel tiempo
de los sesentas, ochentas. Muchos vienen y se van porque no les gusta,
se van retirando, y tienen razón”.
El trabajador finaliza: “Yo no conozco a
nadie de los dueños de esta empresa. Usted puede decir, a ver, vamos a
poner un negocio, ponemos gente pero no vamos a darle seguro. Así son
ellos también: si quieren trabajar, trabajen, y si no, pues ni modo. Los
meros, meros, los que mandan, quién sabe quiénes son”.
Fuente:Desinformemonos
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