martes, 9 de abril de 2013

Limpiando las entrañas del Metro de la cd. de México

Desgarrador y duro testimonio por la tremenda aceptación del abuso y la explotación que reporta...¿quién puede asegurar que la vida no nos depare algo así como final?...solamente los ladrones y parásitos empresarios y riquillos.
Koan


El trabajo de limpieza del metro del Distrito Federal es realizado, es su mayoría, por personas de la tercera edad, a quienes una empresa subcontratada por el Gobierno del Distrito federal (GDF) contrata a su vez para realizar esta labor (outsourcing). Detrás de estos trabajadores existe toda una historia que nos permite asomarnos al mundo del trabajo en México.

Durante toda su vida, estos hombres y mujeres han sido fuerza de trabajo explotada dedicada a generar riqueza a otros, y actualmente se siguen enfrentando a esta máquina capitalista violenta con sus nuevos modos,llámesele “flexibilización”,“precarización,“incertidumbre”, “outsourcing” o “subcontratación” laboral.

Don Atanacio, que realiza uno de los oficios más ninguneados del mundo, limpia los pasillos que conectan las líneas nueve y dos en la estación Chabacano, y cuenta su historia de vida.

Se llama Atanacio Ubaldo Blaz Teófilo y “tengo creo que 75 años, eso digo, pero a lo mejor tengo más”.  Es oriundo de Puebla, donde se dedicaba al campo, y migró en 1974 al Distrito Federal en busca de trabajo.

“Se solicita inspector de camiones”, leía en el periódico. A sus 35 años, Atanacio empezó a trabajar en el transporte público, su labor era “subir a los camiones y checar el boletaje; allá en Tacubaya era suficiente con que supiéramos leer algo y escribir más o menos”. No tuvo prestaciones y el pago no era mucho; duró siete años “hasta que el mero mero jefe de nosotros me dijo: ya vamos a dejar esto pero yo te voy a recomendar a un propietario de camiones”.

Y llegó a trabajar por el rumbo de Bondojito, en otra línea de transporte. Ahí no duró mucho “porque hubo un conflicto entre el patrón y el gobierno, y entonces todo se cerró”. El conflicto al que se refiere Atanacio sucedió en 1981, cuando Carlos Hank González era regente de la ciudad y a partir del decreto de López Portillo, se anunció que todos los bienes de las 86 empresas privadas de transporte pasarían a formar parte  del entonces Departamento del Distrito Federal a través de la Ruta 100.

Así, mientras se dejaba atrás el antiguo pulpo camionero y se reordenaban las rutas en busca de un sistema de transporte a la altura de la “modernidad”, Atanacio Blaz quedó desempleado.

Recuerda que él y otros trabajadores desempleados iban a las oficinas centrales de la Ruta 100 a ver si conseguían un trabajo. Llegaban a las ocho de la mañana y se iban a las diez de la noche, y el licenciado les decía “regresen mañana a ver si salen trabajitos”. Durante un mes hizo encargos y mandados, sacar copias, hacer las vueltas: “Era estar ahí nada más esperando a ver si nos acomodábamos, ‘tráeme esto, tráeme lo otro’ ‘¿Quieres trabajar?’ Pues sí, pues por eso estoy aquí”. Lo contrataron como personal de limpieza. Estaba en la cocina y su labor era atender, servir y limpiar.

En la paraestatal Ruta 100 fue el primer trabajo donde tuvo un sindicato. Cuenta que había premios mensuales, bonificaciones, que “el sindicato era grande, yo no participé, no me acuerdo de su nombre pero era independiente. Nos ayudó mucho pero se estaba pasando un poquito porque quería muchas cosas. El gobierno no nos aguantaba tanto, ¿¿¿¿¿¿¿teníamos todo: préstamos, seis uniformes ¡pero buenos! buena bota, zapatos buenos, nos daban seis mudas de invierno, verano.????????? Ya no hay esas cosas”.

Atanacio señala que “después del trabajo en la cocina, me dieron trabajo en las oficinas del Director General de la Ruta 100, que se llamaba Isaac Osorio Corpi. Ahí yo le limpiaba la oficina todos los días. Trabajé 15 años ahí pero se acabó. Corrieron a todo mundo. A la gente que quería quedarse le hicieron nuevo contrato pero ya no ganábamos como estábamos ganando, y yo no le entré.

“Esos camiones se privatizaron, cerraron oficinas y cerraron módulos, metieron a la cárcel a los líderes del sindicato y congelaron el dinero, que eran nuestras cuotas del sindicato. Yo me retiré, hice los trámites de mi pensión y dejé de trabajar como un año. De pensión me dan 2 mil nuevos pesos. Tenía unos 60 años cuando me retiré, fue en 1995”.

De nuevo sin empleo, Atanacio y su esposa vivían de su pensión. Estuvo más o menos un año sin trabajar pero entre que se aburría en su casa y que el dinero no les alcanzaba, se sumergió de nuevo en el mundo laboral, aunque ahora de frente a la subcontratación y terciarización.

“Me metí a una empresa de seguridad privada en 1996 y duré seis años. Nos mandaron a una fábrica de aluminio y vidrio, donde se hacían ventanas, era muy grande pero no me acuerdo del nombre. Ahí no nos contrataba esa fábrica ¿cómo le explico? Si usted tiene un negocio grande, grande, grande, una bodega o una fábrica, pues contrata personal de fuera. Entonces habla con el mero jefe de nosotros, de la seguridad privada, y le dice: ´oiga necesito personal de vigilancia, cuánto me va a cobrar´. Ahí no tenía contrato, ni prestaciones, ni seguro, nada de eso.

“Me salí de ahí porque tuve problemas. Mi esposa no veía bien, se fue a operar a una clínica a Coyoacán y tenía que ir cada 15 días a revisión. La llevaba mi muchacho, pero ahí por donde vivo, San Lorenzo Tezonco, mi esposa y m’ijo tenían que cruzar la avenida. Estaba el alto y se pasaron, pero un taxi venía así con ganas y se los llevó, y mi muchacho recibió el golpe. Me dediqué a estar en el hospital, a cuidarlo durante 40 días, y tuve que renunciar. La empresa ¡ni en cuenta! Esas no ayudan para nada, pagan lo que quieren y lo demás es bronca de uno”.

Atanacio recuerda que “ya que pasaron los problemas, estuve en mi casa sin trabajar y por ahí del 2007, un día pasaba yo por aquí,  por el metro Chabacano, y leí ´se solicita personal de limpieza´. Yo veía trabajar aquí viejitos y viejitas, y pensé ´voy a ver´. Yo quería trabajar porque no quería estar ahí en la casa. Ya mi familia estaba bien con mi pensión y una tarjeta alimenticia, pero de todas maneras yo necesitaba trabajar.

“Fui con la jefa. ‘¿Qué se necesita?´, le pregunto. ´Nada,  nomás tráeme la credencial de elector, acta de nacimiento y un comprobante de domicilio´. Aquí no tenemos nada, no tenemos seguro y yo nunca he preguntado. No firmé nada. Aquí todo mundo trabaja, la de cien años, el que no tiene su mano, aquí agarran de todo, y si alguien se muere aquí, bien muerto queda. Pero yo volví a trabajar  porque es buen ejercicio, así  no se me pegan los huesos.”

Atanacio llega las seis de la mañana, hace fila al igual que todos sus compañeros para firmar su asistencia y le dicen en qué estación le corresponde. “Puede que algún día no alcances, debes llegar de seis a seis y media de la mañana para alcanzar estación. Había una jefa que tenía la computadora, entonces en la mañana teníamos que firmar con la huella y luego regresar a la salida porque si no firmamos con la huella nos descontaba. Mi  turno termina a las tres de la tarde”.

Cuando  la esposa de Atanacio se enfermó, él renunció para cuidarla. Ella  falleció de un cáncer en la matriz que los doctores tardaron mucho tiempo en diagnosticar, y entonces Atanacio regresa en 2010 al trabajo de limpieza en el metro.

“Sí podría estar en mi casa, pero llego y tengo en la cabeza a mi esposa, no se me olvida; haga de cuenta que apenas ayer se murió, es una cosa horrible. Aquí me pongo a platicar y ya se me quita eso; tengo un muy buen amigo aquí, que me espera para que nos vayamos. Trabajo para no acordarme tanto de mi esposa: 40 años de vivir con ella, teníamos todo, aunque no mucho, era una familia muy buena”.

Atanacio explica: “Lo que me toca es limpiar. Ésa es mi área, no se ve sucia ¿verdad? A mí me enseñaron a trabajar, un cabo (supervisor) me dijo: hay que juntar todo el papel y luego limpiar el zoclo (los canales que están en las orillas de los pasillos del metro). Si el zoclo está limpio, quiere decir que todo está limpio. Hay que llevarse toda la basura, barrer bien las escaleras, trapear, quitar los chicles.

“El trabajo es aburrido, por ejemplo si ya terminé de barrer allá me entretengo con detallitos, pero se alarga el día porque no hace uno nada. Yo no les comento a los supervisores porque tampoco quiero más trabajo, pero es esta área la que me toca y entre  dos personas, como que no ¿verdad? Pero si así quieren pos ¡órale!

“El salario no es mucho, me pagan mil 300 a la quincena nada más. Gano más o menos 90 pesos diarios ¿Para qué sirven? Para nada, porque si voy y me compro un pantalón de 300 pesos ya no me queda nada. Yo trabajo aquí para no estar en mi casa, pero yo veo que aquí hay trabajadores que tienen esposa, tienen hijos, y es gente con estudios, chavas de 22 años. ¿Cómo se mantienen?

“A esta edad ya no nos contratan; yo pienso trabajar aquí hasta donde se pueda. Aquí había tres o cuatro personas que les preguntamos: ‘¿Oiga, cuántos años tiene usted?’ Pues 85. ¡Ah jijo! El gobierno ya no quiere jubilarlos como en aquel tiempo de los sesentas, ochentas. Muchos vienen y se van porque no les gusta, se van retirando, y tienen razón”.

El trabajador finaliza: “Yo no conozco a nadie de los dueños de esta empresa. Usted puede decir, a ver, vamos a poner un negocio, ponemos gente pero no vamos a darle seguro. Así son ellos también: si quieren trabajar, trabajen, y si no, pues ni modo. Los meros,  meros,  los que mandan, quién sabe quiénes son”.

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