martes, 11 de diciembre de 2012

LOS PUEBLOS DE EGIPTO Y TÚNEZ CONTRA EL ISLAMOFASCISMO



Las grandes movilizaciones populares en Egipto en diciembre de 2012, que han tenido como escenario no sólo la plaza de Tahrir sino otros muchos lugares, contra el gobierno islamofascista de los Hermanos Musulmanes, agentes del capitalismo egipcio, del ejército, del imperialismo yanki y del saudí, han significado que la insurgencia popular que comenzó en enero de 2011 ha entrado en una nueva fase, esta vez con el fascismo islámico como blanco político principal.

        

Los Hermanos Musulmanes son una organización islamofascista creada en 1923 bajo la protección de los servicios especiales británicos, destinada a ser fuerza de choque del colonialismo inglés, entonces la potencia dominadora en Egipto. So pretexto de ortodoxia religiosa, manipuló los textos fundamentales del Islam para ofrecer una interpretación en lo medular indistinguible de las teorías de Mussolini, entonces en ascenso en todo el mundo.

        

Su esencia es un culto ciego por el Estado, además de por el capitalismo, y una veneración por la violencia y el terror que se eleva incluso a necrofilia (recordemos el ¡Viva la muerte! de Millán Astray, el compadre de Franco). Esto explica que el patrono de los Hermanos Musulmanes sea el multimillonario islamista Jairat el Shater que es, junto con EEUU y Arabia Saudí, principal financiador del partido fascista religioso egipcio.

        

Iniciado el alzamiento popular a comienzos de 2011 contra el régimen autocrático de Mubarak, los islamofascistas, que habían colaborado con el dictador de muchas maneras, y que habían sido multi-subvencionados por él, se mantuvieron por un tiempo a la expectativa, dudando entre lanzarse contra el pueblo, junto con el ejército, o “sumarse” a la revuelta para manipularla desde dentro. Finalmente, optaron por esta segunda estrategia, asesorados por su actual jefe político y militar, EEUU.

        

Valiéndose de la explotación de los sentimientos religiosos de una parte del pueblo, y anunciando a voz en grito que eran “un partido democrático” (después de decenios de una violencia terrible, en especial contra las mujeres, por ejemplo, contra la escritora Nawal al Saadawi), los Hermanos Musulmanes ganaron las elecciones, igual que hizo el partido nazi en 1933.

        

Tal fue el primer paso de su estrategia para la conquista del poder, calcada de la llevada adelante por el nacional-socialismo en Alemania a partir de 1930. El segundo momento ha sido otorgar al presidente, Mohamed Morsi, poderes excepcionales en la nueva Constitución, para convertirle en un dictador. El tercer paso será, según la planificación nazi, la ilegalización de las organizaciones populares, la apertura de campos de concentración, la persecución aún más atroz de las mujeres y el inicio de los asesinatos a gran escala. Como expresa el escritor egipcio Ahmed A. Latif, para los salafistas, que desempeñan ahora en Egipto la función que las SA tuvieron en Alemania en los años decisivos de la conquista del gobierno por los nazis, quienes luchan por la libertad “son infieles a los que pueden matar con la conciencia tranquila.

        

El pueblo de Egipto se ha alzado contra el islamofascismo en defensa de la libertad y, sobre todo, para llevar adelante el proceso insurgente iniciado hace ahora dos años. Una causa principal de insurrección está siendo la respuesta al acoso callejero de las mujeres que están haciendo los SA-salafistas, en particular a las que no llevan velo, forzadas, agredidas y humilladas en la calle por miles.

        

Pero no sólo el pueblo se opone al islamofascismo. También lo hace una parte de las elites del poder, temerosas de que la brutalidad, codicia, misoginia y fanatismo de aquél tenga efectos contraproducentes, al promover una respuesta popular que culmine en un gran estallido revolucionario que ponga fin a la dictadura del Estado y de la clase empresarial, hasta ahora protegida por el islamismo de Estado, impuesto por primera vez en la Constitución egipcia de 1971, que incorpora la “sharia”. Tal documento legal fue obra del presidente Sadat, un títere de EEUU… y por ello mismo un promotor del actual islamofascismo. La ley debe realizarse exclusivamente desde la voluntad del pueblo, y demandar que sea una pretendida normativa clerical la que la haga o la inspire es una de las señas identificadoras del fascismo islámico.

        

Lo que sorprende favorablemente en Egipto es la fuerza colosal de la reacción popular, que se ha enfrentado en la calle a los islamofascistas en centenares de ocasiones, haciéndoles retroceder y obligándoles a ponerse en evidencia como aliados del ejército, que ha tenido que salir a la calle a proteger a los fascistas, como suele hacer en todos los países y en todos los tiempos. Sin el apoyo del ejército y la financiación del gran capital, egipcio y sobre todo extranjero, el fascismo islámico habría ya sido barrido en Egipto. Hay que comprender que el imperialismo saudí desea convertir a Egipto en una semi-colonia suya, para lo cual financia a fuerzas que traicionan los intereses del país, en primer lugar los salafistas y los Hermanos Musulmanes.

        

Parece, pues, que ante la estrategia nazi-clerical de conquista del poder el pueblo egipcio está contraatacando con una contra-estrategia antifascista integral, similar a la que se aplicó en “España” en 1933-1936. Esperemos que la confrontación total con el fascismo se eleve a acción popular en pro de una revolución integral.

        

En Túnez las cosas están en una situación similar. Después que el gobierno islamista estableciera de facto que toda mujer violada lo es por su propia “inmoralidad”, atrocidad que desató una respuesta popular contundente, el partido islamofascista en el poder, Ennahda, reforzó sus bandas de matones y apaleadores, que ahora están concentrados en atacar con las armas en la mano a los trabajadores organizados en UGTT, el principal sindicato tunecino. Aquí vemos también como el islamofascismo sigue al pie de la letra el manual nazi para la conquista del poder gubernamental. Lo mismo hizo en Argelia en los años 80 y 90 del siglo pasado, pero entonces no se quiso ver lo que estaba sucediendo, cegados por la reaccionaria estrategia e ideología del “antiimperialismo”.

        

La reacción de la clase obrera tunecina está siendo muy rotunda, y es posible que una gran huelga general pare los pies a los escuadristas y pistoleros del nuevo fascismo religioso.

        

En numerosos países el islamofascismo es ya la forma principal de fascismo, promovida por el imperialismo occidental (sobre todo EEUU, Inglaterra, Francia y España), por el gran capital islámico y por Arabia Saudí (en ciertos casos también por Irán), país islamofascista por excelencia y firmísimo aliado del imperialismo estadounidense, la renacida Alemania Nazi del siglo XXI.



El fascismo se ha manifestado hasta el momento como: 1) partidos de masas lanzados a la conquista del gobierno, en Alemania e Italia, y, 2) fascismo militar, sobre todo en España y numerosos países (por ejemplo Chile en 1973, con Pinochet) de Latinoamérica, Asia y África. Ahora adopta una tercera forma, la del islamofascismo, que pretende crear movimientos multitudinarios para conquistar el poder, de ahí que siga milimétricamente la estrategia hitleriana.

        

Aunque siguen existiendo las formas clásicas de fascismo, los partidos neonazis y de extrema derecha (sin olvidar a las religiones políticas, matriz fecunda de ideología totalitaria), ésas están bastante debilitadas. Por ello, desde hace decenios, los planificadores y estrategas del imperialismo occidental han ido poniendo a punto la ideología, organización, cuadros y programa del islamofascismo, para utilizarlo no sólo en los países árabes sino en todo el mundo, incluida Europa, lo que ya denuncio en mi libro “Crisis y utopía en el siglo XXI”. Esta imputación sorprendió a muchos, exactamente a aquéllos que viven intelectualmente de tramposos dogmatismos fabricados en tiempos de la guerra fría, por lo que no estudian día a día la realidad. Ahora los hechos vienen a dar la razón, con toda rotundidad, a las formulaciones que en él se contienen.

        

En Argelia, Libia, Siria, Palestina, Mali y tantos otros países, el imperialismo occidental y el gran capital árabe, sin olvidar al sionismo, se están sirviendo del islamofascismo, esto es, del fascismo del futuro, el mejor adaptado a las condiciones del siglo XXI. Pero el alzamiento popular en Egipto y Tunez, así como en otros muchos países (por ejemplo, Mali) significa, probablemente, el inicio de su fin, el desenmascaramiento de esta forma atroz de dictadura clerical del Estado y el capital. Aún costará mucho derrotarlo, pero será vencido finalmente. De hecho, los últimos acontecimientos manifiestan su esencial debilidad y fundamental descrédito, incluso en países donde el Islam político ha dominado los medios de comunicación, los órganos legislativos, las asociaciones patronales y los centros educativos desde hace muchísimo tiempo.

        

Una importancia enorme en la resistencia al islamofascismo están teniendo las mujeres, su principal víctima, por causa de la trastornada misoginia de ese totalitarismo. Claro que no son sólo las mujeres las que padecen al nuevo fascismo. Bajo el islamismo de Estado, los agnósticos y ateos están sometidos a una terrible persecución. Los trabajadores, como se observa ahora en Túnez, son atacados en sus organizaciones sindicales. Los pueblos oprimidos, los tuareg por ejemplo, son asimismo victimas de aquél (en este caso directamente fabricado y financiado por Francia). Los homosexuales están siendo exterminados, sobre todo en el Irán islamofascista, cuando tienen derecho a la libertad más completa para manifestarse como son en todos los países del mundo. Los intelectuales son también blanco del nuevo fascismo, pues bajo el pretexto de perseguir “la blasfemia” el Estado islámico les impone una férrea censura. Los musulmanes que tiene una interpretación popular y revolucionaria de su fe son quizá los más violentados y acosados por el islamofascismo. Y podría añadirse a esta lista a otros muchos sectores sociales que están siendo agredidos.

        

El islamofascismo ataca y oprime a todos, al mismo tiempo que se fusiona con el ejército, la policía, la gran banca, las empresas petroleras multinacionales, el imperialismo occidental, los jeques multimillonarios de Qatar, los Emiratos Árabes y Arabia Saudí y, en definitiva, toda la flor y nata de la reacción mundial. Hoy es el enemigo principal inmediato de la libertad a escala planetaria y la formación anti-revolucionaria más militante.

        

Las mujeres son la fuerza principal de la resistencia al islamofascismo. Ellas son sus víctimas y al mismo las combatientes en la primera línea. Entre las que en los países de islamismo de Estado están resistiendo al nuevo fascismo destaca Tawakul Karman, una musulmana de 34 años que, además de enfatizar la función desempeñada por las féminas en los alzamientos populares de 2011 en los países de islamismo obligatorio, advierte que “la religión debe ser personal, no algo impuesto por el Estado. Muy bien, muy correcto. Hay que separar por completo el Estado y la mezquita, hay que poner fin al Estado islámico, haciendo de la religión (o de su ausencia) un acto espiritual e íntimo, que tiene lugar en el corazón de cada ser humano, y que por eso mismo es un acontecimiento libre, no una imposición del aparato estatal.

        

Cuando la fe religiosa brota de la propia convicción interior, cuando expresa el deseo de infinitud y trascendencia del ser humano, es del todo respetable, igual que lo es el ateísmo. Pero cuando es impuesta por el Estado, como sucede en todos los países de islamismo de Estado, además de convertirse en una caricatura de sí misma, se degrada a mero fanatismo homicida, manipulado desde el poder político, militar y económico.

        

Aquella mujer expresa el islamismo popular y revolucionario que se está desarrollando en contra del islamofascismo. En la lucha contra éste, musulmanes, creyentes de otras fes y no creyentes deben mantenerse unidos, comprendiéndose y respetándose mutualmente y compartiendo el programa de una revolución integral planetaria, para crear unas sociedades donde la libertad de conciencia sea real, prevalezca la convicción interior sobre las imposiciones exteriores, convivan muchas formas de concebir lo humano y no exista ni Estado (por tanto, islamismo de Estado) ni capitalismo (por tanto, islamismo financiado por el gran capital).

        

En efecto, se ha de contar con todas y todos para la tarea de la revolución integral también con el Islam popular y revolucionario, ¡cómo no!
                                                                                    (Continuará)

Fuente:Esfuerzo y Servicio Desinteresados

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