Por Acratosaurio Rex
El Acratosaurio puede sacar pecho, ya que nuevamente ha solucionado el conflicto de una atribulada madre que no sabía lidiar con su hijo. El gañán de 18 años era fracaso escolar, más bruto que un saco de martillos. No haciendo nada en la casa más que escuchar música atronadora, no haciendo en la calle nada más que conducir el coche, la madre sufría, porque si estaba en casa, desazón, y si estaba fuera, intranquila. Tras sucesivas consultas a sicólogos, siquiatras, videntes de barrio, tras estudio de metabolismo, homeópata, gotas de Bach, y de practicarle un exorcismo, viendo la hembra el caso de imposible solución, puso el asunto en mis manos. Algo bueno tiene que tener el cabronazo. —me dijo la jefa del hogar mono parental—. No hay problema mujer, yo descubriré su don para que te quites de encima esa garrapata.
Lo primero que hice fue ganarme al rapaz. Cabeza afeitada, agujeros, tatuajes, cuello grueso, camiseta… Conduce bastante bien el coche hasta el Centro de Especialidades Doctora Bernarda. Me lleva para que me revisen la próstata.
Cuando llegamos, me propone tomar unas setas. Saca un papel aluminio que envuelve algo, lo despliega y me muestra una lasaña que se hubiera dejado un mes fuera de la nevera. Le pregunto que si tú has consumido alguna vez. Me responde que no. Y le digo que vayamos inmediatamente a alguna parte a comer de eso. Él me lleva donde su abuela, que tiene un cuarto piso sin ascensor, y que pasa la tarde en talleres municipales haciendo tapices.
Entramos. Tomamos las libretas y los lápices para apuntar nuestras impresiones. Anotamos la hora de la toma, la cantidad, y lo que se nos ocurre. A la tercera toma, el muchacho saca una pistola cargada y me pide un móvil para llamar a la madre. Le doy su móvil y me exige que salga de la habitación. Llama a la madre diciéndole que se está asfixiando, que necesita un médico, y que yo le he inducido a tomar drogas. No, no sabe dónde estamos. Por lo visto le tengo secuestrado con una pistola. El muchacho se da la vuelta y viene a donde mí. Yo me hago el desentendido en el medio de la habitación en posición del loto, sonrisa estúpida y ojos bizcos. El chico entra donde yo revólver en mano, móvil en otra, desencajado. Babea un poco. Se ve que está viajando.
Bueno, pasaron algunas cosas más, pero por la limitación de espacio no puedo contarlas. La cuestión es que cuando todo acabó, el chico quedó iluminado y yo supe lo que había que hacer. La madre le pagó al muchacho la ampliación del carnet de conducir, y ahora pasa el día escuchando música, libre. Él es feliz, tras darle sentido a su vida y hacer lo que realmente le gusta: camionero de larga distancia. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
El Acratosaurio puede sacar pecho, ya que nuevamente ha solucionado el conflicto de una atribulada madre que no sabía lidiar con su hijo. El gañán de 18 años era fracaso escolar, más bruto que un saco de martillos. No haciendo nada en la casa más que escuchar música atronadora, no haciendo en la calle nada más que conducir el coche, la madre sufría, porque si estaba en casa, desazón, y si estaba fuera, intranquila. Tras sucesivas consultas a sicólogos, siquiatras, videntes de barrio, tras estudio de metabolismo, homeópata, gotas de Bach, y de practicarle un exorcismo, viendo la hembra el caso de imposible solución, puso el asunto en mis manos. Algo bueno tiene que tener el cabronazo. —me dijo la jefa del hogar mono parental—. No hay problema mujer, yo descubriré su don para que te quites de encima esa garrapata.
Lo primero que hice fue ganarme al rapaz. Cabeza afeitada, agujeros, tatuajes, cuello grueso, camiseta… Conduce bastante bien el coche hasta el Centro de Especialidades Doctora Bernarda. Me lleva para que me revisen la próstata.
Cuando llegamos, me propone tomar unas setas. Saca un papel aluminio que envuelve algo, lo despliega y me muestra una lasaña que se hubiera dejado un mes fuera de la nevera. Le pregunto que si tú has consumido alguna vez. Me responde que no. Y le digo que vayamos inmediatamente a alguna parte a comer de eso. Él me lleva donde su abuela, que tiene un cuarto piso sin ascensor, y que pasa la tarde en talleres municipales haciendo tapices.
Entramos. Tomamos las libretas y los lápices para apuntar nuestras impresiones. Anotamos la hora de la toma, la cantidad, y lo que se nos ocurre. A la tercera toma, el muchacho saca una pistola cargada y me pide un móvil para llamar a la madre. Le doy su móvil y me exige que salga de la habitación. Llama a la madre diciéndole que se está asfixiando, que necesita un médico, y que yo le he inducido a tomar drogas. No, no sabe dónde estamos. Por lo visto le tengo secuestrado con una pistola. El muchacho se da la vuelta y viene a donde mí. Yo me hago el desentendido en el medio de la habitación en posición del loto, sonrisa estúpida y ojos bizcos. El chico entra donde yo revólver en mano, móvil en otra, desencajado. Babea un poco. Se ve que está viajando.
Bueno, pasaron algunas cosas más, pero por la limitación de espacio no puedo contarlas. La cuestión es que cuando todo acabó, el chico quedó iluminado y yo supe lo que había que hacer. La madre le pagó al muchacho la ampliación del carnet de conducir, y ahora pasa el día escuchando música, libre. Él es feliz, tras darle sentido a su vida y hacer lo que realmente le gusta: camionero de larga distancia. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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