Era el cumpleaños del padre de Karl. Por una vez le dieron permiso para quedarse con la gente grande después de la cena. Él permaneció sentado en un rincón, calladito, mirando a los amigos y parientes que bebían y charlaban. Al levantarse, Karl chocó con
una mesa y tiró al suelo una copa de vino blanco.
-No es nada -dijo el padre.
La madre barrió los vidrios y limpió el piso con un trapo. El padre acompañó a Karl a su dormitorio y le dijo:
-A las once, cuando se hayan ido los invitados, te pegaré.
Durante más de dos horas, desde la cama, Karl estuvo pendiente de las voces y del paso de los minutos.
A las once en punto de la noche llegó el padre, se sacó el cinturón y lo azotó.
-Lo hago por tu bien, para que aprendas -dijo el padre, como siempre decía, mientras Karl lloraba, desnudo, con la cabeza enterrada en la almohada.
Hace algunos años, Karl me contó, en Montevideo, esta historia de su infancia en Alemania.
Extracto del libro Días y noches de Amor y de Guerra, de Eduardo Galeano
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