Por Daniel Cazes Menache (Antropólogo y lingüista. Investigador de la UNAM y ex consejero de la CDHDF)
Felipe de Jesús:
Soy un ciudadano reconocido como ciudadano por la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
la que también ampara mi derecho a ser tratado con dignidad
por cualquier autoridad del gobierno. No soy ninguno
de tus empleados personales a los que has designado secretarios
de Estado sin consultar a los millones y millones
de ciudadanos como yo. Tu investidura no te permite faltar
el respeto a personas que jamás has tenido frente a ti.
Muchos ciudadanos y ciudadanas como yo trabajamos en
instituciones mucho más prestigiosas que la corporación
blanquiazul que comandas, y que han hecho a la República
contribuciones más importantes, de mayor alcance y
permanencia que las provenientes de casi cualquiera de
los señores que han ocupado la silla en la que te sientas sin
que jamás hayamos sabido si de verdad lo ameritas (varios
de nosotros hemos demostrado que los cálculos que sirvieron
para darte poquito más de un tercio de los votos de
2006 están falseados y que sus resultados son otros). Recuerda
que gobiernas (o algo así) con el débil consenso de
un tercio de la ciudadanía votante en esa fecha.
Todos sabemos que estás convencido de que tu discurso
anula y sustituye a cualquier realidad que la mayor
parte de la gente vive cotidianamente en este país.
También sabemos que con nuestros impuestos te das lujos
publicitarios de muy alto costo, como el de haber ido
por unas horas a Sudáfrica, donde ni tú ni el equipo al que
fuiste a echarle porras tenían nada que hacer. Pero, como
pontífice de la religión del futbol que “unifica al pueblo”
(aunque no conozcamos el significado de unificar ni de
pueblo), tenías que aparecer en los medios como el primer
porrista de la nación por derecho divino.
Toda la ciudadanía a la que tú fundes en una segunda
persona del singular merecería un mínimo del respeto
tuyo y de quienes te rodean y no tiene relaciones personales
con ustedes: nuestros vínculos, si acaso existen, son
exclusivamente institucionales con servidores supuestamente
públicos, no entre deseados amigos sobre los que te
crees con derecho de tratar abusando verbalmente de una
autoridad que, si no es obligatoria, millones de nosotros
no te reconocemos.
Tampoco somos propietarios de concesiones de empresas
que obtienen miles y miles de millones por su
amistad contigo. Ni somos miembros de
un tribunal que acepta las presiones (¿y
amenazas?) del mismo subordinado y tuteado
tuyo que fue el primer responsable
de las muertes de 49 niños en la guardería
subrogada ABC que está en idénticas condiciones
que casi todas las demás, aunque
ya tiene permiso para incendiarse sin que
se afecte a los responsables de cualquier
negligencia.
Entre esta ciudadanía a la que quieres
convencer de que las víctimas civiles del
fuego del ejército —del que eres jefe nato y
general de cinco estrellas— han sido cómplices
de quienes se supone que persigues
sin éxito, o bien asesinados colaterales por
el fuego “amigo”, estamos los padres y las
madres de la ABC, y también los electricistas
y los mineros, y muchos otros trabajadores
y trabajadoras a quienes te has
propuesto hacer desaparecer como tales y
también como ciudadanía sindicalizada,
crítica, rebelde ante las arbitrariedades
que cometes e inconforme con la demagogia
de tus spots difundidos por radio y
televisión.
Ignoro si tendrás el tiempo y el talento
para darte cuenta de algunas de las cosas
que te digo y de mil cosas más que te dicen
infinidad de personas más conscientes e
informadas que yo. Como sea, ni yo ni millones
de mujeres y de hombres a quienes
sueles aburrir con tus cadenas nacionales
merecemos tu trato despectivo.
Para la próxima ocasión en que se te
ocurra designarnos a todos y todas con un
“tú” de desprecio, pregúntanos antes, a
cada uno de nosotros, si deseamos que nos
tutees de esa manera.
Con el mismo respeto que me demuestras
en público, me despido de ti aunque no
lo pueda hacer por tus canales preferidos.
Soy un ciudadano reconocido como ciudadano por la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
la que también ampara mi derecho a ser tratado con dignidad
por cualquier autoridad del gobierno. No soy ninguno
de tus empleados personales a los que has designado secretarios
de Estado sin consultar a los millones y millones
de ciudadanos como yo. Tu investidura no te permite faltar
el respeto a personas que jamás has tenido frente a ti.
Muchos ciudadanos y ciudadanas como yo trabajamos en
instituciones mucho más prestigiosas que la corporación
blanquiazul que comandas, y que han hecho a la República
contribuciones más importantes, de mayor alcance y
permanencia que las provenientes de casi cualquiera de
los señores que han ocupado la silla en la que te sientas sin
que jamás hayamos sabido si de verdad lo ameritas (varios
de nosotros hemos demostrado que los cálculos que sirvieron
para darte poquito más de un tercio de los votos de
2006 están falseados y que sus resultados son otros). Recuerda
que gobiernas (o algo así) con el débil consenso de
un tercio de la ciudadanía votante en esa fecha.
Todos sabemos que estás convencido de que tu discurso
anula y sustituye a cualquier realidad que la mayor
parte de la gente vive cotidianamente en este país.
También sabemos que con nuestros impuestos te das lujos
publicitarios de muy alto costo, como el de haber ido
por unas horas a Sudáfrica, donde ni tú ni el equipo al que
fuiste a echarle porras tenían nada que hacer. Pero, como
pontífice de la religión del futbol que “unifica al pueblo”
(aunque no conozcamos el significado de unificar ni de
pueblo), tenías que aparecer en los medios como el primer
porrista de la nación por derecho divino.
Toda la ciudadanía a la que tú fundes en una segunda
persona del singular merecería un mínimo del respeto
tuyo y de quienes te rodean y no tiene relaciones personales
con ustedes: nuestros vínculos, si acaso existen, son
exclusivamente institucionales con servidores supuestamente
públicos, no entre deseados amigos sobre los que te
crees con derecho de tratar abusando verbalmente de una
autoridad que, si no es obligatoria, millones de nosotros
no te reconocemos.
Tampoco somos propietarios de concesiones de empresas
que obtienen miles y miles de millones por su
amistad contigo. Ni somos miembros de
un tribunal que acepta las presiones (¿y
amenazas?) del mismo subordinado y tuteado
tuyo que fue el primer responsable
de las muertes de 49 niños en la guardería
subrogada ABC que está en idénticas condiciones
que casi todas las demás, aunque
ya tiene permiso para incendiarse sin que
se afecte a los responsables de cualquier
negligencia.
Entre esta ciudadanía a la que quieres
convencer de que las víctimas civiles del
fuego del ejército —del que eres jefe nato y
general de cinco estrellas— han sido cómplices
de quienes se supone que persigues
sin éxito, o bien asesinados colaterales por
el fuego “amigo”, estamos los padres y las
madres de la ABC, y también los electricistas
y los mineros, y muchos otros trabajadores
y trabajadoras a quienes te has
propuesto hacer desaparecer como tales y
también como ciudadanía sindicalizada,
crítica, rebelde ante las arbitrariedades
que cometes e inconforme con la demagogia
de tus spots difundidos por radio y
televisión.
Ignoro si tendrás el tiempo y el talento
para darte cuenta de algunas de las cosas
que te digo y de mil cosas más que te dicen
infinidad de personas más conscientes e
informadas que yo. Como sea, ni yo ni millones
de mujeres y de hombres a quienes
sueles aburrir con tus cadenas nacionales
merecemos tu trato despectivo.
Para la próxima ocasión en que se te
ocurra designarnos a todos y todas con un
“tú” de desprecio, pregúntanos antes, a
cada uno de nosotros, si deseamos que nos
tutees de esa manera.
Con el mismo respeto que me demuestras
en público, me despido de ti aunque no
lo pueda hacer por tus canales preferidos.
Fuante Revista emeequis
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