La divulgación del disparate
El idioma, sin duda, lo hacen los hablantes. Incluso el diccionario de la RAE, antes tan prescriptivo, es cada vez más un diccionario de uso. Las lenguas cambian y se desarrollan. Sin embargo, la buena enseñanza de un idioma sirve para conservar su historia y su coherencia, para estructurar el pensamiento y establecer una comunicación con entendimiento.
Tengo para mí que una de las razones por las cuales en México nos cuesta tanto ponernos de acuerdo es que no nos entendemos por lo mal que se maneja el español. La catástrofe educativa ha afectado la capacidad de articulación hablada y escrita de las ideas. El idioma es el mecanismo primario por medio del cual la gente aprende a pensar. En este país la gente piensa mal porque no aprende a hablar, no se diga ya a escribir.
Y frente al fracaso de la educación estatal, ahora son las televisoras y radiodifusoras las principales creadoras del lenguaje nacional. Locutores mal preparados, actores de segunda y articulistas difunden su ignorancia entre un auditorio que repite los disparates divulgados por los medios.
Con extrema frecuencia se escucha la deformación idiomática que sufren términos de origen científico que debieron estudiarse en la secundaria. El caso de “biosfera” es uno de los más reiterados. La palabra nace de la combinación de la partícula “bio”, prefijo referente a los seres vivos, con “esfera”, por lo que no hay razón para convertirla en “biósfera”, como suelen repetir los conductores.
En estas semanas de atención a las formas que adopta el idioma en los medios mexicanos, me he encontrado con barbaridades reiteradas. Los programas matinales dedicados a las mujeres parecen tener como requisito de contratación de sus conductores la precariedad en el manejo del español. Una y otra vez dicen tonterías como “le duele su cabeza” o “se fracturó su mano”, como si a alguien le pudiera doler una cabeza o se pudiera romper una extremidad que no fuera suya. Los disparates se multiplican. Desde luego están todos los charlatanes que hablan de sesudos temas como del campo magnético que se llama ansiedad, o de los materiales sintéticos como el poliéster y ¡la seda!
Tengo para mí que una de las razones por las cuales en México nos cuesta tanto ponernos de acuerdo es que no nos entendemos por lo mal que se maneja el español. La catástrofe educativa ha afectado la capacidad de articulación hablada y escrita de las ideas. El idioma es el mecanismo primario por medio del cual la gente aprende a pensar. En este país la gente piensa mal porque no aprende a hablar, no se diga ya a escribir.
Y frente al fracaso de la educación estatal, ahora son las televisoras y radiodifusoras las principales creadoras del lenguaje nacional. Locutores mal preparados, actores de segunda y articulistas difunden su ignorancia entre un auditorio que repite los disparates divulgados por los medios.
Con extrema frecuencia se escucha la deformación idiomática que sufren términos de origen científico que debieron estudiarse en la secundaria. El caso de “biosfera” es uno de los más reiterados. La palabra nace de la combinación de la partícula “bio”, prefijo referente a los seres vivos, con “esfera”, por lo que no hay razón para convertirla en “biósfera”, como suelen repetir los conductores.
En estas semanas de atención a las formas que adopta el idioma en los medios mexicanos, me he encontrado con barbaridades reiteradas. Los programas matinales dedicados a las mujeres parecen tener como requisito de contratación de sus conductores la precariedad en el manejo del español. Una y otra vez dicen tonterías como “le duele su cabeza” o “se fracturó su mano”, como si a alguien le pudiera doler una cabeza o se pudiera romper una extremidad que no fuera suya. Los disparates se multiplican. Desde luego están todos los charlatanes que hablan de sesudos temas como del campo magnético que se llama ansiedad, o de los materiales sintéticos como el poliéster y ¡la seda!
Más grave es la ignorancia entre quienes se pretenden cultos divulgadores. En un programa de pretensiones culturales escuché al señor Alberto Barranco referirse una y otra vez, con aires eruditos, a los autos de fe de la Inquisición colonial como “autos sacramentales”, término con el que se designan las obras dramáticas escritas en loor del misterio de la eucaristía, comunes en el teatro barroco español.
Las campañas políticas también han sido fuente inagotable para pescar disparates. No me refiero aquí a las tonterías más conceptuales, como la de la campaña del PRI que pide un voto de fe, basado en las creencias, no en las razones, sino a esa del PRD que clama por actos que se “adecúen”, en lugar de unos que se adecuen.
El significado de las palabras se adivina de manera aproximativa; los locutores de deportes de Televisa se refieren a los puestos de vendedores ambulantes afuera del estadio de San Salvador como “vendimias”, como si en las calles calurosas de la capital centroamericana se pudieran cosechar uvas. La conjugación de los verbos se vuelve una ciencia críptica y escuchamos a personajes de supuesta larga trayectoria periodística, como Gustavo Adolfo Infante, usar “habemos”, inexistente forma del verbo haber. Los traductores de las series despedazan el español con su ignorancia de las más elementales formas de concordancia. La de la exitosa 24 es horrible, con expresiones como “la primer vez” en lugar de “la primera”, o barbaridades como “negocía” en lugar de “negocia”. Seguramente a partir de esas malas traducciones se difundió entre los reporteros mexicanos el uso de “corte” para referirse a cualquier tribunal.
A los comentaristas de Once TV México les parece más chic referirse a las exposiciones de arte como “exhibiciones” y los científicos que analizan la tragedia de Hermosillo en el IMER hablan de materiales “flamables” porque seguramente creen que inflamable es incorrecto.
Los medios muestran a políticos, a intelectuales, a charlatanes y a locutores empeñados en la misma tarea: divulgar disparates.
Tomado de la revista etcetera
Las campañas políticas también han sido fuente inagotable para pescar disparates. No me refiero aquí a las tonterías más conceptuales, como la de la campaña del PRI que pide un voto de fe, basado en las creencias, no en las razones, sino a esa del PRD que clama por actos que se “adecúen”, en lugar de unos que se adecuen.
El significado de las palabras se adivina de manera aproximativa; los locutores de deportes de Televisa se refieren a los puestos de vendedores ambulantes afuera del estadio de San Salvador como “vendimias”, como si en las calles calurosas de la capital centroamericana se pudieran cosechar uvas. La conjugación de los verbos se vuelve una ciencia críptica y escuchamos a personajes de supuesta larga trayectoria periodística, como Gustavo Adolfo Infante, usar “habemos”, inexistente forma del verbo haber. Los traductores de las series despedazan el español con su ignorancia de las más elementales formas de concordancia. La de la exitosa 24 es horrible, con expresiones como “la primer vez” en lugar de “la primera”, o barbaridades como “negocía” en lugar de “negocia”. Seguramente a partir de esas malas traducciones se difundió entre los reporteros mexicanos el uso de “corte” para referirse a cualquier tribunal.
A los comentaristas de Once TV México les parece más chic referirse a las exposiciones de arte como “exhibiciones” y los científicos que analizan la tragedia de Hermosillo en el IMER hablan de materiales “flamables” porque seguramente creen que inflamable es incorrecto.
Los medios muestran a políticos, a intelectuales, a charlatanes y a locutores empeñados en la misma tarea: divulgar disparates.
Tomado de la revista etcetera
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