Por Acratosaurio Rex
Advertencia: voy a contar el final de ambos libros, así que quien no quiera quitarle el suspense a la grata lectura de Saramago, que no abra este artículo, tal vez útil en estos tiempos. La pregunta que se hacía el novelista en su Ensayo sobre la lucidez, era ésta: ¿qué pasaría si un 83% de la población votase en blanco? Yo le respondía que nada, pero él quiso insistir en explorar esa posibilidad de rechazo pacífico y consenso no pactado.
Comenzó la especulación con su Ensayo sobre la ceguera. De manera misteriosa, en una gran ciudad moderna del Occidente Cristiano, se propaga una epidemia. La gente deja de ver y se producen los peores crímenes. A medida que Saramago desarrolla su relato, se da cuenta de que una única solución puede detener esa plaga: un asesinato.
La mujer del médico, la única vidente, solidaria con sus compañeros hasta el punto de hacerse pasar por ciega, una que sufre con todos y con cada uno en su turno, es la encargada de llevarlo a cabo. Tal vez sin compasión, pero también sin odio, lleva a cabo un acto justiciero y da lo que se merece al que se lo merece: la muerte. Y con ese acto de justicia, que resplandece un solo instante, se inicia un proceso de fuerza, de desesperación, que termina por devolver la vista al pueblo. Es la decisión soberana del grupo, que despliega su voluntad de no-gobierno, la que cura la ceguera blanca.
Pepe Saramago, no quedó satisfecho. Me comentaba que el crimen había restaurado la justicia, y la justicia había devuelto la cordura a las masas. Pero todo seguía igual. Dominantes, dominados… Así que en el Ensayo sobre la lucidez, hace que ese pueblo cuerdo, vea con claridad y vote en blanco. De manera natural, un complot se extiende entre la población, pacífico, amable. El Gobierno tiene que huir de ese tranquilo rechazo, y somete a sitio la ciudad perpetrando sobre ella cuantos crímenes se le ocurren. Pero la ciudad, liberada a su propio impulso, no solo sobrevive sino que prospera. Saramago se daba cuenta al imaginar la historia, que esto no podía acabar bien. No. Un simple voto en blanco masivo no podía dar continuidad a una sociedad basada en no mandar, y en no obedecer. Así que se ve obligado a cometer otro crimen. Un sicario del gobierno se encarga de ejecutar, con paciencia y con profesionalidad, a la mujer del médico, a la que devolvió la vista a los ciegos. Y, en ese mismo instante, regresa la ceguera global.
Dos actos sangrientos. El primero, impremeditado, inevitable, da luz; el segundo, ordenado y avalado, tinieblas.
No tenéis que llamar a la violencia en el tránsito a la libertad, porque la violencia siempre llega de la mano del poder. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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