Ecowatch.com
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández |
Treinta y nueve meses después de las múltiples explosiones de Fukushima,
las tasas de cáncer de tiroides entre los niños que viven en los
alrededores se han disparado más de cuarenta veces por encima de lo
normal. Más del 48% de los 375.000 de los jóvenes –casi 200.000
niños- examinados por la Universidad Médica de Fukushima en los
alrededores de los llameantes reactores sufren ahora trastornos precancerosos de tiroides, sobre todo nódulos y quistes. La tasa está acelerándose.
Se están registrando más de 120 cánceres infantiles donde antes se registraban sólo tres, dice Joseph Mangano, director ejecutivo del Proyecto Salud Pública y Radiación.
La industria nuclear y sus defensores continúan negando esta tragedia sobre la salud pública. Algunos han llegado incluso a afirmar que “ninguna persona” se ha visto afectada por las liberaciones masivas de radiación de Fukushima que, en relación con algunos isótopos, superó las de Hiroshima en un factor de casi 30.
Pero la mortal epidemia de Fukushima es consistente con los impactos sufridos por los niños que se encontraban cerca de Three Miles Island cuando ocurrió el accidente de 1979, y de la explosión de Chernobil de 1986, así como respecto a lo descubierto en otros comerciales reactores.
La Comisión de Seguridad Nuclear de Canadá ha confirmado la probabilidad de que la energía atómica pueda causar ese tipo de epidemias, afirmando que en caso de un desastre en un reactor se produciría “un aumento en el riesgo de cáncer de tiroides infantil”.
Al evaluar las perspectivas de construcción de un nuevo reactor en Canadá, la Comisión dice que la tasa “aumentaría en un 0,3% a una distancia de doce kilómetros” del accidente. Eso supone la distribución de pastillas protectoras de yoduro de potasio y una urgente y eficaz evacuación, nada de lo cual se produjo en los casos de Three Mile Island, Chernobil o Fukushima.
Mangano ha analizado las cifras. A partir de la década de 1980, ha venido estudiando los impactos de la radiación producida por un reactor sobre la salud humana; empezó sus trabajos con el legendario radiólogo Dr. Ernest Sternglass y el estadístico Jay Gould.
En las declaraciones hechas por Mangano para Green Power & Wellness Show en www.prn.fm, confirma también que la salud general de las poblaciones humanas situadas en la dirección del viento mejora cuando los reactores atómicos se cierran y va en declive cuando se abren o se vuelven a abrir.
Los niños de las cercanías de Fukushima no son las únicas víctimas. El operario de la planta, Masao Yoshida , murió a los 58 años de un cáncer de esófago. Masao se negó heroicamente a abandonar Fukushima en lo peor de la crisis, salvando probablemente millones de vidas. A los trabajadores del reactor empleados por contratistas independientes –muchos dominados por el crimen organizado- no se les controla en absoluto la exposición a la radiación. Y la indignación de la gente va en aumento a causa de los planes del gobierno para obligar a las familias –muchas con niños pequeños- a volver a la región fuertemente contaminada que rodea la planta.
Tras su accidente de 1979, los propietarios de Three Miles Island negaron que el reactor se hubiera fundido. Pero una cámara-robot confirmó más tarde lo contrario.
El estado de Pensilvania acabó misteriosamente con su registro de tumores, después dijo que “no había pruebas” de que nadie hubiera muerto.
Sin embargo, una amplia gama de estudios independientes confirma las aumentadas tasas de mortalidad infantil y de exceso de cánceres entre la población en general. El Departamento de Agricultura de Pensilvania y periodistas locales confirmaron también el exceso de muertes, mutaciones y enfermedades entre los animales locales.
En la década de 1980, la juez federal Silvia Rambo bloqueó una demanda colectiva presentada por 2.400 personas que vivían en zonas alcanzadas por la radiación trasladada por los vientos, afirmando que no se había liberado radiación importante como para causar daño a nadie. Y, después de 35 años, nadie sabe cuánta radiación escapó ni dónde acabó. Los propietarios de Three Mile Island han pagado calladamente millones a las víctimas a cambio del secreto de sumario.
En Chernobil, un compendio de más de 5.000 estudios ha arrojado una cifra de muertos de más de un millón de personas.
Los efectos de la radiación en los más jóvenes en las zonas situadas a favor del viento de Bielorrusia y Ucrania han sido horrendos. Según Mangano, alrededor del 80% de los “niños de Chernobil” nacidos desde el accidente en esas zonas han sufrido una amplia gama de impactos que van desde defectos congénitos y cáncer de tiroides a enfermedades coronarias, respiratorias y mentales de larga duración. Los resultados indican que sólo uno de cada cinco de los jóvenes puede ser considerado sano.
Médicos por la Responsabilidad Social y la rama alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear han advertido de problemas parecidos en los alrededores de Fukushima.
El Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Atómica de las Naciones Unidas (UNSCEAR, por sus siglas en inglés) ha emitido recientemente varios informes restando importancia a los impactos humanos del desastre. El UNSCEAR está interconectado con la Agencia Internacional de la Energía Atómica de la ONU, cuyo mandato promueve la energía atómica. La AIEA tiene orden de secreto de sumario sobre los hallazgos de la ONU acerca de los impactos sobre la salud provocados por el reactor. Durante décadas, el UNSCEAR y la Organización Mundial de la Salud han impedido que se conozcan los extendidos impactos sobre la salud de la industria nuclear. Fukushima ha demostrado no ser una excepción.
Como respuesta, los Médicos por la Responsabilidad Social y la rama alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear han refutado a través de diez puntos esas afirmaciones, advirtiendo al público de que la credibilidad de las Naciones Unidas ha quedado comprometida. El desastre “sigue avanzando”, dicen esos grupos y habrá que controlarlo durante décadas. “Las cosas podrían ir a peor” si los vientos que han estado soplando hacia Tokio se vuelven hacia el mar (y hacia EEUU).
Hay un riesgo en curso a partir de los productos radiados y entre los trabajadores del lugar porque no se están controlando ni las dosis de radiación ni su impacto sobre la salud. Las estimaciones de las dosis actuales no son fiables y hay que tener muy en cuenta los graves impactos de la radiación sobre el embrión humano.
Los estudios del UNSCEAR sobre la radiación de fondo son también “engañosos”, dicen los grupos, y deben llevarse a cabo nuevos estudios sobre los efectos de la radiación en la genética así como en las “enfermedades no cancerosas”. La afirmación de la ONU de que “no se esperan efectos discernibles sobre la salud relacionados con la radiación entre las personas expuestas” es “cínica”, aseguran los grupos. Añaden que las cosas pueden ir a peor por la negativa oficial a distribuir yoduro de potasio, que podrían haber protegido a las personas de los impactos en el tiroides de las liberaciones masivas del radioactivo I-131.
Además, las horribles noticias de Fukushima sólo pueden ir a peor. La radiación de los tres núcleos perdidos está aún vertiéndose en el Pacífico. El control de las barras de combustible gastadas en las piscinas suspendidas en el aire y esparcidas alrededor del lugar sigue siendo muy peligroso.
El régimen pronuclear de Shinzo Abe quiere reabrir los 48 reactores que quedan en Japón. Está presionando duramente a las familias que huyeron del desastre para que vuelvan a ocupar sus casas y ciudades irradiadas.
Pero Three Mile Island, Chernobil y la plaga de muerte y enfermedad que está surgiendo cerca de Fukushima dejan muy claro que el coste humano de esas decisiones sigue incrementándose y que son nuestros niños los que sufren primero y los que sufren lo peor.
Harvey Franklin Wasserman (1945) es periodista, escritor, activista por la democracia y defensor de las energías renovables. Ha sido uno de los estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados Unidos. Es editor de Nukefree.org y autor del libro Solartopia! Our Green-Powered Eart.
Fuente: http://ecowatch.com/2014/06/14/fukushima-children-dying/
Se están registrando más de 120 cánceres infantiles donde antes se registraban sólo tres, dice Joseph Mangano, director ejecutivo del Proyecto Salud Pública y Radiación.
La industria nuclear y sus defensores continúan negando esta tragedia sobre la salud pública. Algunos han llegado incluso a afirmar que “ninguna persona” se ha visto afectada por las liberaciones masivas de radiación de Fukushima que, en relación con algunos isótopos, superó las de Hiroshima en un factor de casi 30.
Pero la mortal epidemia de Fukushima es consistente con los impactos sufridos por los niños que se encontraban cerca de Three Miles Island cuando ocurrió el accidente de 1979, y de la explosión de Chernobil de 1986, así como respecto a lo descubierto en otros comerciales reactores.
La Comisión de Seguridad Nuclear de Canadá ha confirmado la probabilidad de que la energía atómica pueda causar ese tipo de epidemias, afirmando que en caso de un desastre en un reactor se produciría “un aumento en el riesgo de cáncer de tiroides infantil”.
Al evaluar las perspectivas de construcción de un nuevo reactor en Canadá, la Comisión dice que la tasa “aumentaría en un 0,3% a una distancia de doce kilómetros” del accidente. Eso supone la distribución de pastillas protectoras de yoduro de potasio y una urgente y eficaz evacuación, nada de lo cual se produjo en los casos de Three Mile Island, Chernobil o Fukushima.
Mangano ha analizado las cifras. A partir de la década de 1980, ha venido estudiando los impactos de la radiación producida por un reactor sobre la salud humana; empezó sus trabajos con el legendario radiólogo Dr. Ernest Sternglass y el estadístico Jay Gould.
En las declaraciones hechas por Mangano para Green Power & Wellness Show en www.prn.fm, confirma también que la salud general de las poblaciones humanas situadas en la dirección del viento mejora cuando los reactores atómicos se cierran y va en declive cuando se abren o se vuelven a abrir.
Los niños de las cercanías de Fukushima no son las únicas víctimas. El operario de la planta, Masao Yoshida , murió a los 58 años de un cáncer de esófago. Masao se negó heroicamente a abandonar Fukushima en lo peor de la crisis, salvando probablemente millones de vidas. A los trabajadores del reactor empleados por contratistas independientes –muchos dominados por el crimen organizado- no se les controla en absoluto la exposición a la radiación. Y la indignación de la gente va en aumento a causa de los planes del gobierno para obligar a las familias –muchas con niños pequeños- a volver a la región fuertemente contaminada que rodea la planta.
Tras su accidente de 1979, los propietarios de Three Miles Island negaron que el reactor se hubiera fundido. Pero una cámara-robot confirmó más tarde lo contrario.
El estado de Pensilvania acabó misteriosamente con su registro de tumores, después dijo que “no había pruebas” de que nadie hubiera muerto.
Sin embargo, una amplia gama de estudios independientes confirma las aumentadas tasas de mortalidad infantil y de exceso de cánceres entre la población en general. El Departamento de Agricultura de Pensilvania y periodistas locales confirmaron también el exceso de muertes, mutaciones y enfermedades entre los animales locales.
En la década de 1980, la juez federal Silvia Rambo bloqueó una demanda colectiva presentada por 2.400 personas que vivían en zonas alcanzadas por la radiación trasladada por los vientos, afirmando que no se había liberado radiación importante como para causar daño a nadie. Y, después de 35 años, nadie sabe cuánta radiación escapó ni dónde acabó. Los propietarios de Three Mile Island han pagado calladamente millones a las víctimas a cambio del secreto de sumario.
En Chernobil, un compendio de más de 5.000 estudios ha arrojado una cifra de muertos de más de un millón de personas.
Los efectos de la radiación en los más jóvenes en las zonas situadas a favor del viento de Bielorrusia y Ucrania han sido horrendos. Según Mangano, alrededor del 80% de los “niños de Chernobil” nacidos desde el accidente en esas zonas han sufrido una amplia gama de impactos que van desde defectos congénitos y cáncer de tiroides a enfermedades coronarias, respiratorias y mentales de larga duración. Los resultados indican que sólo uno de cada cinco de los jóvenes puede ser considerado sano.
Médicos por la Responsabilidad Social y la rama alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear han advertido de problemas parecidos en los alrededores de Fukushima.
El Comité Científico sobre los Efectos de la Radiación Atómica de las Naciones Unidas (UNSCEAR, por sus siglas en inglés) ha emitido recientemente varios informes restando importancia a los impactos humanos del desastre. El UNSCEAR está interconectado con la Agencia Internacional de la Energía Atómica de la ONU, cuyo mandato promueve la energía atómica. La AIEA tiene orden de secreto de sumario sobre los hallazgos de la ONU acerca de los impactos sobre la salud provocados por el reactor. Durante décadas, el UNSCEAR y la Organización Mundial de la Salud han impedido que se conozcan los extendidos impactos sobre la salud de la industria nuclear. Fukushima ha demostrado no ser una excepción.
Como respuesta, los Médicos por la Responsabilidad Social y la rama alemana de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear han refutado a través de diez puntos esas afirmaciones, advirtiendo al público de que la credibilidad de las Naciones Unidas ha quedado comprometida. El desastre “sigue avanzando”, dicen esos grupos y habrá que controlarlo durante décadas. “Las cosas podrían ir a peor” si los vientos que han estado soplando hacia Tokio se vuelven hacia el mar (y hacia EEUU).
Hay un riesgo en curso a partir de los productos radiados y entre los trabajadores del lugar porque no se están controlando ni las dosis de radiación ni su impacto sobre la salud. Las estimaciones de las dosis actuales no son fiables y hay que tener muy en cuenta los graves impactos de la radiación sobre el embrión humano.
Los estudios del UNSCEAR sobre la radiación de fondo son también “engañosos”, dicen los grupos, y deben llevarse a cabo nuevos estudios sobre los efectos de la radiación en la genética así como en las “enfermedades no cancerosas”. La afirmación de la ONU de que “no se esperan efectos discernibles sobre la salud relacionados con la radiación entre las personas expuestas” es “cínica”, aseguran los grupos. Añaden que las cosas pueden ir a peor por la negativa oficial a distribuir yoduro de potasio, que podrían haber protegido a las personas de los impactos en el tiroides de las liberaciones masivas del radioactivo I-131.
Además, las horribles noticias de Fukushima sólo pueden ir a peor. La radiación de los tres núcleos perdidos está aún vertiéndose en el Pacífico. El control de las barras de combustible gastadas en las piscinas suspendidas en el aire y esparcidas alrededor del lugar sigue siendo muy peligroso.
El régimen pronuclear de Shinzo Abe quiere reabrir los 48 reactores que quedan en Japón. Está presionando duramente a las familias que huyeron del desastre para que vuelvan a ocupar sus casas y ciudades irradiadas.
Pero Three Mile Island, Chernobil y la plaga de muerte y enfermedad que está surgiendo cerca de Fukushima dejan muy claro que el coste humano de esas decisiones sigue incrementándose y que son nuestros niños los que sufren primero y los que sufren lo peor.
Harvey Franklin Wasserman (1945) es periodista, escritor, activista por la democracia y defensor de las energías renovables. Ha sido uno de los estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados Unidos. Es editor de Nukefree.org y autor del libro Solartopia! Our Green-Powered Eart.
Fuente: http://ecowatch.com/2014/06/14/fukushima-children-dying/
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