Uno de los argumentos habituales de los defensores del Estado,
opuestos obviamente a las ideas anarquistas, es que la comunidad debe
defenderse de aquellos que actúan violentamente en su seno y atentan
contra la convivencia pacífica. Al igual que los ejércitos quieren
justificarse por la existencia de enemigos exteriores, ficticios o
reales, los jueces, policías y carceleros quieren legitimar su
actuación en la existencia de delincuentes, que vendrían a ser los
enemigos internos. Una de las grandes justificaciones del Estado, por
lo tanto, se encuentra en que es necesario reprimir el delito. De un
modo muy general, los anarquistas han respondido que los males que
genera la represión policial y jurídica es mayor que la causada por los
delincuentes, ya que produce injusticia, provoca dolor, denigra la
dignidad humana, combate la solidaridad y, en la mayor parte de los
casos, actúa en nombre de los poderosos y acomodados y en detrimento de
los débiles y humildes. No obstante, y aunque es un argumento a tener
en cuenta el poner en una balanza los males del Estado y sus fuerzas
protectoras frente a los beneficios que causan, es importante un
análisis más profundo y un enfoque más constructivo.
Se mencionan, sobre todo, a William Morris y a Kropotkin como los autores en los que encontramos ya las líneas fundamentales para una visión libertaria sobre el delito. En cuanto a los delitos contra la propiedad (robos, hurtos, estafas…), ya se ha insistido en que la eliminación de la propiedad privada debería provocar que no exista ocasión para dichas acciones. Los delitos más graves, como son los homicidios y todo tipo de agresiones físicas, también están originados en gran medida en la existencia del dinero y de las desigualdades; de nuevo hay que cuestionar la propiedad privada si queremos reducir el número de actos violentos. Sin embargo, no será posible con seguridad eliminar la totalidad de los delitos, ya que existen múltiples factores emocionales y pasionales que conducen a todo tipo de agresiones; entramos aquí en el terreno de lo patológico, aunque los anarquistas insisten en la naturaleza y estructura de las sociedades estatales y capitalistas como graves condicionantes para que el ser humano actúe de esa manera. La rapiña de la burguesía y la prepotencia de los gobiernos, sea cual se su pelaje, que no tienen fin, como se está confirmando una y otra vez en la actualidad, incitan de manera permanente y constitutiva a la agresión y la violencia.
No obstante, no podemos ser ingenuos, a pesar de todos estos factores con lo que es posible acabar y crear una sociedad con una base más justa y con menos factores sociales y sicológicos para el delito, lo más probable es que siga existiendo un número de personas antisociales que constituyen un peligro para los demás. Cualquier sociedad, no el Estado, se reserva el derecho a actuar contra los que son incapaces de adaptarse a la vida social; en el anarquismo, repugna el castigo y, todavía más, el ojo por ojo, pero sigue siendo un interrogante la manera de actuar frente a este tipo de personas y la respuesta tal vez pase por una solución lo más humana posible. En algunas ocasiones, se ha mencionado la expulsión de la comunidad y, en otras, algún tipo de sistema de rehabilitación que no suponga una represión autoritaria ni la privación total de la libertad. Un anarquista tan lúcido, humano y pragmático como Malatesta, consideraba que la vida cotidiana se desarrolla casi al margen del código penal, mientras que la suma de usos y costumbres tienen un mayor peso; es la opinión pública y la única sanción del desprecio las que deberían actuar con más fuerza en una sociedad libertaria. En cualquier caso, no es posible prever las actividades de la humanidad en el futuro ni dar soluciones definitivas, pero sí combatir la miseria y la opresión, y las ideas libertarias ofrecen todas sus propuestas al respecto.
Desde el anarquismo, creemos posible expresarlo así, no hay una visión ingenua y bondadosa sobre la naturaleza humana. Se critica ferozmente el mito del pecado original, y la existencia del libre albedrío, precisamente porque esa influyente creencia reduce al ser humano a todo lo contrario, una condición malévola, e impide un análisis de las causas que llevan a determinados comportamientos. Los anarquistas clásicos, como Bakunin o Kropotkin, consideraban que la base de delito estaba en la sociedad, es el medio social el que más condiciona por mucha que exista una tendencia agresiva en el individuo; el tiempo parece haberles dado, por lo menos, más razón que a aquellos criminólogos que consideraban la idea del delincuente nato, por lo que hay poner en cuestión siempre la sociedad. El ser humano es, sobre todo, maleable por el ambiente en el que nace y se desarrolla, y de ahí que se critique la mera represión y se insista desde el anarquismo en atajar las causas del delito. Tal y como señala Foucault, en Vigilar y castigar, es en la sociedad moderna donde los criminales surgen casi todos del último orden social y de las clases más desfavorecidas; de nuevo hay que recordar las intolerables desigualdad y pobreza como causas del delito. Como es sabido, Foucault dedica su obra a demostrar y denunciar cómo las instituciones carcelarias se transforman en los siglo XVIII y XIX en términos de humanización del sistema punitivo; así, la prisión se convierte una parte central en el derecho penal moderno y se presenta como la gran solución para el delito, cuando la realidad es que los castigos no están destinados a suprimir las infracciones, sino a administrarlas de alguna manera en provecho del sistema clasista. Desde el punto de vista ácrata, se desprecia esa condición para las cárceles, ya Kropotkin las rechazó como instancia superadora del delito, y se las denuncia como una institución deshumanizadora que causa más daños al restar sociabilidad al individuo. Por otra parte, se considera que, cuando desaparezca la jerarquización social, el despotismo, la explotación y la ignorancia, los actos violentos serán mucho más raros. Es posible que sigan existiendo numerosos actos agresivos, pero se aboga por la educación, no por el encarcelamiento o la ejecución.
Uno de las mayores apuestas de la filosofía social anarquista es por la solidaridad como factor de cohesión y paradigma imperante; es el liberalismo y su subordinación al sistema capitalista el que ha empujado a la atomización, hostilidad y desconfianza hacia el semejante en la sociedad moderna. Como conclusión sobre la visión libertaria del delito, hay que insistir en el desmantelamiento de la sociedad estatal y capitalista como una de las bases más fuertes para la existencia, además de otros males intolerables, de actos violentos. En una sociedad de iguales, la visión liberadora del trabajo generará mayores lazos fraternales que conflictos agresivos; como ya se ha dicho, la eliminación de la propiedad privada en ese tipo de comunidad, debería conllevar la eliminación de los innumerables delitos que supone. En cuanto a aquellos individuos que continúen mostrando inclinaciones perversas, los anarquistas consideran que el trato fraternal y libertario debe agotarse antes de tomar medidas más drásticas. Los anarquistas apuestan por un sistema penal basado en la libertad y muestran su visión teórica y práctica para ello; a los que se oponen a dicho modelo, o lo consideran una utopía irrealizable, hay que señalarles que la existencia de los derechos humanos sigue siendo una simple proclama en el mundo moderno, mientras que las sociedades rara vez se han construido sobre una base justa e igualitaria y, cuando se ha intentado, las fuerzas autoritarias han impuesto su ley.
Capi Vidal http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/
Se mencionan, sobre todo, a William Morris y a Kropotkin como los autores en los que encontramos ya las líneas fundamentales para una visión libertaria sobre el delito. En cuanto a los delitos contra la propiedad (robos, hurtos, estafas…), ya se ha insistido en que la eliminación de la propiedad privada debería provocar que no exista ocasión para dichas acciones. Los delitos más graves, como son los homicidios y todo tipo de agresiones físicas, también están originados en gran medida en la existencia del dinero y de las desigualdades; de nuevo hay que cuestionar la propiedad privada si queremos reducir el número de actos violentos. Sin embargo, no será posible con seguridad eliminar la totalidad de los delitos, ya que existen múltiples factores emocionales y pasionales que conducen a todo tipo de agresiones; entramos aquí en el terreno de lo patológico, aunque los anarquistas insisten en la naturaleza y estructura de las sociedades estatales y capitalistas como graves condicionantes para que el ser humano actúe de esa manera. La rapiña de la burguesía y la prepotencia de los gobiernos, sea cual se su pelaje, que no tienen fin, como se está confirmando una y otra vez en la actualidad, incitan de manera permanente y constitutiva a la agresión y la violencia.
No obstante, no podemos ser ingenuos, a pesar de todos estos factores con lo que es posible acabar y crear una sociedad con una base más justa y con menos factores sociales y sicológicos para el delito, lo más probable es que siga existiendo un número de personas antisociales que constituyen un peligro para los demás. Cualquier sociedad, no el Estado, se reserva el derecho a actuar contra los que son incapaces de adaptarse a la vida social; en el anarquismo, repugna el castigo y, todavía más, el ojo por ojo, pero sigue siendo un interrogante la manera de actuar frente a este tipo de personas y la respuesta tal vez pase por una solución lo más humana posible. En algunas ocasiones, se ha mencionado la expulsión de la comunidad y, en otras, algún tipo de sistema de rehabilitación que no suponga una represión autoritaria ni la privación total de la libertad. Un anarquista tan lúcido, humano y pragmático como Malatesta, consideraba que la vida cotidiana se desarrolla casi al margen del código penal, mientras que la suma de usos y costumbres tienen un mayor peso; es la opinión pública y la única sanción del desprecio las que deberían actuar con más fuerza en una sociedad libertaria. En cualquier caso, no es posible prever las actividades de la humanidad en el futuro ni dar soluciones definitivas, pero sí combatir la miseria y la opresión, y las ideas libertarias ofrecen todas sus propuestas al respecto.
Desde el anarquismo, creemos posible expresarlo así, no hay una visión ingenua y bondadosa sobre la naturaleza humana. Se critica ferozmente el mito del pecado original, y la existencia del libre albedrío, precisamente porque esa influyente creencia reduce al ser humano a todo lo contrario, una condición malévola, e impide un análisis de las causas que llevan a determinados comportamientos. Los anarquistas clásicos, como Bakunin o Kropotkin, consideraban que la base de delito estaba en la sociedad, es el medio social el que más condiciona por mucha que exista una tendencia agresiva en el individuo; el tiempo parece haberles dado, por lo menos, más razón que a aquellos criminólogos que consideraban la idea del delincuente nato, por lo que hay poner en cuestión siempre la sociedad. El ser humano es, sobre todo, maleable por el ambiente en el que nace y se desarrolla, y de ahí que se critique la mera represión y se insista desde el anarquismo en atajar las causas del delito. Tal y como señala Foucault, en Vigilar y castigar, es en la sociedad moderna donde los criminales surgen casi todos del último orden social y de las clases más desfavorecidas; de nuevo hay que recordar las intolerables desigualdad y pobreza como causas del delito. Como es sabido, Foucault dedica su obra a demostrar y denunciar cómo las instituciones carcelarias se transforman en los siglo XVIII y XIX en términos de humanización del sistema punitivo; así, la prisión se convierte una parte central en el derecho penal moderno y se presenta como la gran solución para el delito, cuando la realidad es que los castigos no están destinados a suprimir las infracciones, sino a administrarlas de alguna manera en provecho del sistema clasista. Desde el punto de vista ácrata, se desprecia esa condición para las cárceles, ya Kropotkin las rechazó como instancia superadora del delito, y se las denuncia como una institución deshumanizadora que causa más daños al restar sociabilidad al individuo. Por otra parte, se considera que, cuando desaparezca la jerarquización social, el despotismo, la explotación y la ignorancia, los actos violentos serán mucho más raros. Es posible que sigan existiendo numerosos actos agresivos, pero se aboga por la educación, no por el encarcelamiento o la ejecución.
Uno de las mayores apuestas de la filosofía social anarquista es por la solidaridad como factor de cohesión y paradigma imperante; es el liberalismo y su subordinación al sistema capitalista el que ha empujado a la atomización, hostilidad y desconfianza hacia el semejante en la sociedad moderna. Como conclusión sobre la visión libertaria del delito, hay que insistir en el desmantelamiento de la sociedad estatal y capitalista como una de las bases más fuertes para la existencia, además de otros males intolerables, de actos violentos. En una sociedad de iguales, la visión liberadora del trabajo generará mayores lazos fraternales que conflictos agresivos; como ya se ha dicho, la eliminación de la propiedad privada en ese tipo de comunidad, debería conllevar la eliminación de los innumerables delitos que supone. En cuanto a aquellos individuos que continúen mostrando inclinaciones perversas, los anarquistas consideran que el trato fraternal y libertario debe agotarse antes de tomar medidas más drásticas. Los anarquistas apuestan por un sistema penal basado en la libertad y muestran su visión teórica y práctica para ello; a los que se oponen a dicho modelo, o lo consideran una utopía irrealizable, hay que señalarles que la existencia de los derechos humanos sigue siendo una simple proclama en el mundo moderno, mientras que las sociedades rara vez se han construido sobre una base justa e igualitaria y, cuando se ha intentado, las fuerzas autoritarias han impuesto su ley.
Capi Vidal http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/
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