Escribía El inmigrante de los versos: "El dolor no llama a tu puerta y te pregunta si puede entrar, no el dolor entra sin más. No necesita tu permiso, es impertinente, egocéntrico y un maldito hijo de puta. Se te mete en lo más dentro del alma hasta que te asfixia sin más, disfruta observando cómo sufres y como las pasas putas, y se ríe de ti cuando observa como inevitablemente te está ganando la batalla, te está hundiendo más y más. Así que con el tiempo la mejor solución que he encontrado para el dolor cuando miserablemente se te cuela por debajo de la puerta es llegar a un pacto con él. Le das veinticuatro horas para que haga lo que tenga que hacer, incluso hasta removerte las entrañas lo más profundo posible. Tan solo le regalas veinticuatro horas, y luego que se vaya. Aunque quizás el problema siga ahí, inerte como una roca, al menos ahora no dejarás y permitirás que te destruya"
Cambiemos la palabra dolor por la palabra hambre o la palabra miseria. Servirían también términos canjeables como desesperanza o la opresión. Serviría para describir, al menos superficialmente, qué lleva a un ser humano a arriesgar su vida, cortar las raíces, su arraigo, abandonar a quienes ama, al lugar que le vio crecer y convertirse, por alguien que no es ni él ni su voluntad, en inmigrante.
No se es inmigrante para buscar otra forma de vida. En este mundo-imperio donde nada conserva su forma y todo está, consentidamente, boca abajo, se es inmigrante para SOBREVIVIR, porque se ha perdido toda fe, toda esperanza y el hilo fino de un horizonte, que queda tras millas de agua podrida, se convierte en el espejismo de una meta; un papel emborronado, con una foto, adquirido tras entregar la mismísima propia alma, traducida en dinero, se transforma en la ilusión, pequeña, a la que nos aferramos, pensando que, en el fin que estamos viviendo, puede existir un nuevo principio. No tenemos identidad, nos la robaron, nos la roban, les dimos el SÍ QUIERO a quienes nos borran de la faz de la existencia. Ellos, los inmigrantes, además, no son, no se llaman, no tienen nombre, no saben de patrias: son legales o ilegales, no han dejado de nadar desde que subieron al cascarón que creyeron el Titanic, porque el miedo a morir y a no existir hace que agrandemos el halo absurdo de los objetos y los lugares, entre dicotomías. Ellos son los pobres y nosotros, aún siendo pobres, les miramos como ricos. Ellos son los malos, los que traen enfermedades, los que han de trabajar en desempeños que a nosotros no “nos viene bien”. No importa si son sudacas, moros, chinos, negros, les cuñamos con el fuego de la hipocresía la palabra INMIGRANTE. Una extraña mezcla de azar geográfico y de la injusticia de quienes consentimos su pobreza, porque nuestro ombligo es tan inmensamente grande que no podemos perder tiempo en mirar sus bocas desdentadas, sus bazos hinchados, su piel ulcerada, su esperanza rota, les hace ser ciudadanos de un solo estado, el país de la pobreza. Habitan los barrios periféricos de ese país extenso y creciente, alimentado con el hedor de los contenedores, ataúdes de nuestras sobras, las de los “menos pobres que ellos". Moran cárceles imaginarias, pero que aprisionan con fuerza real. Sus no-papeles tienen escrita su condición: perseguidos políticos, rechazados sociales, apestados entre “pseudo-ricos” que pronto tendrán que aprender a viajar, no en vuelos low cost, sino en pateras.
Al otro estado, al estado imperio, únicamente les importa si tienen o no papeles, las células impresas que les permitirán malvivir, con mucha suerte.
Los inmigrantes son sombras que se observan. Manchas que se quieren ocultar.
Ayer, 16 inmigrantes subsaharianos, incluidas tres mujeres embarazadas y tres menores, llegaron a en patera a un islote español de las islas Alhucemas, situado a unos cien kilómetros de Melilla y a escasos metros de la costa marroquí. Llegaron a la isla deshabitada de Tierra, metáfora cruel, pero certera, de la paradoja de quienes dejan su tierra para soñar, con la brevedad de los sueños que pueden preceder a la muerte, al sueño que no viola el tiempo.No son los primeros ni los últimos en este 2012 de mentiras, fiascos, secuestradores dispuestos a rescatarnos benévolamente...
Los soñadores que dejan sus sueños, los que escuchan a su hambre porque ya no pueden escuchar a su razón, han entrado, haciendo la travesía de la muerte, por el archipiélago de Chafarinas y al Peñón de Vélez, donde arribaron 41 inmigrantes hace apenas unos días.
Y también ayer, con horas escasas de diferencia en este juego de rol en el que ellos, los inmigrantes, SIEMPRE han de perder, otros 68 inmigrantes añadieron sumandos a una suma que resta, vidas y dignidad, llegaron al Archipiélago de Alhucemas frente a las costas marroquíes, a 100 kilómetros al oeste de Melilla.
El ampuloso, cuando no toca, Ministerio del Interior, con su habitual sensibilidad y sentido de lo justo, pretendió llevar a los tres menores de este grupo a Melilla, separándoles de sus madres, acción que afortunadamente no lograron realizar. Añadir dolor a la casi muerte; injusticia a la injusticia. Ser quien te marca con el dedo y te dice ERES INMIGRANTE, MIRA TU ESTIGMA.
Los políticos, que jamás tendrán necesidad de viajar en patera y realizar la travesía de la muerte, solo hablaban hoy del papel de las mafias, jactándose todos de que se había logrado "una acción coordinada y exitosa". Yo me pregunto a qué mafias se referían, porque a parte de quienes sacan la vida a cada pobre inmigrante, engañándole con un pasaje sin retorno ni esperanza, un viaje mortal, la mafia oficial de los estados está ahí, consintiendo el porqué de la inmigración, perpetuando las diferencias de clase, hundiendo a quienes están hundidos, no buscando solucionar la falta de recursos, los huecos legales...
Cuentan que los ministros de Interior y Exteriores, Jorge Fernández Díaz, y de Exteriores, José Manuel García-Margallo, han conversado con sus homólogos marroquíes para buscar una solución conjunta que frene la acción de las mafias de la inmigración ilegal, en alusión al último episodio de llegada masiva de inmigrantes, según ha informado Interior. Lo que no cuentan es que se les ha leído el pensamiento y que lo desean evitar es “que esos moros desesperados acudan en masa al “reino de Españistán” y nos jodan aún más el panorama”.
Miremos sus rostros y sus heridas, las del cuerpo y las del alma. Si no por solidaridad, al menos porque son el reflejo de lo que nosotros seremos, en un futuro que ya está llamándose presente.
Pura María García http://lamoscaroja.wordpress.com/
Cambiemos la palabra dolor por la palabra hambre o la palabra miseria. Servirían también términos canjeables como desesperanza o la opresión. Serviría para describir, al menos superficialmente, qué lleva a un ser humano a arriesgar su vida, cortar las raíces, su arraigo, abandonar a quienes ama, al lugar que le vio crecer y convertirse, por alguien que no es ni él ni su voluntad, en inmigrante.
No se es inmigrante para buscar otra forma de vida. En este mundo-imperio donde nada conserva su forma y todo está, consentidamente, boca abajo, se es inmigrante para SOBREVIVIR, porque se ha perdido toda fe, toda esperanza y el hilo fino de un horizonte, que queda tras millas de agua podrida, se convierte en el espejismo de una meta; un papel emborronado, con una foto, adquirido tras entregar la mismísima propia alma, traducida en dinero, se transforma en la ilusión, pequeña, a la que nos aferramos, pensando que, en el fin que estamos viviendo, puede existir un nuevo principio. No tenemos identidad, nos la robaron, nos la roban, les dimos el SÍ QUIERO a quienes nos borran de la faz de la existencia. Ellos, los inmigrantes, además, no son, no se llaman, no tienen nombre, no saben de patrias: son legales o ilegales, no han dejado de nadar desde que subieron al cascarón que creyeron el Titanic, porque el miedo a morir y a no existir hace que agrandemos el halo absurdo de los objetos y los lugares, entre dicotomías. Ellos son los pobres y nosotros, aún siendo pobres, les miramos como ricos. Ellos son los malos, los que traen enfermedades, los que han de trabajar en desempeños que a nosotros no “nos viene bien”. No importa si son sudacas, moros, chinos, negros, les cuñamos con el fuego de la hipocresía la palabra INMIGRANTE. Una extraña mezcla de azar geográfico y de la injusticia de quienes consentimos su pobreza, porque nuestro ombligo es tan inmensamente grande que no podemos perder tiempo en mirar sus bocas desdentadas, sus bazos hinchados, su piel ulcerada, su esperanza rota, les hace ser ciudadanos de un solo estado, el país de la pobreza. Habitan los barrios periféricos de ese país extenso y creciente, alimentado con el hedor de los contenedores, ataúdes de nuestras sobras, las de los “menos pobres que ellos". Moran cárceles imaginarias, pero que aprisionan con fuerza real. Sus no-papeles tienen escrita su condición: perseguidos políticos, rechazados sociales, apestados entre “pseudo-ricos” que pronto tendrán que aprender a viajar, no en vuelos low cost, sino en pateras.
Al otro estado, al estado imperio, únicamente les importa si tienen o no papeles, las células impresas que les permitirán malvivir, con mucha suerte.
Los inmigrantes son sombras que se observan. Manchas que se quieren ocultar.
Ayer, 16 inmigrantes subsaharianos, incluidas tres mujeres embarazadas y tres menores, llegaron a en patera a un islote español de las islas Alhucemas, situado a unos cien kilómetros de Melilla y a escasos metros de la costa marroquí. Llegaron a la isla deshabitada de Tierra, metáfora cruel, pero certera, de la paradoja de quienes dejan su tierra para soñar, con la brevedad de los sueños que pueden preceder a la muerte, al sueño que no viola el tiempo.No son los primeros ni los últimos en este 2012 de mentiras, fiascos, secuestradores dispuestos a rescatarnos benévolamente...
Los soñadores que dejan sus sueños, los que escuchan a su hambre porque ya no pueden escuchar a su razón, han entrado, haciendo la travesía de la muerte, por el archipiélago de Chafarinas y al Peñón de Vélez, donde arribaron 41 inmigrantes hace apenas unos días.
Y también ayer, con horas escasas de diferencia en este juego de rol en el que ellos, los inmigrantes, SIEMPRE han de perder, otros 68 inmigrantes añadieron sumandos a una suma que resta, vidas y dignidad, llegaron al Archipiélago de Alhucemas frente a las costas marroquíes, a 100 kilómetros al oeste de Melilla.
El ampuloso, cuando no toca, Ministerio del Interior, con su habitual sensibilidad y sentido de lo justo, pretendió llevar a los tres menores de este grupo a Melilla, separándoles de sus madres, acción que afortunadamente no lograron realizar. Añadir dolor a la casi muerte; injusticia a la injusticia. Ser quien te marca con el dedo y te dice ERES INMIGRANTE, MIRA TU ESTIGMA.
Los políticos, que jamás tendrán necesidad de viajar en patera y realizar la travesía de la muerte, solo hablaban hoy del papel de las mafias, jactándose todos de que se había logrado "una acción coordinada y exitosa". Yo me pregunto a qué mafias se referían, porque a parte de quienes sacan la vida a cada pobre inmigrante, engañándole con un pasaje sin retorno ni esperanza, un viaje mortal, la mafia oficial de los estados está ahí, consintiendo el porqué de la inmigración, perpetuando las diferencias de clase, hundiendo a quienes están hundidos, no buscando solucionar la falta de recursos, los huecos legales...
Cuentan que los ministros de Interior y Exteriores, Jorge Fernández Díaz, y de Exteriores, José Manuel García-Margallo, han conversado con sus homólogos marroquíes para buscar una solución conjunta que frene la acción de las mafias de la inmigración ilegal, en alusión al último episodio de llegada masiva de inmigrantes, según ha informado Interior. Lo que no cuentan es que se les ha leído el pensamiento y que lo desean evitar es “que esos moros desesperados acudan en masa al “reino de Españistán” y nos jodan aún más el panorama”.
Miremos sus rostros y sus heridas, las del cuerpo y las del alma. Si no por solidaridad, al menos porque son el reflejo de lo que nosotros seremos, en un futuro que ya está llamándose presente.
Pura María García http://lamoscaroja.wordpress.com/
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