¿Cómo se puede no tomar la decisión y persistir en la servidumbre?
A primera vista puede parecer una cuestión muy simple, sin embargo, la práctica diaria de la inmensa mayoría de nosotros nos dice que hay algo más detrás de todo esto. Si fuera así de simple (no descarto que lo sea) viviríamos en un mundo libre.
La primera cuestión que se plantea para no tomar la decisión es precisamente la falta de conciencia de nuestra condición de siervos. Difícilmente se puede tomar una decisión sobre un asunto que es inexistente para uno mismo.
Casi la totalidad de la población humana vivimos en sociedades controladas por unos pocos dominadores que extienden sus tentáculos sobre todo aquello a su alcance para establecer el control social. En estas sociedades siempre se actúa previniendo, asociando la libertad a lo que es menester desear. En otras palabras, los auxiliares del sistema venden la ideología dominante con la pretensión de ser la única disponible en el mercado intelectual. La libertad que defienden se asocia a un objeto deseable útil a la sociedad: libertad de consumir, de poseer, de disponer de bienes materiales, libertad de conformarse al modelo de consumidor ensalzado por los sistemas publicitarios y promocionales; libertad de comprar una conducta, valores o un modo de presentarse al otro, y así se nos propone: ya listo para usar, por la ideología dominante y transmitida por lo que se ha dejado de llamar propaganda para convertirse en publicidad.
La libertad se reduce entonces, a la posibilidad de inscribirse en una lógica mimética, de participar en la carrera en la que todo el mundo aspira a ascender a los niveles superiores de la escala social que propone el mundo mercantil.
Querer la libertad que ofrece este sistema induce a inscribirse en el movimiento gregario y supone no tener que obligarse a reflexionar, analizar, comprender, pensar; es decir, ahorrarse todo esfuerzo crítico propio, pues basta con obedecer.
Así pues, vemos cómo aparece un nuevo enfoque en la cuestión: la lucha por la libertad ya existe, pero por una libertad fraudulenta y edulcorada que agota nuestras energías, puesto que se basa en el tener y no en el ser y, por tanto, es una lucha irresoluble ya que siempre se puede (y lamentablemente se quiere) tener más.
Esta es la primera barrera que hay que romper para poder plantearse la cuestión inicial. Y es precisamente aquí donde está una de las labores más importantes a desarrollar por todas aquellas personas conscientes, luchar contra ese control social que nos tiene alienados y totalmente adoctrinados y hacer ver (con la palabra, pero sobre todo con el ejemplo) que existen otros modelos y que la libertad es otra cosa más allá de elegir entre playa o montaña para las vacaciones. Sabemos que ésta es una lucha muy desigual, puesto que el sistema tiene una gran cantidad de recursos disponibles y una maquinaria de control y represión apabullante. Por eso, es tan importante la lucha con el ejemplo y la acción cotidiana, porque es la baza más poderosa que tenemos a nuestro alcance. La vía de la construcción y el apoyo de medios alternativos de comunicación es fundamental ya que el sistema nos ha enseñado a ver la realidad a través de ellos y tenemos la tendencia a recurrir a ellos (eso sí, hay que hacerlo manteniendo el mismo espíritu crítico con el que abordamos los medios de desinformación masiva).
Superado este punto, existe un nivel de conciencia superior sobre la situación que nos hace ver de manera más o menos clara que la libertad que nos ofrece el sistema no es más que otra forma de esclavitud (quizá la más perversa por su envoltorio) y, a pesar de esto, persistimos en la servidumbre. ¿Por qué? Por miedo a la libertad y, sobre todo, a lo que ésta representa.
Dentro de este sistema inhumano, libertad implica represión y pérdida. Represión en todos los niveles a los que tiene acceso el entramado Estado-Capital, que son la mayoría (policía, justicia, trabajo, economía,…). Éste es un factor que una persona concienciada puede aceptar en mayor o menor medida como parte de la lucha emancipatoria, sin embargo tras alguna experiencia inicial puede alejar a muchos de este camino y dejarse arrastrar por el mundo de la “felicidad capitalista”.
La segunda cuestión que entra en juego es la pérdida. Ésta también se entiende en un sentido muy amplio. Por un lado, tenemos la pérdida de lo material que si bien en nuestro mundo ideológico no representa ningún problema (más bien al contrario) en el día a día de nuestra servidumbre capitalista nos resulta imprescindible para seguir adelante. Esto acaba planteando un círculo vicioso de difícil solución ya que nunca parece llegar el momento de romper esta rueda que nos impulsa día a día a seguir sirviendo. Por otro lado, está la pérdida social debida al magistral plan que el poder desarrolla a través de los medios de comunicación y que nos despersonaliza para convertirnos en miembros de la sociedad, de la masa. Las técnicas mediáticas asocian, según el modelo pavloviano, lo deseable para el individuo con lo deseable para la comunidad: el bien de uno se define en relación con lo que realiza el bien de la totalidad. De esta manera se formula el moderno contrato social en el que la invitación supone, entre diplomacia y coerción, el abandono de toda pretensión y voluntad individuales en provecho de una elección que abarque el conjunto de la sociedad. Esto todavía alcanza mayor trascendencia si reducimos el ámbito de la sociedad a la familia, donde siguiendo las normas imperantes, se sacrifica todo (hasta la libertad) en pos del bien común.
Libertad significa elegir, pensar por uno mismo, inventar, amar sin reservas, establecer planos de igualdad, coherencia y muchísimas otras cosas que exigen un esfuerzo y una constancia muy difíciles de sostener en un mundo en que todo se ha concebido para mantener muy limitado el espíritu crítico y la acción sincera. Es en este segundo plano donde la lucha se hace necesariamente personal e intransferible, donde no sirve más conciencia que la propia y donde está la verdadera batalla. Sin una victoria en este plano, cualquier cambio, cualquier revolución se antoja imposible.
Fuente:Quebrantando el silencio
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