Hay que reconocer que nosotros, los anarquistas, al proyectar la futura sociedad tal como la deseamos -una sociedad sin amos ni gendarmes-, en general lo hacemos todo demasiado fácil.
Mientras reprochamos a los adversarios el que no sepan abstraerse de las condiciones presentes y el que crean imposibles el comunismo y el anarquismo porque piensan que el hombre debe seguir siendo lo que es hoy, con todos sus egoísmos, sus vicios y sus temores, incluso después de que se eliminen las causas de estos defectos, nosotros, por nuestra parte, evitamos las dificultades y las dudas suponiendo que ya se han alcanzado los efectos moralizadores que esperamos de la abolición del privilegio económico y del triunfo de la libertad.
Así pues, si nos dicen que habrá hombres que no querrán trabajar, nosotros en seguida prodigamos razones óptimas para demostrar que el trabajo, o sea el ejercicio de las propias facultades y el placer de la producción, es condición del bienestar humano y que, por lo tanto, es absurdo pensar que hombres sanos querrán sustraerse a la necesidad de producir para la colectividad cuando el trabajo ya no sea, como lo es hoy, oprimido, explotado y despreciado.
Y, si se nos plantean las disposiciones y las costumbres delictivas, antisociales, de una parte, aunque mínima, de la población, nosotros respondemos que, a excepción de algún caso raro y discutible de enfermedad congénita cuyo remedio corresponde a los médicos, los delitos son de origen social y desaparecerían con el cambio de las instituciones sociales.
Quizá este exagerado optimismo, este facilismo, podía tener cierta utilidad cuando la sociedad anarquista era un bonito sueño, una precipitada anticipación, y había que aspirar al más alto ideal posible e inspirar entusiasmo, reforzando el contraste entre el infierno de hoy y el deseado paraíso de mañana.
Pero los tiempos han cambiado. La sociedad estatal y capitalista está en plena crisis, de disolución, o de reconstrucción según si los revolucionarios puedan y sepan ejercer la influencia de sus ideas y de su fuerza, y quizás estemos muy cerca de los primeros intentos de realización.
Hay, pues, que dejar un poco las descripciones idílicas y las visiones del futuro, lejana perfección, y mirar las cosas tal como son hoy y como serán, en la medida de lo que puede preverse, en el próximo mañana.
* * *
Cuando las ideas anarquistas eran una novedad que maravillaba y sorprendía, cuando no se podía más que hacer propaganda con miras a un lejano porvenir y cuando los procesos voluntariamente provocados y enfrentados no servían más que para llamar la atención del público con fines propagandísticos, podía bastar la crítica de la sociedad actual y la exposición del ideal al que se aspiraba. Incluso las cuestiones de táctica no eran, en el fondo, más que propuestas acerca de los mejores medios para propagar las ideas y preparar a los individuos y a las masas para las deseadas transformaciones. Pero, hoy, los tiempos están más maduros, las circunstancias han cambiado, y todo permite creer que, en un tiempo que podría ser inminente, sin duda no muy lejano, nos encontraremos en la posibilidad y en la necesidad de llevar a la práctica las teorías en los hechos reales y mostrar que, no sólo tenemos más razón que los demás gracias a la superioridad de nuestro ideal de libertad, sino también porque nuestras ideas y nuestros métodos son los más prácticos gracias al logro del máximo de libertad y bienestar posible en el estado actual de la civilización.
Errico MalatestaFuente: http://www.nodo50.org/tierraylibertad/221.html#articulo7
Mientras reprochamos a los adversarios el que no sepan abstraerse de las condiciones presentes y el que crean imposibles el comunismo y el anarquismo porque piensan que el hombre debe seguir siendo lo que es hoy, con todos sus egoísmos, sus vicios y sus temores, incluso después de que se eliminen las causas de estos defectos, nosotros, por nuestra parte, evitamos las dificultades y las dudas suponiendo que ya se han alcanzado los efectos moralizadores que esperamos de la abolición del privilegio económico y del triunfo de la libertad.
Así pues, si nos dicen que habrá hombres que no querrán trabajar, nosotros en seguida prodigamos razones óptimas para demostrar que el trabajo, o sea el ejercicio de las propias facultades y el placer de la producción, es condición del bienestar humano y que, por lo tanto, es absurdo pensar que hombres sanos querrán sustraerse a la necesidad de producir para la colectividad cuando el trabajo ya no sea, como lo es hoy, oprimido, explotado y despreciado.
Y, si se nos plantean las disposiciones y las costumbres delictivas, antisociales, de una parte, aunque mínima, de la población, nosotros respondemos que, a excepción de algún caso raro y discutible de enfermedad congénita cuyo remedio corresponde a los médicos, los delitos son de origen social y desaparecerían con el cambio de las instituciones sociales.
Quizá este exagerado optimismo, este facilismo, podía tener cierta utilidad cuando la sociedad anarquista era un bonito sueño, una precipitada anticipación, y había que aspirar al más alto ideal posible e inspirar entusiasmo, reforzando el contraste entre el infierno de hoy y el deseado paraíso de mañana.
Pero los tiempos han cambiado. La sociedad estatal y capitalista está en plena crisis, de disolución, o de reconstrucción según si los revolucionarios puedan y sepan ejercer la influencia de sus ideas y de su fuerza, y quizás estemos muy cerca de los primeros intentos de realización.
Hay, pues, que dejar un poco las descripciones idílicas y las visiones del futuro, lejana perfección, y mirar las cosas tal como son hoy y como serán, en la medida de lo que puede preverse, en el próximo mañana.
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Cuando las ideas anarquistas eran una novedad que maravillaba y sorprendía, cuando no se podía más que hacer propaganda con miras a un lejano porvenir y cuando los procesos voluntariamente provocados y enfrentados no servían más que para llamar la atención del público con fines propagandísticos, podía bastar la crítica de la sociedad actual y la exposición del ideal al que se aspiraba. Incluso las cuestiones de táctica no eran, en el fondo, más que propuestas acerca de los mejores medios para propagar las ideas y preparar a los individuos y a las masas para las deseadas transformaciones. Pero, hoy, los tiempos están más maduros, las circunstancias han cambiado, y todo permite creer que, en un tiempo que podría ser inminente, sin duda no muy lejano, nos encontraremos en la posibilidad y en la necesidad de llevar a la práctica las teorías en los hechos reales y mostrar que, no sólo tenemos más razón que los demás gracias a la superioridad de nuestro ideal de libertad, sino también porque nuestras ideas y nuestros métodos son los más prácticos gracias al logro del máximo de libertad y bienestar posible en el estado actual de la civilización.
Errico MalatestaFuente: http://www.nodo50.org/tierraylibertad/221.html#articulo7
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