El escritor y revolucionario anarquista Victor Serge (1890-1947) fue testigo de los peores años de la revolución rusa, los de la guerra “civil”, donde ejércitos zaristas y tropas de las potencias capitalistas internacionales intentaron acabar con la revolución proletaria y campesina de los pueblos de Rusia, desencadenando el llamado “Terror Blanco” sobre la población civil. La obra más conocida de Serge, “Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión” (1925) hace mención a estos años, señalando la necesidad de reprimir organizada y violentamente a los sectores reaccionarios que amenazaban la revolución. De esta manera, Serge nos ofrece otro enfoque al principal punto de desacuerdo entre anarquistas y comunistas: la necesidad (o no) de una etapa intermedia entre el capitalismo y la sociedad sin clases, donde perviva un estado proletario que reprima a los burgueses y a los reaccionarios (la dictadura del proletariado, hablando en plata)
En 1925, Serge lo tenía claro: “La diferencia fundamental entre el estado capitalista y el estado proletario es ésta: el Estado de los trabajadores trabaja por su propia desaparición. La diferencia fundamental entre la violencia-represión ejercida por la dictadura del proletariado, es que esta última constituye un arma necesaria de la clase trabajadora para la abolición de toda violencia” (“Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión” página 98, Edición de Internacionalistas en Red)(una edición deleznable que no recomiendo a nadie). Paradójicas palabras, porque tres años después de escribir esto, Serge fue etiquetado como “contrarrevolucionario” por la burocracia estalinista (dueña de facto del estado proletario), convirtiéndose en uno de esos “enemigos de los trabajadores” a los que había que reprimir, o en palabras del propio Serge “...revolucionarios sinceros a los cuales las ideologías demasiado alejadas de la comprensión de las realidades de la revolución hacen adoptar actitudes objetivamente contrarrevolucionarias.” (Ibídem, pgs 93-94). El caso de Victor Serge (y el de tantos bolcheviques, anarquistas y revolucionarios honestos) es un ejemplo del terrible poder del Estado y de la represión, un arma de doble filo que hoy acaba con terratenientes, empresarios y banqueros y que mañana amordaza a la disidencia obrera y campesina honesta.Pero el dilema que plantea Victor Serge en su obra sigue ahí: ¿es posible acabar con el capitalismo sin la existencia de un Estado que ejerza la represión organizada y centralizada a través de un ejército y una policía secreta?
“A fines del siglo anterior se podía alimentar el gran sueño de una transformación social idílica. Generosos espíritus se dedicaron a él, desdeñando o deformando la ciencia de Marx. Se imaginaban la revolución social como la expropiación casi indolora de una ínfima minoría de plutócratas (...) Todas las ideologías de anteguerra estaban más o menos penetradas de esas falsas ideas” (Ibídem, pg 98)
La historia nos demuestra que los procesos revolucionarios no pueden ser incruentos, más que nada porque la clase que detenta el poder no renunciará a él pacíficamente. Ya sea a través de los versalleses, del ejército blanco, de los Cien Mil hijos de San Luis o de los marines norteamericanos, la clase dominante (a nivel nacional e internacional) ejercerá la represión organizada y centralizada contra cualquier proceso revolucionario que amenace su dominio. ¿Es posible no sólo resistir la embestida del capitalismo sino extender la revolución al mundo entero sin el uso de un arma represiva del capitalismo que sea eficaz?
El estado es una herramienta de represión increíble (bien lo sabemos tod@s nosotr@s), y si decidimos renunciar a esta herramienta, será imprescindible que inventemos otra forma mejor para reprimir a nuestros enemigos, porque si no, nuestros enemigos nos vencerán porque nos llevan ventaja, porque cuentan con un arma represiva mejor que la nuestra.
¿Cuál es el principal problema de utilizar un arma tan poderosa como el Estado? Que el Estado tiende a corromper a los hombres y mujeres que forman parte de él, ya que las características esenciales del estado separan a éste del pueblo, situándolo por encima de los intereses de la clase proletaria y campesina. Lenin lo sabía, y por ello escribió “El Estado y la Revolución” (agosto-septiembre 1917) donde especificaba los cuatro requisitos fundamentales para que el estado obrero fuera sano y tendiera a extinguirse:1º. Poder elegir y revocar a los burócratas en cualquier momento
2º. Que un burócrata no cobre más que un obrero cualificado
3º. Que los cargos burocráticos sean rotativos
4º. Que no haya un ejército regular, sino el pueblo en armas
Las realidades objetivas de una Rusia atrasada tecnológica y económicamente y, sobretodo, el fracaso internacional de la revolución, hicieron imposibles cumplir ni una sola de las normas de Lenin. Pero, a nivel teórico, no se puede negar que son medidas eficaces para controlar la corrupción inherente del Estado.La realidad es concreta y los acontecimientos se están precipitando a una velocidad vertiginosa. Con o sin estado, la vanguardia de la clase obrera y campesina debe desarrollar fórmulas para articular el inmenso potencial creador (y destructor) de los trabajadores y las trabajadoras, para vencer al capitalismo y para mantener las conquistas realizadas.
“La revolución o la muerte. (...) En las próximas horas terribles de la historia, ése será el dilema. Habrá llegado el momento para la clase obrera de cumplir con esta dura, aunque saludable y salvadora tarea: la revolución” (Ibídem, pg 99)
Juanjo Muñoz
Fuente:Portal OACA
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