Desde los medios de comunicación de masas y las notas oficiales, se suele considerar que las catástrofes naturales responden simplemente a un fenómeno azaroso. Es debido a la mala suerte, a un mal golpe, por el cual una zona se derrumba ante un terremoto, o sufre un incendio, o se inunda. Y si bien el azar es un componente del proceso, en el sentido de aleatoriedad, no es ni mucho menos el factor predominante. De hecho, son los factores socio-económicos y políticos los que van a marcar la diferencia entre un accidente y un desastre, teniendo gran influencia en estos procesos.
De un lado, el Peligro de sufrir un incendio en las zonas de clima y ecosistema mediterráneo, son más altas que en clima y ecosistema atlántico. Es propio de los ecosistemas mediterraneos el arder cada cierto tiempo, ya que el fuego es la perturbación que equilibra este ecosistema. Pero eso sí, en los incendios naturales de un ecosistema mediterráneo no alterado, este fuego tiene lugar con una baja frecuencia, con períodos de retorno de unos 50 años, y de baja intensidad con una extensión pequeña. En pequeños parches, permite la regeneración del bosque. Sin embargo, en incendios de grandes extensiones y gran intensidad, provocan un gran número de impactos ambientales, como la pérdida de suelo por escorrentía, avance de la desertificación y alteran el ciclo hidrológico normal al modificar las condiciones de infiltración.
Pese a que todo esto nos haría pensar que es en el ecosistema mediterráneo donde tienen lugar los incendios en la península, la realidad de los incendios en el estado español es que más del 70% de los incendios forestales se producen en las comunidades del noroeste peninsular, en concreto, casi el 54% en Galicia. España es, tras Portugal, el segundo país con más incendios y mayor superficie quemada de los países mediterráneos [1].
A nivel global, el primer punto en el que hemos alterado este equilibrio entre fuego y bosques es en nuestra sistemática destrucción y fragmentación de hábitats y desequilibrio de ecosistemas. Al hacer esto, aumentamos la frecuencia y la intensidad de los incendios, cuando en los ecosistemas dejan de existir ciertas cadenas tróficas que eliminan el material combustible. Debido a ciertas infraestructuras de transporte, podemos también aumentar la extensión del incendio. Pero además, estamos dificultando la autoregeneración, ya que esta fragmentación impide la llegada de nuevos elementos, animales y vegetales, que colonicen al espacio que ha quedado quemado. Finalmente, la introducción de especies alóctonas (que no son propias del ecosistema) abren las peurtas a la entrada de especies invasoras, que suelen aprovechar estos fenómenos para aumentar su dispersión en el hábitat invadido, en perjuicio de las especies autóctonas.
No sólo hemos destruído hábitats a golpe de ladrillo e infraestructuras viales. Ha sido un clásico en nuestro país el método de quemar terrenos para recalificarlos y urbanizar. Uno de estos ejemplos paradigmáticos es el de Terra Mítica, gracias al en su momento alcalde de Benidorm, Zaplana. En 1996 se creó una ley, incorporada a la Ley del Suelo, que prohíbe el cambio del uso del suelo de zonas incendiadas durante al menos 30 años, pero esta no significa que otros intereses puedan estar en juego a la hora de gestionar la madera, y vuelve a verse claramente el afán urbanizador cuando se intenta derogar la ley, como apunta el conseller de Valencia.
Por otra parte, la dinámica económica ha funcionado en el sentido del abandono del campo y el monte. Cuando dejamos de aprovechar sosteniblemente el monte, esto es, en un sano equilibrio del que se sabe dependiente de la naturaleza para alimentarse y obtener materiales y leña, el monte deja de "limpiarse" de posibles combustibles. Éstos se acumulan, quedando material seco que hace más probable el fuego (aumenta la frecuencia, por lo tanto hay mayor peligro), tenga más combustible (mayor intensidad, por lo tanto, también aumenta el riesgo de daños) y con mayor fuerza pueda aumentar su extensión, por lo que las tendencias socioeconómicas influyen en nuestros incendios. Por otra parte, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el 65% del monte es de titularidad y propiedad privada[2]. Esto conlleva en muchos casos un gran descuido del monte así como la imposibilidad de acceso a los pastos y aprovechamiento forestal por parte de la comunidad, que incide en los casos anteriores.
Asímismo, es importante tener en cuenta la relevancia que tiene la quema de monte para la obtención de pastos para el ganado. En cualquier caso, es innegable que un elevado porcentaje de los incendios tiene lugar de forma intencionada, desde el 75% en el noroeste peninsular, a un 28% en el área mediterránea [1]. Pero existen otra serie de medidas que influyen aún más directamente en el fuego, como son los planes de prevención, sin aprobar (por lo tanto sin recibir la dotación presupuestaria correspondiente para su aplicación), como en el caso de Valencia, cuyo plan está pendiende de aprobación desde 2007. Esta dejadez en la aprobación de los planes influye también en el personal del que se dispone para el mantenimiento del monte, así como para la vigilancia de cualqueir mínimo problema y una respuesta rápida y efectiva. Existen casos de catástrofes naturales donde la labor de los voluntari@s puede ser útil y efectiva. En el caso del fuego, debería producirse en la fase de prevención, limpiando de combustible el monte. Si bien puede ser útil, por el conocimiento del monte, el aceptar labores de voluntari@s ante un incendio, fundamentalmente para realizar rápidos apagafuegos, lo primero de todo es una buena plantilla de profesionales. Y su estabilidad laboral, ya que un forestal debe conocer ese monte como la palma de su mano y debe estar vinculado a él. Es imposible conseguir esto con contratos basura y de pocos meses, por lo tanto, los ataques laborales a este sector también influyen en la mayor frecuencia, intnsidad y extensión del fuego, debido a que disminuten los trabajos de mantenimiento y vigilancia del monte y existen menos efectivos para hacerle frente correctamente. Por otra parte, debemos dejar de ver a los vigilantes forestales como simples apagafuegos. Su labor es más compleja, es el mantenimiento de un monte sano. De otro modo, si su trabajo peligra cuando durante un verano no hay incendios, corremos el riesgo de que sean los principales interesados en que haya incendios para poder mantener su puesto, cosa que ha sucedido en alguna ocasión en Canarias y se ha sospechado en otros casos [3].
En lugar de esto,la opción está siendo militarizar las extinciones de incendio, utilizando a las UME, que además de ser las encargadas de aplacar estos incendio, van a ser las encargadas de hacer frente a otros incendios, en este caso los sociales. Curiosamente, según se ha mermado las plantillas de cuerpos civiles de actuación ante incendios, se ha aumentado el dinero dirigido a esta plantilla. De esta forma, se militarizan los servicios de emergencia, en una especie de lavado de cara y excusa para derivarles fondos [4].
Cuando las personas viven del campo, lo gestionan y lo cuidan, porque de él depende su supervivencia. Teniendo en cuenta que el azar no podemos controlarlo, la única actuación inteligente sería atender al resto de factores de riesgo. Cuidar el sector rural, mantener una buena plantilla de profesionales civiles, y un plan de emergencias que incluya la actuación de voluntari@s en la creación de cortafuegos y apoyo.
A 22 de julio, según Greenpeace con datos del MAGRAMA, la superficie quemada era de 137.000 ha (al clásico cambio: 137 campos de fútbol)
[5]. En 1994, uno de los años más catastróficos de incendios, se nos quemaron 138'5 campos de fútbol [6]. Este año quizá España bata más records en incendios forestales que en medallitas en Londres. Pero además, estos campos de fútbol no eran una pradera monoespecífica de césped de monsanto, sino de una riqueza ecológica infinita:
En las Fragas do Eume se encontraba una de las poblaciones mejor conservadas del Roble Carvallo de la península, así como una buena representación de bosque atlántico de ribera, con enorme biodiversidad, con varias especies de sauces, aliseda, fresneda, arces y una importante resperesentación de helechos. Asímismo, un importante punto de fauna herpetológica, además de contar con la presencia de lobo ibérico. En la Reserva de La Muela, importante representación de vegetación mediterránea, como Lentiscos y coscojas, además de encinas y algunas zonas con fresnos. Hábitat del galápago leproso, especie autóctona de la península ibérica y norte de áfrica y catalogada como «En Peligro» en la zona levantina. En la Reserva de la Biosfera de La Palma, sobretodo la Laurisilva Macaronésica, auténtico esplendor de vegetación de Tilos canarios, laureles, brezos, madroños, junto con otros muchos tipos de plantas, componen un impresionante mosaico vegetal, en el que también llaman la atención los bosques de pino canario, que ocupan las mayores altitudes del paraje. Hábitat de especies de anfibios y reptiles endémicos e importantes poblaiones de aves migratorias.
No hemos perdido 137 o 150 campos de fútbol, sino grandiosos ecosistemas, de los que además dependemos ínitmamente. Ningún progreso podrá salvarnos de una hecatombe de desertificación y cemento, así que deberíamos darnos cuenta de una vez de que con sus políticas, a quienes echan a la hoguera, es a nosotr@s.
Notas:
[1] http://www.ecologistasenaccion.org/spip.php?article8072
[2] http://www.magrama.gob.es/ministerio/pags/biblioteca/revistas/pdf_reas%2Fr158_06.pdf
[3] http://www.laopinioncoruna.es/sucesos/2469/agente-forestal-provoca-gran-incendio-gran-canaria/121756.html
[4] http://www.todoporhacer.org/sobre-los-fuegos-en-valencia-los-recortes-y-la-militarizacion-de-las-emergencias
[5] http://www.greenpeace.org/espana/es/Trabajamos-en/Bosques/Incendios-forestales-en-Espana/
[6] http://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2012/07/02/area-quemada-72-horas-mayor-superficie-arrasada-ultima-decada/917384.html
Fuente: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/21654
De un lado, el Peligro de sufrir un incendio en las zonas de clima y ecosistema mediterráneo, son más altas que en clima y ecosistema atlántico. Es propio de los ecosistemas mediterraneos el arder cada cierto tiempo, ya que el fuego es la perturbación que equilibra este ecosistema. Pero eso sí, en los incendios naturales de un ecosistema mediterráneo no alterado, este fuego tiene lugar con una baja frecuencia, con períodos de retorno de unos 50 años, y de baja intensidad con una extensión pequeña. En pequeños parches, permite la regeneración del bosque. Sin embargo, en incendios de grandes extensiones y gran intensidad, provocan un gran número de impactos ambientales, como la pérdida de suelo por escorrentía, avance de la desertificación y alteran el ciclo hidrológico normal al modificar las condiciones de infiltración.
Pese a que todo esto nos haría pensar que es en el ecosistema mediterráneo donde tienen lugar los incendios en la península, la realidad de los incendios en el estado español es que más del 70% de los incendios forestales se producen en las comunidades del noroeste peninsular, en concreto, casi el 54% en Galicia. España es, tras Portugal, el segundo país con más incendios y mayor superficie quemada de los países mediterráneos [1].
A nivel global, el primer punto en el que hemos alterado este equilibrio entre fuego y bosques es en nuestra sistemática destrucción y fragmentación de hábitats y desequilibrio de ecosistemas. Al hacer esto, aumentamos la frecuencia y la intensidad de los incendios, cuando en los ecosistemas dejan de existir ciertas cadenas tróficas que eliminan el material combustible. Debido a ciertas infraestructuras de transporte, podemos también aumentar la extensión del incendio. Pero además, estamos dificultando la autoregeneración, ya que esta fragmentación impide la llegada de nuevos elementos, animales y vegetales, que colonicen al espacio que ha quedado quemado. Finalmente, la introducción de especies alóctonas (que no son propias del ecosistema) abren las peurtas a la entrada de especies invasoras, que suelen aprovechar estos fenómenos para aumentar su dispersión en el hábitat invadido, en perjuicio de las especies autóctonas.
No sólo hemos destruído hábitats a golpe de ladrillo e infraestructuras viales. Ha sido un clásico en nuestro país el método de quemar terrenos para recalificarlos y urbanizar. Uno de estos ejemplos paradigmáticos es el de Terra Mítica, gracias al en su momento alcalde de Benidorm, Zaplana. En 1996 se creó una ley, incorporada a la Ley del Suelo, que prohíbe el cambio del uso del suelo de zonas incendiadas durante al menos 30 años, pero esta no significa que otros intereses puedan estar en juego a la hora de gestionar la madera, y vuelve a verse claramente el afán urbanizador cuando se intenta derogar la ley, como apunta el conseller de Valencia.
Por otra parte, la dinámica económica ha funcionado en el sentido del abandono del campo y el monte. Cuando dejamos de aprovechar sosteniblemente el monte, esto es, en un sano equilibrio del que se sabe dependiente de la naturaleza para alimentarse y obtener materiales y leña, el monte deja de "limpiarse" de posibles combustibles. Éstos se acumulan, quedando material seco que hace más probable el fuego (aumenta la frecuencia, por lo tanto hay mayor peligro), tenga más combustible (mayor intensidad, por lo tanto, también aumenta el riesgo de daños) y con mayor fuerza pueda aumentar su extensión, por lo que las tendencias socioeconómicas influyen en nuestros incendios. Por otra parte, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, el 65% del monte es de titularidad y propiedad privada[2]. Esto conlleva en muchos casos un gran descuido del monte así como la imposibilidad de acceso a los pastos y aprovechamiento forestal por parte de la comunidad, que incide en los casos anteriores.
Asímismo, es importante tener en cuenta la relevancia que tiene la quema de monte para la obtención de pastos para el ganado. En cualquier caso, es innegable que un elevado porcentaje de los incendios tiene lugar de forma intencionada, desde el 75% en el noroeste peninsular, a un 28% en el área mediterránea [1]. Pero existen otra serie de medidas que influyen aún más directamente en el fuego, como son los planes de prevención, sin aprobar (por lo tanto sin recibir la dotación presupuestaria correspondiente para su aplicación), como en el caso de Valencia, cuyo plan está pendiende de aprobación desde 2007. Esta dejadez en la aprobación de los planes influye también en el personal del que se dispone para el mantenimiento del monte, así como para la vigilancia de cualqueir mínimo problema y una respuesta rápida y efectiva. Existen casos de catástrofes naturales donde la labor de los voluntari@s puede ser útil y efectiva. En el caso del fuego, debería producirse en la fase de prevención, limpiando de combustible el monte. Si bien puede ser útil, por el conocimiento del monte, el aceptar labores de voluntari@s ante un incendio, fundamentalmente para realizar rápidos apagafuegos, lo primero de todo es una buena plantilla de profesionales. Y su estabilidad laboral, ya que un forestal debe conocer ese monte como la palma de su mano y debe estar vinculado a él. Es imposible conseguir esto con contratos basura y de pocos meses, por lo tanto, los ataques laborales a este sector también influyen en la mayor frecuencia, intnsidad y extensión del fuego, debido a que disminuten los trabajos de mantenimiento y vigilancia del monte y existen menos efectivos para hacerle frente correctamente. Por otra parte, debemos dejar de ver a los vigilantes forestales como simples apagafuegos. Su labor es más compleja, es el mantenimiento de un monte sano. De otro modo, si su trabajo peligra cuando durante un verano no hay incendios, corremos el riesgo de que sean los principales interesados en que haya incendios para poder mantener su puesto, cosa que ha sucedido en alguna ocasión en Canarias y se ha sospechado en otros casos [3].
En lugar de esto,la opción está siendo militarizar las extinciones de incendio, utilizando a las UME, que además de ser las encargadas de aplacar estos incendio, van a ser las encargadas de hacer frente a otros incendios, en este caso los sociales. Curiosamente, según se ha mermado las plantillas de cuerpos civiles de actuación ante incendios, se ha aumentado el dinero dirigido a esta plantilla. De esta forma, se militarizan los servicios de emergencia, en una especie de lavado de cara y excusa para derivarles fondos [4].
Cuando las personas viven del campo, lo gestionan y lo cuidan, porque de él depende su supervivencia. Teniendo en cuenta que el azar no podemos controlarlo, la única actuación inteligente sería atender al resto de factores de riesgo. Cuidar el sector rural, mantener una buena plantilla de profesionales civiles, y un plan de emergencias que incluya la actuación de voluntari@s en la creación de cortafuegos y apoyo.
A 22 de julio, según Greenpeace con datos del MAGRAMA, la superficie quemada era de 137.000 ha (al clásico cambio: 137 campos de fútbol)
[5]. En 1994, uno de los años más catastróficos de incendios, se nos quemaron 138'5 campos de fútbol [6]. Este año quizá España bata más records en incendios forestales que en medallitas en Londres. Pero además, estos campos de fútbol no eran una pradera monoespecífica de césped de monsanto, sino de una riqueza ecológica infinita:
En las Fragas do Eume se encontraba una de las poblaciones mejor conservadas del Roble Carvallo de la península, así como una buena representación de bosque atlántico de ribera, con enorme biodiversidad, con varias especies de sauces, aliseda, fresneda, arces y una importante resperesentación de helechos. Asímismo, un importante punto de fauna herpetológica, además de contar con la presencia de lobo ibérico. En la Reserva de La Muela, importante representación de vegetación mediterránea, como Lentiscos y coscojas, además de encinas y algunas zonas con fresnos. Hábitat del galápago leproso, especie autóctona de la península ibérica y norte de áfrica y catalogada como «En Peligro» en la zona levantina. En la Reserva de la Biosfera de La Palma, sobretodo la Laurisilva Macaronésica, auténtico esplendor de vegetación de Tilos canarios, laureles, brezos, madroños, junto con otros muchos tipos de plantas, componen un impresionante mosaico vegetal, en el que también llaman la atención los bosques de pino canario, que ocupan las mayores altitudes del paraje. Hábitat de especies de anfibios y reptiles endémicos e importantes poblaiones de aves migratorias.
No hemos perdido 137 o 150 campos de fútbol, sino grandiosos ecosistemas, de los que además dependemos ínitmamente. Ningún progreso podrá salvarnos de una hecatombe de desertificación y cemento, así que deberíamos darnos cuenta de una vez de que con sus políticas, a quienes echan a la hoguera, es a nosotr@s.
Notas:
[1] http://www.ecologistasenaccion.org/spip.php?article8072
[2] http://www.magrama.gob.es/ministerio/pags/biblioteca/revistas/pdf_reas%2Fr158_06.pdf
[3] http://www.laopinioncoruna.es/sucesos/2469/agente-forestal-provoca-gran-incendio-gran-canaria/121756.html
[4] http://www.todoporhacer.org/sobre-los-fuegos-en-valencia-los-recortes-y-la-militarizacion-de-las-emergencias
[5] http://www.greenpeace.org/espana/es/Trabajamos-en/Bosques/Incendios-forestales-en-Espana/
[6] http://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2012/07/02/area-quemada-72-horas-mayor-superficie-arrasada-ultima-decada/917384.html
Fuente: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/21654
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