Por Acratosaurio Rex
A las tantas de la noche se presentaron con tanques y helicópteros, cientos de efectivos de la policía autónoma vasca. Hombres seleccionados, a los que se extirpó parte o la totalidad del cerebro en algún momento de su carrera profesional, cada uno de más de cien kilos de peso, armados hasta los dientes, protegidos con la armadura estilo Darth Vader, se liaron a demoler el Centro Social Autogestionado Kukutza. Avanzaron implacables con mazas, porras, explosivos, bombas sónicas, gases, humos, cañones de agua, transformers… Liándola parda. Cumpliendo órdenes del departamento de Interior (siempre diligente), y al servicio de la empresa privada (CABISA se llama el engendro), todo por la construcción de pisos y la pasta que van a ganar con ellos.
Los chavales iban siendo detenidos y masacrados, cuando, de repente, una muchacha pisó sin querer la cola de un gato colectivista, el gato maulló, un mozo se tiró un pedo y un viejo con boina dijo «ostras». Entonces el periodista de El Mundo, de El Diario Vasco, de Antena Tres o de algún medio al uso, grabó solícito en su grabadora la frase contundente: los violentos, algunos con antecedentes de kale borroka, destruyen Bilbao. Luego la alegre voz del locutor o locutora, irá desgranando la cansina procesión de mentiras y más mentiras, que dan a entender que en ese edificio se hacinaban cientos de yonkis con jeringuillas clavadas en la nariz, entre desperdicios e inmundicias, preparando mochilas de titadine para los asilos de ancianos. A final de mes, el lacayo cobrará puntualmente su salario. El modesto peculio del que tiene la nariz brillante a fuerza de pasar la lengua por donde salen las heces del señorito.
De la poli, poco hay que decir. Hace su trabajo con dedicación y entusiasmo. Golpean, zarandean, destruyen y falsifican el atestado. Luego se dan una vuelta por el hospital para que les hagan los partes de lesiones. Y si mañana les ordenan poner una bomba atómica en Bilbao, la ponen, le dan al botón y santas pascuas. Con que les digan «ahí dentro hay subversivos partidarios del pensamiento único imponiendo su dictadura», no necesitan más incentivos que ese, y las suculentas dietas y alguien tiene que hacerlo, y a tomar viento la Ría. De los periodistas macabros, tampoco hay gran cosa que señalar. Hoy escriben sobre los «violentos», y si mañana resucitasen Hitler, Stalin y Satán, empezarían a estudiarse el nuevo Libro de Estilo y a ofrecer sus inestimables servicios al Estado a través de la prensa del Régimen. Los esbirros suspiran: ¿Para cuándo el hacer una sentada será considerado terrorismo callejero?
Como dice el cartel, el problema no es la crisis, ni la contaminación, ni los bancos, ni el rey, ni el gobierno... El problema es la obediencia. Obrero de chaleco amarillo y casco de plástico: ten cerebro, y desobedece. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
A las tantas de la noche se presentaron con tanques y helicópteros, cientos de efectivos de la policía autónoma vasca. Hombres seleccionados, a los que se extirpó parte o la totalidad del cerebro en algún momento de su carrera profesional, cada uno de más de cien kilos de peso, armados hasta los dientes, protegidos con la armadura estilo Darth Vader, se liaron a demoler el Centro Social Autogestionado Kukutza. Avanzaron implacables con mazas, porras, explosivos, bombas sónicas, gases, humos, cañones de agua, transformers… Liándola parda. Cumpliendo órdenes del departamento de Interior (siempre diligente), y al servicio de la empresa privada (CABISA se llama el engendro), todo por la construcción de pisos y la pasta que van a ganar con ellos.
Los chavales iban siendo detenidos y masacrados, cuando, de repente, una muchacha pisó sin querer la cola de un gato colectivista, el gato maulló, un mozo se tiró un pedo y un viejo con boina dijo «ostras». Entonces el periodista de El Mundo, de El Diario Vasco, de Antena Tres o de algún medio al uso, grabó solícito en su grabadora la frase contundente: los violentos, algunos con antecedentes de kale borroka, destruyen Bilbao. Luego la alegre voz del locutor o locutora, irá desgranando la cansina procesión de mentiras y más mentiras, que dan a entender que en ese edificio se hacinaban cientos de yonkis con jeringuillas clavadas en la nariz, entre desperdicios e inmundicias, preparando mochilas de titadine para los asilos de ancianos. A final de mes, el lacayo cobrará puntualmente su salario. El modesto peculio del que tiene la nariz brillante a fuerza de pasar la lengua por donde salen las heces del señorito.
De la poli, poco hay que decir. Hace su trabajo con dedicación y entusiasmo. Golpean, zarandean, destruyen y falsifican el atestado. Luego se dan una vuelta por el hospital para que les hagan los partes de lesiones. Y si mañana les ordenan poner una bomba atómica en Bilbao, la ponen, le dan al botón y santas pascuas. Con que les digan «ahí dentro hay subversivos partidarios del pensamiento único imponiendo su dictadura», no necesitan más incentivos que ese, y las suculentas dietas y alguien tiene que hacerlo, y a tomar viento la Ría. De los periodistas macabros, tampoco hay gran cosa que señalar. Hoy escriben sobre los «violentos», y si mañana resucitasen Hitler, Stalin y Satán, empezarían a estudiarse el nuevo Libro de Estilo y a ofrecer sus inestimables servicios al Estado a través de la prensa del Régimen. Los esbirros suspiran: ¿Para cuándo el hacer una sentada será considerado terrorismo callejero?
Como dice el cartel, el problema no es la crisis, ni la contaminación, ni los bancos, ni el rey, ni el gobierno... El problema es la obediencia. Obrero de chaleco amarillo y casco de plástico: ten cerebro, y desobedece. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
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