Juana Lamala, me pregunta por la definición de Poder en su sentido chungo. Pues es fácil Juana: el Poder es la capacidad que tiene alguien, para imponer a otra persona algo que no quiere. Gracias a esta revelación que le hice a Michel Foucault, él pudo escribir luego su obra monumental, que continuaron todos los discípulos que le citan de continuo, de manera que tuvieron que cerrar varias bibliotecas por falta de espacio.
Eso es el Poder. Pero cuando se le observa, hay que darse cuenta de que el Poder impone, y también se acepta. O sea, es una relación entre el que manda y el que obedece. La obediencia no es más que una elección frente al Poder y sus armas. Triste, pero es así. Aunque existe otra opción: la de no obedecer, por duro que pueda ser el castigo.
¿Cómo es posible entonces que obedezcamos a un puñado de tipos, escasos en número, que excluyen a las multitudes, que incumplen sus promesas electorales, que viven del cuento en un lujo de fábula, que tienen una soberbia y una mala hostia patológicas… El Poder ha inventado las cosas más ingeniosas para hacer que la gente acate: desde arrancamientos capilares, a predicaciones de curas. Pero hay dos modos sumamente eficaces que conviene conocer, por lo insidioso y maligno.
El primero es la atomización. El Poder procura que tú, como individuo, aspires a una mejora personal en tu estrujamiento. Cuando tú empiezas a maniobrar personalmente para salir del pozo de mierda, el Poder se siente feliz. Puede permitir que tú escapes a su dominio, mientras que el resto traga quina, lo mismo que la lotería permite que uno se haga rico, mientras el resto sigue jugando. Lo que el Poder para nada quiere, es a un millón de personas frente a sus tanques. Porque no hay tanque que pueda contener a una masa irracional e iracunda.
El segundo medio que emplea, es el de fomentar la pobreza, la precariedad vital. Mediante el hambre, los sicarios, el desempleo, la sanidad infecta, las fronteras, las leyes… El Poder asesina a miles de personas, de mujeres, de indígenas, de sindicalistas, de migrantes, de parados… La sensación de angustia, desamparo, los rugidos de las tripas, la impotencia individual, hacen que los propios dominados pidan al Poder su salvación, ya que él es quien se encarga de la distribución de los mendrugos. El narcotráfico justifica la intervención militar, el sicariato el Estado de Sitio y donde hay hambre, solo se piensa en comida. Por eso, cuando el Poder se tambalea, invierte en miseria y destrucción (1). El Poder puede otorgar algo luego de quemar la cosecha, con tal de tener la fiesta en paz. Pero nunca permitirá que conquistes un derecho, y siempre te querrá con el rostro bajo su bota.
Poder bueno, el que se destruye. Lo que es de uno es de todos, lo que es de todos es de nadie, lo que es de nadie es de uno.
NOTA
(1) La actual crisis, es buen ejemplo de esa guerra del poder contra la población. A mayor miseria, mayor control social.
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