Nosotros, los explotadores
Victor J. Sanz
A los explotadores nos gusta tener el último modelo de teléfono móvil. Incluso con él en la mano ojeamos ansiosos el catálogo de los próximos modelos.
A los explotadores nos gusta tener el último modelo de ordenador personal. Y nos lamentamos amargamente cuando descubrimos que lanzan al mercado otro modelo que es 0,3 milésimas de segundo más rápido.
A los explotadores nos gusta cambiar nuestra vieja tartana de hace tres años por otro coche mucho más moderno. Un modelo que sea capaz de salir el primero de los semáforos.
A los explotadores nos gusta tener en el salón una televisión plana de tropecientas pulgadas con una legión de siglas como apellido y mil virguerías técnicas que ni entendemos. Cuando descubrimos que un amigo acaba de comprar uno igual pero con 1 pulgada más, nosotros los explotadores, nos sentimos los más desgraciados del planeta.
A los explotadores nos gusta exhibir prendas de vestir con una marca concreta, una primera marca, por supuesto.
A los explotadores no nos alcanza el salario mensual para comprar todo lo que desearíamos poseer, y contamos los días que faltan para que llegue de nuevo el día de paga.
A los explotadores nos gusta agolparnos en las puertas de las grandes superficies de informática y multimedia, horas antes de que abran, el día en que sale al mercado el último modelo de…, o la última versión de…
A los explotadores nos gusta poder decir “yo fui uno de los primeros que tuvo tal o cual aparato en este país”. Es algo que nos pirra. Los explotadores somos así
Al principio de la cadena de la codicia materialista se encuentran los explotados. Hay cientos de miles de personas que son explotadas diariamente en cadenas de montaje y fábricas, principalmente en China, el sudeste asiático y Centroamérica. Trabajan en condiciones de explotación y esclavismo. Largas jornadas de trabajo; indecentes salarios-limosna que no guardan relación con el precio final que “los explotadores” pagan por el producto; cuadros de eficiencia productiva que están medidos en fracciones de segundo , objetivos diarios de producción en constante aumento; mínimas o inexistentes condiciones de seguridad e higiene en el trabajo. Algunas empresas han adoptado ciertas medidas que redundan en un mayor beneficio si cabe, como por ejemplo, la instalación dentro de las propias fábricas o en barracones adjuntos, de los habitáculos mínimos donde descansan los esclavos; o la instalación de redes en el entorno de los edificios para evitar muertes en los crecientes intentos de suicidios, que son provocados por los frecuentes ataques de histeria que se originan por la penalización que conlleva el incumplimiento de los objetivos diarios de producción.
Estos explotados son los que tienen suerte. Antes que ellos están los miles de esclavos que la industria precisa para la extracción artesana de las materias primas, ya sean provenientes de yacimientos naturales de tan peligrosa y difícil explotación que solo los niños pueden hacerlo con “éxito”; o bien provenientes de vertederos, donde otros menores de edad se dedican a extraer para su recuperación, ínfimas cantidades de materiales peligrosos, utilizando para ello disolventes tóxicos, tarea esta que afrontan sin las más mínimas medidas de seguridad.
Entre unos y otros, entre explotados y explotadores, existen un mínimo de dos “intermediarios” que, bajo ningún concepto están dispuestos a cambiar esta situación lo más mínimo, ya que son los únicos beneficiarios de este inhumano sistema de costes bajos y precios altos.
Puede que solo sea una impresión mía, pero no creo que debamos conformarnos con saber que un producto reúne las condiciones legales de calidad, si entre ellas no está incluida la de la calidad en las condiciones laborales de todos los empleados que intervienen en el proceso de fabricación. Amén de la certificación de que la empresa explotadora no solo figura en los listados de beneficiarios de subvenciones, sino que también aparece, y bien arriba, en los listados de contribuyentes de Hacienda.
Es cruel e indigno que un ser humano tenga que ser esclavizado para que los explotadores dispongamos de la última tecnología en nuestras vidas.
Explotadores, digan conmigo: “yo fui uno de los primeros en este país, en darme cuenta de que era un explotador”; repitan conmigo: “¿Consumo justo?, con sumo gusto”
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