Aunque se lee por ahí que la costumbre
de comer pipas fue introducida por los brigadistas soviéticos durante la
guerra civil, ésto no es del todo cierto, aunque este producto sí
llegaba de las estepas rusas, donde era producido, comercializado y
consumido en abundancia desde tiempo atrás, e incluso que el peso
creciente del stalinismo en los gobiernos republicanos durante la
guerra, sobre todo en Madrid, pudo ayudar a generalizar su consumo.
Algunos
aspectos de la cultura y la historia del movimiento obrero peninsular,
como los que vamos a explicar, más que hechos históricos en el sentido
que se le da en la academia o las instituciones, son más bien gestos
aparentemente simples, rutinarios y mecánicos, pero que esconden una
historia detrás, en muchos casos de incuestionable sonoridad popular y
proletaria.
Así sucedió con aquel gesto -no tan inocente- de comer pipas de girasol..
Devorar torraos y, en especial, pipas de girasol,
tostadas y saladas, fue una costumbre adquirida por nuestros abuelos ya
en los años republicanos, tiempos de crisis económica que obligaban a
incorporar esta nutritiva semilla a la dieta proletaria, la cual se
limitaba por lo común a combinar patatas, legumbres y algunas
hortalizas. Además, las crónicas cuentan que se generalizó entonces
también entre las mujeres, que con el gesto de comprarlas y comerlas en
público, sobrepasaban el tabú que había existido en las generaciones
anteriores..
“Las pepitas se han puesto ahora en moda—me dice el
vendedor—. Hasta las señoritas que se pasean por aquí las compran. A las
mujeres de mis tiempos les daba vergüenza comer en la calle; pero
ahora, si, si...”1
Llegada la guerra este producto adquirió una importancia insospechada.
Por todos es conocido por oirlo por boca de nuestros
familiares, que durante la guerra la escasez de productos básicos obligó
a completar la dieta con todo tipo de productos, destacando algunas
leguminosas como eran las avellanas, algarrobas, bellotas o las pipas de
girasol.
Este fenómeno se notó primero en ciudades sitiadas como
Madrid, y en especial a partir de 1937, cuando eran vendidas por
infinidad de vendedores ambulantes y se comían de forma habitual por la
calle o viendo una película en un cine, no sin cierta polémica por
cuestiones de higiene o moralidad; y seguramente por ello, durante los
primeros años del franquismo, empeñados en arrancar de raiz todo signo
de cultura libre y proletaria, su consumo se prohibió en las salas de
cine y se persiguió a las mujeres que las comían libremente en los
espacios públicos.
“Esta afición desmedida que les ha entrado a los
madrileños de comer pepitas de girasol, probablemente a falta de
alimentos más vitamínicos que llevarse a la boca, empieza a crear serios
problemas. En el tranvía, en el café, en el teatro hay quien come las
populares pipas..”.2
Lo que sucedió en el Madrid de la guerra en torno a las
pipas no era nuevo, como tampoco lo era la polémica de las subsistencias
o la tensión en las colas para la adquisición de determinados
productos, ya que fueron uno de los resortes de conflictividad por
ejemplo en los años de la primera guerra mundial, y en especial durante
la revolución en Rusia, cuando se escribía en la prensa burguesa que los
niños soviéticos iban recogiendo las cáscaras saladas de pipas ya
consumida para resistir así el hambre y el frio.
“..Fue tan contínua y tan trágica la sensación de
hambre que pasamos, que únicamente así se explica el que las raíces de
regaliz -paloduz- y las pipas de girasol hayan usurpado por completo el
comercio callejero de la gente maleante, mangante y mareante que
pululaban como insectos venenosos..”3.
Como afirma el párrafo anterior, entre los alimentos
habituales para nuestros abuelos en aquellos meses de guerra estaba la
raiz del regaliz, sustitutivo del azucar, que se había vuelto
inaccesible para el común de la población de la retaguardia republicana.
Este producto servía para endulzar la infusión de cebada molida y
tostada, desayuno más habitual de los vecinos del Madrid sitiado por la
guerra, pero también se chupaba, masticaba e incluso el sobrante se
guardaba para un consumo posterior..
“..Por fortuna, las verduras y las frutas suplen con
ventaja, por su riqueza vitamínica, a los alimentos de origen animal. Y
los madrileños, con los frutos de la tierra, se defienden tan
ricamente, sin otra pérdida que una muy saludable de grasas y
adiposidades superfluas..”4.
Casi podemos decir que estos productos ayudaron a
complementar los escuetos menus de guerra de los comedores
colectivizados de las ciudades de la retaguardia republicana, abiertos
para solucionar los problemas de subsistencias, los cuales fueron
aumentando con el paso del tiempo5.
Aunque lee por ahí que la costumbre de comer pipas fue
introducida por los brigadistas soviéticos durante la guerra civil,
hemos podido comprobar que esto no es del todo cierto, aunque sí que
este producto sobre todo provenía de las estepas rusas, donde era
producido, comercializado y consumido en abundancia, e incluso que el
peso creciente del stalinismo en los gobiernos republicanos durante la
guerra, sobre todo en Madrid, pudo ayudar a generalizar su consumo.
La polémica de las pipas de girasol en aquellos
difíciles años, asociado a las colas o los menus de guerra, se entiende
mejor si consideramos que la prensa conservadora de ésta y otras épocas,
siempre mostró rechazo hacia lo que identificaban como comida de pobres
o disidentes.
Así había sucedido también con el cacahuete, la piña de
los pobres como la llamara algún periódico del siglo XIX, siempre se
asoció con ámbitos librepensadores y republicanos, por eso de que fue
generalizada su producción e ingesta en la península por las tropas
francesas, aunque fuera un producto americano adaptado a las tierras de
la ribera del Jucar ya a finales del siglo XVIII.
El girasol, dorado, decorativo y petulante, pero lleno
de sentido práctico, con su pulpila codiciosa que primero miró a levante
y luego al poniente; fue a su vez uno de los ejemplos de como la guerra
impuso la política y el populismo, relegando a la revolución a ser
cáscara sin fruto.
Alacant Obrer
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1 Estampa 09-06-1934. Desde 1932 se documentan casos en
la prensa de niños de corta edad que se habían atragantado con algún
grano de girasol, noticias que se repiten periodicamente desde
entonces. Por otra parte, su uso en repesentaciones populares
-carrozas- se constanta con mucha frecuencia, e incluso alguna
compañía teatral llevaba ese nombre en 1936. “..en cada charco,
una playa arenosa, con piraguas, nadadores, tomadores de sol y
desnudistas; en cada paseo unos tiosvivos, unas montañas rusas,
puestos de churros, torraos, pipas de girasol y demás comestibles, más
o menos indigestos. ¿Cabe mayor euforia?..”, Gracia y Justicia
17-08-1935.
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2 Crónica 05-12-1937. En noviembre de 1937, la emisora Unión Radio, demandaba a los asistentes a los cines madrileños que se abstuvieran de comer pipas durante la sesión. También, Azul 18-11-1937; Pensamiento Alavés 15-01-1938; Imperio 20-05-1939.
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3 Imperio 20-05-1939. Más allá de la contrapropaganda, la falta de una política de alimentacion racional y planificada, fue una de las principales causas de desabastecimiento en las principales ciudades de la retaguardia, del malestar puntual surgido en los frentes y de las acusaciones desde Madrid a las colectividades de la zona del levante de acaparamiento. El Sol 22-02-1922; Mundo Gráfico 07-07, 01-09-1937; La Voz-Madrid 17-11-1937; Solidaridad Obrera 09-09-1937.
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4 Mundo Gráfico 21-04-1937. Las leguminosas fueron vistos
ya como productos de primera necesidad, sustitutivos de la carne en
clave naturista, y llegaron a ser tasados a precios oficiales, como
sucedió con las pipas, que estaban entre las 3 pesetas el kilo de
tostadas y saladas –20 de mayo de 1938-, y los 50 centimos el kilo de
pipas crudas -1 de octubre de 1938-. Cabe tener en cuenta que las
pipas pudieron utilizarse tambien para, una vez molidas, hacer pan, o
incuso prensadas lograr combustible. Solidaridad Obrera 18-11-1937; La Libertad 25-08-1938.
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5 En este sentido debemos leer el acuerdo tomado por las secciones
de la Industria Gastronómica de UGT y CNT de Barcelona, que en el
otoño de 1937 suprimieron todos los menus de lujo de la ciudad y
establecían un precio único de 3 a 3'5 pesetas. O en la disposición de
agosto de ese año del Consejo Municipal de Ciudadela, sobre las
medidas que debían seguirse en los casos de necesidad de
sobre-alimentación y evacuación de enfermos por prescripción
facultativa, circunscrito a aquellos que no tenían familiares en la
isla, los cuales se verían obligados a reducir en una parte
proporcional sus cartillas de racionamiento en solidaridad con su
familiar enfermo o herido. La Voz de Menorca 06-08-1937.
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